Faetón es muy célebre como para no decir de él dos palabras. Todos los autores no convienen en que fuera hijo del Sol. Muchos piensan con Hesíodo,[1] que Faetón tuvo por padre a Céfalo y por madre a la Aurora. Según la opinión más común, Faetón era hijo del Sol y de Climene.[2] Habiendo tenido una disputa con Épafo, hijo de Júpiter, éste le dijo que no era hijo del Sol. Afectado por ello Faetón fue a
compadecerse ante su madre Climene, que le aconsejó ir a encontrar al Sol y pedirle como prueba que le dejara conducir su carro. El Sol había jurado por el Estigio que le concedería lo que le pidiera, sin pensar que su hijo sería tan temerario como para hacerle semejante petición, y se la concedió después de haber hecho todos los esfuerzos posibles para que cambiara su decisión. Faetón se desenvolvió tan mal en ello que el Cielo y la Tierra estuvieron amenazados de ser totalmente abrasados. La Tierra alarmada se dirigió a Júpiter que, de un golpe de rayo, precipitó al joven Faetón en el río Eridán, al que, según algunos, secó sus aguas, y según otros las convirtió en oro.
Muchos autores creen, como Vosio, que esta ficción es egipcia, lo que prueba mejor mi sistema,
Muchos autores creen, como Vosio, que esta ficción es egipcia, lo que prueba mejor mi sistema,
pero si con ello se confunde al Sol con Osiris, no será sobre el mismo fundamento. Faetón, como Horus, es la parte fija aurífica de los filósofos egipcios o herméticos. Cuando se volatiliza, esta materia totalmente ígnea parece insultar a Épafo o el aire, hijo de Júpiter. Cuando el Júpiter filosófico se muestra, esta parte fija y solar, tras haber revoloteado durante largo tiempo, se precipita hasta el fondo del vaso donde se encuentra el agua mercurial, en la cual se fija coagulándola y volviéndola aurífica como ella. He aquí en pocas palabras la explicación de la carrera de Faetón, su caída en el río Eridán y el desecamiento de sus aguas.
[1] . Hesíodo, Teogonía.
[2] . El Sol, en el centro de esta Corte, abría sus ojos omnipresentes, y viendo al atónito Faetón le habló así: ¿Cuál es el objeto de tu viaje? ¿Te ha hecho venir hasta mi alcázar la pretensión de que yo te reconozca como hijo mío? ¡Oh dios de la luz! -le respondió Faetón- ¡Oh padre mío! ¡Si realmente lo eres, permíteme un signo que me valga para demostrar a todos que soy tu hijo! ¡Alíviame de la duda que me aflige! Oídas estas preguntas, el Sol, despojándose de su gloria, le mandó acercarse y le abrazó paternalmente. Sí, tú eres mi hijo, -respondiole- desecha tus inquietudes. Climene fue poseída por mí. Ovidio, Metamorfosis, lib. 1.
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