domingo, noviembre 05, 2006

Hércules y el León de Nemea




La primera obra que Alcides emprendió fue ir a matar a un gran león que moraba en la selva de Nemea sobre el monte Citerón. Matar un león era un hecho normal en cualquier hombre, pero matar al león de Nemea estaba reservado para Hércules, pues este león era muy superior a los otros por la nobleza de su raza. Algunos dicen que había descendido del disco lunar;[1] otros, entre los cuales está Crisermo,[2] dicen que Juno queriendo perjudicar, inquietar, suscitar obstáculos, penas y etc, a Hércules, mágicamente hizo interesarse a la Luna en su odio de manera que llenó una canasta de saliva y de espuma y entonces nació este león. Iris lo tomó en sus brazos y lo llevó al monte Ofelto, donde ese mismo día devoró al pastor Apesampto, según el relato de Demódoco.[3] Este león era invulnerable; Hércules tenía a penas dieciocho años cuando fue a su encuentro, le disparó cantidad de flechas pero no pudieron hacerlo perecer.
Entonces tomó una maza armada con mucho hierro, con la cual lo mató y después lo hizo pedazos sin otro medio que sus manos, tras haberlo despojado de su piel que este héroe llevó mientras vivió.
Un hecho como aquel es la acción de un joven héroe y habría merecido ser conservado para la posteridad si hubiera estado conforme a la historia en todas sus circunstancias, más quien no vea en ello una alegoría o un signo jeroglífico de alguna cosa que el autor de la fábula ha querido ocultar, ciertamente será muy crédulo, o poco clarividente, o en fin, muy testarudo en su sistema histórico o moral.
En efecto, un león invulnerable, descendido del orbe de la Luna, o nacido de su saliva no puede ser supuesto como real, es preciso pues, que sea alegórico, y lo es. Es un león puramente químico, casi invulnerable y nacido de la saliva de la Luna. Se convencerá uno de ello mediante los siguientes textos de los filósofos herméticos. En los libros precedentes hemos probado suficientemente que el nombre de león es uno de los que los adeptos dan a su materia, pero para no obligar al lector a recordar lo que quizás sólo recuerde en general, que escuche a Morien:[4] Tomad el humo blanco, el
León verde, el almagre rojo y la inmundicia de la muerte, –y un poco después– el León verde es el vidrio y el almagre es el latón. El autor del Rosario dice: Encontramos primero a nuestro León verde y nuestra verdadera materia y de qué color es. Se llama también adrop, azoth o duenech verde. Ripley:[5] Ningún cuerpo impuro entra en nuestra obra, como aquel que los filósofos llaman comúnmente León verde. El autor del Consejo sobre el matrimonio del Sol y la Luna, nos enseña que este león es de naturaleza lunar. Dice: lo mismo que el león que es el rey y el más robusto de los animales, se vuelve débil por la enfermedad de su carne, así mismo nuestro león se debilita y enferma por su naturaleza y su temperamento lunar. Se ve en estos textos que el león a menudo es tomado por los artistas como el sujeto o la materia del arte; y como el último autor dice que el león es un sol inferior de una naturaleza lunar, se ve también el por qué la fábula dice que ha descendido del disco de la Luna.
No es menos sorprendente que la fábula diga que este león haya nacido de la saliva de la Luna, pero tenía dos razones para ello, las mismas, según parece, que han empujado a los filósofos a emplear expresiones parecidas con el mismo motivo. Un autor anónimo dice en un tratado que lleva por título Auroa consurgens:[6] Algunos filósofos han dicho que todo el secreto del arte consistía en el sujeto o la materia, y le han dado diversos nombres convenientes a la excelencia de su naturaleza, como se ve en la Turba, donde algunos refiriéndose al lugar, la han llamado goma, esputo de la Luna. Este autor nos hace observar que este nombre de esputo de la Luna ha sido dado a la materia de los filósofos a causa del lugar donde se encuentra, en consecuencia parece haberse referido al león engendrado de la espuma en el lugar de la Luna; pues esputo y espuma son una misma cosa. Esta denominación de la materia se encuentra en diversos lugares de la Turba de los filósofos, llamada Código de la verdad. Astrato dice allí: Aquel que desee llegar a la verdad de la perfección de la obra, debe tomar el humor del Sol y el esputo de la Luna. Pitágoras dice: Observad, todos los que componéis esta asamblea, que el azufre, la cal, el alumbre, el kuhul y el esputo de la Luna no es otra cosa que el agua de azufre y el agua ardiente. Anastrato dice: Os digo verdad, nada es más excelente que la arena roja del mar y el esputo de la Luna, que se conjunta con la luz del Sol y se congela con él. Belo dice: Algunos han llamado a esta agua esputo de la Luna, otros, corazón del Sol.

Estos textos hacen ver suficientemente en qué sentido se dice León de Nemea nacido del esputo de la Luna, pues sólo se han de combinar conjuntamente lo que los filósofos entienden por león y por esputo de la Luna. También está dicho que las flechas de Hércules no pudieron herir a este león y que se vio obligado a recurrir a una maza, porque las partes volátiles, representadas por las flechas, no son suficiente para matar, o hacer caer en putrefacción a la materia fija, y para indicar lo que era esta maza la fábula dice que Hércules, tras haber hecho uso de ella, la consagró a Mercurio, porque el Mercurio filosófico es el que lo hace todo. Hércules tras haber matado a este león lo despellejó, también es preciso hacerlo en la obra, es decir, que se ha de purificar la materia hasta que lo que estaba oculto se vuelva manifiesto: Haced manifiesto los oculto, dicen los filósofos, y Basilio Valentín:[7] Es preciso despojar al animal de Oriente de su piel de león, cortarle después las alas que tomará y precipitarlo en el gran Océano salado, para que resurja más bello que antes. También se dice que apenas había nacido este león, Iris lo tomó entre sus brazos y lo llevó al monte Ofelto, porque entonces aparecen los colores del iris sobre la materia y las partes volatilizadas se reúnen en la parte que se fija acumulándose, pues Ofelto viene de Ο΄φέλλειν, amasar, reunir, acumular.

[1] . Anaxágoras.
[2] . Crisermo, Lib. 2, Rerum Peloponu.
[3] . Demódoco, In Rebus Heracleae.
[4] . Morien, Conversación con el rey Calid.
[5] . Ripley, Las Doce Puertas.
[6] . Capítulo 12.
[7] . Basilio Valentín, Las Doce Llaves, en el prefacio. (véase Biblioteque de los Filósofos Químicos, de ediciones Beya-Dervy, París, 2003, p. 18. N. del T.)

No hay comentarios: