martes, octubre 17, 2006

Apolo



Herodoto dice que los egipcios pretendían que estas dos divinidades [Apolo y Diana] eran hijos de Osiris y de Isis y que Latona sólo fue su nodriza. Ésta era contada entre los ocho grandes dioses de Egipto. Se dice que Ceres le confió a su hijo Apolo para que lo cuidara y lo protegiera de las persecuciones de Tifón, que lo buscaba para matarlo. Latona lo ocultó en una isla flotante, a la que fijó con este motivo. Pero los griegos dicen que Apolo y Diana eran hijos de Júpiter y Latona.
Si los mitólogos hubieran examinado seriamente todo lo que los antiguos dicen de Apolo, hubieran visto como Vosio, que este dios sólo es un personaje metafórico, sin embargo no hubieran dicho como él que no hubo jamás otro Apolo que el Sol que nos alumbra. Habrían reconocido que el verdadero Apolo venía de Egipto y que los griegos han imaginado a los suyos basándose en aquel.Los griegos decían que la isla de Delos era flotante antes del nacimiento de Apolo y de Diana. Los egipcios decían lo mismo de la de Quemmis. Herodoto considera que se hizo de ello este cuento que considera como una fábula, porque por más atención que puso en observar esta isla, no la vio jamás flotar. Los griegos añaden que Neptuno dando un golpe de tridente hizo surgir la isla de Delos del fondo del mar y la fijó para asegurar a Latona, perseguida por Juno, un lugar donde pudiera llevar a cabo sus partos. ¿No es una fiel imitación de lo que los egipcios publicaron de las persecuciones de Tifón contra Isis, quien para apartar a su hijo de la crueldad de su cuñado, confió su educación a Latona que lo ocultó en la isla de Quemmis?[1]
Pero como hemos explicado en el primer libro el Horus o Apolo de Egipto, es preciso explicar
aquí el de los griegos y para ello seguiremos a Hesíodo que dice: Letona parió a Apolo y a la flechadora Artemis, prole más deseable que todos los descendientes de Urano en contacto amoroso con Zeus portador de la égida. (Teogonía, vers. 919).
Se ha de confesar que los antiguos no nos han dejado nada de cierto ni determinante sobre Apolo o el Sol ni sobre Diana o la Luna.
Cuando se ha hablado del Sol como Sol, los antiguos lo han llamado ojo del mundo, corazón del Cielo, rey de los planetas, lámpara de la Tierra, antorcha del día, fuente de la vida, padre de la luz; pero cuando se trata de Apolo, era un dios que se distinguía en las bellas artes, como la poesía, la música, la elocuencia y sobre todo la medicina, incluso se publicó que él las había inventado.
Espagnet habla en estos términos:[2] A fin de que no omitamos nada, que los aficionados estudiosos de la filosofía sepan que de este primer azufre se engendra un segundo que puede multiplicarse al infinito. Que el sabio que ha tenido la dicha de encontrar la mina eterna de este fuego celeste, la guarde y la conserve con todo el cuidado posible. El mismo autor había dicho en el canon 80: El fuego innato de nuestra piedra es el Arqueo de la naturaleza, el hijo y el vicario del Sol; madura, digiere y lo perfecciona todo, con tal de que sea puesto en libertad.
Casi todos los discípulos de Hermes han dado a su piedra ígnea el nombre de Sol y cuando en la disolución de la segunda obra la materia se vuelve negra, la llaman sol tenebroso o eclipse de sol.
A menudo se ha confundido a Apolo con el Sol y a Diana con la Luna; sin embargo en la antigua mitología eran distinguidos, y es que entonces se sabía diferenciar el Sol celeste del Sol filosófico. Los que no estaban
en conocimiento del objeto de esta antigua mitología, han sido la causa de todas las variacion
es que se encuentran respecto a esto en los autores. Sin embargo es bueno observar que el Apolo y el Sol filosófico, al ser una misma cosa, se pueden conciliar en las diferentes opiniones de los autores, siempre que se haga distinción entre el Sol celeste y el Apolo de la mitología.Es fácil ver que esta historia no solamente es fabulosa sino que no tiene ninguna utilidad si no se la considera alegóricamente. Es en este sentido que los filósofos herméticos se han expresado, cuando han dicho con el autor del consejo sacado de las Epístolas de Aristote: Hay dos principales piedras en el arte, la blanca y la roja, de una naturaleza admirable. La blanca empieza a aparecer sobre la superficie de las aguas al ponerse el Sol y se oculta hasta la mitad de la noche, después desciende hasta el fondo. La roja hace lo contrario, empieza a subir hacia la superficie cuando el Sol se levanta hasta el mediodía y se precipita seguidamente al fondo. Platón dice en la Turba: Éste
vivifica a aquel y uno mata al otro y estos dos al ser reunidos persisten en su unión. Entonces aparece una rojez oriental, una rojez de sangre. Nuestro hombre es viejo y nuestro dragón joven y come su cola con su cabeza y la cabeza y la cola son alma y espíritu. El alma y el espíritu son creados de él; uno viene de Oriente, a saber el niño, y el viejo viene de Occidente. Un pájaro meridional y ligero arranca el corazón de un gran animal de Oriente, dice Basilio Valentín.[3] Habiéndolo arrancado lo devora. También da alas al animal de Oriente, a fin de que sean parecidos, pues es preciso que se quite a la bestia oriental su piel de león y que de nuevo desaparezcan sus alas, y que entren en el gran mar salado y salgan una segunda vez, teniendo igual belleza.
Michael Maier ha hecho el emblema 46, de sus Emblemas Químicos, de estas dos águilas enviadas por Júpiter y debajo ha puesto estos versículos:
Se dice que Júpiter envió desde Delfos dos águilas gemelas hacia las regiones de Oriente y Occidente. Mientras él desea averiguar el lugar central del orbe, según dice la fama, éstas volvieron a Delfos simultáneamente. Más aún, hay dos piedras gemelas, una procedente del Orto y otra del Ocaso, que están bien concertadas. Estas dos águilas deben de interpretarse como las piedras blanca y roja de los filósofos herméticos, es decir, de la materia venida al color blanco, que los discípulos de Hermes llaman oro blanco volátil, y de la materia al rojo, llamada oro vivo. Júpiter envió estas águilas, puesto que el color gris aparece antes que el blanco y el rojo. Y si se dice que una fue hacia el lado de Oriente y que la otra tomó su vuelo hacia el Occidente, es que en efecto, el color blanco es el oriente o el nacimiento del sol hermético y el rojo su occidente. Esta similitud ha sido tomada también por el hecho de que el Sol cuando se levanta expande una luz blanquecina sobre la Tierra y una rojiza cuando se oculta. Las dos águilas al cabo de su carrera, se reencuentran en Delfos, que según Macrobio, ha tomado su nombre de la palabra griega Delphos solus (Delfos sola), porque habiendo acabado el magisterio, el color blanco y el rojo son un mismo color púrpura, que hace el Sol filosófico. Se ha de señalar también que la isla de Delfos estaba consagrada al Sol, sin duda alegóricamente, para hacer alusión al de los discípulos de Hermes.

[1] . Respecto a la Isla flotante, véase El Hilo de Penélope, de Emmanuel d’Hooghvorst, Arola Editors, Tarragona 2000, p.60.
[2] . Espagnet, canon, 123.
[3] . Basilio Valentín, prólogo a las Doce Llaves.

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