
Los que han imaginado que los cuerpos duros se formaban en el aire, tales como las piedras de centellas, están equivocados si los han considerado como cuerpos propiamente terrestres. Es una materia que pertenece al elemento grosero del agua, un humor graso, viscoso, encerrado en las nubes como en un horno, donde se condensa mezclándose con las exhalaciones sulfurosas, en consecuencia calientes y muy fáciles de inflamar. El aire que se encuentra encerrado muy apretado por la condensación, se rarifica allí por el calor y hace el mismo efecto que la pólvora de cañón en una bomba; el vaso estalla, el fuego propagado en el aire, desembarazado de sus ligaduras por el movimiento, produce esta luz y este ruido que sorprende a menudo a los más intrépidos.

La proximidad del agua y de la tierra hace que estén casi siempre mezcladas. El agua diluye la tierra y esta espesa al agua, formándose así el limo. Si se expone esta mezcla a un calor vivo, cada elemento visible retorna a su esfera y la forma del cuerpo se destruye. Emplazada entre la tierra y el aire, el agua es propiamente la causa de las revoluciones, del desorden, de la turbación, de la agitación y del trastorno que se observa en el aire y la tierra. Oscurece el aire mediante negros y peligrosos vapores e inunda la tierra, trae la corrupción en el uno y en la otra y por su abundancia o su escasez turba el orden de las estaciones y de la naturaleza. En fin, produce tantos males como bienes. Algunos antiguos decían que el Sol presidía particularmente al fuego, y la Luna al agua, porque observaban al Sol como la fuente del fuego de la naturaleza y la Luna como principio de humedad. Lo que ha hecho decir a Hipócrates[1] que los elementos fuego y agua lo podían todo porque lo encerraban todo.
[1] . Hipócrates, Dioetâ, lib. 1.
No hay comentarios:
Publicar un comentario