Cuando todo estuvo dispuesto para el viaje la tropa de los héroes se embarcó y un viento favorable se puso en la vela; en primer lugar abordaron en Lemnos, a fin de que Vulcano se volviera favorable. Se dice que las mujeres de esta isla habían faltado el respeto a Venus y esta diosa, para castigarlas, les adhirió un olor tan insoportable que las volvió despreciables a los hombres de esta isla. Las lemnianas irritadas tramaron asesinarlos a todos durante el sueño. Sólo Hipsípila conservó la vida a su padre Thoas, que por entonces era rey de la isla. Jasón adquirió los favores de Hipsípila y tuvieron hijos.
Al salir de Lemnos, los tirrenos les libraron un sangriento combate, donde todos estos héroes fueron heridos, excepto Glauco que desapareció y fue puesto entre el número de los dioses del mar.[1] De allí volvieron hacia Asia, recogieron a Marsias, a Cíos y a Cícico, en Iberia, seguidamente se detuvieron en Bebricia, que era el antiguo nombre de Bitinia, si se ha de creer a Servio.[2] Amico que reinaba allí, tenía la costumbre de desafiar en combate celta a los que llegaban a su país. Pólux aceptó el desafío y lo hizo morir bajo sus golpes. Después de aquello nuestros viajeros llegaron a las Sirtes de Libia, por donde se va a Egipto. El peligro que tuvo atravesar estas Sirtes fue que Jasón y sus compañeros tuvieron que tomar la resolución de llevar su barco sobre sus espaldas durante doce días a través del desierto de Libia, al cabo de los cuales, habiendo encontrado el mar la pusieron a flote.
Fueron también a visitar a Fineo, príncipe ciego y atormentado sin cesar por las harpías, de las que fue liberado por Calais y Zetes, hijos de Bóreas, los cuales tenían alas. Fineo, adivino y más clarividente con los ojos del espíritu que con los del cuerpo, les indicó la ruta que debían de tomar. Les dijo: primero debéis abordar las islas Cianeas, (que algunos han llamado Simplégades, donde hay escollos flotantes que entrechocan). Estas islas arrojan mucho fuego, pero evitaréis el peligro enviando allí una paloma. De allí pasaréis a Bitinia y dejaréis de lado la isla Tiniade. Veréis Mariandinos, Aquerusa, la ciudad de los enetas, Carambim, Halim, Iris, Temiscira, la Capadocia, las Cálibes y llegaréis finalmente al río Fasis, el cual riega la tierra de Circe, y de allí a Cólquide donde está el Toisón de oro.
Antes de llegar allí los argonautas perdieron a su piloto Tifis y pusieron a Anceo en su lugar.
Por fin toda la tropa desembarcó sobre las tierras de Aetes, hijo del Sol y rey de Colcos, quien les otorgó una amable acogida. Pero como era extremadamente celoso del tesoro que poseía y puesto que había sido informado del motivo que allí le traía, cuando Jasón apareció ante él, simuló consentir de buena gana en concederle su demanda, pero lo puso al corriente de los obstáculos que se oponían a sus deseos. Las condiciones que le prescribió eran tan duras que hubieran sido capaces de hacer desistir a Jasón en su empeño. Pero Juno que quería a Jasón, convino con Minerva que haría que Medea se enamorarse de este joven príncipe a fin de que, mediante el arte de los encantamientos del que esta princesa estaba perfectamente instruida, lo sacara de los peligros a los que se expondría para tener éxito en su empresa. En efecto, Medea tomó un tierno afecto por Jasón le ensalzó el coraje y le prometió todas las ayudas que dependieran de ella, con tal de que él se comprometiera a darle su palabra de matrimonio.
El Toisón de oro estaba suspendido en la selva de Marte, rodeado de un gran muro y sólo se podía entrar allí por una sola puerta guardada por un horrible dragón, hijo de Tifón y de Equidna. Jasón debía de poner bajo el yugo a dos toros, presente de Vulcano, que tenían los pies y los cuernos de bronce y que echaban torbellinos de fuego en llamaradas por la boca y las narices, engancharlos a un arado, hacerles labrar el campo de Marte y sembrar allí los dientes del dragón que antes debería haber matado.
De los dientes de este dragón sembrados debían nacer hombres armados, los cuales era preciso exterminar hasta el último y el Toisón de oro sería la recompensa de su victoria. Jasón tomó de su amante cuatro remedios para salir airoso. Ella le dio un ungüento del que se untó todo el cuerpo, para preservarse del veneno del dragón y del fuego de los toros. El segundo era una composición somnífera que adormecería al dragón en cuanto Jasón se la echara en la boca. El tercero era un agua límpida para apagar el fuego de los toros; y el cuarto una medalla sobre la cual estaban representados el Sol y la Luna.
Al día siguiente Jasón, provisto de todo esto, se presentó ante el dragón, le echó la composición encantada en la boca este y se adormeció, se durmió, se hinchó y reventó. Jasón le cortó la cabeza y le arrancó los dientes. A penas había terminado que los toros vinieron hacia él, arrojando una lluvia de fuego. Se libró echándoles su agua límpida. Se amansaron al instante, Jasón los aparejó y los puso bajo el yugo, labró el campo y sembró los dientes del dragón.
Al momento vio salir a los combatientes, pero siguiendo los buenos consejos de Medea, se alejó un poco, les lanzó una piedra que los puso furiosos, volvieron sus armas los unos contra los otros y se mataron todos. Jasón libre de todos estos peligros corrió a coger el Toisón de oro, volviendo victorioso a su barco y partió con Medea para volver a su patria.
Tal es el resumen de la narración de Orfeo, o si se quiere, de Onomácrito.
El relato de Apolonio de Rodas y el de Valerio Flaco no difieren casi nada de la de Orfeo, pero muchos antiguos han añadido allí circunstancias que es inútil repetir. Los que han leído a estos autores habrán visto que Medea salvándose con Jasón, asesinó a su hermano Absirto, lo cortó en pedazos y esparció sus miembros por el camino, para retrasar el paso de su padre y de los que la perseguían; que habiendo llegado al país de Jasón rejuveneció a Esón, padre de su amante e hizo muchos otros prodigios. Habrán leído que Frixo atravesó el Helesponto sobre un carnero, llegó a Colcos y sacrificó este carnero a Mercurio, quien doró el Toisón y luego fue suspendido en la selva de Marte; y finalmente, que de todos los que pretendieron la ayuda de Medea Jasón fue al único que la consiguió, sin la cual no hubiera podido salir airoso.
Al salir de Lemnos, los tirrenos les libraron un sangriento combate, donde todos estos héroes fueron heridos, excepto Glauco que desapareció y fue puesto entre el número de los dioses del mar.[1] De allí volvieron hacia Asia, recogieron a Marsias, a Cíos y a Cícico, en Iberia, seguidamente se detuvieron en Bebricia, que era el antiguo nombre de Bitinia, si se ha de creer a Servio.[2] Amico que reinaba allí, tenía la costumbre de desafiar en combate celta a los que llegaban a su país. Pólux aceptó el desafío y lo hizo morir bajo sus golpes. Después de aquello nuestros viajeros llegaron a las Sirtes de Libia, por donde se va a Egipto. El peligro que tuvo atravesar estas Sirtes fue que Jasón y sus compañeros tuvieron que tomar la resolución de llevar su barco sobre sus espaldas durante doce días a través del desierto de Libia, al cabo de los cuales, habiendo encontrado el mar la pusieron a flote.
Fueron también a visitar a Fineo, príncipe ciego y atormentado sin cesar por las harpías, de las que fue liberado por Calais y Zetes, hijos de Bóreas, los cuales tenían alas. Fineo, adivino y más clarividente con los ojos del espíritu que con los del cuerpo, les indicó la ruta que debían de tomar. Les dijo: primero debéis abordar las islas Cianeas, (que algunos han llamado Simplégades, donde hay escollos flotantes que entrechocan). Estas islas arrojan mucho fuego, pero evitaréis el peligro enviando allí una paloma. De allí pasaréis a Bitinia y dejaréis de lado la isla Tiniade. Veréis Mariandinos, Aquerusa, la ciudad de los enetas, Carambim, Halim, Iris, Temiscira, la Capadocia, las Cálibes y llegaréis finalmente al río Fasis, el cual riega la tierra de Circe, y de allí a Cólquide donde está el Toisón de oro.
Antes de llegar allí los argonautas perdieron a su piloto Tifis y pusieron a Anceo en su lugar.
Por fin toda la tropa desembarcó sobre las tierras de Aetes, hijo del Sol y rey de Colcos, quien les otorgó una amable acogida. Pero como era extremadamente celoso del tesoro que poseía y puesto que había sido informado del motivo que allí le traía, cuando Jasón apareció ante él, simuló consentir de buena gana en concederle su demanda, pero lo puso al corriente de los obstáculos que se oponían a sus deseos. Las condiciones que le prescribió eran tan duras que hubieran sido capaces de hacer desistir a Jasón en su empeño. Pero Juno que quería a Jasón, convino con Minerva que haría que Medea se enamorarse de este joven príncipe a fin de que, mediante el arte de los encantamientos del que esta princesa estaba perfectamente instruida, lo sacara de los peligros a los que se expondría para tener éxito en su empresa. En efecto, Medea tomó un tierno afecto por Jasón le ensalzó el coraje y le prometió todas las ayudas que dependieran de ella, con tal de que él se comprometiera a darle su palabra de matrimonio.
El Toisón de oro estaba suspendido en la selva de Marte, rodeado de un gran muro y sólo se podía entrar allí por una sola puerta guardada por un horrible dragón, hijo de Tifón y de Equidna. Jasón debía de poner bajo el yugo a dos toros, presente de Vulcano, que tenían los pies y los cuernos de bronce y que echaban torbellinos de fuego en llamaradas por la boca y las narices, engancharlos a un arado, hacerles labrar el campo de Marte y sembrar allí los dientes del dragón que antes debería haber matado.
De los dientes de este dragón sembrados debían nacer hombres armados, los cuales era preciso exterminar hasta el último y el Toisón de oro sería la recompensa de su victoria. Jasón tomó de su amante cuatro remedios para salir airoso. Ella le dio un ungüento del que se untó todo el cuerpo, para preservarse del veneno del dragón y del fuego de los toros. El segundo era una composición somnífera que adormecería al dragón en cuanto Jasón se la echara en la boca. El tercero era un agua límpida para apagar el fuego de los toros; y el cuarto una medalla sobre la cual estaban representados el Sol y la Luna.
Al día siguiente Jasón, provisto de todo esto, se presentó ante el dragón, le echó la composición encantada en la boca este y se adormeció, se durmió, se hinchó y reventó. Jasón le cortó la cabeza y le arrancó los dientes. A penas había terminado que los toros vinieron hacia él, arrojando una lluvia de fuego. Se libró echándoles su agua límpida. Se amansaron al instante, Jasón los aparejó y los puso bajo el yugo, labró el campo y sembró los dientes del dragón.
Al momento vio salir a los combatientes, pero siguiendo los buenos consejos de Medea, se alejó un poco, les lanzó una piedra que los puso furiosos, volvieron sus armas los unos contra los otros y se mataron todos. Jasón libre de todos estos peligros corrió a coger el Toisón de oro, volviendo victorioso a su barco y partió con Medea para volver a su patria.
Tal es el resumen de la narración de Orfeo, o si se quiere, de Onomácrito.
El relato de Apolonio de Rodas y el de Valerio Flaco no difieren casi nada de la de Orfeo, pero muchos antiguos han añadido allí circunstancias que es inútil repetir. Los que han leído a estos autores habrán visto que Medea salvándose con Jasón, asesinó a su hermano Absirto, lo cortó en pedazos y esparció sus miembros por el camino, para retrasar el paso de su padre y de los que la perseguían; que habiendo llegado al país de Jasón rejuveneció a Esón, padre de su amante e hizo muchos otros prodigios. Habrán leído que Frixo atravesó el Helesponto sobre un carnero, llegó a Colcos y sacrificó este carnero a Mercurio, quien doró el Toisón y luego fue suspendido en la selva de Marte; y finalmente, que de todos los que pretendieron la ayuda de Medea Jasón fue al único que la consiguió, sin la cual no hubiera podido salir airoso.
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