Pernety
en sus FÁBULAS EGIPCIAS Y GRIEGAS (París, 1786, v. I, pp. 117 y ss.) en el
apartado dedicado al HÚMEDO RADICAL dice:
La
vida y la conservación de los individuos dependen de la estrecha unión de la
forma con la materia. El nudo o ligadura que forma esta unión consiste en la
del fuego innato con el húmedo radical. Este húmedo es la porción más pura y
digerida de la materia y es como un aceite extremadamente rectificado por los
alambiques de la naturaleza. Las simientes contienen mucho de este húmedo
radical, en el cual, se alimenta una chispa del fuego celeste, y cuando es
ayudado constantemente, puesto en una conveniente matriz, opera todo lo que es
necesario para la generación. En este húmedo radical se encuentra algo de
inmortal; la muerte del mixto no hace que se evapore y desaparezca. Éste
resiste incluso al fuego más violento, puesto que aún se le encuentra en la
ceniza de los cadáveres quemados.
Cada
mixto contiene dos húmedos, aquel al que acabamos de referirnos y un húmedo
elemental, en parte acuosos y en parte aéreo. Éste cede a la violencia del
fuego, pues se eleva en humo, en vapores y cuando está completamente evaporado no
queda del cuerpo más que cenizas o partes separadas unas de otras. No es así
respecto al húmedo radical, puesto que constituyendo la base de los mixtos
afronta la tiranía del fuego, sufre este martirio con un insuperable coraje y
permanece unido firmemente a las cenizas del mixto, lo que indica
manifiestamente su gran pureza. […]
* * * * * * *
Ahora,
tras esta extraordinaria exposición por parte de Pernety, la cual recomiendo su
lectura íntegra, trasladaré un magnífico artículo del añorado Carlos del Tilo,
que en gloria esté, en el que también se refiere a este húmedo radical y donde también
cita este mismo apartado de Pernety.
El
artículo en cuestión figura en su libro “EL LIBRO DE ADÁN” (ed. Arola Editors,
Tarragona 2002, p. 77) y su título es: Un sabio refrán: “Quien te da hueso
no te quiere ver muerto”, éste es el texto:
Si
el perro guarda con tanto celo el hueso que le ha sido arrojado, es porque sabe
que la médula alimenticia[1] está en
su interior, aunque la dureza del hueso
le impide, sin embargo, alcanzarla. Por esta razón, cuando una cosa es
muy difícil de resolver se dice, familiarmente, que es un hueso.
Observemos
que la lengua castellana emplea la misma palabra para designar el hueso del
animal y el hueso del fruto, lo que no ocurre en otras lenguas. Tal cosa tiene,
ciertamente, un profundo significado, ya
que el hueso tanto en el reino animal como en el vegetal está constituido por
una corteza muy dura que protege la sustancia que contiene. Esta sustancia es
la porción más fija y más pura del poder vegetativo, es decir, de su simiente.
Lo mismo ocurre, pues, con el esqueleto del hombre y, en particular, con su
columna vertebral, que es como su centro vital.
En
el Midrach Rabah encontramos un curioso comentario a propósito del versículo
bíblico en el que el Señor proclama su decisión de destruir la humanidad con el
diluvio:
“Y
el Señor dijo: Borraré de la faz de la tierra al hombre que he creado”(Génesis,
VI, 7): Rabí Leví en nombre de rabí Iojanán dijo: Incluso la piedra inferior de
los molinos[2]
fue disuelta en los días del diluvio. Rabí Iejudah, hijo de Simón, dijo en
nombre de rabí Iojanán: Incluso el polvo
del primer hombre ha sido destruido. Es lo que rabí Iejudah explicaba en
Seforis, pero en la comunidad de aquella ciudad no quisieron admiir lo que él
decía al respecto.
Rabí
Iojanán en nombre de rabí Simeón hijo de Iejotsedeq dijo: Incluso el hueso de
la columna vertebral, del que el Santo-bendito-sea hace germinar al hombre para
el mundo porvenir, ha sido destruido.
El
emperador Adriano -¡que sus huesos sean triturados!- hizo la siguiente pregunta
a rabí Iejochuah ben Jananiah: ¿De dónde hará germinar el Santo-bendito-sea el
hombre para el mundo porvenir? Y Él le respondió: Del hueso de la columna
vertebral.[3]
¿De dónde lo sabes?-le preguntó Adriano- Él respondió: Ponlo en mis manos y te
lo haré ver.
Rabí
Iejochuah lo puso a moler en un molino y no fue molido. Lo arrojó al fuego y no
fue quemado; lo puso en el agua y no fue disuelto. Finalmente, cuando lo puso
en el yunque y lo golpearon con un mazo, el yunque se hendió, el mazo se partió,
y este hueso no sufrió daño alguno.[4]
Existe
otro pasaje que dice lo siguiente:
Luz
no fue destruida durante la invasión de Senaquerib ni arrasada durante la de
Nabucodonosor. Es en luz donde el ángel de la muerte no extiende sus dominios.[5]
Se
trata de cierta alusión muy clara a cierta sustancia radical que puede germinar
y crecer a la manera del germen del hueso de un fruto o de una cepa vegetal.
En
sus fábulas egipcias y griegas desveladas, Dom Pernety nos habla también de
este hueso según la doctrina de los filósofos herméticos:
Las
simientes de las cosas contienen gran cantidad de este húmedo radical, en el
que se alimenta una chispa de fuego celeste, […] Esta raíz de los mixtos
que sobrevive a su destrucción es […] la porción más pura e
indestructible sellada con la marca de la luz cuya forma ha recibido […]. Parece
que la luz todavía no ha operado más que sobre este [fundamento] y que ha
dejado el resto en las tinieblas. Además todavía conserva una chispa que sólo
necesita ser excitada.[6]
El
sentido del Midrach que acabamos
de citar tiende a hacernos comprender que este fundamento es
indestructible. Es el principio de la resurrección de los cuerpos; a partir de
aquí crece y se desarrolla el árbol de la vida.
Los
antiguos egipcios celebraban la fiesta de Set en honor de la resurrección de
Osiris. La ceremonia consistía en enderezar un pilar o un tronco de árbol
despojado de sus ramas, llamado djed, que representaba la columna
vertebral de este dios.[7]
Se
trata del misterio de la resurrección, o el misterio del hombre enderezado,
vuelto recto.
Esto
nos recuerda la experiencia que vivió Jacob, precisamente en el lugar llamado Luz,
en el transcurso de la cual vio en sueños una escalera eregida entre el cielo y
la tierra, de la cual subían y bajaban los setenta ángeles de Dios, y el Señor
estaba en su cima.
Es
curioso constatar que la palabra Jacob viene de la raíz hebrea aqov, que
significa ‘encorvado’, ‘torcido’, mientras que una de las raíces de la palabra Israel
significa ‘derecho’. Israel es el nombrde que recibió Jacob poco después de
esta experiencia.
Levantóse
Jacob de mañana, y tomando la piedra que había tenido de cabecera, la alzó [como
una columna] y vertió aceite sobre ella. Llamó a este lugar: Bet El, ‘casa de
Dios’, aunque la ciudad se llamó primero Luz. (Génesis, XXVIII, 18)
He
aquí, pues, la piedra erigida, cual un árbol o un obelisco, sobre la que se
derrama el aceite de la bendición. La cepa ha germinado y ya no se llama Luz,
sino ‘casa de Dios’. Por lo que Louis Cattiaux escribe: “No ignores tu
fundamento y no lo desprecies cuando lo hayas reconocido”.[8] Y un
antiguo cabalista también decía: “El Señor es el fundamento del secreto y el
secreto del fundamento”. Así, entendemos por qué el proverbio dice: “Quien te
da hueso no te quiere ver muerto”, pues este germen perfectamente fijo que fue
dado al hombre al comienzo, es la simiente de la resurrección y esta simiente
se halla en el hueso. Sólo le falta el medio que ha de permitirle
germinar santamente.
Como
el lector habrá comprendido, no se trata aquí de la generación que conocemos,
que no es más que una imagen deformada de la generación del justo. Se trata de
la generación del justo u hombre perfecto, de la cual se habla en el capítulo
segundo del Génesis. Igualmente, la mujer que recibe Adán, en hebreo ichah,
no es la compañera del exilio del hombre en este mundo, sino más bien aquella
que permite al hombre esencial germinar y fructificar en el mundo paradisíaco o
mesiánico que la tradición llama el mundo por venir.
Por
esta razón, cuando el Señor le presentó a la mujer, ichah, Adán dijo: “Ésta
esta vez, es hueso de mis huesos” (Génesis, II, 23). La palabra etsem
significa en hebreo ‘hueso’, ‘sustancia’, ‘riqueza’, y su raíz verbal significa
‘ser fuerte’, ‘fortificarse’, ‘adquirir’. La palabra ets, de la que
procede, significa ‘árbol’, ‘madera’, y su raíz primitiva es ots, ‘duro’,
‘fuerte’. De aquí, el latín os y el español hueso. Observemos la
relación etimológica entre el hueso y la madera.
Es
como si Adán hubiera dicho: “Ésta, esta vez, es la sustancia de mis huesos”.
Dicha sustancia regeneradora es llamada “frescor de los huesos” en El
Mensaje Reencontrado (letanía 4). Por lo que está dicho: “Confía en el
Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia […] que será
salud paraa tu cuerpo y frescor para tus huesos” (Proverbios, III, 5-8),
y más adelante, “un árbol de vida para aquellos que la captan”. (III, 18)
E
Isaías, haciéndose eco del libro de los Proverbios, dice: “Cuando esto
veáis vuestro corazón se alegrará y vuestros huesos recobrarán vigor como la
hierba” (Isaías, LXVI, 14)
Así
mismo, en el ya citado Mensaje reencontrado (XIV, 7’), hallamos una
imagen extraordinaria respecto a qué es lo que devuelve el “vigor a los huesos”.
Cuanto
más se aleja el hombre de Dios, más necesita trabajar y temer, amontonar y
carecer, sufrir y dudar, agitarse y destruirse. Es insensato quien pretende
vivir sin la ayuda del Señor,[9]
pierde su agua como un hueso que se deseca, y ninguna mano de hombre lo liberará
del desierto y de la sombra de la muerte donde agoniza.
Sin
la “ayuda del Señor”, los huesos del hombre se desecan poco a poco en el
desierto de este mundo. Como el perro, que representa al hombre bestial,[10] no
puede saborear su nutritiva médula.
Existe
otro refrán que dice: “Hueso que te cupo en parte, róelo con sutil arte”, no a
la manera del perro que no puede roer más que el exterior, sino “con sutil arte”,
pues “Natura ayuda a Natura”, dicen los discípulos de Hermes.
La
resurrección es el misterio de la restitución del hombre integral, es decir,
completo, con su alma, su espíritu y su cuerpo. Y ¿qué hay de más corpóreo que
el hueso? Se trata, pues, de una realización sensible. Cuando después de su
resurrección el Señor se manifestó a sus discípulos, les dijo: “Palpadme y ved,
que el espíritu no tiene carnde ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas,
XXIV, 39).
Así
pues, si los huesos del hombre han conservado la cepa inalterable de su origen,
representan un resto de la palabra perdida por Adán. Es también la letra
de los libros santos, que permanece desecada mientras el Espíritu no viene a
reanimarla. En el desierto de la letra, la palabra se deshidrata, como
las osamentas que se emblanquecen en la arena.
¿No
sería el momento de releer la célebre visión de Ezequiel, a propósito de las
osamentas desecadas?
Fue
sobre mí la mano del Señor y el Señor me hizo salir en espíritu y me puso en
medio de un campo que estaba cubierto de osamentas. Me hizo pasar cerca de
ellas, a su alrededor: y vi que eran sobremanera numerosas sobre la haz del
campo, y totalmente desecadas. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estas osamentas?
Yo respondí: Señor, tú lo sabes. Él me dijo: Hijo de hombre, profetiza a estas
osamentas y diles: Osamentas desecadas, oíd la palabra del Señor. Así dice el
Señor a estas osamentas: Yo voy a hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis
[…]. Entonces profeticé como se me mandaba, y entró en ellos y recobraron vida
y se pusieron en pié, ¡grande, un ejército grande, en extremo!
Díjome
entonces: Hijo de hombre, estas osamentas son toda la casa de Israel. Andan
diciendo: ‘Se han secado nuestros huesos, ha muerto nuestra esperanza, estamos
perdidos’. Por eso, profetiza y diles: Así habla el Señor: He aquí que voy a
abrir vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo a la tierra de Israel.
(Ezequiel, XXXVII, 14)
El
simbolismo del hueso de la palabra está magníficamente ilustrado en el
siguiente versículo del Mensaje Reencontrado (XXI, 17):
Examinados
desde fuera, los rosetones de las catedrales sólo dejan ver su osamenta, pero,
vistos desde dentro, su resplandor ilumina al creyente. Así, la palabra de vida
oída desde fuera sólo deja ver el hueso de la verdad, mientras que esta misma
palabra percibida desde dentro hace saborear la médula nutritiva del creador de
todas las cosas.
“Hueso
que te cupo en parte, róelo con sutil arte.
[1]
. ¿No ha dicho Rabelais en el prólogo de
Gargantúa: “[…] ya que la médula es alimento elaborado a la perfección
por la naturaleza”?
[2]
. Véase E. d’Hooghvorst, El Hilo de
Penélope, (Arola Editors, Tarragona, 2000, p. 274, n. 3: “ La piedra
inferior de los molinos es la que permanece fija y la más dura. Ésta se incluía
en la venta de la casa. En hebreo, istrobil, del griego strobilos.
Esta misma palabra tiene otros significados en hebreo: ‘cono’ ‘almendra’ o ‘hueso
de la columna vertebral’. Como veremos, el comentador hace aquí un juego de
palabras”. Añadamos que esta palabra griega strobilos parece proceder de
la misma raíz que el griego ostión, ‘hueso’. Se trata de la raíz ost
u ots, que significa ‘duro’ ‘fuerte’, unida a la raíz tre, que
significa ‘girar’ ‘torcer’. Es decir, el hueso que sirve de gozne; véase, Court
de Gebelin, Dictionnaire étymologique de la langue grecque, París, s.e.,
1782, pp. 701 y 945.
[3]
. “El núcleo de la columna vertebral”, luz
chel chidrah. La palabra hebrea luz significa ‘núcleo’ ‘almendra’ ‘base’
‘fuerza esencial’. En la edición del Midrach
hebreo que hemos consultado, encontramos la siguiente nota: “El núcleo de la
columna vertebral es una pequeña vértebra que está en la base de las dieciocho
vértebras de la columna vertebral”. En otra versión del Midrach, el texto
emplea las palabras nits chidrah, que significan ‘el brote’ o ‘el verdor’
de la columna vertebral.
[4] . Midrach Rabah, ed. Levin Epstein, Jerusalén,
XXVII, 3.
[5]
. Ibidem. LXIX, 8.
[6] .
Dom Pernety, Les Fables Egyptiennes et Grecques, París, 1786, v.
I, pp. 117 y ss.
[7] .
S. Mayassis, Mystères et Initiations dans l’Egypte ancienne, BAOA,
Atenas, 1957, p.56.
[8]
. El Mensaje Reencontrado, XXXVI,
1’.
[9]
. “La ayuda del Señor” se refiere a la
ayuda que el Señor Dios proporcionó a Adán después de que éste la buscara
vanamente entre todos los espíritus vivos del paraíso. El Señor Dios dijo: “Le
haré una ayuda conforme a él” (Génesis, II, 19). Esta ayuda es la que
refresca los huesos de Adán, la sustancia de sus huesos.
[10]
. El simbolismo del perro, como el del
asno, es ambivalente.
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