Después de que Hércules hubo traído a Euristeo la cierva de los pies de bronce, fue a combatir a los centauros, pueblo nacido del comercio de Ixión con la nube que Júpiter le presentó, bajo cuya forma estaba Juno. Estos monstruos medio hombres y medio caballo hacían grandes destrozos, pero Hércules los destruyó a todos, después de que lo irritaran una vez que bebió en Folus. Ya he explicado lo que se ha de entender por los centauros cuando hablé de los sátiros, los silenos y los tigres que acompañaban a Baco. Sólo me queda explicar el por qué la fábula dice que Hércules desafió a los centauros que lo habían irritado en Folus. Esto es porque las partes heterogéneas, representadas por los centauros, se separan de la materia homogénea en el momento en que se manifiestan los variados colores sobre la materia, lo que está expresado por Folus, de φόλις, color abigarrado, piel de diferentes colores. Basilio Valentín[1] nos lo expresa así: De Saturno, es decir, de la materia en disolución y en putrefacción, salen muchos colores como el negro, el gris el amarillo, el rojo y otros medios entre estos; así mismo la materia de los filósofos debe tomar y dejar muchos colores antes de que sea purificada y que llegue a la perfección deseada.
En cuanto al centauro Quirón, que enseñó astronomía a Hércules, no tuvo el mismo origen que los otros, ya hemos explicado el suyo más de una vez. Pero quizás se me podría preguntar ¿qué utilidad tenía la astronomía para Hércules? Respondo que le era indispensable conocer el Cielo que un día debía de sostener en lugar de Atlas; pero este Cielo era el Cielo filosófico del que hemos hecho mención hablando de Atlas y de sus hijas. Era preciso que Alcides conociera los planetas terrestres, que debía usar, y estos planetas no son el plomo, el estaño, el hierro, el oro, el mercurio, el cobre y la plata a los que los químicos han dado los nombres de Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Mercurio, Venus y Luna, sino los metales filosóficos o colores que sobrevienen a la materia durante las operaciones de la obra.
[1] . B. Valentín, Las Doce Llaves, llave 9.
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