domingo, noviembre 19, 2006

Todos los que participaron en la ocupación de Troya y quienes la defendieron son fabulosos




Aquí habría que pasar revista a todos los héroes cuyos nombres y sorprendentes acciones son referidos por Homero, Virgilio y los otros autores; se habría de poner ante los ojos sus genealogías, pero para mostrar lo fabuloso del asunto es suficiente dirigirse a la raíz de su árbol genealógico. No hay ninguno que no tenga su origen en Júpiter, Neptuno o cualquier otro dios. Aquiles, el más famoso de entre ellos era hijo de Peleo y de la diosa Tetis. Peleo tuvo por padre a Éaco y por madre a la ninfa Endeis. Éaco era hijo de Júpiter y de Egina. Tetis, según Hesíodo,[1] era hija del Cielo y de la Tierra, Homero[2] dice que es hija de Nereo, que a su vez era hijo del Océano. Júpiter se enamoró de ella, pero habiendo aprendido de Prometeo que, según un oráculo de Temis, el hijo que naciera de Tetis sería más poderoso que su padre, Júpiter la dio en matrimonio a Peleo. Tetis, la de los pies de plata e hija del viejo marino,[3] encontró muy mal, según el mismo autor,[4] que Júpiter la hubiera despreciado hasta el punto
de hacerla esposa de un mortal. Ella dio sus quejas a Vulcano, que estaba muy prendado de ella, haciéndole reconocer que lo acogió muy bien cuando vino a ella después de que fuera echado del
Olimpo. En una palabra, Homero habla siempre de ella como de una diosa y todo lo que dice, particularmente en el libro 24 de la Ilíada, conviene perfectamente a lo que sucede en las operaciones del magisterio.
[1] . Hesíodo, Teogonía.
[2] . Homero, Himno a Apolo.
[3] . Homero, Ilíada, lib. 1, vers. 538.
[4] . Le respondió entonces Tetis, derramando lágrimas: «¡Hefesto! ¿Hay alguna de cuantas diosas hay en el Olimpo que haya soportado en sus mientes tantas luctuosas penas como los dolores que Zeus Crónica me ha dado a mí sobre todas? De entre las diosas marinas fui yo la subyugada para un hombre, el Eácida Peleo, y tuve que aguantar el lecho de un mortal, a menudo en contra de mi voluntad. Homero, Ilíada, lib. 18, vers. 428.

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