Orfeo no solamente era muy versado en la ciencia de los augurios y de la magia, sino que él mismo era un mago de Egipto. Pero ¿no se ha dicho otro tanto del filósofo Demócrito, el cual había sacado su ciencia de los egipcios? Se dice que este último entendía la lengua de los pájaros, como Apolonio de Tiana, y nos ha dejado en sus escritos que la sangre de algunos pájaros que nombra, mezclada y trabajada, producía una serpiente, y que aquél que hubiera comido esta serpiente entendería también el lenguaje de los otros volátiles. La mayor parte de los antiguos eran muy crédulos, tomaban todo según la letra y no pensaban en dudar de las cosas más absurdas; parece ser que Cicerón a caído en este defecto, sin embargo él no
tenía de Demócrito tan alta idea como otros, cuando dice[1] de este filósofo que nadie había mentido con tanto atre
vimiento. Hipócrates pensaba de otra manera, admitíasu sabiduría y dice que sus palabras eran doradas. Platón también se complacía mucho en la lectura de las obras de Demócrito. Estos grandes hombres sin duda entendían las alegorías de este filósofo mientras que Cicerón ni las sospechaba.
Estos pretendidos pájaros, de los que Demócrito entendía
el lenguaje, no eran otros que las partes volátiles de la obra filosófica, que los discípulos de Hermes designan casi siempre con el nombre de águila, buitre o de otros pájaros. Y por la serpiente que nace de la sangre mezclada de estos
volátiles es preciso entender el dragón o serpiente filosófica, de la que hemos hablado tan a menudo. Si alguien come de esta serpiente indudablemente entenderá el lenguaje de los pájaros, pues aquel que ha tenido la dicha de completar el magisterio de los sabios, y de hacer uso de él, no ignora lo que sucede durante la volatilización y en consecuencia los diferentes combates que se dan en el vaso, cuando las partes de la materia circulan allí. Sabe todos sus movimientos paso a paso y conoce el progreso de la obra por los cambios que suceden. Es lo que ha hecho decir a Raimon Llull que el buen olor del magisterio atrae a lo alto de la casa, donde se hace la obra, a todos los pájaros de los alrededores. Indicaba mediante esta alegoría la sublimación filosófica, porque entonces las partes volátiles, designadas por los pájaros, suben a lo alto del vaso y parece que vienen allí desde los alrededores. Los tratados herméticos están llenos de alegorías semejantes.
[1] . Demócrito, Libro de Filosofía.
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