Veamos ahora un fragmento de otra obra de este mismo autor, Raimon Arola, (1) donde cita a Pernety hablando del doble nacimiento de Baco, o hijo filosófico, en el proceso alquímico, y comparándolo a la creación inspirada del artista, paralela por analogía a la regeneración del hombre. El fragmento viene hilado del elogio que Calístrato hace de la obra escultórica de Escopas,(2) concretamente de la estatua de una bacante poseída por el ardiente vino dionisíaco. Los grandes artistas –dice– «reciben los divinos alientos a la hora de crear sus obras, dictadas por el entusiasmo», siendo capaces de transmitir la profundidad del ser a sus obras. El “entusiasmo” del que habla Calístrato (pues decía: también las manos de los escultores reciben los divinos alientos a la hora de crear sus obras, dictadas por el entusiasmo.) significa etimológicamente “estar poseído por una divinidad”, lo que en castellano sonaría como “endiosamiento”. Las obras de Escopas están embebidas de Dios, no nacen del saber humano, sino que son hijas del cielo. He aquí una de las enseñanzas básicas de las estatuas vivas, que, sin duda, podemos aplicar al misterio del hombre. El hombre al nacer inspira la influencia de los astros que recibe por medio del aire. Así, cuando los pulmones del hombre se abren por primera vez para respirar, el individuo queda marcado por el destino de los astros, es el nacimiento del hombre al mundo. Ahora bien, por medio del entusiasmo, la inspiración viene de un lugar superior, es decir, de los dioses. De esta manera el hombre nace una segunda vez, su espíritu ya no está marcado por el destino de los astros, sino por la providencia de la divinidad, por el mundo de las Ideas. La supuesta vida de las estatuas es un ejemplo, y una enseñanza, de este segundo nacimiento del hombre. El soplo divino penetra y anima las estatuas, tal como dice Calístrato refiriéndose a la obra de Escopas: «sabía abandonarse al delirio báquico y acompañar en su danza al dios que, desde dentro, la animaba». Platón en Fedro explicó los presupuestos filosóficos del entusiasmo y, por lo tanto, del segundo nacimiento del hombre. Para Platón el alma, antes de caer en el cuerpo, existía en las regiones celestes, donde por la simple contemplación de la verdad del mundo de las Ideas se nutría y gozaba. Allí el alma, bañada en la luz verdadera, contemplaba sin cesar el bien, la justicia, la sabiduría y la belleza más armónica de las Ideas. Pero cuando las almas bajan hacia los cuerpos por el deseo de las oscuras realidades terrenas, entonces dejan de beber la ambrosía de la luz celeste y la sustituyen por las negras aguas del río Leteo, el río del olvido; ya que en el momento en que las almas bajan a este mundo olvidan las realidades divinas y las Ideas. Por medio de la filosofía, el hombre encuentra las «alas» que le permitirán ascender de nuevo hacia la realidad primera. (Estas son las alas que construye Dédalo para escapar del Laberinto de este mundo). El hombre amante de la sabiduría es transportado hacia los dioses. A esta elevación Platón la denomina furor divino.
miércoles, agosto 29, 2007
(artículo del traductor) El Doble Nacimiento del Baco Filosófico
Veamos ahora un fragmento de otra obra de este mismo autor, Raimon Arola, (1) donde cita a Pernety hablando del doble nacimiento de Baco, o hijo filosófico, en el proceso alquímico, y comparándolo a la creación inspirada del artista, paralela por analogía a la regeneración del hombre. El fragmento viene hilado del elogio que Calístrato hace de la obra escultórica de Escopas,(2) concretamente de la estatua de una bacante poseída por el ardiente vino dionisíaco. Los grandes artistas –dice– «reciben los divinos alientos a la hora de crear sus obras, dictadas por el entusiasmo», siendo capaces de transmitir la profundidad del ser a sus obras. El “entusiasmo” del que habla Calístrato (pues decía: también las manos de los escultores reciben los divinos alientos a la hora de crear sus obras, dictadas por el entusiasmo.) significa etimológicamente “estar poseído por una divinidad”, lo que en castellano sonaría como “endiosamiento”. Las obras de Escopas están embebidas de Dios, no nacen del saber humano, sino que son hijas del cielo. He aquí una de las enseñanzas básicas de las estatuas vivas, que, sin duda, podemos aplicar al misterio del hombre. El hombre al nacer inspira la influencia de los astros que recibe por medio del aire. Así, cuando los pulmones del hombre se abren por primera vez para respirar, el individuo queda marcado por el destino de los astros, es el nacimiento del hombre al mundo. Ahora bien, por medio del entusiasmo, la inspiración viene de un lugar superior, es decir, de los dioses. De esta manera el hombre nace una segunda vez, su espíritu ya no está marcado por el destino de los astros, sino por la providencia de la divinidad, por el mundo de las Ideas. La supuesta vida de las estatuas es un ejemplo, y una enseñanza, de este segundo nacimiento del hombre. El soplo divino penetra y anima las estatuas, tal como dice Calístrato refiriéndose a la obra de Escopas: «sabía abandonarse al delirio báquico y acompañar en su danza al dios que, desde dentro, la animaba». Platón en Fedro explicó los presupuestos filosóficos del entusiasmo y, por lo tanto, del segundo nacimiento del hombre. Para Platón el alma, antes de caer en el cuerpo, existía en las regiones celestes, donde por la simple contemplación de la verdad del mundo de las Ideas se nutría y gozaba. Allí el alma, bañada en la luz verdadera, contemplaba sin cesar el bien, la justicia, la sabiduría y la belleza más armónica de las Ideas. Pero cuando las almas bajan hacia los cuerpos por el deseo de las oscuras realidades terrenas, entonces dejan de beber la ambrosía de la luz celeste y la sustituyen por las negras aguas del río Leteo, el río del olvido; ya que en el momento en que las almas bajan a este mundo olvidan las realidades divinas y las Ideas. Por medio de la filosofía, el hombre encuentra las «alas» que le permitirán ascender de nuevo hacia la realidad primera. (Estas son las alas que construye Dédalo para escapar del Laberinto de este mundo). El hombre amante de la sabiduría es transportado hacia los dioses. A esta elevación Platón la denomina furor divino.
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