sábado, mayo 12, 2007

El Robo de las Manzanas de Oro del Jardín de las Hespérides (4)



Volvamos a la fábula de las Hespérides; esta tiene todos los caracteres de los que acabo de hablar. Hércules al haber visto y tomado consejo de Nereo y de Prometeo ya no está obstaculizado para conseguirlo, toma el camino del jardín de las Hespérides, e instruido de lo que debía de hacer, se pone en situación de ejecutar su empresa. A penas ha llegado allí, un monstruoso dragón se presenta en la entrada. Él lo ataca, lo mata y este animal cae en putrefacción de la manera que ya he explicado. La alusión no habría sido exacta si este monstruo no hubiera sido supuestamente muerto en la entrada, la negrura sigue a la corrupción, siendo la llave de la obra, como lo prueba Sinesio:[1] Cuando nuestra materia Hyle empieza a no subir y descender más lo que tiene de substancia humosa, se pudre y se vuelve tenebrosa, lo que se llama vestido negro o cabeza de cuervo [...]
Esto hace también que no haya más que dos elementos formales en nuestra piedra, a saber, la tierra y el agua, pero la tierra contiene en su substancia la virtud y la sequedad del fuego, y el agua comprende al aire con su humedad [...] Notad que la negrura es el signo de la putrefacción (que llamamos Saturno) y que el comienzo de la disolución es el signo de la conjunción de las dos materias [...] Oh, hijo mío, tu tienes ya, por la gracia de Dios, un elemento de nuestra piedra, que es la cabeza negra, la cabeza de cuervo, que es el fundamento y la llave de todo el magisterio, sin los cuales no tendrías éxito jamás. Morien se expresa en el mismo sentido y dice:[2] Sabed, sin embargo, oh magnífico rey, que en este magisterio, nada está animado, nada nace y nada crece si no es después de la negrura de la putrefacción y después de haber sufrido, por un combate natural, la alteración y el cambio. Lo que ha hecho decir al sabio, que toda la fuerza del magisterio es después de la podredumbre.
Nicolás Flamel,[3] que ha empleado la alegoría del dragón, dice también: Al mismo tiempo la materia se disuelve, se corrompe, ennegrece y concibe para engendrar; porque toda corrupción es generación y siempre se debe desear esta negrura... En verdad quien no vea esta negrura durante los primeros días de la piedra, cualquier otro color que vea falla completamente en el magisterio y no lo puede acabar con ese caos; pues no trabaja bien, si no pudre nada.
Basilio Valentín en el trazo de sus doce llaves; Ripley en sus doce puertas, en fin, y todos los otros filósofos que sería muy largo citarlos a todos. Habiendo observado los antiguos que la disolución se hacía por la humedad y la putrefacción o al ser el negro su Saturno, tenían la costumbre de poner un tritón sobre el templo de este hijo del Cielo y de la Tierra, y se sabe que Tritón tenía relación inmediata con Nereo. Maier[4] nos asegura que las primeras monedas fueron acuñadas bajo los auspicios de Saturno y que llevaban como impresión una oveja y un barco, lo que haría alusión al Toisón de oro y a la nave Argo.
Los autores que han pretendido que Hércules no empleó la violencia para robar las manzanas de oro sino que las recibió de manos de Atlas, sin duda no han puesto atención a lo que la fábula dice claramente que hizo para tener éxito, matar este dragón espantoso que guardaba la entrada del jardín.
Hércules usó la violencia matando al dragón, en el sentido y de la manera que hemos dicho; se puede decir también que recibió las manzanas de la mano de Atlas, en cuanto a que este pretendido rey de Mauritania no significa otra cosa que la roca en la cual fue cambiado, es decir, la roca o la piedra de los filósofos de la cual se forma el oro de los sabios, que algunos filósofos han llamado fruto del Sol o manzanas de oro.
¿Pero qué razón tenían los filósofos antiguos y modernos para tener que figurar las manzanas de oro? Esta idea debe de venir bastante naturalmente a un hombre que hace que los filones de las minas se extiendan bajo tierra, más o menos como las raíces de los árboles. Las substancias sulfurosas y mercuriales se reencuentran en los poros y en las venas de la tierra y de las rocas, se coagulan para formar los minerales y los metales, así como la tierra y el agua impregnadas de diferentes sales fijas y volátiles concurren en el desarrollo de los gérmenes y el crecimiento de los vegetales. Esta alegoría de los árboles metálicos está, pues, tomada de la naturaleza misma de las cosas. Casi todos los filósofos herméticos han hablado de estos árboles minerales. Los unos se han explicado de una manera, los otros de otra, pero de modo que todos coinciden en tocar el mismo punto.
El grano fijo –dice Flamel–[5] es como la manzana y el mercurio es el árbol, no es preciso, pues, separar el fruto del árbol antes de su madurez, porque podría llegarle una falta de alimento [...] Es preciso transplantar el árbol, sin quitarle el fruto, a una tierra fértil, grasa y muy noble, que suministrará más alimento al fruto en un día que la primera tierra no le hubiera proporcionado en cien años, a causa de la continuada agitación de los vientos. La otra tierra, estando cerca del Sol, perpetuamente calentada por sus rayos y abrevada sin cesar por el rocío, ha hecho vegetar y crecer abundantemente el árbol plantado en el jardín filosófico. Alguien señaló que aunque haya relación de esta alegoría de Flamel con la del jardín de las Hespérides, la del Cosmopolita es aún más precisa. Neptuno –dice éste–[6] me condujo a una pradera en medio de la cual había un jardín plantado de diversos árboles muy notables. Me mostró siete entre los otros que tenían sus nombres particulares y me hizo notar dos de estos siete, mucho más bellos y más elevados, uno llevaba frutos que brillaban como el sol y sus hojas eran como de oro, el otro producía frutos de una blancura que sobrepasa a la del lis, y sus hojas se parecían a la plata más fina. 
Neptuno llamó al primero árbol solar y al otro árbol lunar. Otro autor ha intitulado su tratado sobre esta materia, arbor solaris. Se encuentra en el sexto tomo del Teatro Químico.
Tras una relación tan palpable ¿se podría persuadir uno de que estas antiguas y modernas alegorías no tenían el mismo objeto? Y si en efecto no lo tuvieran, ¿cómo se podría concebir que los filósofos herméticos al haberlas empleado para explicar sus operaciones, o la materia del magisterio, estén entre ellas tan conformes?
Puede ser que se diga que no son los poetas que han puesto sus fábulas en los filósofos sino que son estos últimos que han tomado sus alegorías en las fábulas de los poetas. Pero si las cosas fueran así y los poetas sólo hubieran tenido a la vista la historia antigua, o la moral, ¿cómo es que la composición de todas las circunstancias de las hazañas aportadas por los poetas y las circunstancias de casi todas las fábulas se encuentran apropiadas para explicar alegóricamente todo lo que pasa sucesivamente en las operaciones de la obra? Y ¿cómo se puede explicar una con la otra? Si no hubieran más que una o dos fábulas que pudieran referirse a ello, se podría decir quizás que torturándolas a la manera de los mitólogos atraídos por la historia o la moral, se les podría hacer venir a la gran obra tanto para bien como para mal, pero no hay una sola de las antiguas fábulas egipcias y griegas que no se pueda explicar con las mismas circunstancias, que parecen las menos interesantes para los otros mitólogos, y que son tan necesarias en mi sistema; es un argumento que nuestros mitólogos deberían de tomarse el trabajo de resolver.

Sin embargo Orfeo y los antiguos poetas no se han propuesto describir alegóricamente el seguimiento entero de la obra en cada fábula y también muchos filósofos herméticos sólo han descrito la parte que más les llamaba la atención. Uno ha tenido la intención de hacer alusión a lo que pasa en la obra del azufre; otro en las operaciones del elixir, un tercero ha hablado de la multiplicación. Algunas veces, para despistar, estos últimos han entremezclado las operaciones de una y otra obra. Es lo que los vuelve tan ininteligibles para aquellos que no saben hacer esta distinción; también es lo que hace que se encuentren a menudo aparentes contradicciones en sus obras, cuando se compara a unos con otros. Por ejemplo, un filósofo hermético que habla de las materias que entran en la composición del elixir, dice que son necesarias muchas y el que habla de la composición del azufre, que sólo se precisa una. Tienen razón los dos, es suficiente para acordarlos poner atención en que no hablan de la misma circunstancia de la obra. Esto contribuye a confirmar la idea de contradicción que se les atribuye, y es que la descripción de las operaciones a menudo es la misma en la una y en la otra, pero aún tienen razón en esto, puesto que Morien, uno de entre ellos, nos asegura como muchos otros filósofos, que la segunda obra, a la que llama disposición, es totalmente parecida a la primera en cuanto a las operaciones.
Se deben juzgar las fábulas de la misma manera. Los trabajos de Hércules tomados separadamente, no hacen alusión a todos los trabajos de la obra, pero la conquista del Toisón de oro la encierra enteramente. Es por lo que se ven reaparecer muchas veces en esta última ficción, hechos muy diferentes entre ellos en cuanto a los lugares y las acciones, pero que, tomados en el sentido alegórico, significan la misma cosa. Al no ser, los lugares por los cuales era natural que los argonautas pasaran para volver a su país, los más apropiados para expresar lo que Orfeo tenía a la vista, ha figurado otros que no han existido jamás, o ha figurado que pasaban por lugares conocidos, pero que les sería imposible encontrar en su ruta natural. Éste señala el lugar para los otros, como veremos en lo que sigue.
La propiedad que Midas había recibido de Baco, de cambiar en oro todo lo que tocaba, sólo es una alegoría de la proyección o transmutación de los metales en oro. El arte nos proporciona todos los días en el reino vegetal ejemplos de transmutación que prueban la posibilidad de la de los metales. ¿No vemos que con sólo un pequeño esqueje tomado de un buen árbol y que injertado en un arbolillo silvestre, lleva frutos de la misma especie que los del árbol de donde el esqueje ha sido sacado? ¿Por qué el arte no lo conseguiría en el reino mineral, proporcionando también un esqueje metálico al silvestre de la naturaleza, y trabajando con ella? La naturaleza emplea un año entero en hacer producir a un manzano, hojas, flores y frutos.
Pero si a principios de Diciembre antes de las heladas, se corta de un manzano una pequeña rama en fruto y se pone en agua, en una estufa, se verá en pocos días retoñar hojas y flores. ¿Qué hacen los filósofos? Ellos toman una rama de su manzano hermético, lo meten en su agua y en un lugar moderadamente cálido, y les da flores y frutos a su tiempo. La naturaleza, pues, ayudada por el arte abrevia la duración de sus operaciones ordinarias. Cada reino tiene sus procedimientos, pero los que la naturaleza usa para uno justifica los del otro, porque siempre actúa por una vía simple y derecha; el arte la debe imitar, pero emplea diversos medios cuando se trata de llegar a puntos diferentes. La fábula de las Hespérides es una prueba de que el filósofo hermético debe consultar a la naturaleza, trabajar e imitar sus procedimientos en sus operaciones, si quiere, como Hércules, salir airoso al robar las manzanas de oro. Es en este mismo jardín que fue cogida la manzana, primera simiente de la guerra de Troya. También Venus tomó allí las que hizo presentar a Hipómenes para detener a Atalanta en su carrera. Explicaremos esta última fábula en el siguiente capítulo y nos reservamos la otra para el sexto libro.

[1] . Sinesio, De la Obra de los Sabios.
[2] . Morien, Conversación del Rey Calid.
[3] . Flamel, Explicación de las Figuras Jeroglíficas.
[4] . Michael Maier, Arcana Arcaníssima, lib. 2.
[5] . Flamel, op. cit.
[6] . El Cosmopolita, Parábola.

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