Las tres cosas de las que hemos hablado y que se consideraban como requisitos para la toma de la ciudad de Troya, podían tener razonablemente alguna relación con tal empresa. Un guerrero bravo, con coraje como Aquiles no es de poca importancia. Las flechas eran las armas de aquel tiempo y eran necesarias, aunque no lo fuera en absoluto el hecho de que hubieran pertenecido a Hércules, pero a pesar de todo eran flechas. Se puede suponer que la idea de los griegos y los troyanos referente a la protección concedida por una diosa, tenía al menos un fundamento en su imaginación. Pero que el hueso de un hombre muerto hacía mucho tiempo, un hombre que no era considerado ni como un dios y ni siquiera como un gran héroe, se encuentre entre el número de estas fatalidades, preguntaría yo a nuestros mitólogos si ven alguna relación en ello. Por mi parte si adoptara sus sistemas, me vería obligado a confesar que no veo nada conforme a la razón.
¿Qué pueden hacer los huesos de un hombre muerto contra una ciudad donde tantos miles de hombres vivían a costa de sus fatigas y sus trabajos? En una palabra ¿qué relación tenía Pélope con la ciudad de Troya? Hijo del Tántalo que la fábula nos representa atormentado sin cesar en
los infiernos por el temor de verse aplastado a cada instante por una roca suspendida sobre su cabeza y por la imposibilidad de poder beber y de comer de todo aquello que le rodea. Pélope no había participado con Éaco en la edificación de Ilión. No se puede, pues, aportar esta razón para probar la necesidad de su presencia, como los antiguos han deducido de la de Aquiles.
Se dice que Tántalo era hijo de Júpiter y de la ninfa Pluto. Habiendo recibido a los dioses en su casa, no creyó poder regalarles mejor que sirviéndole a su propio hijo Pélope. Los dioses, habiénd
ose apercibido de ello, lejos de agradecerle el favor, se indignaron. Ceres fue la única que sin reconocer qué clase de manjar se le presentaba, porque tenía el espíritu ocupado por el rapto de su hija Proserpina, despegó un hombro y se lo comió. Los dioses tuvieron piedad de este desdichado hijo y habiendo reunido los trozos divididos y esparcidos de su cuerpo los pusieron en un caldero y los cocieron de nuevo devolviéndole así la vida. Pero como el hombro que se había comido Ceres no se encontraba se lo suplieron con uno de marfil, lo que ha hecho decir a Licofrón que Pélope rejuveneció dos veces. He aquí el crimen de Tántalo, que Homero[1] dice haber sido castigado con una sed y una hambre perpetuas, que no podía saciar aunque estuviera sumergido en el agua hasta el mentón pues cuando bajaba la cabeza para beber el agua huía y se bajaba también, y cuando quería coger de las diferentes clases de frutos que tenía al alcance de la mano, se agitaba el aire y los alejaba de él. Ovidio dice lo mismo del suplicio de Tántalo, pero lo atribuye a la indiscreción que tuvo al divulgar entre los hombres los secretos que los dioses le habían confiado. Tántalo, casi tocando con sus labios sedientos el agua y casi cogiendo con sus dedos las frutas. (Metamorfosis, IV, 458)
Pélope desposó a Hipodamia, hija de Enómao, rey de Élida, después de que venciera a este rey en una carrera de carros. Este príncipe, asustado por la respuesta de un oráculo que le había dicho que su yerno lo mataría, no quiso casar a sus hija y para alejar a los que querían alcanzar esta alianza, les proponía alguna condición peligrosa para ellos; prometió la princesa a quien le superara en la carrera y añadía que mataría a quien él venciera. El amante debía tomar la salida primero y Enómao lo seguía con la espada en la mano y si lo alcanzaba lo atravesaba con ella. Ya había hecho perecer a trece bajo su brazo y los otros habían preferido abandonar su pretensión que correr el mismo riesgo; así mismo Enómao había prometido construir un templo en honor a Marte con los cráneos de los que allí perecieran. Pélope no se intimidó por ello; pero para asegurar su victoria se ganó a Mirtilo, cochero de Enómao e hijo de Mercurio, y prometiéndole una recompensa le obligó a cortar en dos el carro del rey uniendo las dos parte de manera que no se notara. Así lo hizo Mirtilo, y en plena carrera se rompió el carro, Enómao cayó y se rompió el cuello. Pélope obtuvo así la victoria, desposó a Hipodamia y castigó su cobardía echándolo al mar. Después Vulcano haría expiar este crimen a Pélope.
Si se quiere tomar la molestia de comparar esta pretendida historia con las otras antiguas que tienen relación con ella, se verá que es una pura ficción. Se dice que Pélope fue rejuvenecido por los dioses tras haber muerto y haber sido cocido en un caldero; Baco también lo había sido de la misma manera por las ninfas, Esón por Medea. El convite de Tántalo no es menos fabuloso y pienso que ningún mitólogo se atrevería a defender su realidad. Se acusa a Tántalo de haber divulgado el secreto de los dioses. ¿Qué secreto podía ser este? El pretendido banquete y los manjares que allí se sirvieron lo indicarían suficientemente si no se hubiera añadido que Ceres comió de ellos. Que se recuerde lo que hemos dicho de los misterios de Eléusis, tan célebres entre los egipcios y los griegos, y se sabrá en qué consiste este secreto. Parece ser, pues, que toda esta historia es una alegoría, tal como la de Osiris e Isis, la misma que la de Ceres, así como la de Baco o Dioniso y la de Esón y Medea. La de Pélope se ha de explicar, pues, en el mismo sentido. Tampoco es sin razón que se diga que fue amado por Neptuno y que este dios le diera el carro y los caballos con los que venció a Enómao, puesto que el agua mercurial volátil de los filósofos a menudo es llamada Neptuno. Además Vulcano, al que se mezcla en esta historia como expiador del crimen de Pélope, prueba más claramente aún que es una alegoría de la gran obra.
Esta idea no es mía, Juan Pico de la Mirándola[2] ha hablado de ella en el mismo sentido y dice[3] que son muchos los que piensan que las riquezas de Tántalo vienen de la química, puesto que conocía la manera de hacer oro, y escribir sobre pergamino, y que Pélope y sus hijos consiguieron su imperio mediante ella; que no es sorprendente que Tiesto haya buscado por todos los medios obtener y apoderarse de la fuerza de este pretendido cordero que contenía este secreto y que había sido confiado a Atreo, su primogénito, lo que ocasionó posteriormente todas las trágicas escenas de las que hablan los autores. Los poetas Cicerón, Séneca y muchos otros, han hecho mención de ello, dice nuestro autor, pero sólo nos lo han transmitido bajo el oscuro velo de la alegoría.
Se ha de pensar lo mismo del hueso de Pélope, del que se dice que era de un tamaño enorme. Se ha formado esta alegoría por el hecho de que los huesos son la parte más fija del cuerpo humano y porque se necesita una
materia fija en la obra, puesto que debe serlo, o volverse lo bastante fija por las operaciones, para fijar al mercurio que lo supera todo en volatilidad. Se sabe también que los griegos adoraron a la Tierra bajo el nombre de Ops y que la consideraban al mismo tiempo diosa de las riquezas. Es fácil ver que el nombre de Pélope ha sido compuesto de esta misma palabra Ops y de Pélos, que ya hemos explicado en más de un lugar. Pues que sea necesaria una tierra fija para la obra, todos los filósofos lo dicen; el autor anónimo del Consejo sobre el matrimonio del Sol y la Luna, cita las siguientes palabras de Gratien, las cuales tienen una relación inmediata con la alegoría del hueso de Pélope. La luz se hace del fuego extendido en el
aire del vaso, del hueso del muerto se hace la cal fija; desecando su humedad se vuelve ceniza. Es de ella que habla Azirato en la Turba, cuando dice que esta ceniza es preciosa. Morien también habla[4] de ello y recomienda no despreciar estas cenizas, porque allí está oculta la diadema del rey. Esta ceniza es la que ha dado lugar a la quinta fatalidad de Troya, que vamos a explicar.
[1] . Homero, Odisea, lib. 2, vers. 581.
[2] . Pico de la Mirándola, De Auro. Lib. 2, cap. 2.
[3] . Pico de la Mirándola, lib. 3, cap. 1.
[4] . Morien, Conversación con el rey Calid.
[1] . Homero, Odisea, lib. 2, vers. 581.
[2] . Pico de la Mirándola, De Auro. Lib. 2, cap. 2.
[3] . Pico de la Mirándola, lib. 3, cap. 1.
[4] . Morien, Conversación con el rey Calid.
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