PRESENTACIÓN
AL LECTOR DE Emmanuel y Charles d’HOOGHVORST
Presentación
a la primera edición de El Mensaje Reencontrado
Muchos
quieren oír pero no saben escuchar.
Fr. de
Foix
La
sabiduría es tan escasa en el Tíbet como en París, decía Louis Cattiaux. Sin
embargo, puede florecer en todas partes sin que nadie se dé cuenta. Un hombre,
semejante a tantos otros pero no igual, que vivía en la gran ciudad, escribió
estas páginas que al lector corresponde juzgar. No son para todos, aunque estén
destinadas a circular entre los hombres de hoy, que por negligir la antigua
revelación se han dejado atrapar en una profunda ignorancia.
Aquellos
para quienes ha sido escrito este libro lo sabrán al leerlo, pues, como dice el
autor, les es dado creer lo increíble. Ellos sabrán leerlo y entenderlo, porque
pertenecen a la misma familia espiritual. Antes de marcharse de este mundo, el
16 de julio de 1953, el autor se lo dejó como una contraseña para reunirse y un
motivo de esperanza,(1) lo dedicó en especial a los pueblos negros, todavía divididos
y como en la infancia, pero llamados a ser poderosos en el mundo por el juego
de una Providencia indiferente a las intenciones y a los trabajos de los
hombres.
Es
difícil abordar El Mensaje Reencontrado. Contiene, según el autor, una
iniciación y una mística estrechamente unidas y presentadas bajo una forma
concentrada que exige más que una lectura ordinaria, pues las palabras están
sobrepasadas por la revelación y la obra se presenta como el aire líquido que
ha adquirido propiedades extraordinarias, pero que son invisibles a simple
vista…(2) Los versículos están dispuestos en dos columnas, ya que existen dos
hombres en nosotros, el hombre carnal y el espiritual, el hombre exterior y el
interior, como existen también las tinieblas y la luz, la justicia y el amor,
lo puro y lo impuro; todas las cosas están dispuestas de dos en dos (3). Cada
versículo implica varios sentidos en profundidad: la columna de la izquierda
suele dar los sentidos terrestres: moral, filosófico y ascético; la columna de
la derecha, los sentidos celestes: cosmogónico, místico e iniciático. Algunas
veces, los versículos se completan con un tercero dispuesto en medio de la
página, que hace concordar los otros dos en el sentido alquímico que une el
cielo con la tierra y que hace referencia al misterio de Dios, de la creación y
del hombre; sólo a Dios corresponde desvelar al hombre piadoso este sentido, el
más profundo. También se observará que cada uno de los XXXX libros lleva un
doble título; por ejemplo, en el libro primero, a la izquierda: "Verité
nue"; a la derecha: "El brote verde". Los cuarenta títulos de
las columnas de la izquierda son anagrama unos de otros (4). Es
insólito componer cuarenta anagramas con nueve letras, siempre las mismas. El
lector entendido se dará cuenta de que ni una sola palabra de este libro ha
sido puesta sin intención.
El
Mensaje Reencontrado nos habla de una única cosa en términos siempre distintos,
por ello la multitud de versículos no es una dispersión. Los ignorantes en
busca de una "nueva revelación" que añada o sustraiga algo a la
antigua, quedarán defraudados. Aquí sólo se encontrará un testimonio (5) a
favor de la antigua, que nos habla de la caída del hombre en este bajo mundo,
de las consecuencias físicas y morales de dicha caída y del medio para su
regeneración corporal y espiritual, por la vía misteriosa que conduce a la
resurrección (6).
Quizás
escandalicemos a más de un lector afirmando que el Espíritu de Elías, siempre
vivo, se manifiesta de edad en edad (7): que estos se abstengan, porque aquí
está la piedra de escándalo. No obstante, bienaventurado quien sepa separar en
las páginas que siguen este espíritu de su ruda corteza, reconozca su
autenticidad y se nutra de ella para una vida eterna.
La
dedicatoria general de El Mensaje Reencontrado nos indica que está destinado
"a la gloria de Dios y al servicio de los hombres que lean con los ojos
del espíritu y del corazón los signos inscritos en la carne del mundo". En
efecto, allí donde el lenguaje se dirige a los ojos del espíritu y del corazón,
los ojos de la razón carnal o del intelecto no nos enseñarán nada. Estos
últimos sólo nos muestran la corteza o la apariencia cambiante del mundo; los
otros nos guían hacia la Esencia y la Substancia, su soporte indestructible, y
nos hacen reconocer la luz interna que Dios encendió al comienzo en la
naturaleza y en nuestro corazón (8).
Se
trata, pues, de una obra de meditación que requiere ser leída, releída y
estudiada con simplicidad de espíritu y pureza de corazón. ¿Acaso la
multiplicidad y el espíritu agitado no nos privan de la posesión del Reino de
los Cielos?, ¿y no es la impureza de nuestros corazones lo que nos aleja de la
visión de Dios (9).
El
testimonio de las Escrituras nos enseña que el conocimiento de la luz divina no
debe proceder del exterior sino del interior; despertada y excitada por su
Origen libre, esta luz sepultada germina entonces y, volviéndose la "justa
medida" y la fuente de nuestros juicios, "aparece después al exterior
y resplandece plenamente en la unión" (10).
Un sordo
opinará de la música según la descripción que de ella se le haga, porque carece
del sentido que le permitiría experimentarla por sí mismo. Igual ocurre con los
demás sentidos. La luz resplandece en las tinieblas, pero si el hombre está
privado del uso del órgano apropiado para aprehender esa luz interior, es para
él tinieblas mientras no haya recuperado la mirada del espíritu y del corazón.
Si
tenéis fe y paciencia, escribía el autor a propósito de El Mensaje
Reencontrado, se esclarecerá por sí mismo poco a poco y todo lo que os parece
oscuro se os mostrará entonces evidente.
Así es
como proponemos al lector que se forje su propia opinión sobre esta obra y
juzgue por sí mismo si es idéntica o no a la enseñanza tradicional.
______________
1. M. R.
XXX, 37 y 38; XXXIII, 35.
2.
Escrito por Louis Cattiaux en una carta a G. Chaissac. Agradecemos aquí al Sr.
Chaissac el haber comunicado ciertos pasajes de su correspondencia con el autor
de El Mensaje Reencontrado.
3. M. R:
II, 98.
4.
Dichos títulos se mantienen tal como aparecen en el original francés.
5. M. R.
XXIX, 36.
6. M: R.
XXIX, 33 y 45.
8. M. R.
VIII, 50’.
7. M. R.
XXXVI, 95.
9. M. R.
XIII, 32’
10.
M. R. IX, 54’; IV, 36’ y XII, 12 y 13’.