Ya,
en alguna ocasión, he apuntado el paralelismo que existe entre el DICCIONARIO
MITO-HERMÉTICO de Pernety y LAS FÁBULAS EGIPCIAS Y GRIEGAS, de este mismo
autor, pues uno aclara muchos conceptos del otro y el otro explica el sentido
del concepto aclarado y su procedencia, entre otros detalles.
Como
el buscador sabe, no es un lenguaje fácil el alquímico mito-hermético, y creo
que no está demás releer lo que el mismo Pernety dice al respecto en su “diccionario”,
precisamente en el vocablo:
LENGUAJE: Los Filósofos no
expresan el verdadero sentido de sus pensamientos en lengua vulgar y no hay que
interpretarlos según las ideas que presentan los términos en uso para expresar
cosas comunes; el sentido que presenta la letra no es el suyo. Hablan a través
de enigmas, metáforas, fábulas, similitudes y cada Filósofo las emplea según la
manera que le conviene.
Un Adepto Químico explica
sus operaciones filosóficas en términos tomados de las operaciones de la
química vulgar: hablará de destilaciones, sublimaciones, calcinaciones, etc.,
de los hornos, de los vasos, de los fuegos en uso entre los químicos, como han
hecho Geber, Paracelso, etc. Un hombre de guerra hablará de asedios, de
batallas, como Zachaire. Un hombre de Iglesia hablará en términos de moral,
como Basilio Valentín en su Azoth. En
una palabra: han hablado tan oscuramente, en términos tan distintos y en
estilos tan variados, que hay que estar al caso para entenderles e incluso un
Filósofo estaría apurado con frecuencia si hubiera de explicar totalmente a
otro.
Unos han variado los
nombres y cambiado las operaciones; otros han comenzado sus libros por la mitad
de las operaciones, otros por el final; algunos han entremezclado
sofisticaciones, aquel ha omitido alguna cosa, éste ha añadido de superfluas;
uno dice que toméis tal cosa, y el otro que no hay que tomar esa misma cosa.
Rupescissa sostiene que el Vitriolo romano es la verdadera materia de los
filósofos, pero aquellos que aceptan a Rupescissa como Adepto os recomiendan
que no toméis el Vitriolo, ni romano ni ningún otro. Vamos a explicar todo esto
con ejemplos:
Merlín y Denis Zachaire
exponen la obra bajo la alegoría de un Rey que se arma contra sus enemigos, el
primero, para combatirlos, el segundo para sostener un asedio. Merlín dice que
el Rey, antes de montar a caballo, pidió beber de un agua a la que amaba mucho
y que bebió tanto de ella que quedó indispuesto hasta la muerte, que una
medicina le resucitó y que montó a caballo, combatió a sus enemigos y les
venció. Esta agua no es otra cosa que el Mercurio de los Filósofos, que su Oro,
llamado Rey, bebe con ardor porque son de la misma naturaleza y porque, como
dicen los filósofos “la naturaleza ama la naturaleza, naturaleza se complace en
su naturaleza y según el proverbio vulgar: “Cada cosa ama a la que es
semejante”. El mercurio filosófico es un agua disolvente, la disolución es una
especie de muerte, pues no se cumple perfectamente sino en la putrefacción. He
aquí la muerte del Rey. Este Rey resucita porque la putrefacción es el
principio de la generación. Corruptio
unius est generatio alterius, cosa que queda probada en muchos textos de
otros filósofos.
Bassen, en la Turba, dice: “Poned al Rey en el baño a
fin de que supere (o bien, sobrenade, N.
del T.) a la Naturaleza. Esta agua es la fuente del Trevisano, en la que
entra sólo el Rey para purificarse, allí muere y resucita, pues la misma agua,
mata y vivifica. Los Filósofos también han dado el nombre de vida y
Resurrección al color blanco que sucede al negro, y han llamado muerte a este
último.
Denis Zachaire se ha
explicado más extensamente, pero de forma alegórica: en el asedio de la ciudad
que imagina, habla de la materia bajo el nombre de aquel que soporta el asedio
y el de aquellos que lo realizan, y da una idea de los colores que aparecen a
esta materia sucesivamente, indicando los colores de los estandartes y banderas
de unos y otros.
Otros han explicado
parabólicamente. El Rey Arturo, por ejemplo, dice en la Turba: “Una gran Tesorera cayó enferma a causa de diversas
enfermedades, opilación, hidropesía, parálisis… Estaba extremadamente amarilla
desde lo alto de la cabeza hasta el pecho, del pecho hasta los muslos estaba
blanca e hinchada y paralítica hasta abajo. Dijo a su médico que le fuera a
buscar, sobre la más alta montaña entre todas, dos plantas de una propiedad y
virtud superior a la de todas las demás plantas. Se las trajo, se ciñó a ellas
y desde aquel momento se encontró curada de todas sus enfermedades. Ella
reconoció este servicio de su médico con riquezas infinitas.”
Hermes, o alguien bajo su
nombre, ha hablado de la obra con un estilo problemático y ha dicho: “He
considerado al raro y admirable pájaro de los Filósofos que vuela perpetuamente
en el signo de Aries. Si se le divide, si se le disuelve en muchas partes,
aunque pequeño, y que su oscuridad sea dominante, permanecerá, como si fuera de
temperamento y complexión terrestre. Cuando se manifiesta bajo diversos colores
es llamado bronce, plomo, etc., siendo, a continuación, quemado con un fuego
violento, por espacio de cuatro días como mínimo, de siete como medio y de diez
como máximo, será llamado tierra de plata; ella es, en efecto, de una gran
blancura y es llamada Aire, Goma de oro y Azufre. Toma una parte de aire y
ponla con tres partes del oro aparente; lo pondrás todo al baño como mínimo
veinte días, como medio, treinta y como máximo, cuarenta y te dará tu Bronce,
verdadero fuego de los Tintoreros, reconciliando a los peregrinos, llamado
fuego de oro, etc. Este excelente azufre ha de ser guardado cuidadosamente pues
sirve para muchas cosas.”
Aristeo se explica con un
estilo típico cuando dice: “Paseando nosotros por la orilla del mar vimos que
los habitantes de las costas yacían juntos pero no engendraban; plantaban árboles y sembraban plantas que no
fructificaban; entonces les dijimos: si hubiese un filósofo entre vosotros
vuestros hijos engendrarían y se multiplicarían, vuestros árboles
fructificarían y no morirían, vuestros frutos se conservarían y vosotros
seríais Reyes intrépidos que venceríais a todos vuestros enemigos. Nosotros
demandamos al rey a su hijo Gabertín y a su hermana Beia, que era una muchacha
bella y muy blanca, delicada y perfectamente amable; juntamos el hermano a la
hermana y Gabertín murió casi de inmediato. El rey, al ver esto, nos encarceló
y a fuerza de súplicas y oraciones, habiendo obtenido su hija Beia, estuvimos
ochenta días en las tinieblas de la prisión y después de haber desecado todas
las tempestades del mar, hicimos llamar al rey y le entregamos a su hijo vivo,
por lo cual hicimos alabanzas a Dios.”
Todas estas maneras de
explicarse conforman un lenguaje extremadamente difícil de entender, pero
algunos filósofos, para velar mejor aún su obra han empleado el enigma. El
Cosmopolita, entre otros, ha formulado uno de muy largo a continuación de sus Doce Tratados. Supone que, viajando del
polo Ártico al polo Antártico fue proyectado a la orilla; allí, una ensoñación
se apoderó de él, mientras veía las Melusinas revolotear y nadar a las Ninfas;
estaba atento para ver si descubría al pez Echeneis en ese mar; en esto, se
durmió y el viejo Neptuno se le apareció con su tridente. Este dios le mostró
dos minas: una de oro, la otra, de acero; después le mostró dos árboles, uno
solar y el otro lunar, y le dijo que el agua para regarlos y hacerlos
fructificare se extraía del Sol y de la Luna por medio de un imán. Saturno tomó
el lugar de Neptuno y puso en el agua el fruto del árbol solar que se fundió
como el hielo en agua caliente. Esta agua –añadió-, le sirve de mujer y tiene
la propiedad de perfeccionarlo, de manera que se han perfeccionado, uno y otro tienen
la virtud de tornar a todos los otros semejantes a ellos mismos.
Los Antiguos empleaban
comúnmente las fábulas, y aquellas de los egipcios y de los griegos no han sido
inventadas sino a la revista de la Gran obra, si hemos de creer a los
Filósofos, que las han citado a menudo en sus obras. Siguiendo sus ideas yo las
he explicado en un tratado que he dado al público bajo el título de: Las
Fábulas Egipcias y Griegas Desveladas.
Algunos Filósofos han
empleado un lenguaje mudo para hablar a los ojos del espíritu; han mostrado, a
través de símbolos y de jeroglíficos, a la manera de los egipcios, tanto las
materias requeridas para la obra como sus preparaciones y con frecuencia hasta
los signos demostrativos o los colores que aparecen en esta materia en el
transcurso de las operaciones, pues es por estos signos que el artista sabe si
ha operado bien o mal.
Muchos filósofos han
añadido un discurso a estos jeroglíficos, pero esta aparente explicación es
siempre tan difícil de entender como el mismo símbolo y con frecuencia muchos
más. Tales son aquellos de Nicolás Flamel, de Senior, de Basilio Valentín, los
de Michael Maier, aunque d’Espagnet dice que estos últimos son como una especie
de anteojos que nos descubren muy claramente la verdad que los filósofos han
ocultado.