La luz, tras haber obrado sobre las partes de la masa tenebrosa que le eran más cercanas y haberlas rarificado más o menos en proporción de su alejamiento, penetra al fin hasta el centro, para animarla en su todo, fecundarla y hacerle producir todo lo que el Universo presenta ante nuestros ojos. Gustó, entonces a Dios, fijar la fuente natural en el Sol, sin embargo, sin juntarlo todo totalmente allí. Parece que Dios haya querido establecerlo como el único dispensador, a fin de que la luz creada de Dios único, luz increada, fuera comunicada a las criaturas por uno sólo, como para indicarnos su primer origen. De esta antorcha luminosa todos los otros reciben su luz y el esplendor que reflejan sobre nosotros; porque su materia compacta produce hacia nosotros el mismo efecto que una masa esférica brillante, o un espejo sobre el cual caen los rayos del Sol. Debemos considerar a los cuerpos celestes como el de la Luna,
en la cual sólo al verla nos descubre su solidez y una propiedad común a los cuerpos terrestres de interceptar los rayos del Sol, y de producir sombra, lo que sólo conviene a los cuerpos opacos. De ello no se debe de concluir que los astros y los planetas no sean de cuerpo diáfano; puesto que las nubes, que son vapores de agua, hacen sombra igualmente interceptando los rayos solares. Algunos filósofos han llamado al Sol alma del mundo, y lo han supuesto emplazado en medio del Universo a fin de que, como desde un centro, le fuera más fácil comunicar por todo sus benignas influencias. Antes de que las hubiera recibido la tierra esta estaba como en una especie de ociosidad, o como una hembra sin macho. Tan pronto fue impregnada produjo, no los simples vegetales como antes, sino los seres animados y vivientes, los animales de todas las especies.
Los elementos fueron también el fruto de la luz; y todos tienen un mismo principio, ¿cómo podrían, según la opinión vulgar, tener antipatía y contrariedad entre ellos? Es de su unión que son formados todos los cuerpos según sus diferentes especies; su diversidad sólo viene de lo más o lo menos que cada elemento provee para la composición de cada mixto. La primera luz había echado las simientes de las cosas en las matrices que eran propias a cada una; la luz del Sol las ha fecundado y hecho germinar.
Cada individuo conserva en su interior una chispa de esta luz que reduce las simientes de potencia a acto. Los espíritus de los seres vivientes son los rayos de esta luz, y sólo el alma del hombre es un rayo o como una emanación de la luz increada. Dios, esta luz eterna, infinita, incomprensible, ¿podría manifestarse al mundo de otra manera que mediante la luz? si ha infundido tanta belleza y virtudes en su imagen, se ha de admirar la que ha formado él mismo y en la cual ha establecido su trono: en el Sol puso su tabernáculo.[1]
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