Sólo el nombre de Anteo ya puede confundir a este penetrante mitólogo (el abad Banier), puesto que propiamente significa muerto en el aire, de Α΄ιω, sursum (hacia arriba, en lo alto), y de Θυει, inmolar, o de Θεω, castigar, hacer morir. Las fábulas a menudo suponen a Alcides vencedor en la lucha, ya hemos hablado de ello más de una vez, pero es bueno decir aquí la razón de ello. La lucha es un combate entre dos hombres que se agarran cuerpo a cuerpo y cada uno hace lo posible para derribar a su adversario; para llevarlo a cabo es preciso comúnmente hacer perder tierra al adversario, porque no teniendo entonces ningún punto de apoyo es más fácilmente ser volteado. No se puede suponer que el autor de esta fábula nos haya querido dar la idea de una verdadera lucha entre Hércules y Anteo. Este último, por su tamaño y corpulencia enormes hubiera aplastado a Hércules sólo por su peso. Se supone a Hércules extremadam
ente fuerte y vigoroso, pero no de la talla de Anteo, pues según la escala cronológica de Henrion,[1] sólo tenía diez pies, mientras que Anteo al contrario, a más de la fuerza que la fábula le supone, tenía sesenta y cuatro codos de altura. Hércules sólo habría podido abrazar el pulgar de Anteo, todo lo más su pierna. ¿Cómo habría podido, pues, no solamente levantar del suelo una masa tan enorme, sino sostenerlo y ahogarlo en el aire, él que no debía de llegar más que a las rodillas de Anteo? Es preciso, pues, recurrir a la alegoría, y ésta nos explicará todos los otros combates de lucha en los que Hércules fue vencedor.
Ciertamente Anteo sólo es una persona figurada y que tan sólo ha existido en la imaginación del poeta; y aunque el abad Banier tomando como garantía a Plutarco,[2] nos diga que se han encontrado sus huesos en Tánger sobre el estrecho de Gibraltar, su existencia no es más real, puesto que se dice que es hijo de Neptuno y de la Tierra y todo el mundo sabe que tal padre y tal madre no han existido jamás bajo forma humana. Pero el Anteo del que aquí se trata es en efecto hijo de Neptuno y de la Tierra, es decir, del agua y de la tierra filosóficas, que son el padre y la madre del magisterio o de la piedra de los filósofos. Esta piedra o este Anteo desafía a luchar a todos los
extranjeros y aplasta contra las rocas donde habita a todos aquellos que tienen la osadía de medirse con él, porque todo lo que no es de su naturaleza le es extranjero y no tiene ningún poder sobre él; esta piedra es tan fija que el fuego mismo no puede volatilizarla, todo lo heterogéneo que se puede mezclar con ella se pierde y se pulveriza sin efecto. Sólo Hércules o el artista, a quien comúnmente se le atribuyen los efectos del mercurio filosófico, hace presa sobre ella, y como este mercurio es al menos tan vigoroso como la piedra, cuando se trata de hacer el elixir, que Filaleteo[3] llama preparación perfecta de la piedra, es preciso que se de un combate de lucha entre ellos, es decir, que esta piedra tan fija sea volatilizada y elevada del fondo del vaso; cuanto más permaneciera allí más fija se volvería y adquiriría nuevas fuerzas en tanto que permaneciera con la Tierra, su madre. Hércules no llegaría jamás al punto de matar a Anteo si no le hiciera perder tierra, porque la materia del elixir no podrá caer en putrefacción si primeramente no es volatilizada en todas sus partes, y para esto se precisa una disolución perfecta; pero tan pronto como la parte fija y terrestre es volatilizada, Anteo no puede recibir más la fuerza de su madre, lo que hace que sucumba a los esfuerzos de Hércules. Es por esto que todos los filósofos dicen: Volatilizad el fijo y después fijad el volátil.
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