jueves, noviembre 30, 2006

Quinta Fatalidad, era preciso robar las cenizas de Laomedón



Es bastante difícil concebir que sea necesario profanar la
tumba de un rey y robar sus cenizas, como condición absolutamente indispensable para poder tomar una ciudad. Si esta tumba hubiera tenido un emplazamiento en la única avenida por donde se pudiera entrar en la ciudad, yo convendría en que hubiera sido necesario apoderarse de ella, pero no se ha hecho mención de nada de esto. Y además, ¿por qué robar las cenizas? ¿para qué podían servir? Se le dio a Ulises este encargo y así lo hizo. ¿Por qué Ulises mejor que otro? La razón se adivina fácilmente en mi sistema.
Se ha visto en la fatalidad precedente que eran necesarios los huesos y que de estos huesos se hacían unas cenizas. Los huesos y las cenizas son dos nombres alegóricos de dos cosas requeridas para la obra. Los autores herméticos hablan de ello en una infinidad de lugares. El cuerpo del que se ha quitado la humedad –dice Bonelo,[1]– se parece al de un muerto; necesita entonces la ayuda del fuego hasta que con su espíritu sea cambiado en tierra, y en este estado es parecido a la ceniza de un cadáver en su tumba. Quemad, pues, esta cosa sin miedo hasta que se vuelva ceniza, una ceniza apropiada para recibir su espíritu, su alma y su tintura. Nuestro latón, igual que el hombre, tiene un espíritu y un cuerpo. Cuando Dios los habrá purificado y purgado de sus enfermedades, los glorificará. Y yo os digo, hijos de la sabiduría, que gobernáis bien esta ceniza,
será glorificada y obtendréis lo que deseéis. Todos los otros se expresan en el mismo sentido. Basilio Valentín ha empleado dos o tres veces los huesos de los muertos y sus cenizas para la misma alegoría.
Se precisan, pues, unas cenizas para hacer la medicina dorada, pero las cenizas de un sujeto particular, las cenizas de Laomedón, es decir, de aquel que ha construido la ciudad de Troya y que ha perdido la vida a causa de ella. Se ha saber lo que es perder la vida en el sentido de los filósofos herméticos. Así es para Laomedón, como para los descendientes de Éaco; el uno y el otro habían trabajado en levantar la ciudad de Troya, el uno y el otro, pues, han de contribuir a su destrucción. Es por lo que los autores herméticos dicen a menudo que el fin de la obra rinde testimonio a su comienzo y que se ha de finalizar con lo que se ha empleado para empezar. Ved y examinad –dice Basilio Valentín[2]– lo que os habéis propuesto hacer y buscad lo que os puede conducir a ello, pues el fin debe responder al principio. No toméis una materia combustible, puesto que os habéis de proponer hacer una que no lo sea. No busquéis vuestra materia en los vegetales, puesto que tras haber sido quemada no os dejarían más que una ceniza muerta e inútil. Acordaos que la obra se empieza con una cosa y termina por otra, pero esta cosa contiene dos, una volátil y la otra fija. Finalmente estas dos deben reunirse en una totalmente fija, y fija de tal manera que no tema los ataques del fuego.

[1] . Bonelo, La Turba.
[2] . Basilio Valentín, Prefacio a sus Doce Llaves.

miércoles, noviembre 29, 2006

Cuarta Fatalidad, es necesario uno de los huesos de Pélope para la toma de Troya





Las tres cosas de las que hemos hablado y que se consideraban como requisitos para la toma de la ciudad de Troya, podían tener razonablemente alguna relación con tal empresa. Un guerrero bravo, con coraje como Aquiles no es de poca importancia. Las flechas eran las armas de aquel tiempo y eran necesarias, aunque no lo fuera en absoluto el hecho de que hubieran pertenecido a Hércules, pero a pesar de todo eran flechas. Se puede suponer que la idea de los griegos y los troyanos referente a la protección concedida por una diosa, tenía al menos un fundamento en su imaginación. Pero que el hueso de un hombre muerto hacía mucho tiempo, un hombre que no era considerado ni como un dios y ni siquiera como un gran héroe, se encuentre entre el número de estas fatalidades, preguntaría yo a nuestros mitólogos si ven alguna relación en ello. Por mi parte si adoptara sus sistemas, me vería obligado a confesar que no veo nada conforme a la razón.
¿Qué pueden hacer los huesos de un hombre muerto contra una ciudad donde tantos miles de hombres vivían a costa de sus fatigas y sus trabajos? En una palabra ¿qué relación tenía Pélope con la ciudad de Troya? Hijo del Tántalo que la fábula nos representa atormentado sin cesar en
los infiernos por el temor de verse aplastado a cada instante por una roca suspendida sobre su cabeza y por la imposibilidad de poder beber y de comer de todo aquello que le rodea. Pélope no había participado con Éaco en la edificación de Ilión. No se puede, pues, aportar esta razón para probar la necesidad de su presencia, como los antiguos han deducido de la de Aquiles.
Se dice que Tántalo era hijo de Júpiter y de la ninfa Pluto. Habiendo recibido a los dioses en su casa, no creyó poder regalarles mejor que sirviéndole a su propio hijo Pélope. Los dioses, habiénd
ose apercibido de ello, lejos de agradecerle el favor, se indignaron. Ceres fue la única que sin reconocer qué clase de manjar se le presentaba, porque tenía el espíritu ocupado por el rapto de su hija Proserpina, despegó un hombro y se lo comió. Los dioses tuvieron piedad de este desdichado hijo y habiendo reunido los trozos divididos y esparcidos de su cuerpo los pusieron en un caldero y los cocieron de nuevo devolviéndole así la vida. Pero como el hombro que se había comido Ceres no se encontraba se lo suplieron con uno de marfil, lo que ha hecho decir a Licofrón que Pélope rejuveneció dos veces. He aquí el crimen de Tántalo, que Homero[1] dice haber sido castigado con una sed y una hambre perpetuas, que no podía saciar aunque estuviera sumergido en el agua hasta el mentón pues cuando bajaba la cabeza para beber el agua huía y se bajaba también, y cuando quería coger de las diferentes clases de frutos que tenía al alcance de la mano, se agitaba el aire y los alejaba de él. Ovidio dice lo mismo del suplicio de Tántalo, pero lo atribuye a la indiscreción que tuvo al divulgar entre los hombres los secretos que los dioses le habían confiado. Tántalo, casi tocando con sus labios sedientos el agua y casi cogiendo con sus dedos las frutas. (Metamorfosis, IV, 458)
Pélope desposó a Hipodamia, hija de Enómao, rey de Élida, después de que venciera a este rey en una carrera de carros. Este príncipe, asustado por la respuesta de un oráculo que le había dicho que su yerno lo mataría, no quiso casar a sus hija y para alejar a los que querían alcanzar esta alianza, les proponía alguna condición peligrosa para ellos; prometió la princesa a quien le superara en la carrera y añadía que mataría a quien él venciera. El amante debía tomar la salida primero y Enómao lo seguía con la espada en la mano y si lo alcanzaba lo atravesaba con ella. Ya había hecho perecer a trece bajo su brazo y los otros habían preferido abandonar su pretensión que correr el mismo riesgo; así mismo Enómao había prometido construir un templo en honor a Marte con los cráneos de los que allí perecieran. Pélope no se intimidó por ello; pero para asegurar su victoria se ganó a Mirtilo, cochero de Enómao e hijo de Mercurio, y prometiéndole una recompensa le obligó a cortar en dos el carro del rey uniendo las dos parte de manera que no se notara. Así lo hizo Mirtilo, y en plena carrera se rompió el carro, Enómao cayó y se rompió el cuello. Pélope obtuvo así la victoria, desposó a Hipodamia y castigó su cobardía echándolo al mar. Después Vulcano haría expiar este crimen a Pélope.
Si se quiere tomar la molestia de comparar esta pretendida historia con las otras antiguas que tienen relación con ella, se verá que es una pura ficción. Se dice que Pélope fue rejuvenecido por los dioses tras haber muerto y haber sido cocido en un caldero; Baco también lo había sido de la misma manera por las ninfas, Esón por Medea. El convite de Tántalo no es menos fabuloso y pienso que ningún mitólogo se atrevería a defender su realidad. Se acusa a Tántalo de haber divulgado el secreto de los dioses. ¿Qué secreto podía ser este? El pretendido banquete y los manjares que allí se sirvieron lo indicarían suficientemente si no se hubiera añadido que Ceres comió de ellos. Que se recuerde lo que hemos dicho de los misterios de Eléusis, tan célebres entre los egipcios y los griegos, y se sabrá en qué consiste este secreto. Parece ser, pues, que toda esta historia es una alegoría, tal como la de Osiris e Isis, la misma que la de Ceres, así como la de Baco o Dioniso y la de Esón y Medea. La de Pélope se ha de explicar, pues, en el mismo sentido. Tampoco es sin razón que se diga que fue amado por Neptuno y que este dios le diera el carro y los caballos con los que venció a Enómao, puesto que el agua mercurial volátil de los filósofos a menudo es llamada Neptuno. Además Vulcano, al que se mezcla en esta historia como expiador del crimen de Pélope, prueba más claramente aún que es una alegoría de la gran obra.
Esta idea no es mía, Juan Pico de la Mirándola[2] ha hablado de ella en el mismo sentido y dice[3] que son muchos los que piensan que las riquezas de Tántalo vienen de la química, puesto que conocía la manera de hacer oro, y escribir sobre pergamino, y que Pélope y sus hijos consiguieron su imperio mediante ella; que no es sorprendente que Tiesto haya buscado por todos los medios obtener y apoderarse de la fuerza de este pretendido cordero que contenía este secreto y que había sido confiado a Atreo, su primogénito, lo que ocasionó posteriormente todas las trágicas escenas de las que hablan los autores. Los poetas Cicerón, Séneca y muchos otros, han hecho mención de ello, dice nuestro autor, pero sólo nos lo han transmitido bajo el oscuro velo de la alegoría.
Se ha de pensar lo mismo del hueso de Pélope, del que se dice que era de un tamaño enorme. Se ha formado esta alegoría por el hecho de que los huesos son la parte más fija del cuerpo humano y porque se necesita una
materia fija en la obra, puesto que debe serlo, o volverse lo bastante fija por las operaciones, para fijar al mercurio que lo supera todo en volatilidad. Se sabe también que los griegos adoraron a la Tierra bajo el nombre de Ops y que la consideraban al mismo tiempo diosa de las riquezas. Es fácil ver que el nombre de Pélope ha sido compuesto de esta misma palabra Ops y de Pélos, que ya hemos explicado en más de un lugar. Pues que sea necesaria una tierra fija para la obra, todos los filósofos lo dicen; el autor anónimo del Consejo sobre el matrimonio del Sol y la Luna, cita las siguientes palabras de Gratien, las cuales tienen una relación inmediata con la alegoría del hueso de Pélope. La luz se hace del fuego extendido en el
aire del vaso, del hueso del muerto se hace la cal fija; desecando su humedad se vuelve ceniza. Es de ella que habla Azirato en la Turba, cuando dice que esta ceniza es preciosa. Morien también habla[4] de ello y recomienda no despreciar estas cenizas, porque allí está oculta la diadema del rey. Esta ceniza es la que ha dado lugar a la quinta fatalidad de Troya, que vamos a explicar.

[1] . Homero, Odisea, lib. 2, vers. 581.
[2] . Pico de la Mirándola, De Auro. Lib. 2, cap. 2.
[3] . Pico de la Mirándola, lib. 3, cap. 1.
[4] . Morien, Conversación con el rey Calid.

martes, noviembre 28, 2006

Tercera Fatalidad, es necesario robar el Paladión





Propiamente no se sabe a qué atenerse respecto a este Paladión; según Apolodoro,[1] se dice comúnmente que era una estatua de Minerva, de tres codos de altura con un arma en la mano derecha, y una rueca y un huso en la mano izquierda; que era una especie de autómata que se movía por sí misma; cuando Ilo hubo construido Ilión en el lugar donde se detuvo un buey de diferentes colores al que había seguido, rogó a los dioses para que le dieran alguna señal que le hiciera conocer si esta ciudad les era agradable; entonces esta estatua cayó del cielo cerca de él, y habiendo consultado al oráculo sobre ello, le respondió que la ciudad de Troya jamás sería destruida mientras conservara esta estatua. El pensamiento más común es que fue robada por Ulises entrando por la noche en la ciudadela mediante un artificio, o mediante alguna astucia que, según Corion,[2] fue concertada con Heleno, hijo de Príamo. Pero este autor pretende que fue Diomedes quien la robó, lo que no está conforme con lo que Ovidio hace decir a Ulises en la arenga a los griegos, de la que ya hemos hecho mención anteriormente. Ovidio dice también[3] que esta estatua cayó del cielo sobre el fuerte de Ilión y que consultando a Apolo respondió que el reino de Troya duraría mientras este Paladión fuera
conservado. Los troyanos tenían, pues, una atención particular en conservar esta preciosa prenda y los griegos hicieron todo lo posible por robársela. He aquí la idea que nos dan de ella los antiguos autores paganos e incluso los cristianos, puesto que Arnobo,[4] San Clemente de Alejandría,[5] y Julio Firmico[6] hablan de este Paladión como si hubiera sido hecho de los huesos de Pélope. Es sorprendente que se hayan adoptado cosas tan absurdas y que se hayan afligido por ello, no sólo por el hecho de que una tal figura haya podido caer del cielo, sino por el hecho de que ni siquiera haya existido. Los mitólogos de nuestros días, que parecen haberse vuelto pirronianos respecto a muchas cosas, al menos verosímiles, y que quieren que se les considere como personas incapaces de admitir nada que no haya pasado por el tribunal de la crítica más severa ¿cómo es que no dudan de otras tantas que tienen visiblemente el carácter de pura fábula? ¿Es suficiente que una cosa sea referida por los autores antiguos para que no se pueda dudar de ella, o por lo menos tener el espíritu de examinar el hecho? Sea lo que sea este Paladión, parece ser que el cielo de donde ha caído no es otro que el cerebro de Homero; según Elien,[7] es de él que todos los poetas han tomado prestado todo lo que dicen, y es con razón que un pintor llamado Galaron representara una vez a Homero vomitando en medio de un gran número de poetas, que sacaban lo que podían de este caudal de Homero.
Propiamente él es la fuente que ha formado todos estos arroyos de fábulas y de supersticiones que a continuación han inundado Grecia y las otras naciones. Se debe pensar, pues, de este Paladión como de otras tantas cosas cuya no existencia es la causa de las diferentes opiniones que los autores han tenido al respecto. Una cosa que jamás ha existido no deja de dar ocasión a muchos pensamientos diferentes, cuando se trata de constatar su existencia, la manera de ser, el lugar donde estuvo y lo que representaba. También hay autores[8] que aseguran que este Paladión no fue robado por los griegos; que habiéndolo cogido Eneas lo llevó a Italia con sus dioses penates y que los griegos sólo habían robado una copia hecha a semejanza de la original. Ovidio[9] no quiere decidir sobre este hecho, pero dice que este Paladión en su tiempo estaba conservado en Roma, en el templo de Vesta.
Tito Livio[10] dice lo mismo. Respecto a este Paladión se pensaba en Roma lo que pensaron los troyanos en relación con su ciudad. Se han contado hasta tres, el primero fue el de Ilión, el segundo el de Lavinión y el tercero el de Albe, cuyo fundador se decía que fue Ascanio. Tulo Hostilio arruinó esta última ciudad a la que se le llamaba la madre de Roma. Virgilio no es del pensamiento de Denis de Halicarnaso, puesto que dice en estos propios términos que los griegos robaron el Paladión. Después de haber dado muerte a los guardias del sumo alcázar, arrebataron la sacra efigie, y con ensangrentadas manos osaron tocar las virginales ínfulas de la deidad. (Enéida, lib. 2, 34) Solino[11] parece haber querido acordar estas diferentes opiniones diciendo que Diomedes llevó este Paladión a Italia donde lo entregó como presente a Eneas.
¿Qué pensar, pues, de esta pretendida estatua y qué decidir en medio de tantas contradicciones? Que cada uno ha ajustado el hecho de la manera que estuviera más conforme a sus ideas y al objetivo que tenía en vistas; y que Homero dio lugar a todas estas opiniones y es de él que debemos tomar la verdadera idea del asunto. Pero ¿qué pensaba él? Se puede juzgar por las explicaciones que hemos dado del resto. El Paladión era una representación de Palas y se sabe
que esta diosa representaba el genio, el juicio y los conocimientos de las ciencias y las artes. Se puede decir, pues, sin temor a equivocarse, que Homero ha querido decir que sin la ciencia, el genio y los conocimientos de la naturaleza, un artista no puede llegar al final de la obra; es por esto que se figura que Ulises la robó, porque Ulises es el símbolo del artista.
En toda la alegoría de la toma de Troya, él está representado como con un espíritu fino, un extendido genio, prudente y capaz de llevar a cabo todo lo que emprende. Según Geber[12] es preciso que el artista tenga todas las cualidades de Ulises, que conoce la naturaleza, que sabe desvelar sus procedimientos y los materiales que emplea y que no piensa en tener éxito si primero no consigue que Minerva le sea favorable. En vano se disertaría sobre la existencia de esta imagen de Palas, y aún más sobre el hecho de si había caído del cielo o si era obra de los hombres. Es cierto que la sabiduría y el conocimiento de las ciencias y las artes son un don del Padre de las luces, de quien procede todo bien, en consecuencia, es con razón que Homero y los otros dijeron que el Paladión había descendido del cielo.


[1] . Apolodoro, lib. 3.
[2] . Corión, Nar. 3.
[3] . Ovidio, Fastos, lib. 6.
[4] . Arnobo, Adv. Gent. Lib. 4.
[5] . Clemente de Alejandría, Estromatas, lib. 6.
[6] . Julio Firmico, De error. Prof. Relig.
[7] . Elien, lib. 13. Cap. 22.
[8] . Denis de Halicarnaso, Antigüedad romana, lib. 2.
[9] . Ovidio, Fastos, lib. 6.
[10] . Tito Livio, De sec. Bello Punico.
[11] . Solino, lib. 3, cap. 2.
[12] . Geber, La suma de la perfección, part. 1, cap. 5 y 7.

domingo, noviembre 26, 2006

Segunda Fatalidad, sin las flechas de Hércules Troya no puede ser tomada





Al morir Hércules sobre el monte Eta, dio sus flechas como presente a Filoctetes y le obligó bajo juramento no descubrir a nadie en lo que se había convertido su cuerpo y lo que le había sucedido. Cuando los griegos emprendieron la guerra de Troya consultaron el oráculo de Delfos, sobre su éxito, y les respondió que la ciudad no podría ser tomada sin las flechas de Hércules. Ulises descubrió que Filoctetes las tenía, fue a su encuentro y se las reclamó; Filoctetes sólo le respondió que no podía darle noticias de ellas. No contentándose Ulises con esta respuesta insistió y Filoctetes viéndose presionado mostró con el pié el lugar donde estaban. Ulises las cogió y se las llevó a los griegos. Otros dicen que Ulises obligó a Filoctetes a unirse a los griegos y llevárselas él mismo. Yendo hacia Troya, los griegos lo abandonaron inhumanamente en Lemnos, a causa de una úlcera que le había producido la mordedura de una serpiente,[1] cuando buscaba en Crise un altar de Apolo, donde Hércules había sacrificado anteriormente y donde los griegos debían, según el oráculo, sacrificar antes de ir a sitiar Ilión; o como pretenden otros, esta úlcera le habría venido de una herida que le había hecho una de las flechas de Hércules, al dejarla caer sobre su pié. Estas flechas untadas con la sangre de la hidra de Lerna estaban envenenadas.
Ulises fue enviado una segunda vez a Filoctetes, aunque fuesen enemigos, porque Ulises había sido uno de los que les pareció que debían abandonarlo en esta isla a causa de su herida. A pesar de esto Ulises tuvo éxito y lo llevó con él al asedio. Y en efecto ¿quién habría podido resistirse a Ulises, ese capitán astuto y artificioso que llevaba a
cabo todo lo que emprendía?
La fábula nos enseña que Filoctetes fue un héroe célebre,
compañero de Hércules, como Teseo, uno y otro por la misma razón que hemos referido cuando hemos hablado de Teseo, es decir, porque según Homero,[2] Filoctetes tiraba perfectamente al arco. En consecuencia fue a él que los griegos juzgaron como el más digno de suceder a
Aquiles y vengar la muerte de este héroe, como así lo hizo matando a Paris. Sin duda esta destreza que Homero le supone determinó a Hércules a hacerle heredero de sus flechas, así como había consagrado su maza a Mercurio; con las flechas alcanzaba a los monstruos desde lejos y con la maza los aporreaba cuando los tenía a su alcance. También son éstas las dos armas necesarias para el artista de la gran obra; el volátil para cortar, abrir, ablandar, disolver y penetrar los cuerpos duros y fijos, y el fijo para detener al volátil y fijarlo. No es sorprendente, pues, que se considerara a las flechas de Hércules como absolutamente necesarias para la toma de Troya. Que se ponga atención a las circunstancias donde se supone que Filoctetes hizo uso de ellas, se verá que no significan otra cosa que eso mismo. La primera vez que quiere usarlas, una de estas flechas le cae en el pie y le causa una herida tan hedionda que Ulises opina que se le abandone en Lemnos, morada de Vulcano y el lugar donde primero abordaron los argonautas, lo que indica el comienzo de la obra. La putrefacción que sobreviene a la materia en el vaso, sólo se hace por la acción del volátil sobre el fijo, ocasionando su disolución; así mismo es la evaporación del volátil que nos hace sentir la hediondez de las cosas podridas. Estas flechas, símbolo del volátil, son la verdadera causa de la úlcera de Filoctetes. Se dice que se le dejó en Lemnos, porque mientras vivía Aquiles, o que el
mercurio no estaba fijado, se podía pasar de Filoctetes, pero después de que Aquiles muriera era preciso recurrir a las flechas de Hércules; es por lo que se encargó a Ulises que fuera a buscar a Filoctetes y lo llevara al campo de los griegos. Por eso se ve el por qué es puesto entre el número de los argonautas.
Las flechas sirven para alcanzar a los pájaros o a los animales desde lejos, porque uno no se puede acercar a ellos. También se supone que Apolo y Diana tenían un arco y flechas, uno las usó para matar a la serpiente Pitón y la otra para hacer morir a Orión. También es de un flechazo que Apolo mató a Patroclo. Pero ya hemos hablado suficientemente de lo que significan estas flechas de Hércules, cuando hemos explicado sus trabajos. De paso se
ha de señalar aquí que Homero habla de Hércules, de Teseo y de Pirítoo, como siendo hijos de los dioses y como habiendo vivido mucho tiempo antes que él,[3] lo que contradice el Abad Banier.



[1] . Homero, Ilíada, lib. 2, vers. 723.
[2] . Homero, Ilíada, lib. 2, vers. 718.
[3] . Homero, Odisea, lib. 2, vers. 629.

Explicación de la Primera Fatalidad




Hemos visto anteriormente que Aquiles, símbolo del fuego del mercurio, era el principal agente en la obra filosófica; hemos seguido su vida hasta el nacimiento de Pirro en casa de Licomedes. Homero ha pasado todo esto y empieza por suponerlo enamorado de Briseida, es decir, en reposo, o en el estado que se encuentra el mercurio después de que su volatilidad ha sido detenida en su carrera por Deidamia. Esto es lo que le hace decir a Aquiles en la queja que lleva ante su madre Tetis. Después de haber arruinado Tebas, dice él, Agamenón tuvo a Criseida en reparto y los griegos me dieron a Briseida. Se sabe que Tebas fue el término de las carreras de Cadmo, también es allí donde Aquiles encuentra a Briseida, que, como hemos dicho significa dormir, reposar. Se trata de hacer la segunda obra, parecida a la primera; Homero supone, pues, a las materias en el vaso y empieza la operación, es decir, la fermentación de la materia. Esta fermentación ocasiona un movimiento en la materia, que amenaza al mercurio, o Aquiles, con quitarle su reposo, o Briseida. A esta fermentación sucede la disolución y la putrefacción causada por el oro filosófico, o Apolo, es la peste que Apolo envía al campo de los griegos. A esta peste sucede la muerte de los griegos, o la negrura llamada muerte por los filósofos. En este estado el volátil domina sobre el fijo y esta peste sólo cesará cuando Criseida sea devuelta a su padre, es decir, cuando la materia haya pasado del color negro al blanco, que es el oro blanco de los filósofos. ¿Qué es lo que pueden significar el viaje de Júpiter y los otros dioses a Etiopía y su retorno al Olimpo lleno de nieve, sino
la negrura de la materia y su paso del color negro al blanco? Las lágrimas de Tetis y de Aquiles ¿no expresan la materia que se disuelve en agua? Todo esto está indicado por el viaje de Ulises, y aún está mejor indicado por lo que sucede en el campo de los griegos hasta su retorno.
Homero dice que a penas partió Criseida bajo el mando de Ulises, es decir, que fue puesta en el vaso filosófico por el artista, Agamenón envió a coger a Briseida de la tienda de Aquiles; he aquí la fermentación que empieza. Llegan a su barco negro y lo encuentran en su tienda sentado, pero extremadamente irritado; es la putrefacción y la negrura, indicada también por los mirmidones, a los que mandaba Aquiles, como así lo figura Homero. La fábula misma nos da a entender lo que se ha de pensar de los mirmidones, diciéndonos que nacieron de las hormigas, y esto a causa de que las hormigas son negras y cuando están todas juntas en su hormiguero su aspecto representa muy bien a la materia en su estado de negrura. La misma razón ha hecho decir que Peleo, padre
de Aquiles, reinaba en Phtía sobre los mirmidones, porque Peleo quiere decir barro negro, porquería, y Phtía, corrupción, de φθέω, corromper. Los otros jefes que comandaban a los mirmidones bajo las órdenes de Aquiles,
sólo por la etimología de sus nombres, indican todo lo que sucede en la obra. Menestio señala el reposo en el que está primeramente la materia, puesto que viene de μένω, esperar en reposo, y de σίαθ, pequeña piedra, o de δέω, estar fijo, inmóvil. El segundo se llamaba Eudoro de είδω, dormir. En consecuencia Homero dice que era hijo de Mercurio el pacífico, pero añade también que cuando tuvo una cierta edad se volvió célebre por su ligereza en la
carrera, a fin de indicarnos la volatilización de la materia fija. El tercero era Pisandro, o que echa de beber, que riega, de πίω, riego, de donde se ha hecho πεοσίς, prado, lugar regado, y σώδηρεν, techo, cima, porque al volatilizarse la materia sube a la cima del vaso en forma de vapor y recae después sobre la materia en forma de lluvia o de rocío. Homero dice que era el más bravo de los mirmidones después de Aquiles, y lo dice con razón ya que sin este rocío la tierra filosófica no produce nada, así como un terreno árido no sería apropiado para hacer germinar el grano; la tierra es el receptáculo de las simientes y la lluvia es el alimento. El cuarto es Fénix, es decir, la piedra misma de los
filósofos llegada al rojo. Los filósofos también le dan el nombre de Fénix, no solamente porque en el elixir renace de sus cenizas, sino también a causa de su color púrpura, pues Fénix viene de φοϊνιξ, de color rojo púrpura, color sangre. Es el pájaro fabuloso de este mismo nombre, se le dice rojo por esta razón y nadie puede jactarse de haber visto otro; los egipcios también hacían correr el rumor de que este pájaro venía a la ciudad del Sol para hacer allí su nido y renacer de sus cenizas. Finalmente el quinto es Alcimedón, o quien manda a la fuerza misma, es decir, la piedra perfecta. Hermes[1] le da el mismo nombre y dice que es la fuerza que sobrepasa a toda fuerza, desde que está fijada en tierra. Pero volvamos a Ulises.
Uno de los hechos más señalados de su vida es el haber sabido descubrir a Aquiles disfrazado con ropajes de mujer
y haberlo obligado a reunirse con los griegos, para ir a destruir la ciudad de Troya.
Y se preguntará ¿qué relación tiene este disfraz con la gran obra? ¿este hecho no es muy simple y natural? Un hombre joven quiere ocultarse para no ir a una guerra en la que se le ha predicho que moriría ¿no sería una manera de
conseguir su deseo? Pero ¿ya se piensa que por todos lados se nos da una idea de Aquiles bien diferente que la de un cobarde? Sólo este rasgo habría hecho que los griegos lo despreciaran, y desde luego no lo considerarían superior a los otros. En efecto ¿qué idea tendríamos de un hombre joven, hijo de un rey, de un príncipe o de un gran señor, que en el momento en que sus tropas se reúnen y se ponen en movimiento para ir a una batalla, o a un asedio peligroso, procurara disfrazarse con ropas de mujer y fuera a confundirse con las acompañantes de una princesa, para evitar el peligro que le amenaza? Por muy buena que haya sido la idea que haya podido dar hasta entonces de su coraje y de su bravura, ¿no haría
tal acción que se le despreciara para siempre? Sin embargo no se ve nada de todo esto, al contrario, Aquiles es estimado, apreciado y considerado como el más valiente de todos los griegos. ¿De dónde puede venir tal contraste? Recuérdense las explicaciones que hemos dado hasta aquí y se verá claramente el desenlace.
Hemos probado en más de un lugar que los filósofos toman al sexo femenino como símbolo del
agua mercurial volátil, la fábula nos habla de ella bajo los nombre de musas, bacantes, ninfas, náyades, nereidas. He aquí precisamente la razón por la que se dice que Aquiles se ocultó bajo ropa de mujer, pues el mercurio de los filósofos sólo es propiamente mercurio cuando es agua, y Aquiles lejos de sentir debilitarse su coraje bajo este disfraz se vuelve más activo, así mismo es preciso que pase por este estado para volverse apropiado para la obra, sin éste no podría penetrar los cuerpos duros y volatilizarlos. Se tiene razón al considerar este descubrimiento de Ulises como una de sus más bellas acciones, puesto que según todos los filósofos herméticos la disolución de la materia en agua mercurial es la clave de la obra. El Cosmopolita dice: buscad una materia de la que podáis hacer un agua, pero un agua penetrante, activa y que sin embargo pueda disolver el oro sin ruido, sin corrosión y en una disolución natural; si tenéis este agua tenéis un tesoro mil veces más precioso que todo el oro del mundo, con ella lo haréis todo y sin ella no haréis nada. Es por lo que los griegos, con Aquiles, lo pueden todo contra la ciudad de Troya y sin él no pueden hacer nada. Se dice que debe morir allí, y en efecto muere porque para completar la obra se ha de fijar el mercurio filosófico y hacer de manera que la parte volátil sea una misma cosa con la fija. Esta última está representada por los troyanos, que por esto siempre son llamados domadores de caballos, o son calificados con epítetos que significan algo pesado, fijo y apropiado para detener lo que está en movimiento. El mismo Héctor[2] es comparado por Homero a una
roca. Al contrario de los griegos y todo lo que les pertenece, que siempre son representados como activos, siempre en movimiento. Homero dice de casi todos sus jefes que no tenían igual por su ligereza en la carrera, su destreza en el tiro al arco y en el lanzamiento de jabalinas; sus caballos s
on ligeros como el viento, las yeguas de Feretiades[3] son más rápidas que los pájaros, el mismo Apolo las había enseñado en la morada de las musas. En fin, todo lo que puede designar al volátil es atribuido a los griegos y todo lo que es apropiado para denotar al fijo es atribuido a los troyanos.
Por lo que hemos dicho se ve claramente el por qué la presencia de Aquiles era necesaria para la toma de Troya y el por qué su abuelo Éaco había ayudado a Apolo y a Neptuno a construir esta ciudad. Pues Éaco significa propiamente la tierra, de αϊα, tierra, o la materia de la que se hace la obra; esta materia puesta
en el vaso se corrompe, he aquí el reino d Phtía donde reina Peleo, es decir, la negrura, que es en efecto la corrupción. Esta disolución o putrefacción produce el mercurio filosófico, en consecuencia es
Aquiles que nace de Peleo. Cuando el azufre de los filósofos es perfecto Troya es construida, ¿por quién? Por Éaco, Neptuno y Apolo, porque el azufre ha sido hecho de agua y de tierra. Siendo esta tierra el principio del oro filosófico, o Apolo, no es sorprendente que él haya concurrido allí, puesto que es la propiedad fijativa de esta tierra la que hace la fijeza de este azufre. Pero para finalizar la obra no es suficiente tener este azufre, o la ciudad de Troya edificada, es preciso destruir esta ciudad, y es lo que hace el motivo de la Ilída, donde se ve que tras la muerte de Aquiles se va a buscar a su hijo Pirro aún joven y fuerte, porque, según la fatalidad, era necesario que hubiera alguien de la raza de Éaco. ¿Por qué? Porque a la fijación del mercurio, significada por la muerte de Aquiles, le sucede Pirro, o la piedra ígnea, como hemos visto anteriormente. Esta fijación está indicada por el nombre de aquel que mató a Aquiles, es decir, Paris, pues Paris viene de παρά y de ίζω, yo fijo, hago sentar, o si se quiere de παριημι, quito el vigor, vuelvo lánguido.
La segunda razón de Ulises para justificar su derecho sobre las armas de Aquiles es el hecho de que ha tomado y arruinado las ciudades de Apolo, es decir, que ha hecho la obra y la piedra, por lo tanto el resultado debe permanecer con él, pues sin las armas de Aquiles, es decir, sin la acción penetrante, disolvente y volatilizante del mercurio, no habría conseguido llevar el elixir a su perfección. Podremos discutir sus otras razones a continuación, explicando las siguientes fatalidades y la continuación del asedio.


[1] . Hermes, La Tabla de Esmeralda.
[2] . Homero, Ilíada, lib. 13, vers. 137.
[3] . Homero, ibid. lib. 2, vers. 763.

sábado, noviembre 25, 2006

Aquiles y Criseis o la segunda operación




Según Morien[1] esta segunda operación es una repetición de la primera, en cuanto al régimen, o lo que sucede en el vaso en relación a los colores que se suceden. Homero dice que Aquiles reunió a los mirmidones y juntó a los otros griegos. Sorprende que Homero empiece su Ilíada por la cólera de Aquiles, que el abad Banier[2] sólo considera como un accidente. Este poeta, para seguir su objetivo no podía empezar de otra manera, o hubiera invertido el orden de las cosas. Supone la primera operación perfecta, o el oro
filosófico, al que yo he llamado antes azufre.
En consecuencia entra de pronto en la disputa de Agamenón y Aquiles, que hace nacer de la demanda que Crises, sacerdote de Apolo, hace de su hija Criseida; se sabe que χρύσεος, quiere decir del oro, hecho del oro, y se introduce a Apolo para designar el oro filosófico. Se dice que Agamenón no quiere devolver a Criseida, porque dice que es virgen y la prefiere a su esposa Clitemnestra.
Los filósofos también le dan el nombre de virgen. Espagnet dice:[3] Tomad una virgen alada, limpia y pura, con las mejillas de color púrpura.[4] Sin embargo Agamenón se rinde ante las exhortaciones de Ulises y devuelve a Criseida
pero le protesta a Aquiles que para resarcirse le robara a Briseida, a la que Aquiles amaba perdidamente. Agamenón puso, pues, a Criseida en manos del sabio Ulises, es decir, del artista, para llevarla a Crises, su padre. Ulises fue constituido jefe de la diputación e hizo subir a Criseida en un barco, es decir, que la puso en el vaso. Después de que Ulises hubiera partido, Agamenón envió a coger por la fuerza a Briseida.[5] Los que fueron enviados encontraron a Aquiles sentado en su tienda y en su barco negro.
Enseguida reconoció el motivo que les traía y le dijo a su amigo Patroclo que sacara a Briseida de la tienda y que se la entregara a ellos para que la condujeran a Agamenón; viéndola partir Aquiles se puso a llorar mirando al mar negro y se quejó a su madre Tetis de la injuria que acababa de hacerle Agamenón. Ella oyó sus ruegos desde el fondo del mar blanco, donde estaba con el viejo Nereo, su padre, y enseguida subió desde el fondo como una nube. Él le contó cómo, después de haber arruinado Tebas, Agamenón había tenido a Criseida en el reparto y él a Briseida; que Agamenón estuvo obligado a devolver a Criseida a su padre, porque Apolo irritado, había enviado la peste al campo de los griegos y para vengarse (de Aquiles) se llevó por la fuerza a su querida Briseida. Tetis le respondió llorando también: Hijo mío ¿porqué os he puesto en el mundo y os he criado con tanto cuidado? Sois el más desdichado de los hombres, pues se que el destino fatal os amenaza con una muerte cercana. Sin embargo voy a encontrarme con Júpiter en el Olimpo lleno de nieve y haré todo lo posible para convencerlo de que secunde vuestros deseos. Permaneced en los barcos sin combatir, y alimentad vuestra cólera contra los griegos. Júpiter fue a Etiopía ayer, para asistir a un convite con todos los otros dioses. Después de hablar así, se fue.
Mientras tanto Ulises y Criseida llegaron a Crise, ciudad de Apolo, y habiendo echado el ancla del barco puso a Criseida en manos de Crises, su padre, el cual dirigió sus votos a Apolo, cuyo arco es de plata, a fin de que favoreciera a los griegos. Al día siguiente Ulises aparejó sus velas blancas y Apolo les envió un viento favorable y húmedo, así llegaron dichosamente al campo de los griegos.
Sólo es necesario haber leído superficialmente los libros de los filósofos herméticos para reconocer, en lo que acabo de relatar con los propios términos de Homero, las mismas maneras de expresar todo lo que sucede en el vaso después de que los ingredientes que componen el elixir, empiezan a disolverse y a caer en putrefacción, hasta que la materia haya llegado al blanco. Se puede comparar lo que acabamos de describir con Espagnet:[6] Los medios o signos demostrativos son, –dice este autor– los colores que aparecen sucesivamente, que hacen ver al artista los cambios que afectan a la materia y el progreso de la obra. Se cuentan tres principales, que son como los síntomas críticos a los que se ha de poner mucha atención; algunos han añadido
un cuarto. El primer color es el negro, se le ha dado el nombre de cabeza de cuervo a causa de su gran negrura. Cuando empieza a ennegrecer es un signo de que el fuego de natura comienza su acción, y cuando el negro es perfecto indica que los elementos están confundidos conjuntamente y que la disolución ha terminado, entonces el grano cae en putrefacción y se corrompe, para ser más apropiado a la generación. El color blanco sucede al negro, entonces el azufre blanco está en su primer grado de perfección, es una piedra que se llama bendita, es una tierra blanca foliada en la que los filósofos siembran su oro. El tercer color es el citrino, que se produce por el paso del blanco al rojo, es como un color intermedio que participa de los dos, como la aurora azafranada que nos anuncia al Sol. Finalmente el cuarto es el rojo, o color de sangre, que se saca del blanco sólo mediante el fuego. Como la blancura perfecta se altera fácilmente, pasa bastante rápido, pero el rojo oscuro del Sol dura siempre porque perfecciona la obra del azufre, que los filósofos llaman esperma masculino, fuego de la piedra, corona real e hijo del Sol.
Volvamos a la Ilíada de Homero y veamos si lo que dice es conforme a lo que aprendemos de Espagnet, al que me contenta citar, para no multiplicar las citas sin necesidad, aportaré a otros autores como prueba de las explicaciones que daré.

[1] . Morien, Conversación del rey Calid.
[2] . Banier, tomo 3, p. 389.
[3] . Espagnet, canon 58.
[4] . Es bueno señalar que Homero también dice que Criseida tenía las mejillas bellas y rojas. Ilíada, 1, 323.
[5] . Homero, ibid. vers. 324 y ss.
[6] . Espagnet, canon 64.

Aquiles y Deidamia




Cuando Aquiles nació, Tetis lo alimentó como Ceres había hecho con Triptolemo, lo ocultaba por la noche bajo el fuego y de día lo untaba de ambrosía. No repetiré aquí lo que ya he dicho en el artículo de Ceres; el lector puede encontrar allí la explicación.
Aquiles se hizo mayor, se retiró a casa de Licomedes donde se enamoró de Deidamia y tuvo un hijo llamado Pirro. El
mercurio, cuando llega el momento en que empieza a fijarse, deja, por así decirlo, la casa paterna y materna, pasando del color negro al blanco. En este estado se retira con Licomedes, porque se transforma en una especie de tierra, que los filósofos llaman oro blanco, sol blanco, piedra que manda y que reina; lo que está expresado por Licomedes, que viene de Λύκος, Sol, y de μίδω, mando, tomo cuidado. Es por esto que Licomedes es llamado padre de Deidamia, pues la parte fija en este estado tiene una virtud apropiada para fijar la parte volátil; los filósofos dicen que tiene una virtud magnética que atrae hacia ella a la parte volátil para fijarla y formar un sólo cuerpo de los dos. Todo el mundo sabe que el mercurio es volátil. El amor que Aquiles, símbolo de este mercurio, tiene por Deidamia, es esta virtud magnética y atractiva recíproca que hace que el uno y la otra se reúnan y que finalmente el volátil se vuelva fijo. No se puede expresar más acertadamente que mediante el nombre de Deidamia, puesto que significa una cosa que fija
a otra, o que la detiene en su carrera, de θέω, corro, y de δαμάω, domo, detengo.
Deidamia da un hijo a Aquiles, que fue llamado Pirro a justo título; puesto que de la unión del fijo y del volátil se form
a el azufre filosófico, que es un verdadero fuego o una piedra ígnea, a la que Espagnet llama minera del fuego celeste; Filaleteo la llama fuego de natura. Alfidio dice que cuando aquel que huye es detenido en su carrera por el que le persigue, la carrera de los dos termina, se reúnen y no son más que uno, que se vuelve rojo y fuego. Homero designa esta volatilidad del fuego mercurial, diciendo
siempre de Aquiles, que tiene el pie ligero y que es extremadamente rápido en la carrera; πόδας ώκυς ποδαρκη.
Este poeta lo insinúa aún mejor,[1] cuando dice que Aquiles le dice a Automedonte que enganche su carro para su amigo Patroclo y que ponga sus dos caballos Janto y Balio, cuya velocidad igualaba a la del viento; la arpía Podarge los había engendrado de Céfiro, cuando paseaba por la orilla del Océano, estos caballos eran inmortales.[2] Ulises convenció a Aquiles de que se uniera a los griegos y éste reunió a los mirmidones, sus súbditos, se puso a su cabeza con Menestio, hijo del río Esperquio, dios e hijo de Júpiter y de la bella Polidora,[3] con Eudoro, hijo de Mercurio, llamado en esta circunstancia άκάκήα, o el pacífico,[4] pero Eudoro al hacerse grande, fue célebre por su ligereza en la carrera. Pisandro fue el tercer jefe de los mirmidones; Homero dice[5] de él que era el más valiente de esta tropa, según Aquiles. Fénix, ya viejo, fue el cuarto y Alcimedón, hijo de Laerce, el quinto.
Una vez nacido Pirro, o el azufre filosófico perfecto, es preciso que el artista proceda a la segunda operación, a la que los filósofos llaman segunda obra, o elixir. Este elixir, o el procedimiento que se ha de usar para hacerlo, es lo que Homero ha tenido a la vista en su Ilíada. La primera fatalidad de Troya era que Aquiles, y tras él su hijo Pirro, debían encontrarse necesariamente en el campo de los griegos, para que esta ciudad fuera tomada. La razón es que el elixir no puede hacerse sin el mercurio filosófico, que es el principal agente.

[1] . Homero, Ilíada, lib. 16, vers. 145.
[2] . Homero, ibid. lib. 17, vers. 444.
[3] . Homero, ibid. lib. 16, vers. 173.
[4] . Homero, ibid. vers. 185.
[5] . Homero, ibid. vers, 194.

Ulises el Artista




Es preciso considerar a Ulises como el símbolo del artista prudente y hábil en su arte, o el agente exterior que conduce la obra. Aquiles es el agente interior, sin el cual es imposible llevar a cabo lo que el filósofo se propone. En el quinto libro hemos hablado de las cualidades requeridas en el artista; recuérdese lo que hemos dicho al respecto y póngase atención a lo que vamos a referir según Geber, se reconocerá en ello el retrato de Ulises según la naturaleza: Aquel que no tenga un extenso genio y un espíritu sutil propio para penetrar en los secretos de la naturaleza, para descubrir los principios que ella emplea y el artificio que usa en sus operaciones, para llevar a la perfección a los mixtos y a los individuos, no descubrirá jamás la simple y verdadera raíz de nuestra preciosa ciencia. Tales son los términos de Geber,[1] que tras haber enumerado los defectos del espíritu que excluyen de esta ciencia, tales como un espíritu pesado y cerrado, la ignorancia, la credulidad temeraria que es una continuación, la inconstancia, la inquietud de asuntos que ocupan mucho, la avaricia, la negligencia, la ambición y la poca aptitud para las ciencias, finalmente en el séptimo capítulo, concluye con un epílogo donde se reconoce a Ulises como en un espejo. Concluimos pues, -dice
este autor– que el artista de esta obra debe estar ejercitado en la ciencia de la filosofía natural y debe estar perfectamente instruido, porque aunque tenga algún espíritu y algunos bienes no obtendrá jamás el fin sin ésta [...] Es preciso, pues, que el artista llame en su ayuda a una meditación profunda de la naturaleza y un genio fino, industrioso. La ciencia sola no es suficiente, ni el genio sólo tampoco, hacen falta los dos, porque se ayudan mutuamente. Debe ser de una voluntad constante, a fin de que no corra ahora tras una cosa y ahora tras otra, pues nuestro arte no consiste en una multitud de cosas. Sólo hay una piedra, sólo una medicina y sólo un magisterio. Debe ser atento y paciente, a fin de que no abandone la obra a medio hacer. No ha de ser necesariamente muy activo y muy vivaz, la duración de la obra le fastidiaría. Finalmente que sepa que el conocimiento de este arte depende del poder divino que favorece a quien le place, que no lo comunica a los avaros, a los ambiciosos y a aquellos que sólo buscan saciar sus desarregladas pasiones; pues Dios está lleno de justicia, como está lleno de bondad.
Ovidio en sus Metamorfosis[2] introduce a Ulises y a Ayax disputándose las armas de Aquiles. Cada uno de ellos enumera los derechos que tiene sobre estas armas mediante las bellas acciones
que ha hecho y por los servicios prestados a los griegos. Cuando se ha leído la Ilíada de Homero se ve muy bien que Ulises se puede comparar a Ayax por las acciones de bravura y coraje. Ayax obtine trofeo en Ovidio, muestra su escudo acribillado por golpes de lanzas y dardos, y reprocha a Ulises que el suyo esté aún entero en todas sus partes. Aunque Ayax arengó a los guerreros, que no ignoraban su valor y que naturalmente habrían estado dispuestos a dar preferencia a tan gran héroe, sin embargo se lo adjudicaron a Ulises cuando hubieron oído su arenga. ¿En qué consistió ésta? En recordar, 1º, que él había sabido descubrir a Aquiles disfrazado con ropas de mujer y traerlo al ejército de los griegos; 2º, que Aquiles venció a Télefo y le curó su herida; 3º, que ha tomado las ciudades de Apolo; 4º, que él es la causa de la muerte de Héctor, puesto que éste sucumbió bajo las armas de Aquiles; 5º, que determinó a Agamenón a sacrificar a Ifigenia por el bien público; 6º, que a pesar del peligro que había en presentarse ante Príamo, para reivindicar a Helena, no temió ir allí con Menelao; 7º, que los griegos angustiados por la duración y las fatigas del sitiado habían tomado la decisión de abandonarlo y retirarse, Ulises hizo tanto con sus exhortaciones y sus amonestaciones que los determinó a continuar; porque tendió trampas a los troyanos y había puesto el campamento de los griegos al abrigo de sus ataques mediante un buen muro alrededor; porque por sus oportunos consejos siempre había sido mantenido en el ejército. Soy yo – dijo – quien ha sorprendido a Dolon. Yo mismo he penetrado hasta la tienda de Reso y le he quitado la vida. ¿Ha pasado Ayax a través de los centinelas, en los horrores de la noche y penetrado, no solamente en la ciudad, sino
hasta los mismos fuertes en medio del hierro y del fuego y robado el Paladión? Sí, yo he tomado la ciudad por esta acción, puesto que mediante ella la he puesto en estado de ser tomada. Yo he traído a Filoctetes al campo, con las flechas de Hércules y es por su ayuda que hemos vencido.
Si se quiere poner atención a las explicaciones de las diferentes fábulas que he dado hasta aquí, se verá claramente que todos estos hechos sobre los que Ulises funda sus derechos sobre las armas de Aquiles son precisamente alegorías de las operaciones del magisterio de los sabios. Veamos algunos de ellos. Hemos dicho que Aquiles es el símbolo del fuego del mercurio filosófico. La fábula dice que Aquiles era hijo de Peleo y Tetis, o del barro negro. El barro está compuesto de tierra y agua; el mercurio de los filósofos se extrae de estas dos materias. Según Espagnet:[3] se la llama tierra como se la llama agua, tomada bajo diversos aspectos –dice este autor– porque está compuesta de estas dos. Para indicar el estado de esta tierra filosófica, o del sujeto sobre el cual trabajan los filósofos, cuando debe dar a luz al mercurio, Espagnet cita los versículos siguientes de Virgilio, que expresan muy bien la disolución y la putrefacción de esta materia, significada por Peleo, porque es como un barro negro, al que casi todos los filósofos la comparan: Con los céfiros se resquebraja la tierra en terrones, con el arado hundido en el suelo empiece a gemir el toro y a resplandecer la reja gastada por los surcos. (Geórgicas, 1, 44)

[1] . Geber, Suma perfección. Parte 1, cap. 5.
[2] . Ovidio, Metamorfosis, lib. 13, fab. 1.
[3] . Espagnet, La obra secreta de la filosofía de Hermes, canon 46.

Primera fatalidad, Aquiles y su hijo Pirro son necesarios para la toma de Troya



Se dice que Aquiles era hijo de Peleo y de Tetis. Aunque hayamos explicado ya lo que la fábula nos da a entender por ello, es mi propósito retocar alguna cosa para hacer la prueba más completa. Peleo viene de πελίς, negro, moreno, lívido, o de πηλός, barro, cenagal. Tetis es tomada por el agua. Isacio dice que Peleo, aconsejado por su padre, tuvo relación con Tetis, cuando entre todas las formas que tomaba para evitar las persecuciones de Peleo, tomó la forma de un pez conocido con el nombre de seco. Así he aquí a Aquiles hijo del barro negro y del agua. Se sabe que este pez llamado seco suelta un licor negro que tinta el agua en
la que se encuentra y la transforma, por así decirlo, en tinta. Todo esto conviene bien a la circunstancia de la concepción del hijo filosófico, que hemos dicho que sucede, según los filósofos, cuando la materia puesta en el vaso llega a un estado parecido al de un barro negro, o al de la pez negra fundida. Por la misma razón la fábula dice que las bodas de Peleo y de Tetis se hicieron sobre el monte Pelión en Tesalia.
A penas hubo nacido Aquiles, su madre para acostumbrarlo a la fatiga y volverlo como inmortal lo alimentó y lo crió de una manera que sólo es propia de Ceres y de Tetis. Lo escondía durante toda la noche en el fuego, para consumir en él todo lo que tenía de mortal y de corruptible; durante el día lo untaba de ambrosía.
Este método sólo salió bien con Aquiles, los otros hijos murieron, es lo que hizo darle el nombre de Pirítoo, como salvado del fuego, o viviendo en el fuego. Peleo quiso intervenir en la educación de Aquiles, Tetis lo abandonó y se retiró con las nereidas. Después se puso a Aquiles en manos de Quirón para que lo instruyera en la medicina y las artes.
Como Aquiles había aprendido de Tetis que perecería en la guerra de Troya, cuando fue el momento de esta guerra, Aquiles se retiró con Licomedes para no encontrarse allí. Se disfrazó con ropa de mujer y tuvo relación con Deidamia, de la que tuvo a Pirro. Habiendo sabido los griegos, por medio de Calcas, la necesidad de la presencia de Aquiles, encargaron a Ulises que lo fuera a buscar. Este lo encontró tras algunas indagaciones y lo obligó a reunirse con los otros jefes del ejército de los griegos. Esta acción es una de las que dan más honor a Ulises.

viernes, noviembre 24, 2006

Fatalidades atribuidas a la ciudad de Troya




Tanto en el ejército de los griegos como en el de los troyanos, estaban persuadidos de que la ciudad de Troya no podía ser tomada si no se ejecutaban ciertas cosas de las que dependía la suerte de esta ciudad. Homero no las menciona todas expresamente, pero Ovidio, Licofrón y algunos otros antiguos han hablado de ellas. Sin embargo se las puede deducir de lo que relata Homero en diferentes
lugares, tales como aquellos donde se describe lo que se hizo para ir a buscar a Filoctetes en Lemnos, Pirro en Esciros, la atención que los griegos ponían en impedir que los caballos de Reso bebiesen del agua del Xanto, y los peligros que desafiaron para llevarse el Paladión.
Estas fatalidades habían sido declaradas a los griegos por Calcas (Calcante), cuando Agamenón y los otros jefes del ejército griego fueron a consultarle sobre el éxito de la expedición que preparaban contra la ciudad de Troya. Calcas respondió que, 1º, no tomarían jamás esta ciudad si Aquiles y su hijo Neoptólemo no los acompañaban, 2º, que era necesario que tuvieran las flechas de Hércules, que este héroe, antes de morir había entregado como presente a Filoctetes, 3º, que era absolutamente necesario que se robara el Paladión, al que los troyanos conservaban cuidadosamente en el templo de Minerva, 4º, que uno de los huesos de Pélope debía ser llevado a Troya antes de la toma, 5º, que era preciso robar las cenizas de Laomedón, 6º, que se tuviera mucho cuidado en no dejar beber del agua del Xanto a los caballos de Reso. De los escritos de Homero se pueden deducir otras dos, la primera sería que era necesario hacer morir a Troilo, hijo de Príamo, antes de tomar la ciudad; y la segunda sería que el destino de Troya dependía da tal manera de Héctor, que jamás sería tomada esta ciudad mientras viviera. Finalmente se ha añadido una séptima, a saber, que Télefo, hijo de Hércules y Auge, debía de ser llamado a combatir junto a los griegos.

No se puede determinar la época de esta guerra




Los autores antiguos y modernos son tan diferentes unos de otros respecto a este acontecimiento, que es imposible conciliarlos.
Homero es el primero que ha hecho mención de esta guerra. La ha puesto como motivo central de su Ilíada y de su Odisea, pero se contenta con hablar de los dioses, diosas, ninfas, héroes y heroínas que allí se encuentran, sin determinar ningún tiempo fijo para este acontecimiento, ni para nada de lo que pueda tener alguna relación con él. Sólo este detalle debería hacer pensar que es una pura ficción de este poeta, que ha querido alegrar su imaginación y hacer ver a la posteridad la fecundidad de su genio. Si es verdad que esta pretendida guerra sólo es una alegoría de la gran obra, la podía haber descrito en menos de una página, según lo que dice el Cosmopolita.[1] Esta manera de tratar la gran obra no es extraordinaria, Denis Zachaire también ha supuesto la toma de una ciudad, pero sólo ha hecho un tratado y la historia de la ocupación que supone está contenida en un sólo capítulo. Filaleteo ha hecho al menos 28 obras sobre esta materia; y Raimon Llull la ha extendido en una infinidad de volúmenes.
No se sabe en qué tiempo vivió Homero y se ignora hasta su patria y el lugar donde murió, y
aunque Herodoto haya escrito la vida de Homero abreviada, él mismo estaba incierto de lo que decía respecto a esto, puesto que a menudo usa el término, yo pienso que, yo conjeturo que. Tomas Valois[2] confiesa que la variedad de sentimientos de los autores, en lo tocante a Homero, hace imposible determinar nada sobre el tiempo en que vivió este poeta.
Cicerón[3] dice que siete ciudades se disputaron la gloria de haber visto nacer a Homero en su seno; y nombra entre otras a Esmirna, Quio, Salamina, Colofona y Argos.
Al ser Homero el primero que ha hablado de la guerra de Troya y de la ruina de esta ciudad, los otros autores no han podido darnos nada seguro sobre la época de este acontecimiento ni sobre el suceso mismo; siendo así ¿no se la puede considerar como una pura ficción?

[1] . El Cosmopolita, Epílogo de sus 12 tratados.
[2] . Tomás Valois, Sobre el libro 3, de la Ciudad de Dios, de San Agustín, cap. 2.
[3] . Cicerón, Orat. Pro Archia Poëta.

La fabulosa Helena




En cuanto a los dioses y las diosas ya hemos dicho en el tercer libro y en otros lugares lo que significan. Y si se observa lo que los autores dicen de Helena se convencerá uno fácilmente de que su historia es una pura fábula, puesto que no es posible que fuera tan joven como para ser aún la más bella de las mujeres del tiempo en el que se figura que Paris la raptó. Por ello se ven obligados a confesar que se encuentran dificultades insuperables respecto a la edad de esta princesa,[1] incluso aceptando de este autor las combinaciones cronológicas que hace, Helena habría tenido al menos sesenta y algunos años en el tiempo de la toma de Troya.
Algunos autores antiguos han asegurado que Teseo, tras haber raptado a Helena y antes de su viaje a Épira, la dejó embarazada en manos de su madre Etra y que ésta dio a luz a una hija. Si l
a cosa es así, sería preciso que Helena tuviera la edad suficiente para ello, puesto que sus hermanos gemelos estaban entonces preparados para conducir un ejército, y porque se dice que durante la ausencia de Teseo, Cástor y Pólux tomaron las armas, se hicieron jefes de la ciudad de Afidnes, liberaron a su hermana, permanecieron en Esparta con Etra, madre de Teseo, que por ello se convirtió en esclava de Helena, que la llevó a Troya cuando después fue raptada por Paris.
Ya he dicho que Helena debía de tener al menos sesenta años en el tiempo de la guerra de Troya, y si no le he dado
más es porque este número de años otorgados a Helena son suficientes para probar lo que dije entonces. Pero si nos remitimos a Apolonio[2] y a Valerio Flaco,[3] Helena debería tener mucha más edad, puesto que nos enseñan que Jasón contó a Medea la historia de Teseo y Ariadna como una historia del tiempo pasado. Y lo era en efecto, pues Hipsípila era hija de Toas (Toante) y Toas hijo de esta misma Ariadna, a la que Teseo abandonó en la isla de Naxo tras ha
bérsela llevado de la isla de Creta, cuando hubo desafiado al Minotauro, con su ayuda. Jasón se enamoró de Hipsípila en la isla de Lemnos, yendo a la conquista del toisón de oro y allí tuvo una estancia bastante larga, pues allí tuvo dos hijos
con Hipsípila, al uno llamó Toas y al otro
Eneo. Teseo no era muy joven cuando raptó a Ariadna; a su retorno es cuando sucedió a su padre, que se precipitó al mar cuando vio venir el barco de su hijo con las velas negras, puesto que le había dicho que las pondría blancas si volvía dichosamente de su expedición.
Para entonces Teseo había realizado ya todas las grandes acciones que se le atribuyen; había combatido con Hércules a los centauros que enturbiaron las bodas de su amigo Pirítoo; hecho que sucedió antes de que Hércules, por orden de Euristeo, fuera a buscar al jabalí de Erimanto, pues fue
yendo hacia allí que desafió al resto de los
centauros y cuando murió Quirón herido por Hércules, con una flecha emponzoñada con veneno de la hidra de Lerna.
Y dicho en dos palabras, es perder el tiempo y pasar fatigas querer arreglar históricamente unos hechos puramente fabulosos. Yo preferiría decir mejor, con algunos autores, que Helena era inmortal; tal pensamiento tiene una relación más inmediata con la fábula; también Servio[4] abraza este sentimiento.

[1] . Banier, Mitología, tom. 2, p. 516.
[2] . Apolonio, libr. 3, vers. 995.
[3] . Valerio Flaco, lib. 6, vers. 90.
[4] . Servio, sobre ellib. 2, de la Enéida.