lunes, octubre 16, 2006

Vulcano


Homero dice positivamente que es hijo de Júpiter y de Juno y que su gran deformidad hizo que lo expulsaran del Cielo desde donde cayó en la isla de Lemnos. El mismo poeta hace hablar a Juno en otro lugar como habiendo sido ella misma la que expulsó a Vulcano del Olimpo.[1] Tampoco Vulcano olvidó esta injuria y para vengarse hizo una silla de oro con resortes secretos que sujetaban a los que allí se sentaban sin que pudieran levantarse. La dio como presente a su madre, que se encontró presa en el momento que se sentó.
Entre los egipcios, según Herodoto, era el más antiguo de los dioses y entre los griegos era el menos respetado. Se le tiene por el padre de los herreros y a él mismo como forjador del hierro. Fabricaba los rayos de Júpiter y las armas de los dioses.
Este dios cojo pidió a Júpiter que le diera a Minerva como mujer, como recompensa de las armas que le había fabricado y de los servicios prestados, pero Minerva siempre fue sorda a sus peticiones y rebelde a sus persecuciones. El león le era consagrado a causa de su naturaleza ígnea.Vulcano ha sido considerado y honrado por todas partes como dios del fuego. Algunos antiguos mitólogos lo tomaban por el fuego de la naturaleza, pero como el fuego de forja y de nuestras cocinas es más sensible y más manifiesto, el pueblo lo consideró como tal; al no conocer o no haber tocado más que éste, se acostumbró a tomarlo por Vulcano y fue confirmado en su error por las historias alegóricas que los poetas vendieron a cuenta de este dios, y por las
ceremonias simbólicas que se empleaban en su culto.
Entre los egipcios, Vulcano era el más antiguo y más grande de los dioses, porque el fuego es el principio activo de todas las generaciones. Todas las ceremonias de su culto habían sido instituidas para hacer alusión al arte secreto de los sacerdotes, y siendo el fuego el principal y único agente operativo de este arte, tuvo el más soberbio de los templos en Menfis bajo el nombre de Opas y lo consideraban como su protector.
Los egipcios, pues, tenían a la vista al fuego filosófico y este fuego es de diferentes especies, según los discípulos de Hermes. Artefio[2] es el que habla más extensamente de ello y el que mejor lo designa. Nuestro fuego –dice este autor– es mineral, es igual, continuo y no se evapora, si no es excitado muy fuertemente; participa del azufre, es tomado de otra cosa que de la materia, destruye todo, disuelve, congela y calcina, hay un artificio para encontrarlo y para hacerlo y no cuesta nada, o al menos muy poco. Además, es húmedo, vaporoso, digerente, alterante, penetrante, sutil, aéreo, no violento, incombustible, o que no abrasa, envolvente, continente, único. También es la fuente de agua viva que rodea y contiene el lugar donde se bañan el rey y la reina. Este fuego húmedo es suficiente para toda la obra, al comienzo, en medio y al final, porque todo el arte consiste en este fuego. Hay aún un fuego natural, un fuego contra natura y un fuego innatural que no quema y finalmente como complemento hay un fuego cálido, seco, húmedo y frío. El mismo autor distingue los tres primeros en fuego de lámpara, fuego de cenizas y fuego natural del agua filosófica.
Este último es el fuego contra natura que es necesario en el transcurso de toda la obra; en lugar, dice él, que los otros dos que sólo son necesarios en ciertos tiempos. Ripley,[3] tras haber hecho la enumeración de estos mismos cuatro fuegos, concluye así: Haced, pues, un fuego en vuestro vaso de vidrio, que queme más eficazmente que el fuego elemental.
Raimon Llull, Flamel, Gui de Montanor, Espagnet y todos los filósofos se expresan más o menos de la misma
manera, aunque menos claramente. Espagnet recomienda huir del fuego elemental o de nuestras cocinas, como el tirano de la naturaleza y lo llama fraticida. Los otros dicen que el artista no se quema jamás los dedos y no se ensucia las manos con el carbón y el humo. Es preciso, pues, concluir que los que cambian su plata en carbón no deben pretender obtener más que ceniza y humo y no deben esperar otras transmutaciones. Estos sopladores, pues, no conocen a Vulcano o el fuego filosófico.
La fijeza de la materia de la obra en este estado ha dado lugar a la ficción de la silla de oro que Vulcano presenta a Juno, pues una silla, está hecha para el reposo y
se puede figurar naturalmente que Juno, que hemos dicho que era un vapor volátil, viene a reposar allí, cuando este vapor es fijado en el oro o la materia fija de los filósofos. Vulcano en esa ocasión trata así a su madre para vengarse de ella por haberlo echado del Cielo, desde donde cayó en la isla de Lemnos. La tierra ígnea de los sabios, tras haber ocupado la parte superior del vaso, volatilizándose con el vapor del que acabamos de hablar, cae el fondo donde forma como una especie de isla en medio del mar. Desde allí actúa y hace sentir su fuerza a todo el resto de la materia, tanto acuosa como terrestre.
Su educación a cargo de las nereidas designa bien cuál es la naturaleza de este fuego y el origen de Vulcano.

[1] . Mientras que mi hijo Vulcano, al que he engendrado yo misma, está débil y tiene los pies torcidos, pues habiéndolo cogido por sus manos lo ha echado en el ancho mar; pero la hija de Nereo, Tetis, de los pies de plata lo ha recogido y lo ha llevado con sus hermanas. Homero, Himno a Apolo.
[2] . Artefio, Del Arte secreto.
[3] . Ripley, Las Doce Puertas.

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