Desde el comienzo la naturaleza sólo empleó dos principios simples, de los que está formado todo lo que existe, a saber, la primera materia pasiva y la plata luminosa que le da la forma. Lo elementos salieron de su acción como principios secundarios, la mezcla de los cuales forma una segunda materia sujeta a las vicisitudes de la generación y de la corrupción. En vano se imaginará que mediante el arte químico se pueda adquirir y separar los elementos absolutamente simples y distintos unos de otros. El mismo espíritu humano no los conoce. Estos que vulgarmente se les da el nombre de elementos no son realmente simples y homogéneos, están mezclados y unidos de tal manera que son inseparables. Los cuerpos sensibles de la tierra, del agua y del aire, que en sus esferas son realmente distintos, no son los primeros elementos simples que la naturaleza emplea en sus diversas generaciones. Estos parecen ser sólo la matriz de los otros. Los elementos simples son imperceptibles e insensibles, hasta que su reunión constituye una materia densa, que nosotros llamamos cuerpos, a la cual se unen los elementos groseros como partes integrantes.
Los elementos que constituyen nuestro globo son muy crudos, impuros e indigestos para formar una generación perfecta. Intempestivamente los químicos y los físicos les atribuyen las propiedades de los verdaderos elementos principales. Estos son como el alma de los mixtos, los otros sólo son los cuerpos. El arte ignora los primeros y trabajaría en vano al reducir los mixtos, pues eso es obra de la naturaleza solamente.
Sobre estos principios los antiguos filósofos distinguieron los elementos en tres solamente, figuraron al Universo gobernado por tres hermanos, hijos de
Saturno, del que dijeron que era hijo del Cielo y de la Tierra. Los egipcios, de los que los antiguos filósofos griegos habían tomado su filosofía, observaron a Vulcano como padre de Saturno, si creemos a Diodoro de Sicilia. Sin duda es la razón por la que se les puede determinar el hecho de no poner al fuego entre el número de los elementos. Pero como suponían que el fuego de la naturaleza, principio del fuego elemental, tenía su fuente en el cielo, dieron su dominio a Júpiter,
y por cetro y marca distintiva lo armaron con un rayo de tres puntas y le asociaron por mujer a su hermana Juno,
figurando que presidía el aire. Neptuno fue constituido sobre el mar y Plutón sobre los infiernos. Los poetas adoptaron estas ideas de los filósofos, que conocían perfectamente la naturaleza, juzgaron a propósito de ello distinguirla solamente en tres, persuadidos de que los accidentes que diferencian la región baja del aire de la superior, no sugerían una razón suficiente para hacer una distinción real. Sólo remarcaron una diferencia, la de lo seco y lo húmedo, de calor y de frío unidos juntamente, es lo que hizo imaginar los dos sexos en el mismo elemento.
Cada uno de los tres hermanos tenía un cetro de tres puntas como señal de su dominio, y para dar a entender que cada elemento, tal como lo vemos, es un compuesto de tres. Ellos eran propiamente hermanos, puesto que habían salido de un mismo principio, hijos del cielo y de la tierra, es decir la primera materia animada, de lo que todo ha sido hecho.
Plutón es llamado rey de las riquezas y señor de los infiernos, porque la tierra es la fuente de las riquezas y porque nada atormenta tanto a los hombres como la sed de riquezas y la ambición.
No es muy difícil de aplicar el resto de la fábula a la física. Muchos autores están ejercitados sobre esta materia y han demostrado que los antiguos sólo se proponían instruir mediante la invención de estas fábulas. Los filósofos herméticos, que se deleitan de ser los verdaderos discípulos y los imitadores de la naturaleza, hicieron una doble aplicación de estos principios, viendo en los procesos y los progresos de la gran obra las operaciones de la naturaleza, como en un espejo, no distinguieron más a unos de otros y los explicaron de la misma manera. Compararon entonces todo lo que pasa en la obra a los progresos sucesivos de la creación del Universo, por una cierta analogía que creían observar allí. ¿Es sorprendente que todas sus ficciones tuvieran a estas dos cosas por objeto? Si se reflexionara sobre ello, no se encontraría nada de ridículo en sus fábulas. Si lo personificaron todo, fue para volver sus ideas más sensibles, pronto se les reconocería algo más que las acciones ridículas y licenciosas que atribuían a sus pretendidos dioses, pues sólo eran operaciones de la naturaleza, que nosotros vemos todos los días sin ponerles atención. Queriéndose explicar sólo mediante alegorías, ¿podían suponer las cosas hechas de otra manera y por otros actores? Nuestra ignorancia en la física no nos da ningún privilegio como para burlarnos de ellos y de imputarles el ridículo que quizás harían recaer fácilmente sobre nosotros si estuvieran sobre la tierra, para explicarse al estilo del siglo presente. El análisis de los mixtos sólo nos da lo seco y lo húmedo, de donde se debe concluir que sólo hay dos elementos sensibles en el compuesto de los cuerpos, a saber, la tierra y el agua. Pero la experiencia misma nos muestra que los otros dos están allí ocultos. El aire es muy sutil para hacer impresión en nuestros ojos, el oído y el tacto son los únicos sentidos que nos demuestran su existencia. En cuanto al fuego de la naturaleza, es imposible para el arte manifestarlo de otra manera que mediante sus efectos.
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