sábado, octubre 14, 2006

Más de Júpiter




Las ninfas Adrastea e Ida nutrieron a Júpiter y se dice que las abejas se unieron a ellas. Estas dos ninfas que eran hijas de las melisas, o abejas, hicieron que Amaltea lo amamantara. Hemos dicho que cuando el color gris o el Júpiter filosófico aparece, las partes volátiles de la materia disuelta se subliman, suben abundantemente a lo alto del vaso en forma de vapor, donde se condensan como en la química vulgar, y tras haber circulado recaen sobre esta tierra gris que sobrenada en el agua mercurial. La fábula no podría presentarnos esta operación mediante una alegoría más palpable y mejor caracterizada que por esta figurada educación de Júpiter.
Tales son las nubes que Júpiter excita sobre el monte Ida o monte del sudor; tales son la lluvia y el rocío que caen allí, tales son también estas partes volátiles que circulan, subiendo y descendiendo y, a imitación de las abejas, parecen ir a buscar de qué alimentar al pequeño Júpiter en la cuna. Tal es, también, la leche de Amaltea, aquella de la que Juno nutri
ó a Mercurio, del que Platón hace mención en la Turba, y que los otros filósofos llaman leche de virgen, finalmente aquello de lo que habla Espagnet en estos términos: La ablución nos enseña a blanquear al cuervo y a hacer nacer a Júpiter de Saturno, lo que se hace por la volatilización del cuerpo o la metamorfosis del cuerpo en espíritu. La reducción o la caída en lluvia del cuerpo volatilizado devuelve a la piedra su alma y la nutre de una leche de rocío espiritual, hasta que haya adquirido una fuerza perfecta.
Espagnet ha incluido todo esto en el canon que acabamos de citar, pues dice en
él: hasta que se fije y deposite, y Saturno, siendo expulsado, permita que Júpiter se provea de
las insignias y gobierno del Reino. Anteriormente había dicho, hablando de las partes a mutilar bajo el nombre de accidentes heterogéneos: Las cosas superfluas son los accidentes externos
que velan al deslumbrante Júpiter con la sombría esfera de Saturno. Quita, pues, esta corteza lívida de Saturno hasta que el astro púrpura de Júpiter brille ante tus ojos. Es pues por la separación de estas partes, que han servido a la generación de Júpiter, que este hijo de Saturno sube al trono; estas partes son las mismas que aquellas de Osiris, que Isis no recogió.
Sea como fuere, la fábula nos enseña que Apolo canta esta victoria con su lira y vestido de color púrpura. Si este rasgo no es alegórico, no concibo la razón que se ha podido tener en señalar precisamente el color de esta vestimenta. No se puede ver en ello la intención de indicar al Sol celeste, puesto que no es de color púrpura. El autor de esta ficción, pues, hizo alusión a otro Apolo y yo no conozco a ningún otro vestido de este color sino el Apolo, o el Sol, o el oro de los filósofos herméticos. Es totalmente natural que se figurara que él cantó esta victoria, puesto que siendo el fin de la obra, y resultado de los trabajos herméticos, anuncia que todas las dificultades que se oponían a la perfección de la obra están superadas. Sólo él cantó esta victoria, aunque todos los otros dioses estuvieran presentes. Los principales fueron: Hércules o el artista, Mercurio o el mercurio de los filósofos, Vulcano y Vesta o el fuego, Palas la prudencia y la ciencia para conducir las operaciones; Diana, hermana de Apolo, o el color blanco, que debe de aparecer antes que el rojo y que ha hecho decir que había servido de partera a Letona, su madre, para poner a Apolo en el mundo; finalmente el dios Marte o el color de la herrumbre de hierro, que se encuentra intermedio y que sirve como pasaje del color blanco al púrpura.

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