La estatua de Harpócrates, que tiene una mano sobre la boca, era para los antiguos sabios el emblema del secreto, que se fortifica por el silencio pero se debilita y se desvanece por la revelación. Jesús Cristo nuestro Salvador sólo reveló nuestros misterios a sus discípulos y habló siempre al pueblo mediante alegorías y en parábolas. Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado.[1]
Los sacerdotes egipcios, los magos persas, los mecubeles y los cabalistas hebreos, los brahmanes hindúes, Orfeo, Homero, Pitágoras, Platón, Porfirio entre los griegos y los druidas entre los occidentales, sólo han hablado de las ciencias secretas mediante enigmas y alegorías; si hubieran dicho cual era el verdadero objeto, no habrían habido más misterios y lo sagrado habría sido mezclado con lo profano.
Los sacerdotes egipcios, los magos persas, los mecubeles y los cabalistas hebreos, los brahmanes hindúes, Orfeo, Homero, Pitágoras, Platón, Porfirio entre los griegos y los druidas entre los occidentales, sólo han hablado de las ciencias secretas mediante enigmas y alegorías; si hubieran dicho cual era el verdadero objeto, no habrían habido más misterios y lo sagrado habría sido mezclado con lo profano.
[1] . Mateo, 13, 2-11; Marcos, 4, 2-11; Mateo 13, 34.
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