miércoles, octubre 18, 2006

Esculapio



Los griegos han tomado a este dios de Egipto y de Fenicia, pues es en este país donde se ha de buscar al verdadero Esculapio. Allí era honrado como un dios, antes de que su culto fuera conocido en Grecia.
Aquí me atengo a la opinión más generalmente aceptada en Grecia, que dice que es hijo de Apolo y de la ninfa Coronis.
Después Esculapio fue puesto en manos de Quirón, aprovechó las lecciones de medicina que este célebre maestro le dio y adquirió tan grandes conocimientos en esta escuela que resucitó a Hipólito que había sido devorado por sus propios caballos. Plutón irritado por lo que hacía Esculapio, pues no contentándose con curar las enfermedades resucitaba a los muertos, llevó sus quejas a Júpiter,[1] diciendo que su imperio estaba considerablemente disminuido y que corría el riesgo de verlo desierto. Júpiter fulminó a Esculapio.[2] Apolo indignado por la muerte de su hijo lloró y para vengarse mató a los cíclopes que habían forjado el rayo que Júpiter había utilizado. Júpiter, para castigarlo, lo echó del Cielo.

Las serpientes y los dragones eran consagrados a este dios que, así mismo, fue adorado bajo la figura de estos reptiles.
¿No tenían razón los antiguos al considerar como dios de la medicina a la medicina universal misma? Y ¿no era suficiente para indicarlo decir que Esculapio era hijo de Apolo y de Coronis? puesto que se sabe que esta medicina tiene el principio del oro como materia y que no puede prepararse sin pasar por la putrefacción, o el color negro que los filósofos herméticos de todos los tiempos han llamado cuervo o cabeza de cuervo, a causa de la negrura que le acompaña. Salir de la putrefacción o del color negro era, pues, nacer de Coronis, que significa corneja, una especie de cuervo. Pero un dios no debe nacer a la manera de los hombres.
Diana mató a Coronis y Mercurio o Febo sacó a su hijo de las entrañas de esta infortunada madre. El mercurio filosófico actúa sin cesar y en esta ocasión rinde a Esculapio el mismo servicio que había rendido a Baco. La madre de uno muere bajo los fulgores del rayo de Júpiter; la madre del otro perece bajo los golpes de Diana; los dos vienen al mundo por el cuidado de Mercurio y tras la muerte de su madre. Morien esclarece en dos palabras toda esta alegoría, cuando dice[3] que la blancura o el magisterio al blanco, que es medicina, está oculta en el vientre de la negrura, y que no se han de despreciar las cenizas (de Coronis) porque allí está oculta la diadema del rey. La misma razón ha hecho decir que Flegias era padre de Coronis, puesto que φλέγω significa inflamo, quemo, y nadie ignora que todas las cosas quemadas se reducen a cenizas.

Aquellos que han pretendido que el mismo Apolo sirvió de comadrona a Coronis, han hecho alusión al elixir perfecto en color rojo, verdadero hijo de Apolo y el Apolo mismo de los filósofos, y si se ha figurado que Diana había matado a Coronis, es que la ceniza hermética sólo puede llegar al color rojo después de haber sido fijada pasando por el color blanco, o la Diana filosófica. . Esta ceniza muy roja, impalpable en ella misma, –dice Arnaldo de Vilanova[4]– se hincha como una pasta que fermenta y por la calcinación requerida, es decir, con la ayuda del mercurio que quema mejor que el fuego elemental, se separa de una tierra negra muy sutil que permanece en el fondo del vaso. Es fácil hacer la aplicación de esto. Hermes lo había dicho hace mucho tiempo:[5] Nuestro hijo reina ya vestido de rojo [...] nuestro rey viene del fuego. Trígono alimentó a Esculapio, es nombrado así a causa de los tres principios, azufre, sal y mercurio de los que el elixir está compuesto y de los que el niño filosófico se nutre hasta su perfección.
Las resurrecciones de Esculapio no son menos alegóricas que su nacimiento, y si resucita a Hipólito es preciso entenderlo en el sentido de los filósofos, que lo personifican todo. Escuchemos a Bonnelo respecto a esto:[6] Esta naturaleza de la cual se ha quitado la humedad, se vuelve parecida a un muerto, tiene necesidad del fuego hasta que su cuerpo y su espíritu sean convertidos en tierra, entonces se hace un polvo parecido al de las tumbas. Dios le devuelve después su espíritu y su alma y le cura toda imperfección. Es preciso, pues, quemar esta cosa hasta que madure, que se vuelva ceniza y apropiada para recibir de nuevo su alma, su espíritu y su tintura. Se puede ver lo que he dicho de tales resurrecciones, cuando expliqué la de Esón, en el libro dos.
En cuanto a la educación de Esculapio, fue la misma que la de Jasón. Las hijas de Esculapio participaron de los mismos honores que su padre y tuvieron estatuas entre los griegos y los romanos. Pero la ficción de la historia de estas divinidades ya se ve tan sólo observando el significado de sus nombres. Panacea quiere decir medicina que cura todos los males; Jaso curación, e Higiea salud. El elixir filosófico produce la medicina universal, su uso da la curación, en la cual va unida la salud. También se dice que sus dos hermanos eran perfectos médicos. En cuanto al huevo de la corneja, de donde se figura que salió Esculapio, Raimon Llull nos lo explica en estos términos:[7] Después de que haya sido enfriado, el artista encontrará a nuestro niño doblado en forma de huevo, al que retirará y purificará. Y en su árbol filosófico dice: Cuando este color (blanco) aparece empieza a reunirse en forma redonda, como la Luna en su plenitud. El gallo era consagrado a Esculapio por la misma razón que lo era a Mercurio; el cuervo a causa de su madre Coronis y la serpiente porque los filósofos herméticos la tomaban como símbolo de su materia, como se puede ver en Flamel y en tantos otros.

[1] . Ovidio, Metamorfosis, lib. 15.
[2] . Entonces el padre omnipotente, indignado de que un mortal hubiese vuelto de las sombras infernales a la luz de la vida, precipitó con un rayo en las ondas estigias al hijo de Febo, inventor de la poderosa arte médica. Virgilio, Eneida, lib. 7.
[3] . Morien, Conversación con el rey Calid.
[4] . Arnaldo de Vilanova, Nueva Luz, cap. 7.
[5] . Hermes, Los Siete Capítulos, cap. 3.
[6] . Bonuelo, La Turba.
[7] . Raimon Llull, De la quinta esencia, dist. 3, p. 2.

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