miércoles, enero 31, 2007

La Materia es una y toda cosa (del Tratado de la Obra Hermética)



Los filósfos, siempre atentos en ocultar tanto su materia como sus procedimientos, llamaron indiferentemente "su materia" a esta misma materia en todos los estados en los que se encuentra en el transcurso de sus operaciones. Para ello le dieron nombres en particular que sólo le convenían en general y jamás un mixto ha tenido tantos nombres. Ella es una y todas las cosas, dicen, porque es el principio radical de todos los mixtos. Está en todo y es parecida a todo porque es susceptible de todas las formas, pero antes de que sea especificada en cualquier especie de individuos de los tres reinos de la naturaleza. Cuando es especificada en el reino mineral dicen que es parecida al oro, porque es su base, su principio y su madre. Es por lo que la han llamado oro crudo, oro volátil, oro inmaduro, oro leproso. Es análoga a los metales pues es el mercurio del que están compuestos. El espíritu de este mercurio es tan congelante que se le llama padre de las piedras tanto preciosas como vulgares. Es la madre que los concibe, la humedad que los nutre y la materia que los hace.
Los minerales también son formados de ella y como el antimonio es el Proteo de la química y el mineral que tiene más propiedades y virtudes, Artefio ha nombrado a la materia de la gran obra Antimonio de las partes de Saturno.
Pero aunque da un verdadero mercurio, no se ha de imaginar que este mercurio se saca del antimonio vulgar, ni que éste sea el mercurio común. Filaleteo [1] que de cualquier manera que se trate el mercurio vulgar, jamás se hará de él un mercurio filosófico. El Cosmopolita dice que éste es el verdadero mercurio y que el mercurio común no es más que su hermano bastardo.[2] Cuando el mercurio de los sabios es mezclado con la plata y el oro es llamado electro de los filósofos, su bronce, su latón, su cobre, su acero, y en las operaciones, su veneno, su arsénico, su oropimente, su plomo, su latón que se ha de blanquear, Saturno, Júpiter, Marte, Venus, la Luna y el Sol.
nos asegura
Este mercurio es un agua ardiente que tiene la virtud de disolver todos los mixtos, los minerales, las piedras y todo lo que los otros menstruos o aguas fuertes no sabrían hacer, la guadaña del viejo Saturno viene al punto para significarlo, por lo que se le ha dado el nombre de disolvente universal.
Paracelso, hablando de Saturno, se expresa así:[3] No sería buen propósito que se les persuadiera y aún menos que fueran instruidos en las propiedades ocultadas en el interior de Saturno y todo lo que se puede hacer con él y por él. Si los hombres lo supieran, todos los alquimistas abandonarían cualquier otra materia para trabajar nada más que sobre ésta.Terminaré lo que tengo que decir sobre la materia de la gran obra con la exclusión que algunos filósofos dan a cierta materia que los sopladores toman comúnmente para hacer la medicina dorada o piedra filosofal. Yo he hecho -dice Ripley- muchas experiencias sobre todas las cosas que los filósofos nombran en sus escritos para hacer el oro y la plata y os las voy a contar. He trabajado sobre el cinabrio pero no vale nada y sobre el mercurio sublimado, que me costó bien caro. He hecho muchas sublimaciones de espíritus, de fermentos, de sales de hierro, de acero y de su espuma, creyendo que por este medio y estas materias llegaría a hacer la piedra; pero al fin he visto que había perdido el tiempo, mis costes y mis esfuerzos. Seguía sin embargo exactamente todo lo que me era prescrito por los autores y encontré que todos los procedimientos que enseñaban eran falsos. Seguidamente tomé aguas fuertes, aguas corrosivas, aguas ardientes con las cuales operé de diversas maneras pero siempre sin provecho alguno. Después recurrí a la cáscara de los huevos, al azufre, al vitriolo, que los artistas insensatos toman por el león verde de los filósofos, al arsénico, al oropimente, a la sal amoníaca, a la sal de vidrio, a la sal alkalí, a la sal común, a la sal de gema, o salitre, o sal de soda, o sal ática, o sal de tártaro, o sal alembrot; pero creedme, guardaos de todas estas materias. Evitad los metales imperfectos rubificados; el olor del mercurio y el mercurio sublimado o precipitado pues os hará equivocar como a mí. Lo he probado todo, la sangre, los cabellos, el alma de Saturno, las marcasitas, l’aes ustum (metales quemados), el azafrán de Marte, las escamas y la espuma del hierro, el litargirio, el antimonio; todo esto no vale una figura podrida.
He trabajado mucho para tener el aceite y el agua de plata, he calcinado este metal con una sal preparada, y sin sal, con el agua de vida; he sacado aceites corrosivos, pero todo esto fue inútil. Empleé los aceites, la leche, el vino, el cuajo, el esperma de las estrellas que cae sobre la tierra, la celidonia, las fecundaciones y una infinidad de otras cosas y no he sacado ningún provecho. He mezclado el mercurio con los metales, los he reducido a cristal, imaginándome hacer algo bueno; he buscado en las mismas cenizas, pero creedme, por Dios, huid de tales necedades. Sólo he encontrado una obra verdadera.
El Trevisano[4] se explica, más o menos, en el mismo sentido: Y así -dice- hemos visto y conocido muchos e infinitos trabajos en estas amalgamaciones y multiplicaciones al blanco y al rojo, con todas las materias que pudierais imaginar y tantas fatigas continuas y constantes, que creí que era posible pero jamás encontramos nuestro oro ni nuestra plata multiplicada, ni del tercio ni de la mitad ni de ninguna parte. Y así hemos visto tantos blanqueos y rubificaciones, recetas, sofisticaciones, y por tantos países, en Roma, Navarra, España, Turquía, Grecia, Alejandría, Barbaria, Persia, Mesina, en Rodas, en Francia, en Escocia, en Tierra Santa y sus alrededores, en toda Italia, en Alemania, en Inglaterra y casi rodeando todo el mundo. Pero sólo encontramos gente que trabajaba en cosas sofisticadas y materias herbales, animales, vegetales y plantables, piedras, minerales, sales alumbres y aguas fuertes, destilaciones, separaciones de los elementos y sublimaciones, calcinaciones, congelaciones de plata viva mediante hierbas, piedras, aguas, aceites, estiércoles, y fuego y vasos muy extraños y jamás encontramos obreros sobre la debida materia.
Encontramos en estos países a quienes sabían bien de la piedra, pero jamás pudimos tener un trato íntimo... y me puse, pues, a leer los libros antes de trabajar más tiempo, pensando en mí mismo que siguiendo a cualquier hombre no podría lograrlo, puesto que si ellos lo sabían nunca lo querrían decir... así, observé allí dónde los libros más concordaban y entonces pensé que esto era la verdad; pues sólo pueden decir verdad en una cosa. Y así encontré la verdad. Pues donde más concordaban, esto era la verdad; todo cuanto nombra uno de una manera el otro lo hace de otra; no obstante todo es una substancia en sus palabras. Pero conocí que la falsedad estaba en la diversidad y no en la concordancia, y si esto era verdad, sólo ponían allí una materia, algunos nombres y algunas figuras que daban. Y ¡Dios mío! creo que los que han escrito parabólicamente y figurativamente sus libros, hablando de cabellos, de orina, de sangre, de esperma, de hierbas, de vegetales, de animales, de plantas, de piedras y de minerales como son sales, alumbres y porosas, otros como vitriolos, bórax y magnesia y piedras cualquiera, y aguas; creo, digo, que les ha costado muy poco, o se han tomado pocas molestias, o es que son muy crueles... Pues sabed que ningún libro la declara en palabras verdaderas, sino mediante parábolas y como en figuras. Pero el hombre debe pensar y revisar frecuentemente en lo posible lo que dicen y observar las operaciones que la naturaleza dirige en sus obras. Porque concluyo, y creedme: Dejad las sofisticaciones y a todos los que en ellas creen, huid de sus sublimaciones, conjunciones, separaciones, congelaciones, preparaciones, desuniones, conexiones y otras decepciones [...] Y se amontonan los que afirman otra tintura que no es la nuestra, no verdadera, y sin ningún provecho. Y se amontonan los que van diciendo y sermoneando otro azufre que no es el nuestro, que está oculto en la magnesia (filosófica) y que quieren sacar otra plata viva que la del servidor rojo, y otra agua que no es la nuestra, que es permanente, que de ningún modo se une a nada más que a su naturaleza, y que no moja otra cosa que no sea la propia unidad de su naturaleza [...] Dejad alumbres, vitriolos, sales y otros, bórax, cualquier agua fuerte, animales, bestias y todo lo que de ellos pueda salir; cabellos, sangre, orina, espermas, carnes, huevos, piedras y todos los minerales. Dejad todos los metales, pues aunque se haga uso de ellos, nuestra materia, dicho por todos los filósofos, debe estar compuesta de viva-plata; y la viva-plata no está en otras cosas que en los metales, como aporta Geber, en el gran Rosario, en el código de toda verdad, por Morien, por Haly, por Calib, por Avicena, por Bendegid, Esid, Serapión, por Sarne, que hizo el libro llamado Lilium, por Euclides en su séptimo capítulo de las Retracciones y por el filósofo (Aristote), en el tercero de los meteoros [...] y por esto dicen Aristote y Demócrito en el libro de la Física, capítulo tercero de los meteoros, que es muy caro para los alquimistas, pues ellos no cambiarán jamás la forma de los metales, si no se hace una reducción a su primera materia [...] O, sabed, como dice Noscus, en la Turba, el cual fue rey de Albania, que del hombre sólo viene hombre, de volátil sólo volátil, y de bestia sólo bestia bruta, y que naturaleza sólo corrige a su propia natural
eza y no a otra.
Lo que acabamos de aportar, de estos dos autores, es una lección para los sopladores. Les indica claramente que no están en la buena vía., y podrá servir al mismo tiempo de preservativo a los que ellos quisieran engañar, porque cada vez que un hombre prometa hacer la piedra con las materias aquí arriba excluidas, se puede concluir que es un ignorante o un bribón. Está claro también, por todo este razonamiento del Trevisano, que la materia de la gran obra debe de ser de naturaleza mineral y metálica; pero ¿Cuál es esta materia en particular? Ninguno lo dice precisamente.


[1] . I. Filaleteo, Entrada abierta al palacio cerrado del Rey.
[2] . Cosmopolita, Diálogo del Mercurio, el alquimista y Naturaleza.
[3] . Paracelso, Cielo Filosófico, can. De Saturno.
[4] . Bernardo el Trevisano, Filosofía de los Metales.


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