El poeta Orfeo, hijo de Apolo y padre de la poesía, ha hecho cosas increíbles. Puso las rocas en movimiento, hizo venir a él los animales más feroces y los amansó. Detuvo el curso de los ríos y a los pájaros en pleno vuelo, condujo los barcos y todo esto al son de su lira. Si se considera a Orfeo como poeta solamente, ha hecho todas estas cosas en el sentido de que condujo la nave Argo, es decir, que habiendo sido el inventor y el narrador de estas ficciones, las ha contado y figurado de la manera que le ha complacido. Todos los poetas son así en este sentido. Pero si se considera a Orfeo como hijo de Apolo, no es el mismo Orfeo. Éste significa los efectos mismos del Sol, quien de la misma causa, su fuego y su calor, produce efectos contrarios endureciendo una cosa y reblandeciendo otra, como dice Virgilio: Endurece el Limo y licua la cera (Égloga, 8). Es lo que sucede en las operaciones del magisterio hermético, la materia seca se vuelve agua y el agua se convierte en tierra. El sonido de la lira de Orfeo no es otra cosa que la armonía de su poesía. Nuestros poetas dicen aún hoy día que toman la lira de Apolo y, en consecuencia, sus obras son el sonido o el efecto de esta lira.
También se considera a Orfeo como el primero en llevar la religión de los egipcios a los griegos; y Pausanias dice[1] que inventó muchas de las cosas útiles para el comercio de la vida. Así mismo este poeta confiesa que es el primero en hablar de los dioses, de la expiación de los crímenes y de varios remedios para las enfermedades.[2] La medicina de la que habla es ciertamente la medicina solar, pues todos los libros de física que nos quedan, bajo su nombre, tienden a este objetivo. Hace una especie de enumeración al principio del que acabo de citar; tales son sus tratados de la generación de los elementos, de la fuerza del amor y de la simpatía entre las cosas naturales, de las pequeñas piedras y muchos otros sobre diferentes sujetos velados bajo metáforas y alegorías. Así mismo se encuentra una especie de sumario de todas sus ideas respecto a esto en el de las pequeñas piedras, cuando describe el antro de Mercurio como la fuente y el centro de todos los bienes. También da a entender que estaba instruido en muchos de los secretos de la naturaleza. En consecuencia, algunos antiguos han pensado que Orfeo no solamente era muy versado en la ciencia de los augurios y de la magia, sino que él mismo era un mago de Egipto.
Orfeo nos cuenta también su pretendido descenso a los Infiernos, donde visitó la sombría morada de Plutón, para ir a buscar a su esposa Eurídice a la que amaba locamente. Mientras Eurídice huía de las persecuciones amorosas de Aristeo, hijo de Apolo, una serpiente le mordió en el talón. La herida fue mortal y esta amable esposa perdió la vida enseguida. Orfeo, desesperado por su pérdida, tomó la lira y descendió al imperio de los muertos para hacer volver a Eurídice. Plutón se dejó doblegar y Orfeo la habría visto una segunda vez en la morada de los vivos si su amorosa curiosidad no hubiera precipitado sus miradas y no la hubiera mirado a la cara antes del tiempo señalado: Pero te referí lo que contemplé y comprendí cuando me encaminé, por la tenebrosa vía al Ténaro, al interior del Hades, confiado en mi cítara, por amor a mi esposa. (Orfeo, Argonáuticas, 40).
Que el lector recuerde lo que he dicho de la lira de Orfeo y que se acuerde que este poeta era hijo de Apolo, igual que Aristeo. Como poeta Orfeo es el artista que cuenta alegóricamente lo que sucede en las operaciones del magisterio. En esta circunstancia de la muerte de Eurídice, ha sido preciso suponer a un Aristeo hijo de Apolo, y enamorado de la mujer de Orfeo, porque el hijo de cualquier otro no le convendría para nada. Aristeo o el excelente, el muy fuerte, está enamorado de los encantos de Eurídice, ella huye y él corre tras ella hasta que una serpiente la muerde en el talón y muere por la herida. Este amante es el símbolo del oro filosófico, hijo de Apolo; su padre es el Sol y la Luna su madre, dice Hermes.[3] Eurídice representa el agua mercurial volátil. Los filósofos llaman al uno macho y a la otra hembra. Sinesio nos asegura que aquel que conoce a ésta que huye y al que la persigue, conoce los agentes de la obra. Eurídice es, pues, la misma cosa que la fuente del Trevisano. Señor –dice este filósofo[4]– es verdad que esta fuente es de terrible virtud, más que ninguna otra que haya en el mundo, y es solamente por el muy magnánimo rey del país, que ella es conocida bien y él de ella, pues jamás pasa este rey por aquí sin que ella lo atraiga hacia sí. Y algunas líneas después añade: entonces le pregunté si era amigo de ella y ella de él, y me respondió: la fuente lo atrae hacia ella y no él a ella.
¿No son estas las atracciones y los encantos de Eurídice y las persecuciones de Aristeo? La parte volátil volatiliza al fijo hasta que el dragón filosófico la detiene en su carrera, entonces Eurídice muere, es decir, que sobreviene la putrefacción, o el color negro, que es la triste morada de Plutón. El agua volátil, pues, atrae al fijo y lo volatiliza. El rey del país del Trevisano es el oro, el hijo del Sol, lo que hace que el hijo de cualquier otro no pueda convenir para ello. Orfeo la llama también su mujer porque él mismo era hijo de Apolo y porque, como dice el Cosmopolita,[5] esta agua hace las veces de mujer de este fruto del árbol solar. Ella misma es hija del Sol, puesto que es sacada de sus rayos, según el mismo autor, que añade que de ahí vienen su gran amor, su concordia y su deseo de unírsele.
Orfeo viaja a la morada de Plutón y relata lo que ha visto. Hubiera rescatado a Eurídice si no la hubiera mirado demasiado pronto. Esto es aquí el verdadero retrato de los artistas impacientes que se cansan de la larga duración de la obra. Aman la piedra perdidamente, suspiran sin cesar tras el dichoso momento en el que la verán en la morada de los vivos, es decir, al salir de la putrefacción y vestida con el hábito blanco, indicio de la alegría y de la resurrección. Pero este amor arrebatado de cólera no les permite aguardar el término prescrito por la naturaleza. Quieren forzarla a precipitar sus operaciones y lo echan a perder todo. Morien dice que toda precipitación viene del demonio y los otros filósofos recomiendan la paciencia.
La muerte de Orfeo hecho pedazos por las mujeres y sus miembros esparcidos, recogidos y unidos luego por las musas, deben de recordar al lector la alegoría de la muerte de Osiris, con todas sus circunstancias y las explicaciones que ya he dado de ello.
[1] . Pausanias, In Boeticis.
[2] . Mi ánimo me incita a decir lo que jamás antes referí, cuando, espoleado por el aguijón de Baco y del soberano Apolo, mencioné los dardos que hacen estremecerse, remedios para los mortales, y luego los pactos juramentados para los iniciados. Orfeo, Argonauticas, 9
[3] . Hermes, La Tabla de Esmeralda.
[4] . El Trevisano, Filosofía de los metales.
[5] . El Cosmopolita, Parábolas.
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