jueves, febrero 21, 2008

VIRGILIO COMENTADO POR LOS ALQUIMISTAS

(Traducción del artículo de Hans van Kasteel aparecido en el nº 2 de la revista digital de http://www.beyaeditions.com/ )

La verdad se oculta bajo el velo de las fábulas y las parábolas, es necesario un espíritu muy recto y muy penetrante para descubrirla, así como se precisa un ojo muy ejercitado para reconocer el diamante bajo la envoltura que lo protege.
Louis Cattiaux[1]

Introducción
Los Antiguos llaman hermética a la reina de las ciencias, porque la atribuyen a Hermes, o química, porque en ella interviene una fusión metálica (χυμεία en griego), que engendra lo que ellos llaman su “piedra”, cuyos efectos son tan numerosos como maravillosos. Los filósofos siempre la han enseñado mediante términos ambiguos, para ocultar deliberadamente a la misma vez la materia sobre la que obran y su modo operativo. Y en efecto, la naturaleza del secreto suscita una doble reacción en los hombres: los más amantes buscan verla exitosamente penetrándola; los otros se definen ellos mismos negándola o ignorándola.
Cuando Emmanuel d’Hooghvorst, en el Hilo de Penélope, comenta los poemas de Homero, de Virgilio y de Ovidio según el sentido alquímico, renueva una tradición interrumpida desde hace dos siglos. En 1786 el sabio benedictino Dom Antoine-Joseph Pernety publicó las Fábulas egipcias y griegas, desveladas y reducidas a un mismo principio, seguidas un año más tarde por el Diccionario mito-hermético. El autor reagrupa allí, en un conjunto homogéneo, la interpretación hermética de los antiguos mitos: los mitólogos se entregarían eternamente a la tortura antes de conseguir explicar a Homero de una manera satisfactoria, si otorgan a Homero otras ideas que no sean éstas.[2]
¡Ay de mí! La mayor parte de los mitólogos y otros comentadores actuales de los antiguos poetas a menudo no tiene la menor noción de lo que es un filósofo hermético. Incluso ignoran la existencia de los innumerables escritos que dan testimonio de la realidad experimental de la ciencia alquímica.
Así Maurice Rat, estimable especialista y traductor de Virgilio, consagra muchas y detalladas páginas a la impresionante influencia literaria que ha ejercido la Enéida durante veinte siglos.[3] Pero ni una sola palabra sobre los numerosos comentadores que han indicado el sentido…
Toda la antigüedad clama al unísono que los poetas son filósofos y que sus versos vehiculan una doctrina. ¿No sería, por lo menos, sorprendente que un Virgilio decidiera de pronto romper con esta concepción para escribir solamente futilidades? Se rebatirá quizás que a parte de los aspectos mitológicos de su obra y del inigualable encanto poético se le descubre también la historia, la agricultura, la astronomía, la alegoría, así como la filosofía pitagórica y platónica… Precisamente, según los filósofos, estas son las vestiduras que velan la enseñanza del poeta:
Se puede decir todo de esta venerable piedra. Es por ello que los filósofos de este arte, en todas sus ciencias y obras, han hecho alusión a la ciencia de esta piedra hablando de manera mística.[4] Esta ciencia, pues, no ha descuidado ninguna cosa para apropiársela y asimilarla. Esto no es un inconveniente, puesto que todo lo que es y lo que no es lo adopta este divino arte como términos que le son propios, y habla de todo analógicamente en sus libros. Todos los otros artes son capaces de la misma cosa respecto a ello, tanto la filosofía como la astrología, la geomancia y el arte de las imágenes, como dicen Balgus y Morien en La Turba de los Filósofos […] Es preciso añadir aun toda la poesía, a la vez histórica y fabulosa, como aparece en los libros de Virgilio y Ovidio. Todo lo que concierne, pues, a la creación del mundo y las transformaciones, tan extrañas como imposibles, en el libro de las Metamorfosis de Ovidio y en los otros que han tenido esta ciencia, se refiere allí. Pero aquellos que las leen considerando solamente la superficie sólo ven en ellas asombrosas fábulas y no gustan nada de su raíz.[5]

Se podría multiplicar este género de testimonios que exhortan a buscar, tras los adornos del relato, infinitamente variados, la intención única de los poetas filósofos:
Morien dice: “Si examinas correctamente lo que te diré, así como el testimonio de los Antiguos, conocerás bien y claramente que concordamos todos en una sola cosa, y que en todo lo que decimos proferimos la verdad etc.” Todos tienen esta misma intención. Entre ellos están, por ejemplo, Hermes Trismegisto, padre y profeta de los filósofos, Pitágoras, Anaxágoras, Sócrates, Platón, Demócrito, Zenón, Heráclito […] Homero, Virgilio, Ovidio, y otro gran número de filósofos y amantes de esta verdad, de los que sería muy largo y pesado escribir sus nombres.[6]

Sin embargo, se podría reprochar a estos Sabios, el haber multiplicado demasiado las ficciones para expresar un mismo tema; formaron una recopilación de fábulas en cuya densidad es muy difícil distinguir el objeto o el hecho que quisieron expresar.[7]

¿No sería deseable que también en las escuelas y las universidades se abordara la intención de los antiguos poetas?
Entre los filósofos que atestiguan el hermetismo de Virgilio, se encuentran nombres tan prestigiosos como los de Augurel, Basilio Valentín, Robert de Valle, Ireneo Filaleteo, Marsilio Ficino, John Dee, Jean d’Espagnet, Paracelso, Thomas Vaughan, Blaise de Vigenère, Michel Maier, Barent Coenders van Felpen; etc., la lista no tiene fin. A menudo estos autores se contentan con citar algunas palabras, uno o dos versos, sacados de las Bucólicas, las Geórgicas, o de la Enéida, para ilustrar sus propios dichos; más raramente comentan todo un pasaje de Virgilio casi palabra a palabra, a la manera de los rabinos explicando la Escritura versículo a versículo.
El pasaje que sobradamente ha suscitado más numerosos y más profundos comentarios es sin duda el famoso ramus aureus [ramo de oro]. Eneas desea visitar a su padre Anquises en los infiernos y la Sibila de Cumas le da el siguiente consejo:
Comprende lo que es preciso hacer primero. En un árbol opaco se oculta un ramo de oro, así como sus hojas y flexible tallo. Se dice que está consagrado a la Juno infernal. Todo el bosque lo cubre, y las sombras lo encierran en oscuros valles. Mas no está permitido penetrar en las cosas ocultas de la tierra antes de haber desprendido del árbol los frutos de cabellera de oro. He aquí el presente que le es propio y que la bella Proserpina ha decretado que se le traiga. Arrancado el primero, el otro de oro no falta y la rama se cubre de hojas de un metal semejante. Busca, pues, decididamente con tus ojos, y como conviene, cuando lo hayas descubierto cógelo con tu mano. Pues por él mismo, de buena gana y fácilmente te seguirá, si los destinos te llaman; de otra manera no podrás vencerle por ninguna fuerza ni arrancarlo con el duro hierro.[8]

Incluso si se le negara al poeta la cualidad de filósofo hermético para el resto de su obra, sólo la mención de este metal vegetal debería atraer la atención del lector despierto. El más bien escéptico quimista Borrichius no puede evitar escribir:
Estos versos producidos por la profetisa de Cumas concernirían a la materia del magisterio químico, según el parecer de diversos autores: Robert de Valle, Glauber, y otros. Es innegable que bajo el velo de esta fábula se encuentra un sentido oculto, quizás desconocido para el mismo Virgilio […]. Para recordar lo que es este ramo de oro hemos recurrido primero a lo que escribe el erudito Acosta en su Historia natural (IV, 1): “Los metales son como plantas ocultas en las entrañas de la tierra, y en ellos hay una similitud en la manera de producirse, puesto que se ven también sus ramas y como un tronco del que ellas salen; de alguna manera parece que los minerales crecen como las plantas”.[9]

Vayamos a los comentarios más particularmente alquímicos de estos versos. Existen por lo menos tres que siguen el texto casi palabra a palabra. A mitad del siglo XVI, Giovanni Bracesco fue el primero en dar una interpretación más detallada y sustancial.[10] Fue seguido en esto, a principio del siglo XVII, por Michel Maier.[11] Medio siglo más tarde, Luigi dei Conti los imitó en un comentario aun más largo y particularmente esmerado.[12]
En el marco de este artículo nos es imposible abordar todos los aspectos exegéticos de estos comentarios, o de aquellos que expresamente no hemos citado. Nos contentaremos con proponer aquí una traducción anotada del texto de dei Conti, excelente ejemplo de lo que puede revelar una lectura hermética de Virgilio. Él resalta que el poeta mide perfectamente el sentido de los propósitos prestados a la Sibila, y que practica todo excepto un ejercicio de estilo.

Comentario de Dei Conti sobre el relato del ramo de oro

Aun no hemos descubierto a nadie que haya expuesto más claramente la doctrina, ocultándola bajo una concisión de lenguaje también admirable, como la Sibila de Virgilio. Hemos dado una interpretación en nuestro Edipo consolador, con otras muchas explicaciones parecidas. Hemos pensado transponer aquí este pasaje pensando que ello no molestará ni a aquellos que buscan este arte ni a todos los que hacen profesión de literatura humanista. Creemos que esta interpretación aclarará un poco las palabras de Geber citadas anteriormente. He aquí pues, el decir de la Sibila:

Coge[13] lo que es preciso perfeccionar primero

“Coge”, dice ella, no solamente con la mano, sino con el espíritu. Es con éste que se coge no solamente la materia, sino también la manera de operar sobre ella “lo que es preciso perfeccionar”, y esto desde el principio, por lo tanto “primero”[14]. Por otro lado ella no dice “hacer” (agenda) sino “perfeccionar” (preagenda), porque se ha de cumplir perfectamente la obra, o más bien las obras;[15] pues hay muchas, aunque se hagan de la misma manera y tiendan al mismo objetivo. He aquí por qué Morien, tras haber calificado primero la operación de única, la llama después doble, puesto que la una, añade él, es como la otra.

En un árbol opaco se oculta un ramo de oro, con las hojas y el tallo flexibles.

Aquí hace alusión al mismo tiempo a la materia y a la operación. Llama a la materia “ramo de oro”; “ramo” y no “árbol”, porque no es preciso coger todo el árbol, sino lo que sale del árbol natural, y el ramo procede de él como por el cultivo del arte. Este ramo es “de oro” (aureus, “auré”), no porque sea de oro sino porque tiene una afinidad con el oro, que busca imitar la naturaleza del oro, y como el alimento del oro, que le permite crecer como un vegetal, le es muy agradable. Este ramo es ocultado de dos maneras, tanto por la naturaleza misma, que es recelosa a la mirada de los mortales y que lo oculta en medio de maravillosas envolturas, como por aquellos que poseen el arte, y que lo ocultan no con menos celo. La Sibila designa la primera ocultación por el verbo latet “se oculta”, la segunda por el siguiente verbo, tegit, “cubre”. Pues se oculta naturalmente en tres sustancias, cada una de las cuales tiene su propia operación. Géber las llama “órdenes”; Senior, el noble filósofo árabe, las llama “tierras”: tierra de perlas, tierra de hojas y tierra del oro; Llull, en el capítulo 62 de la “Teoría” del Testamento, las llama tres “fermentos”, tres “mercurios”, tres “tierras”.[16] La Sibila, maravillosamente, hace alusión a estas tierras casi con las mismas palabras, diciendo que el ramo se oculta en un “árbol opaco”, en sus “hojas” y en un “tallo flexible”:[17] “árbol opaco” porque lo que da salida a las perlas es todo tenebroso y verdeante; “hojas” a causa de los colores, en particular el verde; finalmente el “tallo flexible” para designar la tierra del oro, porque siendo flexible a causa de la superfluidad terrestre, se vuelve blando.

Se dice que está consagrado a la Juno infernal.

Este ramo es consagrado a la naturaleza subterránea, es decir metálica, no a la vegetal ni a la animal. La razón por la cual calificamos a la materia de metálica es que está consagrada sólo a la naturaleza de abajo (infernae, “infernal”), no a la de arriba, que es luminosa, ni tampoco a la celeste. Luego se añade lo concerniente a la ocultación de los escritos:

Todo jugo[18] lo cubre y las sombras lo encierran en oscuros valles.

“Todo jugo”, es decir, todo libro[19] y tratado “cubre” este arte en medio de maravillosas envolturas, expresiones místicas, parábolas simbólicas, cabalísticas, enigmáticas y de toda clase de oscuridad, así como los mismos maestros lo afirman; Géber por ejemplo dice: “Lo hemos confiado a un género de discurso que sólo puede ser comprendido por el Espíritu de Dios el Altísimo, bendito, sublime y glorioso, y por nosotros que lo hemos descrito, o incluso por aquel que tiene la gracia de la bondad divina infusa”. Y un poco más lejos: “Transmitimos sólo a nosotros, y no a los otros, el arte que sólo nosotros hemos buscado, que no es menos verdadero y cierto”.[20]

Pero no está permitido penetrar en las cosas recubiertas de la tierra, antes de que se hayan desprendido del árbol los frutos de cabellera de oro.

Lo que ella había llamado un poco más arriba “ramo de oro” ahora lo llama “frutos con la cabellera de oro”, para mostrar evidentemente que se trata de una producción del árbol, no del árbol mismo, como ya lo hemos dicho. Esta producción tiene la “cabellera de oro”, y esto confirma lo que habíamos anticipado, a saber, que no se trata de hablar propiamente del oro (aurum) , si no más bien de una “cabellera de oro” (auricoma), es decir, de una materia que comporta las propiedades que en lo posible a él se asemejan.[21] También hace una alusión suficientemente clara a la operación mediante el verbo “desprendido”, como más abajo mediante el verbo comparable “arrancado”, y aún más abajo por “cogido”. Estos tres verbos tienen la misma resonancia e indican que este fruto debe ser arrancado por una mano de partera, en tanto que la naturaleza misma lo permita y consienta en ello espontáneamente, tal como lo enseñará más adelante. Si no se tiene este ramo todo acceso al conocimiento de la naturaleza permanece absolutamente cerrado. En efecto, no se tiene permiso de penetrar lo que la naturaleza hace en secreto bajo la tierra, ni de alcanzar otras cosas muy admirables y muy sublimes, pero no menos “recubiertas”, indeterminadas y ocultas, más que cumpliendo el arte y la naturaleza sobre la tierra,[22] a menos que se sepa toda esta obra completamente y perfectamente, sin tener duda ni vacilación. Pues la opinión no vale nada en este arte; lo que se requiere es la ciencia infalible conocida por la experiencia que no engaña.[23]

He aquí el presente que le es propio, y que la bella Proserpina ha decretado que se le traiga.

Es como si dijera que esta materia y esta operación son exigidas por un fatal decreto de la divinidad; y todo esto ella lo llama “presente”, según el decir del sabio: Dios ha puesto esta cosa que no se puede comprar a ningún precio, sino gratuitamente, por un ligero trabajo de las manos, y por una virtud de espíritu absolutamente hercúlea. Es el don específico de Dios, como afirman todos los autores. También Orfeo hablando de este arte lo llama a menudo “don” y “presente”. A propósito de este “presente” ella añade que le es “propio”, es decir a Proserpina, o a la naturaleza, y esto para mostrar que no se trata de una obra del arte sino solamente y únicamente de una obra de la naturaleza, a condición sin embargo de que el arte preste las manos de partera. Por “Proserpina” designa a aquella que las naciones tenían por la diosa de las riquezas y la esposa de Plutón. Ella la llama “bella” por alusión a la materia misma, y a la operación, dotada de una tal belleza que si un enfermo moribundo la mirara remitiría fácilmente de su dolencia, como así lo afirma Jean de Lusnior. También puede designar la claridad, el esplendor y la pureza, que anuncian de antemano la rectitud de la obra, según el decir de Morien: Considera si puedes dirigir rectamente una cosa pura y muy limpia; de lo contrario la operación se demostrará ineficaz. Aquel, pues que intente acceder a “Proserpina”, es decir, a este arte muy bello y casi divino, debe necesariamente y previamente proveerse del susodicho “presente”.

Arrancado el primero, el otro, también de oro, no falta, y el tronco se cubre con hojas de un metal parecido.

Aquí ella no declara la multiplicación,[24] sino la primera fermentación, como así la llaman los artistas. Pues hay dos ramos: el primero es como la corteza del árbol, inútil, y se ha de rechazar, este sale en primer lugar; “el otro”, “de oro” sería igualmente inapropiado para acercarse a Proserpina si no estuviera enriquecido con el alma del oro. Algunos los califican de “azufres”, de los cuales el segundo, que es incombustible, es reforzado por la fermentación del oro, sin que este falte. Es por lo que dice: El otro, de oro, no falta si el primero ha sido arrancado, sino que crece “en un metal semejante”, produce un retoño más digno y propaga una especie con la semejanza de una “verga”, es decir, de una planta, lo que indica con la frase: “se cubre de hojas”. Diciendo que ello se hace de “un metal semejante” (simili), ella muestra que el susodicho “ramo de oro” no es de oro, sino que crece al mismo tiempo (simul) que aquel que, por esta razón, es dotado con el nombre de “metal”.[25]

Búscalo, pues, decididamente con tus ojos y como conviene, y cuando lo hayas descubierto cógelo con tu mano.

Por la expresión “busca decididamente” ella insinúa la dificultad que también ha indicado Géber más arriba, en el mismo pasaje: Siendo apremiante la obra, que se sea asiduo sobre esta obra etc. Pues esta operación necesita un esfuerzo asiduo y apremiante. Es preciso “pues” escrutar “decididamente”, es decir, con profundidad, largo tiempo, mediante una búsqueda laboriosa, con el espíritu y las manos, y con los “ojos” del espíritu a la vez que con los del cuerpo, porque la operación está dirigida por signos demostrativos, y su perfección o imperfección es manifestada por la visión ocular. Es lo que hace decir a Géber en la Suma de perfección (I, 2): Decimos pues, que si no se tiene los órganos completos no se podrá llegar al cumplimiento de esta obra, por ejemplo si se es ciego o que se tengan las extremidades mutiladas, puesto que no sería ayudado por lo miembros por los cuales el arte se perfecciona, y que son como los servidores de la naturaleza.[26] Es por lo que ella añade: “y como conviene, y cuando lo hayas descubierto”. En otras palabras, se habrá de descubrir este ramo mediante una búsqueda mental, larga, continua y penosa, después igualmente “como conviene” es asiéndolo manualmente, cogerlo del árbol suavemente y con gran ingeniosidad[27] al retirarlo, con las seducciones y caricias que convienen a su naturaleza. La fórmula “como conviene” debe ser, pues, relacionada tanto al verbo “descubierto” como a “cógelo con tu mano”. Finalmente ella da la razón de ello:

Pues por él mismo, voluntariamente y fácilmente te seguirá, si los destinos te llaman; de lo contrario no podrás vencerlo con ninguna fuerza, ni arrancarlo mediante le duro hierro.

Con estas palabras indica la increíble facilidad de la obra, para los que saben el arte. El conde Bernardo lo confirma cuando dice: Es muy fácil, mira hasta que punto es fácil que si yo lo dijera con palabras claras, o si hiciera una demostración ocular, a penas podrías creerlo.[28] Pues “por él mismo”, por un esfuerzo casi espontáneo el arte desea extraerse de las entrañas y las cortezas donde, por su naturaleza, es retenido y apartado de su efecto. Es pues, él mismo que lo quiere, y exulta como un gigante para recorrer el camino, si los “destinos” son favorables, es decir, si Dios primero, después la fortuna y la propia disposición no se oponen a ello. Pues de lo contrario no se podrá conseguir jamás, sea cual sea el esfuerzo o la violencia que se emplee. En efecto, esta cosa no se adquiere por la “fuerza” como dice el sabio: Mas tu derecha[29] maravillosamente te guiará hacia la verdad, hacia la mansedumbre y hacia la justicia, y así la luz se alzará para el justo, y la alegría para aquellos que tienen el corazón recto.
[1] . Le Message Retrouvé, III, 17, en: Louis Cattiaux, Art et hermétisme, Beya, Grez-Doiceau, 2005, p.55. [también en castellano, por ejemplo, ed. Sirio, Málaga 1996, o en catalán, Arola Editors, Tarragona 2005, o en portugués, ed. Madras, Sao Paulo 2005. (entre otras traducciones).]
[2] . Dom A.-J. Pernety, Dictionaire myto-hermétique, Denoël, París, s. d., p. 160, s. v. «Homero ». [Hay una traducción al castellano de S. Jubany en ed. Indigo, Barcelona 1993.]
[3] . Cf. M. Rat, Virgile, L’Énéide, Garnier, Paris, 1965, p.22-25.
[4] . En latín, mystice : de una manera que trata los misterios, los mistes iniciados.
[5] . Pierre le Bon « Nouvelle Perle précieuse », en : Theatrum chemicum, t. v. Zetzner, Strasbourg, 1660 (reeditado en Bottega d’Erasmo, Turin, 1981), pp. 592-593.
[6] . Pierre le Bon, op. cit., p. 639.
[7] . Fabre du Bosquet, Concordance mito-physico-cabalo-hermétique, ed. Mercure Dauphinois, Grenoble, 2002, p. 63. [hay una traducción en castellano, también prologada por Charles d’Hooghvorst, en ed. Obelisco, Barcelona 1986, p. 127.]
[8] . Virgilio, Enéida, VI, 136-148. Nuestra traducción es casi literal.
[9] . Olaus Borrichius, Disertación sobre el nacimiento y el progreso de la química, en: J.-J. Manget, Biblioteca chemica curiosa, t. I, Chouet etc., Genève 1702 [reed. Arnaldo Forni, Naple, 1976], p. 25. Se comparará este comentario al de Michel Maier, en su Symbola aureae mensae doudecim nationum, Jennis, Francfort, 1617 [reed. Akademische Druck- und Verlagsanstalt, Graz (Autriche), 1972], del que una traducción parcial, a saber del capítulo consagrado a Virgilio, ha aparecido en la revista Le Fil d’Ariane, nº 3, Walhain-St-Paul, 1973, pp. 44 ss. (trad. C. Froidebide); citamos el extracto siguiente (p. 46): ¿No es en un “sombrío árbol”, es decir, en las mineras dispersadas bajo la tierra a semejanza de las ramas y de las raíces de los árboles (por lo que algunos también llaman “árboles subterráneos” a las vetas de los minerales extendidos en la tierra como los árboles) que se oculta un ramo cuyas hojas y flexible tallo son de oro?
[10] . Cf. G. Bracesco (Johannes Braceschus), “Le Bois de vie”: J.-J. Manget, op. cit., t. I, p. 914-915.
[11] . Cf. M. Maier, op. cit., (supra, n. 9).
[12] . Cf. L. dei Conti (Ludovicus de Comitibus), “Elucidación de los metales y las obras metálicas de la naturaleza”, en: J.-J. Maget, op, cit., t. II, pp. 839-840.
[13] . En latín: occipe, palabra que ha tenido fortuna en la literatura alquímica en la encabeza innumerables “recetas”. Se la traduce generalmente por “toma”; sería quizás más conforme a la intención de los autores traducir “recibe”. Cf. E. d’Hooghvorst, Le Fil de Penélope, t.I, Table d’emeraude, Paris, 1996, p. 116 [en el castellano El Hilo de Penélope, Arola Editors, Tarragona 2000, p. 122] (a propósito de aquellos que consultan a la Sibila): Igualmente, muchos buscadores, a falta de la santa cábala, que es la única que permite la comprensión de los textos herméticos, han odiado la alquimia y considerado imposible la Gran Obra. Recordemos que la palabra “cábala”, de origen hebreo, significa “recepción de un don”-
[14] . La palabra prius, “primero” no tiene equivalente exacto en francés, en el sentido que designa un primer tiempo seguido solamente de un segundo. Relacionándola con “coge” se puede comprender que se ha de coger “primero” con el espíritu, después con la mano. Relacionándola con “perfeccionar” se puede comprender que hay dos perfecciones. Pues un poco más lejos la operación es calificada de “doble”. L. Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, XXXVII, 41 y 41’ (op. cit., p.407), evoca “la perfección de la obra humana”, después “la perfección de la obra divina”.
[15] . Paragenda, es un plural; se puede comprender: “obras (opera) a perfeccionar”.
[16] . Cf. Pseudo-Raymon Lulle, El Testamento, Beya, Grez-Doiceau, 2006, p. 111 (cap. 63): En el presente, hijo mío, tengo la intención de decirte en resumen la naturaleza de los fermentos, de las aguas, de nuestras paltas vivas, que todas son una sola cosa y una sola naturaleza, y hablar también de nuestras tierras. Te digo que todo esto no es más que una sola cosa que, según las operaciones, se distingue en tres.”
[17] . Lectura extraordinariamente precisa del texto, conforme a la manera rabínica de leer la Escritura. En efecto, Virgilio escribe: Latet arbore opaca aureus et foliis et lento vimine ramus, cuyo sentido más literal es : « El ramo de oro se oculta en el árbol opaco y en las hojas y en el tallo fexible”.
[18] . En lugar del tradicional lucus “bosque”, nuestro texto da dos veces succus, variante de sucus, “jugo”, “savia” , o de soccus, “calzado”, “zapatilla”, particularmente la del comediante, de donde viene el sentido de comedia”. ¿Se trata quizás de una lección propuesta por el comentador, un vez más a ejemplo de los rabinos cabalistas que a veces y a voluntad se toman ciertas libertades en relación con el texto canónico de la Escritura? O ¿sólo se trata de un error de transcripción? Observemos la etimologíamtradicional de lucus: “El lucus, “bosque” es un lugar donde los árboles por su densidad, privan de luz (lucem) al suelo. Se trata de una especie de antífrasis: en el lucus no hay nada de luz (non luceat).” (Isidoro, Etimologías, cf. ib. I, 37, 24 y XIV, 8, 30) Esta definición concuerda a la vez con el contexto del relato y con el comentario que sigue.
[19] . “Libro”, en latín liber, palabra cuyo primer sentido es “corteza”.
[20] . Se encontrará un comentario parecido en Jean d’Espagnet, La Obra secreta de la Filosofía de Hermes, canon 15, en J.-J. Manget, op. cit., t. II, p. 651: Que el lector estudioso tenga cuidado con los múltiples significados de las palabras. Pues los filósofos explican sus misterios con rodeos engañosos y mediante discursos con doble sentido, incluso contradictorios generalmente, por el cuidado de no degradar o destruir la verdad sino más bien de envolverla y ocultarla. Es por lo que sus escritos están llenos de palabras ambiguas y de homónimos. No se aplican a nada con tanta energía como a ocultar su “ramo de oro”al que “todo el bosque cubre” y “la sombras encierran en oscuros valles”. Cf. también la traducción de Bachou en: J. d’Espagnet, La Filosofía natural restituida en su pureza, Beya, Grez-Doiceau, 2007, p. 131. [también en castellano en ed. Indigo].
[21] . Probablemente en el texto latín hay un juego de palabras difícil de traducir. El término coma, en griego Κόμη, “cabellera”, parece emparentado con el verbo Κομίζειν, “transportar”, de donde vendría la interpretación de auricoma como materia que comporta (gerentem) las propiedades del oro.
[22] . Otra interpretación literal y remarcable: las palabras telluris operta, “ cosas recubiertas de la tierra”, no designan necesariamente o únicamente a aquellas que la tierra recubre.
[23] . En un manuscrito de los Comentarios sobre la Enéida de Servio, se encuentra una nota en el margen, a propósito del verso VI, 137, que dice: Para algunos el ramo designa místicamente la ciencia, y el oro la claridad de la sabiduría; es así como se entra en los infiernos, es decir, que se escudriña los secretos de la ciencia. En efecto, Bracesco, El Bosque de vida, en : J.-J Manget, op. cit., t.I, p. 915, escribe: Dado que el conocimiento de esta ciencia es muy profundo y que es guardada, según Géber, en la potencia de Dios, el poeta dice que es preciso buscarla en todas sus fuerzas.
[24] . Evidente alusión al comentario de Maier (loc. cit.,p. 47): Siendo arrancado un primer ramo, etc. Esto hace alusión a la multiplicación al infinito, que en particular concierne al arte químico. Los alquimistas, como los cabalistas, a menudo parece que se contradicen. A propósito de esto L. Cattiaux en el Mensaje Reencontrado, I, 46 (op. cit., p. 39), da un precioso consejo: El que es inteligente compara minuciosamente las palabras de los sabios para descubrir el lugar donde todos concuerdan.
[25] . Metallum, en griego μέταλλον, viene de μετά, “con” o “contra”, y άλλος, “otro”. Allí donde se descubre una beta, otra se encuentra en las proximidades, y esto en casi todas las materias; de donde se piensa en el nombre de metalla que los griegos han dado a los metales. (Plinio el Anciano, citado por Jean Chrysippe Fanien, El arte de la metamorfosis metálica, en Theatrum chemicum, t. 1, Zetzner, Strasbourg, 1659 (reeditado en Bettega d’Erasmo, Turín, 1981, p. 33).
[26] . Cf. J. Mangin de Richebourg, Bibliothèque des philosophes chimiques, Beya, Grez-Doiceau, 2003, t. I, p. 138.
[27] . En latín: suaviter et cum magno ingenio, palabras tomadas de la Tabla de Esmeralda: Separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo espeso, suavemente, con una gran ingeniosidad,
[28] . Cf. J. Mangin de Richebourg, op. cit., t. I, p. 467, donde Bernardo añade : Pero hay un poco de dificultad en entender nuestras palabras y saber la verdadera intencón.
[29] . Dextra: alusión a la vía derecha. Cf. E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 117: Era conveniente que fuera la Sibila quien indicase a Eneas la vía de la derecha. Señalemos que dextra (o dextera) es un vocablo deribado de dare, “dar” (Isidoro, Etimologías, XI, 1, 67), y que en griego, δεξιά o δεξιτερά, “mano derecha” está emparentada con el verbo δεξιοϋσθαι, “recibir” (cf. Homero, Odisea, I, 121, con el comentario de Eustatio). La palabra cábala, “recepción” tiene exactamente el sentido de la palabra “tradición”, del latín trajere, “transmitir de mano en mano” (E. d’Hooghvorst, op. cit., p. 238). La doctrina tradicional, diría Rabelais, es “dada como de mano en mano así como una religiosa cábala”.