Según Apolonio, Fineo era hijo de Agenor y tenía su morada sobre una costa opuesta a Bitinia. El abad Banier dice que era hijo de Fénix, rey de Salmidese, sin enseñarnos de dónde descendía este Fénix. Sería muy difícil que Fineo hubiera vivido hasta el tiempo de los argonautas y así mismo que fuera encontrado en Tracia, pues debían de haber transcurrido dos siglos, según el cálculo del mismo abad Banier, después de Agenor hasta la guerra de Troya, por consiguiente, según él, Fineo tendría entonces al menos 165 años. Si lo llama nieto de Agenor por Fénix, este mitólogo no estará menos equivocado, puesto que dice,[1] según Higinio,[2] que Fénix se estableció en África, cuando buscaba a su hermana Europa. Fineo era ciego, lo que ha sido añadido para indicar la negrura llamada noche y tinieblas, puesto que es siempre de noche para un ciego. Las harpías sólo lo atormentaron después de que Neptuno le hubo quitado la vista, es decir, que el agua mercurial hubo ocasionado la putrefacción. Estos monstruos, símbolos de las partes volátiles, tenían alas y figura de mujer, para remarcar su ligereza, puesto que, según un antiguo: ¿Quid levius fumo? Flamen. Quid flamine? Ventus. Quid vento? Mulier. Quid mulier? Nihil. Cuando se dice que Fineo era adivino, es que la negrura, siendo la llave de la obra, anuncia el logro al artista, éste al conocer la teoría del resto de las operaciones, ve todo lo que ocurrirá a continuación
Para convencer al lector de la justicia y verdad de las explicaciones que acabo de dar, es suficiente que le muestre lo que dice Flamel respecto a esto,[3] verá a estas harpías bajo el nombre de dragones alados; la infección y el hedor que producían sobre los manjares de Fineo y finalmente su fuga. Podrá compararlo con los retratos que Virgilio[4] y Ovidio[5] hacen de ello, concluirá que el nombre de dragón les conviene perfectamente: La causa por la que he pintado estos dos espermas en forma de dragón, es que su pestilencia es tan grande, como la de los dragones, y que las exhalaciones que suben por el matraz son oscuras, negras, azules y amarillentas, tal como están pintados los dos dragones; ciertamente su fuerza y la de los cuerpos disueltos es tan venenosa que no existe en el mundo mayor veneno. Ya que por su fuerza y pestilencia es capaz de mortificar y matar todo lo vivo. El filósofo jamás puede oler esta pestilencia, si no rompe sus vasos, pero la reconoce al ver los cambios de los colores procedentes de la putrefacción de sus confecciones. [...] Al mismo tiempo, la materia se disuelve, se corrompe, ennegrece y concibe para engendrar, porque toda corrupción es generación. Siempre se ha de desear esta negrura. Es también la vela negra con el que el navío de Teseo volvió victorioso de Creta, y fue la causa de la muerte de su padre; así pues, es necesario que el padre muera para que de las cenizas del Fénix renazca otro, y que el hijo sea rey. En verdad, quien no vea esta negrura en el inicio de sus operaciones, durante los días de la piedra, aunque vea cualquier otro color, falla por completo en el magisterio, y no podrá terminarlo con ese caos. Ya que no se trabaja bien si no hay putrefacción, puesto que si no hay putrefacción no se corrompe, ni se engendra nada y, por consiguiente, la piedra no puede tomar vida vegetativa para crecer y multiplicarse. Y ciertamente, te digo nuevamente, que aún cuando tú mismo trabajes sobre las verdaderas materias, si al principio, tras haber puesto las confecciones en el huevo filosófico, es decir, algún tiempo después de que el fuego las haya irritado, no ves la cabeza del cuervo negro de un negro muy negro, tendrás que volver a empezar. [...] Así, pues, quienes no consigan estas señales esenciales, que se retiren pronto de las operaciones, para evitar una pérdida segura. [...] Un poco más tarde, el agua empieza a engordarse y a coagularse como si fuera una pez muy negra, y finalmente se vuelve cuerpo y tierra, que los envidiosos han llamado tierra fétida y pestilente. Ya que entonces, a causa de la perfecta putrefacción que es natural como las otras, esta tierra es pestilente y exhala un olor parecido al relente de los sepulcros repletos de podredumbre y de osamentas aún cargadas de humor natural. Esta tierra ha sido llamada por Hermes la tierra de las hojas, no obstante su verdadero y más apropiado nombre es el de letón que después se debe blanquear. Los antiguos sabios cabalistas la han descrito en las metamorfosis bajo la historia de la serpiente de Marte que había devorado a los compañeros de Cadmo, quien la mató atravesándola con su lanza contra un roble hueco. Fíjate bien en este roble.No se puede tener más dichoso presagio en los cuarenta primeros días, que esta negrura o Fineo ciego, es decir, la materia que en la primera obra había adquirido el color rojo y tanto esplendor y gloria, que había merecido los nombres de Fénix y de Sol, se encuentra al comienzo de la segunda, oscurecida, eclipsada y sin luz, lo que no podría expresarse mejor que por la pérdida de la vista. Fineo había recibido, dicen, el don de profecía de Apolo, porque Fineo era él mismo el Apolo de los filósofos en la primera obra o la primera preparación. Flamel dice positivamente que lo que acabo de referir debe de entenderse de la segunda operación.[6] Así, pues, pinto aquí dos cuerpos, uno de macho y otro de hembra para enseñarte que en esta segunda operación tienes verdaderamente, pero aún no perfectamente, dos naturalezas conjuntas y casadas, la masculina y la femenina, o mejor los cuatro elementos.
Para convencer al lector de la justicia y verdad de las explicaciones que acabo de dar, es suficiente que le muestre lo que dice Flamel respecto a esto,[3] verá a estas harpías bajo el nombre de dragones alados; la infección y el hedor que producían sobre los manjares de Fineo y finalmente su fuga. Podrá compararlo con los retratos que Virgilio[4] y Ovidio[5] hacen de ello, concluirá que el nombre de dragón les conviene perfectamente: La causa por la que he pintado estos dos espermas en forma de dragón, es que su pestilencia es tan grande, como la de los dragones, y que las exhalaciones que suben por el matraz son oscuras, negras, azules y amarillentas, tal como están pintados los dos dragones; ciertamente su fuerza y la de los cuerpos disueltos es tan venenosa que no existe en el mundo mayor veneno. Ya que por su fuerza y pestilencia es capaz de mortificar y matar todo lo vivo. El filósofo jamás puede oler esta pestilencia, si no rompe sus vasos, pero la reconoce al ver los cambios de los colores procedentes de la putrefacción de sus confecciones. [...] Al mismo tiempo, la materia se disuelve, se corrompe, ennegrece y concibe para engendrar, porque toda corrupción es generación. Siempre se ha de desear esta negrura. Es también la vela negra con el que el navío de Teseo volvió victorioso de Creta, y fue la causa de la muerte de su padre; así pues, es necesario que el padre muera para que de las cenizas del Fénix renazca otro, y que el hijo sea rey. En verdad, quien no vea esta negrura en el inicio de sus operaciones, durante los días de la piedra, aunque vea cualquier otro color, falla por completo en el magisterio, y no podrá terminarlo con ese caos. Ya que no se trabaja bien si no hay putrefacción, puesto que si no hay putrefacción no se corrompe, ni se engendra nada y, por consiguiente, la piedra no puede tomar vida vegetativa para crecer y multiplicarse. Y ciertamente, te digo nuevamente, que aún cuando tú mismo trabajes sobre las verdaderas materias, si al principio, tras haber puesto las confecciones en el huevo filosófico, es decir, algún tiempo después de que el fuego las haya irritado, no ves la cabeza del cuervo negro de un negro muy negro, tendrás que volver a empezar. [...] Así, pues, quienes no consigan estas señales esenciales, que se retiren pronto de las operaciones, para evitar una pérdida segura. [...] Un poco más tarde, el agua empieza a engordarse y a coagularse como si fuera una pez muy negra, y finalmente se vuelve cuerpo y tierra, que los envidiosos han llamado tierra fétida y pestilente. Ya que entonces, a causa de la perfecta putrefacción que es natural como las otras, esta tierra es pestilente y exhala un olor parecido al relente de los sepulcros repletos de podredumbre y de osamentas aún cargadas de humor natural. Esta tierra ha sido llamada por Hermes la tierra de las hojas, no obstante su verdadero y más apropiado nombre es el de letón que después se debe blanquear. Los antiguos sabios cabalistas la han descrito en las metamorfosis bajo la historia de la serpiente de Marte que había devorado a los compañeros de Cadmo, quien la mató atravesándola con su lanza contra un roble hueco. Fíjate bien en este roble.No se puede tener más dichoso presagio en los cuarenta primeros días, que esta negrura o Fineo ciego, es decir, la materia que en la primera obra había adquirido el color rojo y tanto esplendor y gloria, que había merecido los nombres de Fénix y de Sol, se encuentra al comienzo de la segunda, oscurecida, eclipsada y sin luz, lo que no podría expresarse mejor que por la pérdida de la vista. Fineo había recibido, dicen, el don de profecía de Apolo, porque Fineo era él mismo el Apolo de los filósofos en la primera obra o la primera preparación. Flamel dice positivamente que lo que acabo de referir debe de entenderse de la segunda operación.[6] Así, pues, pinto aquí dos cuerpos, uno de macho y otro de hembra para enseñarte que en esta segunda operación tienes verdaderamente, pero aún no perfectamente, dos naturalezas conjuntas y casadas, la masculina y la femenina, o mejor los cuatro elementos.
[1] . Banier, tomo 3, p. 67.
[2] . Higinio, Fab. 178.
[3] . Flamel, Explicaciones de las Figuras. Cap. 4.
[4] . Alado cuerpo, rostros virginales; arroja el seno vil vestigio inmundo; corvas manos y pies, garfios rampantes; pálidos siempre de hambre los semblantes. Virgilio, Eneida, lib.3.
[5] . Grande caput, stantes oculi, rostra apta rapinis, Canicies pennis, unguibus humus inest. Nocte volant cunis córpora rapta fuis. Ovidio, Fast. Lib. 6.
[6] . Flamel, Las Figuras Jeroglíficas, cap. 4.
[2] . Higinio, Fab. 178.
[3] . Flamel, Explicaciones de las Figuras. Cap. 4.
[4] . Alado cuerpo, rostros virginales; arroja el seno vil vestigio inmundo; corvas manos y pies, garfios rampantes; pálidos siempre de hambre los semblantes. Virgilio, Eneida, lib.3.
[5] . Grande caput, stantes oculi, rostra apta rapinis, Canicies pennis, unguibus humus inest. Nocte volant cunis córpora rapta fuis. Ovidio, Fast. Lib. 6.
[6] . Flamel, Las Figuras Jeroglíficas, cap. 4.
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