martes, abril 03, 2007

Reyes de Egipto y Monumentos (2)



Sólo los obeliscos son suficientes para probar que aquellos que los hicieron levantar estaban perfectamente en el caso del arte hermético. Los jeroglíficos de los que estaban revestidos, los excesivos gastos que fueron precisos para hacerlos y hasta la materia, incluso la elección de la piedra, descubren esta ciencia. Yo aportaría como pruebas lo que dice Kircher,[1] que la primera invención de los obeliscos se debe a un hijo de Osiris, al que él llama Meframutisis, que tuvo su residencia en Heliópolis y que levantó allí el primero, porque estaba instruido en las ciencias de Hermes y frecuentaba habitualmente a los sacerdotes. Solamente diré con el mismo autor que a fin de que todo fuera misterioso en estos obeliscos, los inventores de los caracteres jeroglíficos hicieron también la elección de una materia conveniente a estos misterios.
La piedra de estos obeliscos –dice el mismo autor–[2] era una especie de mármol cuyos diferentes colores parecían haber sido echados gota a gota, su dureza no cedía en nada a la del pórfido, que los griegos llaman πυροποικιλον, los latinos piedras de Tebas y los italianos granito rosso (rojo). La cantera de donde sacaban este mármol estaba cerca de esta famosa ciudad, Tebas, donde residían antiguamente los reyes de Egipto, tras las montañas que miraban a Etiopía y las fuentes del Nilo, hacia el mediodía.
No había ninguna clase de mármoles que Egipto no suministrara, no veo por qué razón los hieromistas escogieron para los obeliscos aquel mármol en vez de otro. Ciertamente había allí algún misterio oculto y sin duda estaba en relación con algún secreto de la naturaleza. Se dirá quizás que su dureza y su tenacidad hizo preferir este mármol a otro, porque podía resistir las injurias del tiempo. Pero el pórfido, tan común en aquel país, también era sólido y en consecuencia también muy duradero. Además, ¿Por qué no consideraron lo mismo cuando se trataba de levantar otros monumentos más grandes o más pequeños que los obeliscos y se emplearon entonces otras especies de mármoles? Digo, pues, –añade el mismo autor– que estos obeliscos eran levantados en honor a la divinidad solar, y se escogía para hacerlos una materia en la cual se reconocían algunas propiedades de esta divinidad o que tenía alguna analogía con ella.
Kircher tenía razón al suponer un misterio en la preferencia que se daba a este mármol, cuyos colores eran constantemente en número de cuatro. Así mismo no ha hablado mal cuando dice que era a causa de una especie de analogía con el Sol, podría haber asegurado la cosa si hubiera seguido nuestro sistema para guiarle en sus explicaciones. Pues habría visto claramente que los colores de este mármol son precisamente los que sobrevienen a la materia que se emplea en las operaciones de la gran obra, para hacer el Sol filosófico en honor y en memoria del cual han levantado estos obeliscos. Esto se juzgará por la siguiente descripción que hace el mismo autor.[3] La naturaleza ha mezclado cuatro substancias para la composición de esta pirita egipcia, la principal que hace la base y el fondo es un rojo resplandeciente, en el cual son incrustados trozos de cristal y otras amatistas, unas de color ceniza, otras azules y otras negras, que están como sembradas allí dentro con toda la substancia de esta piedra. Los egipcios al ver esta mezcla juzgaron que esta materia era la  más apropiada para representar sus misterios.


Un filósofo hermético no se expresaría de otra manera que Kircher, pero tendría unas ideas bien diferentes. Se sabe, y lo hemos repetido a menudo, que los tres colores principales de la obra son el negro, el blanco y el rojo. ¿No son éstos los de este mármol? ¿El color ceniza no es aquel que los filósofos llaman Júpiter y que se encuentra como intermediario entre el negro llamado Saturno y el blanco llamado Luna o Diana? El rojo que domina en este mármol ¿no designa claramente a aquel que en los libros de los filósofos herméticos es comparado al color de las adormideras del campo y que constituye la perfección del Sol o Apolo de los sabios? ¿El azul no es el que precede a la negrura en la obra, del que Flamel[4] y Filaleteo[5] dicen que es un signo de que la putrefacción no es aún perfecta? Hablaremos de ello más extensamente en el capítulo de Ceres en el cuarto libro, cuando expliquemos lo que era el lago Cianeo, por el cual huyó Plutón al secuestrar a Proserpina.

He aquí todo el misterio desvelado. He aquí el motivo de la preferencia que los egipcios dieron a este mármol para formar los obeliscos y esto, como se puede ver, con razón, puesto que se trataba de levantarlos en honor a Horus o el Sol filosófico y representar sobre sus superficies los jeroglíficos bajo las tinieblas de los cuales estaban escondidas la materia de la que Horus se hizo y las operaciones requeridas para llegar a ello. Sin embargo no pretendo que fuera el único objetivo de la creación de estos obeliscos y de las pirámides. Sé que toda la filosofía de la naturaleza estaba jeroglíficamente encerrada allí en general, y que Pitágoras, Sócrates, Platón y la mayor parte de los otros filósofos griegos sacaron su ciencia de esta fuente tenebrosa, donde no se puede penetrar a menos que los sacerdotes de Egipto aporten la antorcha de sus instrucciones; pero también sé que los filósofos dicen[6] que el conocimiento de la gran obra da el de toda la naturaleza donde se ven todas sus operaciones y sus procesos como en un espejo.

Plinio no está de acuerdo con Diodoro sobre el rey de Egipto que fue el primero en levantar los obeliscos. Plinio[7] atribuye su invención a Mitras o Mitra, pero sin duda que esta diferencia sólo viene de que Mitra o Mithra significaba el Sol y Menas la Luna. Parece que se pudiera decir que Mitra y Menas eran los mismos que Osiris e Isis, no que, en efecto, ellos hayan levantado los obeliscos, puesto que no han existido nunca bajo forma humana, sino porque es en su honor que se levantaron. No se prueba mejor su existencia real diciendo que construyeron Menfis[8] o alguna otra ciudad de Egipto, puesto que Vulcano, Neptuno y Apolo no son personajes menos fabulosos como para haber construido la ciudad de Troya, como lo probaremos en el curso de esta obra y particularmente en el sexto libro.

[1] . Kircher, Obelsc. Pamph. p. 48.
[2] . Kircher, op. cit.
[3] . Kircher, Ibid. p. 50.
[4] . Flamel, Explicación de las Figuras Jeroglíficas.
[5] . I. Filaleteo, Enarrat. Method. 3, Gebri. Medic.
[6] . El Cosmopolita, Nueva Luz Química. Espagnet, Ramón Llull, etc.
[7] . Plinio, lib. 36. Cap. 8.
[8] . Herodoto, Euterpe, 1ª parte.

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