viernes, noviembre 10, 2006

Hércules y el Toro furioso de la isla de Creta




Muchos autores han confundido a este toro con el Minotauro; Apolodoro dice que era el mismo que aquel que raptó a Europa. Neptuno irritado envió a este toro, que echaba fuego por las narices, para devastar la isla de Creta. Euristeo envió a Hércules para que la liberara de este toro y se lo trajera. Hércules siempre presto a obedecer, particularmente cuando se trataba de alguna acción cuyo peligro debía aumentar su gloria, partió al instante, pues era infatigable, según estas palabras que Ovidio[1] le hace decir: Ego sum indefessus agendo. Llegó a la isla, buscó al animal, combatió con él, lo cogió, lo ató y lo condujo a EuristeoA propósito de esta conducta, o de estos monstruos llevados por Hércules ante Euristeo, me viene una reflexión que sin duda habría hecho perder a los mitólogos el deseo de explicar históricamente o moralmente, o según los principios de la física vulgar, todos los trabajos de Hércules, hela aquí. Euristeo no ordenó a Hércules matar, exterminar o anonadar a todos los monstruos contra los que le enviaba a combatir, sino que se los llevara a él. ¿Cuál es el príncipe
en el mundo que no habría sido causa de burla, risum teneatis amici, si hubiera dado semejantes órdenes? ¿Podría aplaudirse a un rey que enviara purgar a otros países de furiosos monstruos que lo arrasaban todo, para llenar con ellos el suyo? Se le consideraría a él mismo como a un monstruo peor que aquellos a los que enviaba buscar. Sin embargo tal es la idea que la fábula nos da de Euristeo y no obstante ni un sólo autor osa desacreditar por ello a este rey de Micenas.
Sin duda que Euristeo tenía el don de amansarlos, o decoraba su casa con fieras; pero hubiera sido preciso otro Hércules para cuidarlos y hacerlos entrar en razón; sólo había este príncipe que defendiera sin cesar a los otros. Un toro que echaba fuego por las narices, un furioso león que había descendido de la orbe de la Luna, un jabalí enviado por una diosa, no son animales muy fáciles de conducir. Yo no veo que Euristeo hubiera podido reemplazar a Hércules, a menos que hubiera encontrado, por entonces, en su reino algún otro tan hábil y tan intrépido, como aquellos[2] que no veían en este toro llameante más que a un toro de gran belleza; Euristeo tenía un gran cuidado, pues el buen
Euristeo, según el mismo autor, no era muy bravo, puesto que a la vista del jabalí de Erimanto huyó a su habitación y se encerró bajo llave.
Solamente señalar que este toro había sido enviado por Neptuno y que este pretendido dios, que comúnmente se explica como el mar, debe de entenderse como el mar de los filósofos, o de su agua mercurial, como así lo hemos probado más de una vez.

[1] . Ovidio, Metamorfosis, lib. 9, fáb. 3.
[2] . El Abad Banier, Mitología, tom. 3, p. 277-278.

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