Reseña de REMI BOYER
sobre el libro de J. M. d’Ansembourg, «Ensayo sobre el Mensaje Reencontrado de
Louis Cattiaux. Confluencia del cristianismo y de la sabiduría universal»,
publicado por editorial Obelisco,
Reseña
de Remy Boyer
Jean-Marie d’Ansembourg es un autor tan
poco común y discreto como valioso. Sus escritos son siempre esenciales, cada
palabra está calibrada para servir a la búsqueda de la Verdad. Con este libro,
sigue felizmente los pasos de Louis Cattiaux y de Emmanuel d’Hooghvorst,
contribuyendo al reconocimiento del Mensaje Reencontrado,
considerado como «el último libro conocido del Corpus
Hermeticum», situado en la encrucijada del hermetismo y del
cristianismo, como una referencia indispensable para el futuro. Con cautela
comienza este ensayo, esta glosa, con una frase de Louis Cattiaux: «Las
palabras de los sabios son excelentes, pero quienes pretenden explicarlas a
menudo son malos». Los textos de las dos plegarias, verdaderos Ave María y Pater herméticos, que introducen
el Mensaje Reencontrado ofrecen, nos dice, «una misma
estructura, muestran equivalencias, respuestas y ecos analógicos». Distingue
«los dos componentes de una santa oración»: «el de las alabanzas por atributos
divinos, y el de las peticiones y súplicas de la humanidad caída».
«En estos textos –afirma Jean-Marie
d’Ansembourg– buscaremos significados analógicos y correspondencias en relación
con varias esferas: el mundo divino, la creación o macrocosmos, y los dos
microcosmos que son el hombre y la gran obra, estos tres últimos mundos siendo
las manifestaciones e imágenes del primero».
Se abordan diferentes temas del Mensaje Reencontrado, algunos evidentes, otros con
demasiada frecuencia ignorados: «Ser y no-ser, reposo y acto del Ser, el
Innominado, eternidad del bien y del mal, esencia y sustancia, mundo
intra-divino y nombres, funciones del Hijo-Verbo-Logos, multiplicación y goce
divino, Todo y Nada, proceso de creación y de reintegración, mezcla de Ser y de
no-ser, juicio o gran crisis, los dos barros, formas y criaturas de los dos
Adanes, luz increada y doble bautismo, montaña y silencio, nube y bendición, salvación
y liberación, «por qué» y «cómo», grados del amor-agapé, gran obra y
redención de la naturaleza y del hombre, la verdad y sus testigos, etc.
Como podemos ver, no sólo se trata de
una de las metafísicas más exitosas de la Gran Realidad, sino también de la
pragmática de la reintegración que se desprende de ella. La cuestión general
es, en efecto, la de la «exteriorización» a través de una dualidad cada vez más
densa y de la «reintegración», del retorno a la «fuente», de este doble
movimiento evocado por las tradiciones bajo distintos velos y vestidos.
Louis Cattiaux en El Mensaje Reencontrado,
afirma: «La verdad de Dios bien puede revestir todos los rostros y todos los
plumajes, su santa desnudez permanece siempre igual a sí misma» y también:
«Cuando lo hayamos separado, clasificado, etiquetado y disecado todo,
finalmente deberemos reunirlo y unificarlo todo en la vida, so pena de
permanecer sellados en la letra y en la multiplicidad de la muerte». Se trata
de un compromiso incondicional, sólo Dios se reconoce a sí mismo en la selva de
las formas. Jean-Marie d’Ansembourg, junto con Louis Cattiaux, propone meditar
sobre «los secretos de la Escritura y de la Naturaleza para conocer o reconocer
y exaltar el modo divino, escondido en ellas y en nosotros».
Las dos plegarias que abren El Mensaje Reencontrado son también, en cierto
modo, su gloria suprema. Juntas son el principio y el fin. D’Ansembourg los ve
como los dos triángulos del sagrado hexagrama, que evoca un camino del cuerpo
de gloria: «la estrella de seis puntas que sella la unión de estos triángulos
designa al Hijo único, fruto de la Madre acuosa y del Padre ígneo». El trabajo
preciso, minucioso, erudito pero accesible de Jean-Marie d’Ansembourg permite
encajar numerosas piezas del rompecabezas de la verdad. Acompaña al lector en
una de estas «amistades espirituales» demasiado poco frecuentes, para ayudarle
a poner orden en la multitud de elementos dispersos y rectificar o mejor,
reorientar su trabajo hacia la realización última, con lucidez y humildad.
«No obstante, creemos que, de nuestra
glosa, al menos, se pueden retener tres cosas», concluye, tras haber repetido
la importancia de no confundir la palabra con el objeto designado por la
palabra:
La primera es que el conocimiento
del Nuevo Testamento es particularmente útil, sino
esencial, para sondear el Mensaje Reencontrado –y
viceversa–. Cattiaux claramente se había alimentado de éste.
La segunda es la necesidad de informarse
sobre la ontología o metafísica universal.
La tercera es que el método tradicional
que hemos utilizado –analogía y cotejo de textos: la Escritura comenta la
Escritura– abre numerosas ventanas; utilizado en concreto por los comentadores
judíos y cristianos, así como por los filósofos herméticos, este método ha
demostrado verdaderamente su valor».
Recomendamos pues, encarecidamente la
lectura de este libro, independientemente del camino en el que nos encontremos.
Es por su profundidad y su metodología, un inestimable compañero de viaje.
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