Todo vuelve a su principio. Cada individuo es en potencia, en el mundo material, antes de que aparezca al día bajo la forma individual y volverá, en su tiempo, a su rango al mismo punto de donde salió, como los ríos a la mar para renacer en su todo.[1] Puede ser que Pitágoras entendiera así su metempsicosis, la que no se le ha comprendido. Cuando el mixto se disuelve por el vicio de los elemntos corruptibles que lo componen, la parte etérea lo abandona y va al encuentro de su patria. Se produce entonces un trastorno, un desorden, una confusión en las partes del cadáver, por la ausencia de aquel que allí conservaba el orden. La muerte y la corrupción se apoderan hasta que esta materia recibe de nuevo las influencias celestes que reunificando los elementos dispersos y errantes, los vuelve aptos para una nueva generación. Este espíritu vivificante no se separa de la materia durante la putrefacción generativa, porque no es una corrupción entera y perfecta, como la que se produce en la destrucción del mixto. Es una corrupción combinada y causada por este mismo espíritu, para dar a la materia la forma que conviene al individuo que debe animar. Algunas veces está allí en la inacción, tal como se ve en las simientes, pero sólo espera ser excitado.
Tan pronto como lo es, pone la materia en movimiento, y cuanto más obra más adquiere nuevas fuerzas hasta que ha acabado de perfeccionar al mixto.
Que los materialistas, los ridículos partidarios del azar en la formación de los mixtos y su conservación, examinen y reflexionen un poco seriamente y sin prejuicios sobre todo lo que hemos dicho y que me digan seguidamente cómo un ser imaginario puede ser la causa eficiente de alguna cosa real y tan bien combinada. Que sigan a esta naturaleza paso a paso, sus procesos, los medios que ella emplea y su resultado. Verán, si no quieren cerrar sus ojos a la luz, que la generación de los mixtos tiene un tiempo determinado, que todo se hace en el Universo mediante peso y medida y que no hay más que una sabiduría infinita que lo pueda presidir.
Los elementos empiezan la generación por la putrefacción, como los alimentos por la nutrición. Se resuelven en una naturaleza húmeda o primera materia, entonces se hace el caos y de este caos la generación. Es, pues, con razón que los físicos dicen que la conservación es una creación continua, puesto que la generación de cada individuo responde analógicamente a la creación y a la conservación del macrocosmos. La naturaleza siempre es parecida a ella misma, no tiene más que una vía derecha de la que sólo se aparta por obstáculos insuperables, entonces es cuando hace a los monstruos.
La vida es el resultado armónico de la unión de la materia con la forma, lo que constituye la perfección del individuo. La muerte es el término prefijado donde se hace la desunión y la separación de la forma y de la materia. Se empieza a morir desde que esta desunión comienza y la disolución del mixto es su complemento. Todo lo que vive ya sea vegetal, ya sea animal, tiene la necesidad de alimento para su conservación y estos alimentos son de dos clases. Los vegetales no se alimentan menos del aire que del agua y de la tierra. Los pechos mismos de ésta se secarían pronto si no estuvieran continuamente abrevados de leche etérea. Es lo que Moisés nos expresa perfectamente en los términos de la bendición que da a los hijos de José: Bendita del Señor sea tu tierra, con lo mejor de los cielos, con el rocío, y con el abismo que está abajo. Con los más escogidos frutos del Sol, con el rico producto de la Luna. Con el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos. Y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud, etc...[2]
¿Sería solamente para refrescar el corazón que la naturaleza habría tomado cuidado de colocar cerca de él los pulmones, estos admirables e infatigables fuelles? No, ellos tienen un uso más esencial; es para aspirar y transmitirle continuamente este espíritu etéreo que viene a socorrer a los espíritus vitales y reparar su pérdida y algunas veces los multiplica. Es por lo que se respira más a menudo cuando se produce más movimiento, porque entonces se produce más gran pérdida de espíritus que la naturaleza busca reemplazar.
Los filósofos dan el nombre de espíritus, o naturalezas espirituales, no solamente a los seres creados sin ser materia y que sólo pueden ser conocidos por el intelecto, tales como los ángeles y los demonios, sino aquellos que, aunque materiales, no pueden ser percibidos por los sentidos a causa de su gran tenuidad. El aire puro o éter es de esta naturaleza, las influencias de los cuerpos celestes, el fuego innato, los espíritus seminales, vitales, vegetales, etc. Son los ministros de la naturaleza que parece obrar solamente mediante ellos sobre la materia. El fuego de la naturaleza sólo se manifiesta en los animales por el calor que excita. Cuando se retira, la muerte toma su lugar, y el cuerpo elemental o el cadáver permanece entero hasta que empieza a resolverse. Este fuego es muy débil en los vegetales como para volverse sensible al sentido mismo del tacto. No se hace tal cual la naturaleza del fuego común, su materia es tan tenue que sólo se manifiesta por los otros cuerpos a los que ataca.
El carbón no es fuego, ni la madera que arde, ni la llama que sólo es un humo inflamado. Luego parece extinguirse y desvanecerse cuando el alimento le falta. Es preciso que sea un efecto de la luz sobre los cuerpos combustibles.
[1] . Eclesiastés, 1, 7.
[2] . Deuteronomio, 33, 13-16, ss.
Tan pronto como lo es, pone la materia en movimiento, y cuanto más obra más adquiere nuevas fuerzas hasta que ha acabado de perfeccionar al mixto.
Que los materialistas, los ridículos partidarios del azar en la formación de los mixtos y su conservación, examinen y reflexionen un poco seriamente y sin prejuicios sobre todo lo que hemos dicho y que me digan seguidamente cómo un ser imaginario puede ser la causa eficiente de alguna cosa real y tan bien combinada. Que sigan a esta naturaleza paso a paso, sus procesos, los medios que ella emplea y su resultado. Verán, si no quieren cerrar sus ojos a la luz, que la generación de los mixtos tiene un tiempo determinado, que todo se hace en el Universo mediante peso y medida y que no hay más que una sabiduría infinita que lo pueda presidir.
Los elementos empiezan la generación por la putrefacción, como los alimentos por la nutrición. Se resuelven en una naturaleza húmeda o primera materia, entonces se hace el caos y de este caos la generación. Es, pues, con razón que los físicos dicen que la conservación es una creación continua, puesto que la generación de cada individuo responde analógicamente a la creación y a la conservación del macrocosmos. La naturaleza siempre es parecida a ella misma, no tiene más que una vía derecha de la que sólo se aparta por obstáculos insuperables, entonces es cuando hace a los monstruos.
La vida es el resultado armónico de la unión de la materia con la forma, lo que constituye la perfección del individuo. La muerte es el término prefijado donde se hace la desunión y la separación de la forma y de la materia. Se empieza a morir desde que esta desunión comienza y la disolución del mixto es su complemento. Todo lo que vive ya sea vegetal, ya sea animal, tiene la necesidad de alimento para su conservación y estos alimentos son de dos clases. Los vegetales no se alimentan menos del aire que del agua y de la tierra. Los pechos mismos de ésta se secarían pronto si no estuvieran continuamente abrevados de leche etérea. Es lo que Moisés nos expresa perfectamente en los términos de la bendición que da a los hijos de José: Bendita del Señor sea tu tierra, con lo mejor de los cielos, con el rocío, y con el abismo que está abajo. Con los más escogidos frutos del Sol, con el rico producto de la Luna. Con el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos. Y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud, etc...[2]
¿Sería solamente para refrescar el corazón que la naturaleza habría tomado cuidado de colocar cerca de él los pulmones, estos admirables e infatigables fuelles? No, ellos tienen un uso más esencial; es para aspirar y transmitirle continuamente este espíritu etéreo que viene a socorrer a los espíritus vitales y reparar su pérdida y algunas veces los multiplica. Es por lo que se respira más a menudo cuando se produce más movimiento, porque entonces se produce más gran pérdida de espíritus que la naturaleza busca reemplazar.
Los filósofos dan el nombre de espíritus, o naturalezas espirituales, no solamente a los seres creados sin ser materia y que sólo pueden ser conocidos por el intelecto, tales como los ángeles y los demonios, sino aquellos que, aunque materiales, no pueden ser percibidos por los sentidos a causa de su gran tenuidad. El aire puro o éter es de esta naturaleza, las influencias de los cuerpos celestes, el fuego innato, los espíritus seminales, vitales, vegetales, etc. Son los ministros de la naturaleza que parece obrar solamente mediante ellos sobre la materia. El fuego de la naturaleza sólo se manifiesta en los animales por el calor que excita. Cuando se retira, la muerte toma su lugar, y el cuerpo elemental o el cadáver permanece entero hasta que empieza a resolverse. Este fuego es muy débil en los vegetales como para volverse sensible al sentido mismo del tacto. No se hace tal cual la naturaleza del fuego común, su materia es tan tenue que sólo se manifiesta por los otros cuerpos a los que ataca.
El carbón no es fuego, ni la madera que arde, ni la llama que sólo es un humo inflamado. Luego parece extinguirse y desvanecerse cuando el alimento le falta. Es preciso que sea un efecto de la luz sobre los cuerpos combustibles.
[1] . Eclesiastés, 1, 7.
[2] . Deuteronomio, 33, 13-16, ss.
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