domingo, enero 13, 2008

Vulcano y Ceres, de R. Arola (artículo del traductor)



Uno de nuestros autores más apreciados del Siglo de Oro español es Calderón de la Barca, del cual una de las obras lleva por título La Vida es Sueño, y nuestro autor actual por excelencia dice en un aforismo: Da tu sueño al fuego, es el secreto del Arte.[1]
Para hablar del fuego, imprescindible para la regeneración del hombre así como para cualquier creación, citaré al también muy apreciado por nuestra persona Raimon Arola en su obra Los amores de los Dioses, basada en una serie de grabados de Gian Giacomo Caraglio, de la que ya hemos hecho mención en otra ocasión,[2] en este caso en el capítulo Vulcano y Ceres.
Tanto E. d’Hooghvorst como Raimon Arola son autores que citan a Pernety, objeto de este “blog”, y es por este motivo que los traigo a colación para mostrar la presencia de una antigua enseñanza siempre presente.
Los amores de Vulcano y Ceres –dice Arola- no se pueden relacionar con ningún mito, ni siquiera con una referencia directa de las fuentes de la mitología clásica, sino que el autor del dibujo crea una sugerente imagen a partir de la interpretación unívoca de los personajes. El punto de partida para la relación de estos dos dioses podría estar centrado en las consideraciones sobre Ceres y el ciclo vegetal, símbolo de la muerte y la resurrección, como hemos apuntado en el que analizaba los amores de Plutón y Proserpina. Para Natali Conti, la fábula de Ceres y todas aquellas cosas que sobre ellas fueron imaginadas: no contenían otra cosa que no fuera el procedimiento de la siembra, de qué modo crecen los cereales y de qué cuidado conviene hacer uso en su recolección.[3]
Ovidio escribió sobre esta diosa: Ceres, la primera que removió los terrones con el curvo arado, la primera que ofreció granos y suaves alimentos a las tierras, la primera que promulgó leyes. Todas las cosas son de Ceres.[4]
Y también Virgilio: Nutricia Ceres, si es cierto que por regalo vuestro cambió la tierra la bellota caonia por la gruesa espiga.[5]
La misma etimología de la palabra Ceres indica “crecer, brotar”. Varrón explicó sobre el sentido de su nombre: Es Ceres porque produce (gerit) las cosechas, pues los antiguos la actual c la escribían como g.[6]
Ceres equivale a la diosa griega Deméter, que simboliza la madre tierra, pues su nombre en griego primitivo está compuesto de meter ‘madre’ y da ‘tierra’. La tierra es considerada madre en la medida en que produce frutos; por ello se representa a la diosa Ceres con espigas sobre la cabeza, porque los frutos crecen y maduran gracias a ella.
Ceres es la tierra que da frutos abundantes cuando es animada por el fuego, identificado con Vulcano. Por ello Pernety escribió:
El fuego es el verdadero alimento de la piedra de los Sabios, pues nutre y aumenta su virtud, le da, o más bien manifiesta su color rojo, escondido en el centro de lo blanco.[7]
En el grabado, la transmisión del calor de Vulcano a la diosa de la vegetación se presenta por medio del beso.
Vulcano es el dios del fuego cuando éste actúa en el interior de las semillas. Paracelso lo denominó “arqueo”, que proviene del griego arché ‘principio’, pues designaba el fuego central de la tierra y el principio de vida. Según la hermenéutica de la mitología homérica, Vulcano es hijo de Júpiter y, en su infancia, fue expulsado brutalmente del Olimpo, lo cual significa que “Vulcano precipitado de los cielos indica que el fuego del “arqueo” es una porción, un derivado del fuego celeste”.[8] Júpiter representa el fuego del cielo, la fuerza interior del alma del mundo, y su hijo representa el fuego central atrapado en el interior de la materia. Según Conti: Vulcano nació del aire porque el aire debilitado se convierte en fuego. Y así, mediante la fábula de éste, mostraban los cambios mutuos de los elementos. Y, al estar el fuego en la materia, se decía que era deforme e impuro.[9]
La caída de Vulcano del Olimpo enseña los cambios de los elementos, cómo el fuego se convierte en tierra y, después, cómo la tierra retorna al fuego. El verso de Virgilio “Allí mora Vulcano, por él recibe la isla el nombre de Vulcania”, [10] Blaise de Vigenère lo comenta de la siguiente manera: Esto es para mostrar que el fuego está en una y otra región, la celeste y la elemental, pero de un modo distinto. Han constituido, por otra parte, cuatro tipos de fuegos: el del mundo inteligible, que es todo de luz; el celeste, que participa del calor y de la luz; el elemental de aquí abajo, de luz calor y ardor; y el infernal, al contrario del inteligible, de ardor y abrasamiento, sin luz.[11]
Pero así como el fuego desciende del mundo inteligible al mundo infernal, también puede subir del mundo infernal al inteligible. Este retorno se constata en los rituales mistéricos enseñados por Ceres, en los cuales los iniciados primero debían bajar al mundo más profundo y oscuro, para después remontar hacia la luz. Devolviendo la luz a su origen, también se alcanzaba la inmortalidad. En La Divina Comedia de Dante se reproduce el misterio. E. d’Hooghvorst lo explica de la siguiente manera:
Era preciso que Virgilio le revelara el verdadero camino de inmortalidad: “Deberás –le dijo- hacer otro viaje si quieres escapar de este lugar salvaje (I, 9 a 33), […] si quieres salvarte de esta ogresa que lo devora todo, de este sueño ávido y destructor”. Entonces Virgilio le mostró el sendero tenebroso que conduce al centro del Universo, “donde los pesos convergen de todas partes”(XXXIV, 111), lugar de las riquezas congeladas, sobre cuya consistencia se levanta el Purgatorio, también llamado “La Puerta de San Pedro”(I, 134). Éste es el sendero de los héroes. También se denomina “sendero de Hermes” donde Dante reconoció la Vía derecha o “vía de la derecha”, deseo de su corazón. En la enseñanza de Virgilio reencontró su “primer propósito”. “Con tus palabras, me has tan bien dispuesto el corazón para seguirte, que he vuelto a mi primera idea…”(II, 136, etc.)[12]
El lugar a donde conducía el sendero de Hermes se alegorizaba en la antigüedad por la cornucopia, que en el grabado se observa a los pies de la diosa. Dicho cuerno es la imagen de los frutos abundantes del hombre regenerado, en tanto que los cuernos nacen de la cabeza, sede del pensamiento. El emblema CXVIII de Alciato lleva por título “La fortuna es compañera de la virtud” y el epigrama siguiente: El caduceo con las sierpes enroscadas y las alas gemelas se alza entre los cuernos de Amaltea: quiere decir que los hombres de mente poderosa y elocuente son muy favorecidos por la Fortuna.[13]
En una preciosa composición, que une el caduceo de Mercurio con dos cornucopias, se enseña que cuando Mercurio, el dios del pensamiento y la palabra, actúa en el hombre, entonces brotan los frutos abundantes de la fortuna, es decir, la revelación profética, que es el fruto más perfecto de la creación.
[1] . Emmanuel d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, Arola Editors, Tarragona 2000, Aforismos del Nuevo Mundo, af. 35, en p. 342.
[2] . Raimon Arola, Los Amores de los Dioses, mitología y alquimia, ed. Alta Fulla, Barcelona 1999, p. 91.
[3] . Natali Conti, Mitología, Murcia, Universidad de Murcia, 1988, p. 379.
[4] . Ovidio, Metamorfosis, V, 341-343.
[5] . Virgilio, Geórgicas, I, 7.
[6] . Varrón, De lengua Latina, Barcelona, Anthropos, 1990, p.49.
[7] . Pernety, Las Fábulas… vol. II, p. 259.
[8] . Concordancia mito.físico-cábalo-hermética, ed. Obelisco, Barcelona 1985, p. 69.
[9] . Nátali Conti, Metamorfosis, p. 717.
[10] . Virgilio, Envida, VIII, 422.
[11] . Blaise de Vigenère, Tratado del Fuego y la Sal, ed. Indigo, Barcelona 1992, p. 62.
[12] . EH, ‘Medusa y el intelecto” en La Puerta. Sufismo, ed. Obelisco, Barcelona 1988, p. 71.
[13] . Alciato, Emblemas, ed. Akal, Madrid 1985, p.156.