viernes, marzo 30, 2007

Los Cánopes



Los mitólogos han arriesgado bastante en formar conjeturas físicas, astronómicas y morales sobre los Cánopes y algunas son muy ingeniosas, pero no esclarece nada seguir todo eso pues cada uno ha vuelto la alegoría del lado que más impresionaba su imaginación sin que, sin embargo, ninguno haya dado con el objetivo que se habían propuesto los egipcios con la invención y las representaciones del dios Cánope. Si hubieran seguido mi sistema no se habrían torturado tanto el espíritu para adivinar lo que podía significar este dios cántaro. Les habrían bastado los ojos y no habrían perdido su tiempo en sutilizar vanamente. Que se muestre a un filósofo hermético un Cánope, y no titubeará en decir lo que es, aunque no hubiera oído jamás hablar del Cánope de Egipto ni de los jeroglíficos en los que están encubiertos, porque allí encontraría una representación simbólica de todo lo que es necesario en la obra de los sabios.
En efecto, este dios siempre está representado en los monumentos egipcios bajo la forma de un vaso coronado con una cabeza de hombre o de mujer, siempre cubierto y la cobertura atada con una venda, un poco casi como la cobertura de una botella, para impedir que el licor se vierta o se evapore. ¿Es preciso, pues, ser un Edipo para adivinar una cosa que se manifiesta por sí sola? Un Cánope no es otra cosa que la representación del vaso en el cual se pone la materia del arte sacerdotal; el cuello del vaso está designado por el de una figura humana, la cabeza y la cobertura muestra la manera en que debe de ser sellada y los jeroglíficos que llenan su superficie anuncian a los espectadores las cosas que este vaso contiene y los diferentes cambios de forma, de colores y maneras de ser de la materia. El vaso del arte –dice Espagnet–[1] debe de ser de forma redonda u oval, con un cuello de la altura de un palmo o más, la entrada será estrecha. Los filósofos han hecho de ello un misterio y le han dado diversos nombres. Lo han llamado cucúrbita o vaso ciego, porque se le cierra el ojo con el sello hermético para impedir que nada extraño se introduzca y evitar que los espíritus se evaporen.
Los mitólogos se han persuadido obstinadamente de que el dios Cánope era únicamente el jeroglífico del elemento agua. Los que están horadados con pequeños agujeros o que tienen mamas por las cuales el agua se derrama han sido hechos a imitación de los Cánopes, no para representar simplemente al elemento agua, sino para indicar que el agua mercurial de los filósofos contenida en los Cánopes, es el principio húmedo y fecundante de la naturaleza. Es de esta agua que se habla cuando se dice en Plutarco que Cánope había sido piloto del barco de Osiris, porque el agua mercurial conduce y gobierna todo lo que pasa en el interior del vaso. La mordedura de serpiente, de la que Cánope fue herido, señala la putrefacción del mercurio y la muerte que sigue, ello indica la fijación de esta substancia volátil. Todo esto está muy bien significado por los jeroglíficos de los Cánopes. Como ya he explicado la mayor parte en los capítulos precedentes, el lector podrá recurrir allí. En cuanto a los animales hablaremos seguidamente.
En una desembocadura del Nilo había una ciudad con el nombre de Cánope, donde este dios tenía un soberbio templo. San Clemente de Alejandría[2] dice que había en esta ciudad una academia de las ciencias, la más célebre de todo Egipto, donde se aprendía toda la teología egipcia y las letras jeroglíficas, allí iniciaban los sacerdotes en los misterios sagrados y no había otro lugar donde se explicaran con más atención y exactitud, es por esta razón que los griegos hacían tan frecuentes viajes allí. Sin duda que dando instrucciones sobre el dios Cánope se encontraría uno en la necesidad de explicar al mismo tiempo todos los misterios velados bajo la cantidad de jeroglíficos, de los que la superficie de este dios estaba llena, al contrario de las otras ciudades donde se adoraba a Osiris e Isis, etc., que sólo se encontraban allí en el caso de hacer la historia del dios o la diosa a los que estaban reservados en particular.
He aquí los principales dioses de Egipto en los cuales se comprenden todos los otros. Herodoto [3] nombra también a Pan como el más antiguo de todos los dioses de este país y dice que en lengua egipcia se le llama Mendés. Diodoro[4] nos asegura que se le tenía en tan gran veneración en aquel país que se veía su estatua en todos los templos y que fue uno de los que acompañaron a Osiris en su expedición a las Indias. Pero como este dios no indica otra cosa que el principio generativo de todo y en consecuencia se le confunde con Osiris, no diré nada más. Diremos dos palabras de Serapis en la tercera sección. Se conceden también los honores del culto a Saturno, Vulcano, Júpiter, Mercurio, Hércules, etc. Trataremos de ello en los libros siguientes, cuando explicaremos la mitología de los griegos.[5]




[1] . Espagnet, La Obra secreta de la Filosofía de Hermes, can. 113.
[2] . Clemente de Alejandría, Estromata, lib. 1, 6.
[3] . Herodoto, lib. 2.
[4] . Diodoro de Sicilia, lib. 1, p. 16.
[5] . Justamente este “blog” ha empezado por los dioses griegos como se puede ver en el archivo de Octubre, N. del T.

Anubis (2)



Había dos Mercurios en Egipto, el uno de sobre nombre Trismegisto, inventor de los jeroglíficos de los dioses de Egipto, es decir, de los dioses fabricados por los hombres y que eran el objeto del arte sacerdotal, y el otro Mercurio llamado Anubis, que era uno de estos dioses en vista de los cuales fueron inventados estos jeroglíficos. El uno y el otro de estos Mercurios fueron dados como consejeros a Isis; Trismegisto para gobernar exteriormente y Anubis para el gobierno interior. Pero se dirá ¿cómo se puede hacer esto, puesto que Diodoro relata que Anubis acompañó a Osiris en su expedición? He aquí el medio de acordar estas contradicciones, por el cual se verá que Anubis es hijo así como hermano de Osiris.

Hemos dicho que Osiris e Isis eran símbolo de la materia del arte hermético, que el uno representaba el fuego de la naturaleza, el principio ígneo y generativo, el macho y el agente y que el otro o Isis significaba el húmedo radical, la tierra o la matriz y la sede de este fuego, el principio pasivo o la hembra y que los dos sólo formaban un mismo sujeto compuesto de estas dos substancias. Osiris era el mismo que Serapis o Amún, que algunos dicen Amón y Ammón, representado por una cabeza de carnero o con cuernos de carnero, porque este animal, según los autores citados por Kircher,[1] es de una naturaleza cálida y húmeda. Se veía a Isis con una cabeza de toro, porque era tomada por la Luna, cuyo creciente es representado
por los cuernos de este animal y que además es pesado y terrestre.
Anubis en la antigüedad de Boissart, se encuentra emplazado entre Serapis y Apis, para dar a entender que está compuesto de los dos, o que viene de ellos, es pues, hijo de Osiris y de Isis y he aquí cómo. Esta materia del arte sacerdotal, puesta en el vaso, se disuelve en agua mercurial, esta agua forma el mercurio filosófico o Anubis. Plutarco dice que, aunque muy joven, fue el primero que anunció a Isis la muerte de Osiris porque este Mercurio sólo aparece tras la disolución y la putrefacción designadas por la muerte de este príncipe. Y como Tifón y Nefti son los principios de destrucción y las causas de disolución, se dice que Anubis es hijo de este monstruo y de su hembra. He aquí, pues, Anubis hijo de Osiris y de Isis en realidad y nacido de ellos generativamente. Tifón y Nefti son también sus padre y madre pero solamente como causas ocasionales. Ramón Llull se expresa en este sentido[2] cuando dice: Mi hijo, nuestro hijo tiene dos padres y dos madres. Esta agua es llamada agua de la sabiduría, porque es todo oro y plata y en ella reside el espíritu de la quintaesencia que lo hace todo y sin ella no puede hacerse nada. Este fuego, esta tierra y esta agua que se encuentran en esta misma materia de la obra, son hermanos como los elementos lo son entre ellos, lo que hace que Isias los llame con este nombre θεοι αδελφοι. Dice también que son dioses synthrônes de Egipto, o dioses igualmente reverenciados por los egipcios, participantes de un mismo trono y un mismo honor, para hacernos entender que los tres sólo son uno y que significan la misma cosa aunque tengan diferentes nombres. Esta unidad o estos tres principios que se reúnen para hacer solamente un todo, es declarada palpablemente por el triángulo que se ve en este monumento.
Habiendo dicho lo que es Anubis se adivina fácilmente cómo puede acompañar a Osiris en su viaje,
puesto que el Mercurio filosófico está siempre en el vaso, que pasa por el negro o Etiopía, el blanco y etc., se ha visto el resto en el capítulo de Osiris. En cuanto a la cabeza de perro que se da a Anubis, hemos visto que los egipcios tomaban al perro como símbolo de un ministro de estado, lo que conviene muy bien al mercurio de los filósofos, puesto que es él quien conduce todo el interior de la obra. Sólo el caduceo ya da a conocer a Mercurio, la casa, tanto negra como del color del oro que le da Apuleyo indica claramente los colores de la obra. El texto de Ramón Llull que hemos citado hace ver que Osiris, Isis y Anubis o Serapis, Apis y Anubis están encerrados en un mismo sujeto, puesto que Osiris, símbolo del Sol, e Isis, símbolo de la Luna, se encuentran en el agua mercurial, pues los filósofos llaman indiferentemente Sol u oro a su azufre perfecto al rojo y Luna o plata a su materia fijada al blanco.
El cocodrilo, animal anfibio, sobre el cual Isias ha hecho representar a Anubis de pié, designa que Mercurio o el dios Anubis está compuesto o nacido de la tierra y del agua y a fin de que no se menospreciara ha hecho poner después un prefetículo y una patera, que son los vasos donde se mete el agua u otros licores. El fardo que Kircher no ha explicado y que Montfaucon toma por un cojín terso, confesando que no sabe para qué uso, significa el comercio que se hace mediante el oro, cuyo símbolo es el globo que Anubis lleva en la mano derecha. Se ve tan a menudo el globo en los jeroglíficos egipcios porque tenían al arte sacerdotal como objeto. Cuando este globo está junto a una cruz es para hacer ver que el oro está compuesto de los cuatro elementos tan bien combinados que no se destruyen el uno al otro. Cuando el globo es alado es el oro que es preciso volatilizar para llegar a darle la virtud transmutativa. Un globo rodeado por una serpiente o una serpiente apoyada sobre un globo es signo de la putrefacción por la cual debe pasar antes de ser volatilizado.
Así mismo se le encuentra algunas veces alado con una serpiente sujeta debajo,[3] y entonces designa la putrefacción y la volatilización que le sigue. Pero es preciso poner atención en que hablo del oro filosófico o Sol hermético, me creo en el deber de hacer esta observación temiendo que algún soplador tome ocasión de buscar mediante las aguas fuertes o algunos disolventes parecidos, el medio de destilar el oro común y se imagine haber dado en el blanco cuando haya llegado a hacerlos pasar juntos al recipiente.

[1] . Kircher, Obelisc. Pamph. p. 295.
[2] . R. Llull, Vade Mecum.
[3] . Kircher, Obelisc. Pamph. p. 399.

jueves, marzo 29, 2007

Anubis (1)



Diodoro de Sicilia[1] dice que Anubis fue uno de los que acompañaron a Osiris en su expedición a las Indias, que era hijo de este mismo Osiris, que llevaba como avituallamiento de guerra una piel de perro y que era, según la interpretación del abad Banier,[2] capitán de la guardia de este príncipe. El primero de estos autores aporta lo que había tomado en Egipto, y dice verdad, pero el segundo ha acusado injustamente a la mitología griega de haber confundido a Anubis con Mercurio Trismegisto, tan célebre en Egipto por sus bellos descubrimientos, por la invención de los caracteres y por el prodigioso número de libros que compuso sobre toda clase de ciencias.
Los que trasladaron la mitología de los egipcios a los griegos, tales como Museo, Orfeo, Melampo, Eumolpo, Homero, etc., no se apartaron en nada de las ideas de los egipcios y no confundieron jamás a Anubis con Trismegisto sino con otro Mercurio desconocido para el abad Banier, al menos en el sentido que estos promulgadores de la mitología lo tenían. El poco conocimiento que se tenía de este Mercurio, que en efecto acompaña a Osiris en su viaje, ha dado ocasión a los falsos razonamientos que la mayor parte de los autores han hecho sobre Anubis; no es, pues, sobre su testimonio que se han de establecer conjeturas y fundar juicios. El padre Kircher[3] es uno de los que intempestivamente confundió, en el decisivo tono que le es habitual, a Mercurio con Anubis y está falsamente persuadido de que los egipcios lo representaban bajo la figura de Anubis, sin duda ha sido equivocado por las explicaciones de los jeroglíficos egipcios dadas por Horapolo,[4] que dice que el perro era el símbolo del ministro, del consejero, del secretario de estado, del profeta, del sabio, etc. Plutarco también puede haber contribuido a equivocar a nuestros mitólogos dando a este dios el nombre de Herm-Anubis, que significa Mercurio Anubis. Apuleyo podría sin embargo haberlos sacado del error si hubieran reflexionado sobre la descripción que hace de él en estos términos: Anubis es intérprete de los dioses del cielo y de los del infierno. Tiene la cara tanto negra como de color de oro. Tiene levantada su gran cabeza de perro, llevando en la mano izquierda un caduceo y en la derecha una palma verde, que parece agitar.


Un jeroglífico antiguo, que Boisard nos ha conservado, y que se encuentra también en Kircher,[5] y en la antigüedad explicada de Montfaucon, (t.2, part.2ª, p. 314) y según la inscripción, dedicada por un gran sacerdote llamado Isias, muestra claramente lo que los egipcios entendían por Anubis. Este Isias dedicó este jeroglífico a los dioses hermanos θεοί αδελφι y dice que estos dioses, es decir, Serapis u Osiris y Apis y Anubis son los dioses synthrônes o participantes del mismo trono en Egipto. Isias muestra mediante esta inscripción que estaba más al caso de la naturaleza de estos dioses y de su genealogía que muchos de los antiguos autores griegos y latinos y de lo que lo están aún hoy día muchos mitólogos. La fraternidad de estos tres dioses zapa los fundamentos de todas sus explicaciones, contradice a Plutarco que dice que Anubis era hijo de Nefté, que lo parió, según él, antes del tiempo por el terror que tenía a Tifón su marido y que éste fue el que, aunque muy joven, recibió de Isis, su tía, la primera noticia de la muerte de Osiris. Ello no se acuerda con Diodoro que hace a Anubis hijo de Osiris. Pero si nuestros mitólogos penetraran en las ideas de Isias verían que estas contradicciones son aparentes y que estos tres autores hablan realmente de un sólo y único sujeto, aunque se expresen diversamente. Diodoro y Plutarco aportan las tradiciones egipcias tal como las habían tomado sin saber lo que significaban, al contrario de Isias que estaba instruido en los misterios que encerraban. Esto se juzgará por la explicación siguiente.

[1] . Diodoro de Sicilia, lib. 1.
[2] . Banier, Mitología, t. 1, p. 496.
[3] . Kircher, Obelisc. Pamph. p. 292.
[4] . Horapolo, lib. 1, Explicat. 39.
[5] . Kircher, op. cit. p. 294.

miércoles, marzo 28, 2007

Harpócrates (2)



Plutarco tiene razón al decir que Harpócrates era emplazado en la entrada de los templos para advertir a los que conocían a estos dioses que no hablaran temerariamente, esto no afecta, pues, al pueblo que tomaba por la letra lo que se contaba de estos dioses y que, en consecuencia, ignoraba de qué se trataba. Los sacerdotes tenían siempre al dios del silencio ante los ojos para recordarles el tener cuidado en divulgar el secreto que les era confiado. Además se les obligaba a ello bajo pena de muerte y se tenía la prudencia de hacer cumplir esta ley. Egipto habría corrido grandes peligros si las otras naciones hubieran sido informadas con certitud que los sacerdotes egipcios poseían el secreto de hacer oro y de curar todas las enfermedades que afligen al cuerpo humano. Hubieran tenido que sostener muchas guerras sangrientas. La paz jamás hubiera hecho sentir allí sus dulzuras. Los mismos sacerdotes habrían sido expuestos a perder la vida por parte de los reyes divulgando el secreto y por parte de aquellos de entre el pueblo a los que hubieran rehusado decírselo, cuando se les hubiera presionado a hacerlo. Además se sufrirían las consecuencias de una tal revelación por parte de quienes se volvieran extremadamente impertinentes para el estado mismo.
Sólo habría subordinación en la mayor parte de la sociedad y todo el orden habría sido trastornado. Estas razones bien reflejadas en todos los tiempos han hecho tan gran impresión en los filósofos herméticos que todos los antiguos no han querido declarar lo que era objeto de sus alegorías y de las fábulas que inventaban. Tenemos aún una gran cantidad de obras donde la gran obra es descrita enigmáticamente o alegóricamente, estas obras están entre las manos de todo el mundo, y sólo los filósofos herméticos leen en el sentido del autor, mientras que los otros no lo descubren y ni siquiera lo suponen. De ahí que los sumerios hayan agotado su erudición para hacer comentarios que no satisfacen en nada a la gente sensata, porque sienten que todos los sentidos que se les presentan son forzados. Es preciso juzgar lo mismo de casi todos los autores antiguos que nos hablan del culto de los dioses de Egipto.
Sólo hablan para el pueblo que no estaba en el caso. Incluso Herodoto y Diodoro de Sicilia que habían interrogado a los sacerdotes y que hablan de sus respuestas, no nos dan ninguna aclaración. Los sacerdotes les daban el cambio, como lo dieron al pueblo; así mismo se cuenta cómo un sacerdote egipcio, llamado León, actuó de esta manera con Alejandro, que quería que se le explicara la religión de Egipto. Él respondió que los dioses que el pueblo adoraba sólo eran antiguos  reyes de Egipto, hombres mortales como los otros hombres. Alejandro lo creyó tal como se le había dicho y mandó, se dice, a su madre Limpia recomendándole echar su letra al fuego, a fin de que el pueblo de Gracia, que adoraba a los mismos dioses, no fuera instruido y que el miedo que se le había inculcado respecto a estos dioses lo retuviera en el orden y la subordinación.
Los que habían hecho las leyes para la sucesión al trono habían tenido, por todas las razones que hemos deducido, la sabia precaución de evitar todos estos desórdenes ordenando que los reyes fueran tomados de entre el número de los sacerdotes, que sólo comunicaban este secreto a aquellos de sus hijos y a otros sacerdotes como ellos que fueran juzgados dignos tras una larga prueba. Esto es lo que les hizo empeñarse en prohibir la entrada en Egipto a los extranjeros durante tiempo o a obligarles, mediante afrentas con peligro de sus vidas, a salir de allí cuando habían entrado. Psamético fue el primer rey que permitió el comercio de sus súbditos con los extranjeros y desde aquel momento algunos griegos, deseosos de instruirse, se trasladaron a Egipto, donde tras las pruebas requeridas fueron iniciados en los misterios de Isis y los llevaron a su patria bajo la sombra de las fábulas y las alegorías imitando a las de los egipcios. Es lo que hicieron también algunos sacerdotes de Egipto, que a la cabeza de muchas colonias fueron a establecerse fuera de su país, pero todos guardaban escrupulosamente el secreto que se les había confiado y, sin cambiar el objeto variaban las historias bajo las cuales lo envolvían. De ahí han venido todas las fábulas de Grecia y las de otros, como lo veremos en los siguientes libros.
El secreto[1] fue siempre el atributo del sabio y Salomón nos enseña que no se debe revelar la sabiduría a los que pueden hacer un mal uso de ella o que no son capaces de guardarlo con prudencia y discreción.[2] Es por lo que los antiguos hablaron mediante enigmas, parábolas, símbolos, jeroglíficos, etc., a fin de que sólo los sabios extrajeran y comprendieran alguna cosa.

[1] . Véase esta Virgen Harpocrática de Louis Cattiaux en el contexto de la obra de este autor, Física y Metafísica de la Pintura, Arola Editors, Tarragona 1998, p. 132. N. del T.[2] . Los sabios guardan la sabiduría. Proverbios, 10, 14. El hombre cuerdo encubre su saber. Ibid. 12, 23. Trata tu causa con tu compañero y no descubras el secreto a otro. Ibid. 25, 9. El que anda en chismes descubre el secreto. Ibid. 20, 19. Gloria de Dios es encubrir un asunto, pero honra del rey es escudriñarlo. Ibid. 25, 2.

martes, marzo 27, 2007

Harpócrates (1)



Es unánime el sentimiento de todos los autores respecto a Harpócrates, pues es considerado como el dios del silencio, y es verdad que en todos los monumentos donde está representado su actitud es de llevar el dedo a la boca, para señalar, dice Plutarco[1] que los hombres que conocieron a los dioses, en los templos en que Harpócrates estaba emplazado, no debían hablar temerariamente. Esta actitud le distingue de todos los otros dioses de Egipto, con los cuales tenía a menudo alguna relación por los símbolos que le acompañan. De ahí viene que muchos autores lo hayan confundido con Horus y hayan dicho que era hijo de Isis y de Osiris. En todos los templos de Isis y de Serapis se veía otro ídolo llevando el dedo sobre la boca y este ídolo es sin duda aquel del que habla San Agustín[2] después de Varrón, que decía que había una ley en Egipto para prohibir bajo pena de muerte el decir que estos dioses habían sido hombres. Este ídolo no podía ser otro que Harpócrates, que Ausonio llama Sigaleon.
Confundiendo a Horus con Harpócrates se encuentra uno en la necesidad de decir que eran el uno y el otro el símbolo del Sol y al decir verdad algunas figuras de Harpócrates adornadas con rayos, o sentado sobre el loto, o que llevaban un arco y un manojo de flechas o carcaj, han dado lugar a este error.
En este caso haría decir que los egipcios tenían de la discreción del Sol otra idea diferente de la que tenían los griegos. Si Harpócrates era el dios del silencio y era al mismo tiempo el símbolo del Sol en los primeros, no podía ser el uno y el otro en los segundos, puesto que Apolo o el Sol, según los griegos, no pudo guardar el secreto sobre el adulterio de Marte y de Venus. Sin embargo tenían los unos y los otros la misma idea de Harpócrates y lo consideraban como el dios del secreto que se conservaba en el silencio y se desvanecía por la revelación. En consecuencia, Harpócrates no era el símbolo del Sol, pero los jeroglíficos que acompañan su figura tenían una relación simbólica con el Sol, es decir, el Sol filosófico del que Horus era también el jeroglífico.
Los autores que nos enseñan que Harpócrates era hijo de Isis y de Osiris dicen verdad, porque lo tenían así de los sacerdotes de Egipto, pero estos autores tomaron esta generación en el sentido natural, en lugar de los sacerdotes filósofos que lo decían en un sentido alegórico. Puesto que todos los griegos y los latinos estaban convencidos de que estos sacerdotes mezclaban siempre el misterio en sus palabras, sus gestos, sus acciones, sus historias y sus figuras, y que las consideraban todas como símbolos, es sorprendente que estos autores hayan tomado por la letra tantas cosas que nos aportan de los egipcios. Sus testimonios los condenan respecto a esto. Nuestros mismos mitólogos y nuestros anticuarios hubieran debido de poner más atención. El secreto del que Harpócrates era el dios, era en verdad el secreto en general que se debía de guardar sobre todo lo que nos es confiado. Pero los atributos de Harpócrates nos indican el objeto del secreto en particular del que trataban los sacerdotes de Egipto. Isis, Osiris, Horus o más bien lo que representan simbólicamente, eran el objeto de este secreto. Ellos fueron la materia, ellos facilitaron el sujeto, lo hicieron nacer, él sacó, pues, su existencia de ellos, y se podría decir en  consecuencia que Harpócrates era hijo de Isis y de Osiris.

Si como lo ha pretendido probar el ilustre señor Cuper en su tratado sobre Harpócrates, se debe considerar a este dios como una misma persona con Orus, ¿por qué todos los antiguos los distinguieron? ¿por qué Orus no ha pasado jamás por ser el dios del silencio? Y ¿por qué no se le vio en ningún monumento representado de la misma manera y con los mismos símbolos? Yo sólo veo un parecido y es que el uno y el otro se encuentran bajo la figura de un niño, pero aún y así diferentes, pues Orus está casi siempre envuelto en pañales o sobre las rodillas de Isis que lo amamanta, al contrario que Harpócrates que a menudo es un joven o también un hombre ya hecho.
El gato aullando, el perro, la serpiente, no fueron jamás símbolos dados a Orus, y todo lo que pudieran tener en común son los rayos que se han puesto a la altura de la cabeza de Harpócrates y el cuerno de la abundancia, tal como se ve en muchos lugares en la antigüedad explicada de Dom Bernard de Montfaucon. Pero se ha de señalar que Harpócrates jamás se encuentra representado con la cabeza resplandeciente sin que tenga junto a él algún otro símbolo. La serpiente, el gato y el perro son símbolos que convienen perfectamente al dios del secreto y de ningún modo a Orus, tomado por el Sol. El gato aullando era el pájaro de Minerva, diosa de la sabiduría; la serpiente fue siempre un símbolo de prudencia y el perro un símbolo de fidelidad. Dejo al lector hacer su aplicación.
Los otros símbolos dados a Harpócrates significan el objeto mismo del secreto que recomienda poniendo el dedo sobre la boca, es decir, el oro o el Sol hermético, por la flor de loto sobre la cual se le encuentra algunas veces sentado o que lleva sobre la cabeza, por los rayos que envuelven su cabeza y en fin, por el cuerno de la abundancia que sostiene, puesto que el resultado de la gran obra o elixir filosófico es el verdadero cuerno de Amaltea, siendo la fuente de riquezas y de salud.
[1] . Plutarco, Isis y Osiris.
[2] . S. Agustín, La Ciudad de Dios, lib. 18 cap. 5.

lunes, marzo 26, 2007

Historia de Tifón (2)

Los historiadores relatan también que los egipcios tenían al mar como abominación porque creían que era Tifón y lo llamaban espuma o saliva de Tifón,[1] nombres que también daban a la sal marina. Pitágoras, instruido por los egipcios, decía que el mar era una lágrima de Saturno. La razón que tenían era que el mar, según ellos, era un principio de corrupción, puesto que el Nilo que les procuraba tantos bienes, se viciaba al mezclarse con él. Estas tradiciones nos enseñan todavía que Tifón hizo perecer a Orus en el mar donde lo precipitó y que Isis, su madre, lo recogió de allí y lo resucitó.
Hemos dicho que Osiris era el principio ígneo, dulce y generativo, que la naturaleza emplea en la formación de los mixtos y que Isis
era el húmedo radical, pues es preciso no confundir al uno con el otro puesto que difieren entre ellos como el humo y la llama, la luz y el aire, el azufre y el mercurio. El humor radical es en los mixtos el asiento y el alimento del calor innato o fuego natural y celeste y se vuelve como el lazo que lo une con el cuerpo elemental; esta virtud ígnea es como la forma y el alma del mixto. Es por lo que hace el oficio de macho y el humor radical hace, en tanto que húmedo, la función de hembra, son pues, como hermano y hermana y su reunión constituye la base del mixto. Pero estos mixtos no están compuestos tan sólo del humor radical, en su formación de las partes homogéneas, pues partes impuras y terrestres se unen a él para completar los cuerpos de los mixtos, y estas impurezas groseras y terrestres son el principio de su corrupción, a causa de su azufre combustible agrio y corrosivo que actúa sin cesar sobre el azufre puro e incombustible. Estos dos azufres o fuegos son, pues, dos hermanos, pero hermanos enemigos, y por la destrucción diaria de los individuos se puede uno convencer que lo impuro vence
sobre lo puro. Estos son los dos principios bueno y malo de los que hemos hablado en los capítulos primero y segundo de este libro.
 
Sentado esto, no es difícil concebir el por qué se hace de Tifón un monstruo espantoso, siempre dispuesto a hacer el mal y que tuvo incluso la audacia de hacer la guerra a los dioses. Los metales abundan de este azufre impuro y combustible que los corroe y los convierte en herrumbre, cada uno en su especie. Los dioses habían dado sus nombres a los metales y es por lo que Herodoto[2] dice que los egipcios contaban primeramente sólo ocho grandes dioses, es decir, los siete metales y el principio del que eran compuestos. Tifón era nacido de la tierra grosera siendo el principio de la corrupción. Él fue la causa de la muerte de Osiris, porque la corrupción se hace mediante la solución que hemos explicado hablando de la muerte de este príncipe. Las plumas que cubrían la parte superior del cuerpo de Tifón y su altura, que llevaba su cabeza hasta las nubes,  indican la volatilidad y su sublimación en vapores. Sus piernas y sus nalgas cubiertas de escamas y las serpientes que le salían de todos los lados son el símbolo de su acuosidad corrosiva y putrescente.
El fuego que echa por la boca señala su adustibilidad corrosiva y designa su pretendida fraternidad con Osiris, porque éste es un fuego oculto, natural y vivificante y el otro es un fuego tirano y destructivo. Es por lo que Espagnet lo llama tirano de natura y fraticida del fuego natural, lo que conviene perfectamente a Tifón. Las serpientes son para los filósofos ordinariamente el jeroglífico de la disolución y de la putrefacción, también se conviene en que Tifón no difiere en nada de la serpiente Pitón, muerta por apolo. Se sabe también que Apolo y Horus eran considerados como el mismo dios.
Este monstruo no se contenta con haber hecho morir a su hermano Osiris, también precipitó a su sobrino Horus en el mar, después de ser ayudado por una reina de Etiopía. No se puede designar más claramente la resolución en agua del Horus o el Apolo filosófico, que haciéndolo precipitar en el mar; la negrura que es la señal de la solución perfecta y de la putrefacción llamada muerte por los adeptos, se ve en esta reina de Etiopía. Esta materia corrompida y podrida es precisamente esta espuma o saliva de Tifón en la cual Orus fue precipitado y sumergido. Ella es verdaderamente una lágrima de Saturno, puesto que el color negro es el Saturno filosófico. Finalmente Isis resucitó a Horus, es decir, que el Apolo filosófico, tras haber sido disuelto, podrido y vuelto negro, pasa de la negrura a la blancura llamada resurrección y vida en el estilo hermético. El padre y la madre se reunieron entonces para combatir a Tifón o la corrupción y tras haberle vencido reinaron gloriosamente, primero la madre o Isis, es decir, la blancura y después de ella Orus su hijo o la rojez.
Sin recurrir a tantas explicaciones, sólo las supuestas tumbas de Tifón nos hacen entender lo que se pensaba de este monstruo, padre de tantos otros, como explicamos en los capítulos que les conciernen. Unos dicen que Tifón se tiró a un pantano donde pereció, otros que fue fulminado por Júpiter y que pereció por el fuego. Estos dos géneros de muerte son bien diferentes y sólo la química hermética puede acordar esta contradicción; Tifón pereció, en efecto, por el agua y por el fuego al mismo tiempo, pues el agua filosófica, o el menstruo fétido, o el mar de los filósofos, que es una misma agua formada por la disolución de la materia, es también un pantano puesto que estando encerrado en el vaso no tiene corriente. Esta agua es un verdadero fuego, dicen casi todos los filósofos, puesto que quema con tanta fuerza y actividad como lo hace el fuego elemental. Los químicos queman con el fuego y nosotros quemamos con el agua –dicen Ramón Llull y Ripley– Nuestra agua es un fuego –añade este último–[3] que quema y atormenta los cuerpos tanto como el fuego del infierno.
Cuando dice que Júpiter lo fulminó es que el color gris o el Júpiter de los filósofos es el primer dios químico que triunfa de los titanes, o que sale victorioso de la negrura y de la corrupción. Entonces el fuego natural de la piedra empieza a dominar. Horus viene en ayuda de su madre y Tifón queda vencido. Es suficiente comparar la historia, o más bien la fábula de Pitón con la de Tifón para ver claramente que las explicaciones que acabo de dar expresan la verdadera intención del que inventó estas alegorías. En efecto, la serpiente Pitón nace en el barro y el limo y Tifón nació de la tierra, el primero pereció en el mismo fango que le vio nacer, tras haber combatido contra Apolo, el segundo murió, entonces, en un pantano tras haber hecho la guerra a los dioses y particularmente a Horus, que es el mismo que Apolo y por el cual fue vencido. Estos hechos no requieren ninguna explicación.

[1] . Kircher, Obelis. Pamph. p. 155.
[2] . Herodoto, Euterpe.
[3] . Las Doce Puertas.

domingo, marzo 25, 2007

Historia de Tifón (1)

Diodoro[1] hace nacer a Tifón de los titanes. Plutarco[2] lo llama hermano de Osiris y de Isis, otros enuncian que nació de la Tierra, cuando la irritada Juno la hirió en el pié; explican cómo el temor que tuvo de Júpiter le hizo huir a Egipto, donde no pudiendo soportar el calor del clima se precipitó a un lago donde pereció. Hesíodo nos hace de ello una de las descripciones más horrendas,[3] la cual parece haber copiado Apolodoro. La Tierra, dicen, ofendida de furor porque Júpiter había fulminado a los titanes, se unió con el Tártaro y haciendo un último esfuerzo engendró a Tifón. Este espantoso monstruo tenía un tamaño y una fuerza superior a todos los otros juntos. Su altura era tan enorme que sobrepasaba en mucho a las más altas montañas y su cabeza penetraba hasta los astros. Sus brazos extendidos tocaban desde el oriente al occidente y de sus manos salían cien dragones
que lanzaban sin cesar su lengua de tres puntas. Innumerables víboras salían de sus piernas y de sus nalgas y se enroscaban en diferentes circunvoluciones extendiéndose a todo lo largo de su cuerpo con silbidos tan horribles que espantaban a los más intrépidos. Su boca exhalaba llamas, sus ojos eran carbones ardientes, con una voz más terrible que el trueno, unas veces mugía como un toro, otras rugía como un león y a veces ladraba como un perro. Toda la parte superior de su cuerpo estaba cubierta de plumas y la parte inferior estaba cubierta de escamas. Tal era este Tifón, temible para los mismos dioses, pues osó lanzar contra el Cielo rocas y montañas produciendo horrorosos aullidos, los dioses fueron espantados de tal manera que no creyéndose a salvo en el Cielo, huyeron a Egipto y se pusieron a resguardo de las persecuciones de este monstruo ocultándose bajo la forma de diversos animales.
Se ha buscado explicar moralmente, históricamente y físicamente lo que los antiguos autores han dicho de Tifón. Las aplicaciones que se han hecho algunas veces han sido bastante acertadas, pero a los mitólogos jamás les ha sido posible explicar completamente la fábula mediante el mismo sistema. Su matrimonio con Equidna le hizo padre de diversos monstruos dignos de su origen, tales como la Gorgona, el Cerbero, la Hidra de Lerna, la Esfinge, el águila que desdichadamente devoraba a Prometeo, los dragones guardianes del Toisón de oro y del jardín de las Hespérides, etc. Los mitólogos para superar la dificultad en que les ponía esta fábula, que se les presentaba como uno de los misterios más oscuros de la mitología, [4] se cuidaban de decir que los griegos y los latinos ignorantes del origen de esta fábula sólo la oscurecieron durante mucho tiempo, al querer transportarla, según su costumbre, desde la historia de Egipto a la suya. Basados en las tradiciones que habían tomado mediante su comercio con los egipcios, hicieron de Tifón un monstruo tan horrible como raro, que la celosa Juno había hecho salir de la Tierra para vengarse de Latona, su rival.


Los poetas nos han conservado, mejor que los historiadores, el verdadero fondo de las fábulas y, propiamente hablando, las han desfigurado menos que ellos, puesto que se contentaron en relatarlas, embelleciéndolas en verdad algunas veces, pero sin embrollarse en discutir por qué ni cómo y en qué tiempo podían haberse hecho estas cosas, al contrario de los historiadores que buscaban acomodarlas a la historia suprimiendo algunos rasgos y mezclando conjeturas propias y algunas veces substituyendo nombres, etc. Pero finalmente ¿qué concluir de tan diferentes sentimientos? ... que es preciso buscar lo que debemos pensar de Tifón en los rasgos en los que los historiadores, los poetas y los mitólogos están de acuerdo o que difieren poco. Todos los poetas y los mitólogos dicen en concierto que Tifón fue precipitado bajo el monte Etna y los antiguos que no han emplazado allí su tumba, han escogido para esta lugares sulfurosos y conocidos por sus fuegos subterráneos, como la Campanie o cerca del monte Besubio, como lo pretende Diodoro[5] o en los campos Flegeos, como lo cuenta Estrabón[6] o en un lugar de Asia donde sale de la tierra y algunas veces del agua, otras del fuego, según Pausanias.[7] En una palabra, en todas las montañas y todos los lugares donde habían exhalaciones sulfurosas. Los egipcios contaban que había sido fulminado y que había perecido dentro de un torbellino de fuego.
Comparemos todo esto con algunas circunstancias de la vida de Tifón y, a menos que queramos obstinadamente cerrar los ojos a la luz, estaremos obligados a convenir en que toda la historia de este pretendido monstruo sólo es una alegoría que forma parte de la que los sacerdotes egipcios, o el mismo Hermes, habían inventado para velar el arte sacerdotal, puesto que según el mismo abad Banier,[8] los poetas y los historiadores griegos y latinos nos han conservado entre sus fábulas más absurdas las tradiciones de Egipto, es a estas tradiciones primitivas que debemos de atenernos. Ellas nos enseñan que Tifón era hermano de Osiris, que le persiguió hasta hacerle morir de la manera que ya hemos dicho, que seguidamente fue vencido por Isis ayudada por Horus y que pereció finalmente en el fuego.[9]

[1] . Diodoro de Sicilia, lib. 1, cap. 2.
[2] . Plutarco, Isis y Osiris.
[3] . Hesíodo, Teogonía.
[4] . Banier, Mitología, t. 1, p. 468.
[5] . Diodoro, lib. 4.
[6] . Estrabón, lib. 5.
[7] . Pausanias, Arcadia.
[8] . Banier, Mitología, T.1, p. 478.
[9] . Respecto a la Fábula de Set véase la interesante explicación que nos ofrece Emmanuel d’Hooghvorst en el Hilo de Penélope, en el capítulo Sobre el Asno Filosófico, Arola Editors, Tarragona 2000, p. 309. N. del T.



sábado, marzo 24, 2007

Historia de Horus (2)



En esta segunda operación es preciso aplicar estas expresiones de los filósofos: es preciso casar a la madre con el hijo, es decir, que tras su primera cocción se le debe de mezclar con la materia cruda de la que ha salido y cocerla de nuevo hasta que estén reunidos y sólo sean uno. Durante esta operación la materia cruda disuelve y pudre a la materia digerida, es la madre que mata a su hijo y lo mete en su vientre para renacer y resucitar. Durante esta disolución, los titanes matan a Orus y seguidamente su madre lo devuelve de la muerte a la vida. El hijo, entonces menos apegado hacia su madre de lo que ella lo estaba hacia él, dicen los filósofos,[1] hace morir a su madre y reina en su lugar. Es decir, que el fijo u Orus fija al volátil o Isis, que lo había volatilizado, pues matar, atar, encerrar, inhumar, congelar, coagular o fijar, son términos sinónimos de fijar, en el lenguaje de los filósofos, así como dar la vida, resucitar, abrir, desligar, viajar, significan la misma cosa que volatilizar.
Isis y Osiris son, pues, a título justo, reputados como los principales dioses de Egipto junto con Horus que, en efecto, reina el último, puesto que es el resultado de todo el arte sacerdotal. Esto puede ser lo que ha hecho que lo confundieran algunos con Harpócrates, dios del secreto, porque el objeto de este secreto no era otro que Orus, del que también se tenía razón al llamarlo Sol o Apolo, puesto que es el Sol o el Apolo de los filósofos. Si los anticuarios hubieran estudiado la filosofía hermética, no habrían tenido dificultad para encontrar la razón que obligó a los egipcios a representar a Horus bajo la figura de un niño, a menudo envuelto en pañales. Hubieran aprendido que Orus es el hijo filosófico nacido de Isis y de Osiris, o de la mujer blanca y del hombre rojo;[2] es por esto que a menudo se le ve en los monumentos entre los brazos de Isis que lo amamanta.
Estas explicaciones servirán de antorchas a los mitólogos, para penetrar en la oscuridad de las fábulas que hacen mención de adulterios, de incestos del padre con la hija, tal como el de Ciniras con Mirra; del hijo con su madre, tal como se aporta con el de Edipo; del hermano con la hermana, como el de Júpiter y Juno, etc. Los patricidas, matricidas, etc., no serán más que alegorías inteligibles y desveladas y no acciones que son un horror para la humanidad y que no hubieran debido de encontrar lugar en la historia. Los amantes de la filosofía hermética encontrarán cómo es preciso entender los Haced las bodas –dice Geber– meted al esposo con la esposa en el lecho nupcial; esparcid sobre ellos un rocío celeste: la esposa concebirá un hijo al que amamantará; cuando se haga grande vencerá a sus enemigos y será coronado con una diadema roja.
Venid hijos de la sabiduría –dice Hermes–[3] y regocijémonos de este momento, la muerte es vencida, nuestro hijo se ha vuelto rey, tiene un hábito rojo y ha tomado su tintura del fuego.Un monstruo dispersa mis miembros[4] tras haberlos separado, pero mi madre los reúne. Soy la antorcha de los míos; manifiesto en camino la luz de mi padre Saturno.
textos siguiendo a los adeptos.
Tengo la verdad –dice el autor del gran secreto– soy un gran pescador; acostumbro a cortejar y divertirme con mi madre que me ha llevado en su seno, la abrazo con amor, ella concibe y multiplica el número de mis hijos; ella aumenta mis semejantes, según lo que dice Hermes, mi padre es el Sol y mi madre es la Luna.
Es preciso –dice Ramón Llull–[5] que la madre que había engendrado un hijo sea sepultada en el vientre de este hijo y que sea engendrada a su vuelta.Si Osiris se halaga de una excelencia tan superior a la de los otros hombres, es porque ha sido engendrado de un padre sin simiente, el hijo filosófico tiene la misma prerrogativa y su madre, a pesar de su concepción y su alumbramiento, permanece siempre virgen, según este testimonio de Espagnet:[6] Tomad –dice– una virgen alada, puesta en cinta por la simiente espiritual del primer macho, conservando no obstante la gloria de su virginidad intacta, a pesar de su embarazo.
No terminaría nunca si quisiera daros todos los textos de los filósofos que tienen una relación palpable con las particularidades de la historia de Osiris de Isis y de Horus. Estos serán suficientes para los que quieran hacer el esfuerzo de compararlos y de hacer su aplicación.



[1] . La Turba.
[2] . El Código de verdad.
[3] . Hermes, Los Siete Capítulos.
[4] . Belín en la Turba.
[5] . Raimon Llull, Codicilio, 4.
[6] . Espagnet, La Obra secreta de la Filosofía de Hermes, can. 58.

jueves, marzo 22, 2007

Historia de Horus (1)



Muchos autores han confundido a Horus u Orus con Harpócrates, pero no discutiré aquí las razones que les ha podido determinar a ello. El sentimiento más admitido es que Horus era hijo de Osiris y de Isis y el último de los dioses de Egipto, no es que lo fuera en mérito, sino por la determinación de su culto y porque es, en efecto, el último de los dioses químicos, siendo el oro hermético o el resultado de la obra. Es este Orus o Apolo por el cual Osiris emprendió tan gran viaje y sufrió tantos trabajos y fatigas. Es el tesoro de los filósofos, de los sacerdotes y de los reyes de Egipto, el hijo filosófico nacido de Isis y de Osiris, o si se desea mejor, Apolo nacido de Júpiter y de Latona. Pero se dirá que los autores han considerado a Apolo, Osiris e Isis como hijos de Júpiter y de Juno, Apolo, pues, no puede ser hijo de Isis y de Osiris. Así mismo algunos autores dicen que el Sol fue el primer rey de Egipto, seguidamente Vulcano, después Saturno, finalmente Osiris y Horus. Todo esto podría causar embrollo y presentar dificultades insuperables en un sistema histórico, pero en cuanto a la obra hermética no se encuentra ninguna dificultad, nueva prueba de que ella era el objeto de todas estas ficciones. El agente y el paciente en la obra, al ser homogéneos, se reúnen para producir un tercero semejante a ellos que procede de los dos, el Sol y la Luna son su padre y su madre, dice Hermes, y los otros filósofos también, después de él.
Estos nombres de Sol y Luna dados a muchas cosas, causan un equívoco que ocasiona todas estas dificultades; es de esta fuente que salen todas las cualidades de padre, madre, hijo, hija, abuelo, hermano, hermana, tío, esposo y esposa, y tantos otros nombres parecidos, que sirven para explicar los pretendidos incestos y los adulterios tan a menudo repetidos en las fábulas antiguas. Sería preciso ser filósofo hermético o sacerdote de Egipto para desarrollar todo esto, pero Harpócrates recomienda el secreto y no se debe esperar que sea violado al menos claramente.  

Lo que que se puede concluir, más bien de la buena fe y de la ingenuidad que de la indiscreción de algunos adeptos, es, que la materia de la obra es el principio radical de todo, pero que es en particular el principio activo y formal del oro, es por lo que se vuelve oro filosófico mediante las operaciones de la obra, imitando a las de la naturaleza. Esta materia se forma en las entrañas de la tierra y es llevada por las aguas de las lluvias animadas por el espíritu universal, esparcido en el aire, y este espíritu saca su fecundidad de las influencias del Sol y de la Luna, que por este medio se vuelven el padre y la madre de esta materia. La tierra es la matriz donde esta simiente es depositada y por eso se encuentra allí como su nodriza. El oro que se forma es el Sol terrestre. Esta materia es donde el sujeto de la obra es compuesto de dos substancias, la una fija y la otra volátil, la primera ígnea y activa, la segunda húmeda y pasiva, a las cuales se ha dado el  nombre de Cielo y Tierra, Saturno y Rea, Osiris e Isis, Júpiter y Juno, y el principio ígneo o fuego de naturaleza que allí está encerrado y que ha sido llamado Vulcano, Prometeo, Vesta, etc. De esta manera Vulcano y Vesta que es el fuego de la parte húmeda y volátil, son propiamente el padre y la madre de Saturno lo mismo que el Cielo y la Tierra, porque los nombres de estos dioses no se dan solamente a la materia todavía cruda e indigesta tomada antes de la preparación que le da el artista en concierto con la naturaleza, sino todavía durante la preparación y las operaciones que le siguen. Todas las veces que esta materia se vuelve negra es el Saturno filosófico, hijo de Vulcano y de Vesta, que son ellos mismos hijos del Sol por las razones que hemos dicho. Cuando la materia se vuelve gris tras el negro es Júpiter, luego se vuelve blanca y es la Luna, Isis, Diana, y cuando llega al rojo es Apolo, Febo, el Sol, Osiris. Júpiter es, pues, hijo de Saturno, Isis y Osiris hijos de Júpiter. Pero como el color gris no es uno de los principales de la obra la mayor parte de los filósofos no lo mencionan y pasan de golpe del negro al blanco, Isis y Osiris son comparados a Saturno y se vuelven sus hijos primogénitos, conforme a las inscripciones que hemos aportado.

Isis y Osiris son, pues, hermano y hermana, ya sea que se los observe como principios de la obra, ya sea que se les considere como hijos de Saturno o de Júpiter. Así mismo Isis se encuentra como madre de Osiris, puesto que el color rojo nace del blanco. Pero se dirá ¿cómo pueden ser esposo y esposa? Si se pone atención a todo lo que hemos dicho se verá que lo son bajo todos los puntos de vista en que se les pueda considerar, pero lo son más abiertamente en la producción del Sol filosófico llamado Horus, Apolo o azufre de los sabios, puesto que está formado de estas dos substancias fija y volátil reunidas en un todo fijo, llamado Orus. 

Cuando se hace abstracción de la preparación o primera operación de la obra, (lo que es muy usado entre los filósofos, que comienzan sus tratados del arte sacerdotal o hermético por la segunda operación) como el oro filosófico ya está hecho y es preciso emplearlo como base de la segunda obra, entonces el Sol se encuentra como primer rey de Egipto; él contiene el fuego de naturaleza en su seno y este fuego, actuando sobre las materias, produce la putrefacción y la negrura; he aquí de nuevo a Vulcano hijo del Sol, y a Saturno hijo de Vulcano. Osiris e Isis vendrán seguidamente y finalmente Orus, por la reunión de su padre y de su madre.