Es preciso considerar a Ulises como el símbolo del artista prudente y hábil en su arte, o el agente exterior que conduce la obra. Aquiles es el agente interior, sin el cual es imposible llevar a cabo lo que el filósofo se propone. En el quinto libro hemos hablado de las cualidades requeridas en el artista; recuérdese lo que hemos dicho al respecto y póngase atención a lo que vamos a referir según Geber, se reconocerá en ello el retrato de Ulises según la naturaleza: Aquel que no tenga un extenso genio y un espíritu sutil propio para penetrar en los secretos de la naturaleza, para descubrir los principios que ella emplea y el artificio que usa en sus operaciones, para llevar a la perfección a los mixtos y a los individuos, no descubrirá jamás la simple y verdadera raíz de nuestra preciosa ciencia. Tales son los términos de Geber,[1] que tras haber enumerado los defectos del espíritu que excluyen de esta ciencia, tales como un espíritu pesado y cerrado, la ignorancia, la credulidad temeraria que es una continuación, la inconstancia, la inquietud de asuntos que ocupan mucho, la avaricia, la negligencia, la ambición y la poca aptitud para las ciencias, finalmente en el séptimo capítulo, concluye con un epílogo donde se reconoce a Ulises como en un espejo. Concluimos pues, -dice
este autor– que el artista de esta obra debe estar ejercitado en la ciencia de la filosofía natural y debe estar perfectamente instruido, porque aunque tenga algún espíritu y algunos bienes no obtendrá jamás el fin sin ésta [...] Es preciso, pues, que el artista llame en su ayuda a una meditación profunda de la naturaleza y un genio fino, industrioso. La ciencia sola no es suficiente, ni el genio sólo tampoco, hacen falta los dos, porque se ayudan mutuamente. Debe ser de una voluntad constante, a fin de que no corra ahora tras una cosa y ahora tras otra, pues nuestro arte no consiste en una multitud de cosas. Sólo hay una piedra, sólo una medicina y sólo un magisterio. Debe ser atento y paciente, a fin de que no abandone la obra a medio hacer. No ha de ser necesariamente muy activo y muy vivaz, la duración de la obra le fastidiaría. Finalmente que sepa que el conocimiento de este arte depende del poder divino que favorece a quien le place, que no lo comunica a los avaros, a los ambiciosos y a aquellos que sólo buscan saciar sus desarregladas pasiones; pues Dios está lleno de justicia, como está lleno de bondad.
Ovidio en sus Metamorfosis[2] introduce a Ulises y a Ayax disputándose las armas de Aquiles. Cada uno de ellos enumera los derechos que tiene sobre estas armas mediante las bellas acciones
que ha hecho y por los servicios prestados a los griegos. Cuando se ha leído la Ilíada de Homero se ve muy bien que Ulises se puede comparar a Ayax por las acciones de bravura y coraje. Ayax obtine trofeo en Ovidio, muestra su escudo acribillado por golpes de lanzas y dardos, y reprocha a Ulises que el suyo esté aún entero en todas sus partes. Aunque Ayax arengó a los guerreros, que no ignoraban su valor y que naturalmente habrían estado dispuestos a dar preferencia a tan gran héroe, sin embargo se lo adjudicaron a Ulises cuando hubieron oído su arenga. ¿En qué consistió ésta? En recordar, 1º, que él había sabido descubrir a Aquiles disfrazado con ropas de mujer y traerlo al ejército de los griegos; 2º, que Aquiles venció a Télefo y le curó su herida; 3º, que ha tomado las ciudades de Apolo; 4º, que él es la causa de la muerte de Héctor, puesto que éste sucumbió bajo las armas de Aquiles; 5º, que determinó a Agamenón a sacrificar a Ifigenia por el bien público; 6º, que a pesar del peligro que había en presentarse ante Príamo, para reivindicar a Helena, no temió ir allí con Menelao; 7º, que los griegos angustiados por la duración y las fatigas del sitiado habían tomado la decisión de abandonarlo y retirarse, Ulises hizo tanto con sus exhortaciones y sus amonestaciones que los determinó a continuar; porque tendió trampas a los troyanos y había puesto el campamento de los griegos al abrigo de sus ataques mediante un buen muro alrededor; porque por sus oportunos consejos siempre había sido mantenido en el ejército. Soy yo – dijo – quien ha sorprendido a Dolon. Yo mismo he penetrado hasta la tienda de Reso y le he quitado la vida. ¿Ha pasado Ayax a través de los centinelas, en los horrores de la noche y penetrado, no solamente en la ciudad, sino
hasta los mismos fuertes en medio del hierro y del fuego y robado el Paladión? Sí, yo he tomado la ciudad por esta acción, puesto que mediante ella la he puesto en estado de ser tomada. Yo he traído a Filoctetes al campo, con las flechas de Hércules y es por su ayuda que hemos vencido.
Si se quiere poner atención a las explicaciones de las diferentes fábulas que he dado hasta aquí, se verá claramente que todos estos hechos sobre los que Ulises funda sus derechos sobre las armas de Aquiles son precisamente alegorías de las operaciones del magisterio de los sabios. Veamos algunos de ellos. Hemos dicho que Aquiles es el símbolo del fuego del mercurio filosófico. La fábula dice que Aquiles era hijo de Peleo y Tetis, o del barro negro. El barro está compuesto de tierra y agua; el mercurio de los filósofos se extrae de estas dos materias. Según Espagnet:[3] se la llama tierra como se la llama agua, tomada bajo diversos aspectos –dice este autor– porque está compuesta de estas dos. Para indicar el estado de esta tierra filosófica, o del sujeto sobre el cual trabajan los filósofos, cuando debe dar a luz al mercurio, Espagnet cita los versículos siguientes de Virgilio, que expresan muy bien la disolución y la putrefacción de esta materia, significada por Peleo, porque es como un barro negro, al que casi todos los filósofos la comparan: Con los céfiros se resquebraja la tierra en terrones, con el arado hundido en el suelo empiece a gemir el toro y a resplandecer la reja gastada por los surcos. (Geórgicas, 1, 44)
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