martes, noviembre 21, 2006

Todos los personajes son figurados y fabulosos






Es bueno señalar aquí que todos los héroes de los que vamos a hablar y de los que ya hemos mencionado hasta aquí, no solamente son descendientes de dioses imaginarios y quiméricos, sino que también tienen en común el hecho de que sus genealogías siempre están compuestas de ninfas, hijas del Océano, o de algunos ríos. Estas genealogías no ascienden más allá de cinco o seis generaciones y van a
parar casi todas hasta Saturno, hijo del Cielo y de la Tierra.
No es menos fácil probar lo fabuloso mediante la genealogía de las mujeres, de donde han salido estos héroes. Electra, madre de Dárdano, era hija del Océano y de Tetis. Aurora, madre de Memnón, tuvo a Tea por madre y a Hiperión por
padre. Asopo, hijo del Océano y de Tetis, fue padre de la ninfa Egina. Clímene, abuela de Menetio, también era hija del Océano. Circe, a la que Ulises conoció en su viaje, era hija del Sol. Tetis era una diosa; Eneas fue hijo de Venus, y así las otras. Es absurdo, pues, querer hacer realidad de personajes tan fabulosos como estos.
Pero una prueba, por lo menos bastante convincente, se encuentra en los nombres de los troyanos, los etíopes y los de otras naciones que se supone que vinieron en ayuda de Príamo. Sin duda se convendrá en que la lengua de los frigios y la de los etíopes era muy diferente a la de los griegos. ¿Cómo nos ha llegado, pues, que todos los nombres tanto de los troyanos como los de sus aliados, eran griegos y de origen griego? Helo aquí: esto es porque Homero, autor de esta alegoría, era griego. Le hubiera sido muy fácil sacar estos nombres de las lenguas de Etiopía y de Frigia. Él había hecho en estos países largas estancias como para conocer algunos. Entonces ¿Por qué no lo ha hecho? Sin duda es que no quería añadir esta verosimilitud a una ficción que no pretendía presentarla como una realidad.
Lo que hay de extraordinario en el seguimiento de esta pretendida guerra, es que todos los héroes, de una parte o de la otra, exceptuando a un pequeño número, han desaparecido con la ciudad de Troya y h
an sido como amortajados bajo sus ruinas. Herodoto dice[1] que Homero vivió alrededor de ciento sesenta años después de la guerra de Troya; y Homero no nos dice haber visto ni uno sólo
de los sucesores de tantos reyes unidos contra Príamo. ¡Qué pues! ¿en ciento sesenta años ha podido extinguirse la gen
eración de tan grandes hombres de manera que Homero, en el mismo país, no haya visto ningún resto? En verdad nos habla de Pirro, hijo de Aquiles, de Telémaco, hijo de Ulises y de algunos otros, pero no dice ni una palabra de sus descendientes; lo que los otros autores nos dicen al respecto es tan poco capaz de probar la realidad que ellos mismos la destruyen manifiestamente, por la variedad de pensamientos en cuanto a esto se refiere.
En efecto ¿cómo no se ha de encontrar en incertidumbre un lector a la vista de todas las variaciones que se encuentran en los mismos antiguos respecto a este asunto? Y ¿qué se debe concluir de ello? pues que ellos sólo han variado así porque no tenían ninguna época real, ningún monumento que hubiera subsistido y ningunas memorias ciertas sobre las que apoyar su relato. Cada uno encontraba en la narración de Homero y en la tradición (que sin duda nació de allí) tantas dificultades y tan poco de verosímil, que cada autor procuró ajustar su relato de la manera que le parecía más propia para dar a esta ficción un aire de historia real.
Se ha de creer, pues, que estos pretendidos héroes tanto de una parte como de la otra fueran de la misma naturaleza que los compañeros de Cadmo, y que hubieran perecido de la misma manera que fueron engendrados, es decir, que la imaginación de los poetas, de donde habían nacido, les sirviera también de tumba.

[1] . Herodoto, Vida de Homero.

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