Adorad sólo a Dios, amadle con todo vuestro corazón y a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Proponeos siempre la gloria de Dios como fin de todas vuestras acciones, invocadle y Él os otorgará, glorificadle y Él os exaltará.
Sed tardíos en vuestras palabras y en vuestras acciones. No os apoyéis sobre vuestra prudencia, sobre vuestros conocimientos, ni sobre las palabras y las riquezas de los hombres, principalmente las de los grandes. Poned vuestra confianza sólo en Dios. Haced valer el talento que os ha confiado. Sed avaros con el tiempo, es infinitamente corto para un hombre que ha de emplearlo en ello. No dejéis para mañana lo que podáis hacer hoy. Frecuentad a los buenos y los sabios. El hombre ha nacido para aprender, su curiosidad natural es una prueba palpable de ello, y es degradar a la humanidad estancarse en la ociosidad y la ignorancia. Cuantos más conocimientos tiene un hombre, más se acerca al Autor de su ser, que lo hace todo. Aprovechad pues, las luces de los sabios, recibid sus instrucciones con dulzura y sus correcciones siempre buenamente. Evitad el comercio ruin, la multitud de ocupaciones y la cantidad de amigos.
Las ciencias sólo se adquieren estudiando y meditando y no disputando. Aprended poco a la vez; repetid a menudo el mismo estudio, el espíritu puede todo cuando está en poco y no puede nada cuando está al mismo tiempo en todo. La ciencia unida a la experiencia forma la verdadera sabiduría. Si no es así es contrario recurrir a la opinión, a la duda y a la conjetura y a la autoridad.
Los sujetos de la ciencia son Dios, el gran mundo y el hombre. El hombre ha sido hecho por Dios, la mujer por Dios y el hombre y las otras criaturas por el hombre y la mujer,[1] a fin de que hicieran uso de sus ocupaciones para su propia conservación y la gloria de su común Autor. Con todo, es preciso que siempre estéis bien con Dios y con vuestro prójimo. La venganza es una debilidad en los hombres. No os hagáis jamás un enemigo y si alguien quiere haceros algún mal o ya os lo ha hecho, no seréis mejores o más nobles por el hecho de vengaros que por el de hacer el bien.
[1] . Sabiduría, 9, 2, ss.
Sed tardíos en vuestras palabras y en vuestras acciones. No os apoyéis sobre vuestra prudencia, sobre vuestros conocimientos, ni sobre las palabras y las riquezas de los hombres, principalmente las de los grandes. Poned vuestra confianza sólo en Dios. Haced valer el talento que os ha confiado. Sed avaros con el tiempo, es infinitamente corto para un hombre que ha de emplearlo en ello. No dejéis para mañana lo que podáis hacer hoy. Frecuentad a los buenos y los sabios. El hombre ha nacido para aprender, su curiosidad natural es una prueba palpable de ello, y es degradar a la humanidad estancarse en la ociosidad y la ignorancia. Cuantos más conocimientos tiene un hombre, más se acerca al Autor de su ser, que lo hace todo. Aprovechad pues, las luces de los sabios, recibid sus instrucciones con dulzura y sus correcciones siempre buenamente. Evitad el comercio ruin, la multitud de ocupaciones y la cantidad de amigos.
Las ciencias sólo se adquieren estudiando y meditando y no disputando. Aprended poco a la vez; repetid a menudo el mismo estudio, el espíritu puede todo cuando está en poco y no puede nada cuando está al mismo tiempo en todo. La ciencia unida a la experiencia forma la verdadera sabiduría. Si no es así es contrario recurrir a la opinión, a la duda y a la conjetura y a la autoridad.
Los sujetos de la ciencia son Dios, el gran mundo y el hombre. El hombre ha sido hecho por Dios, la mujer por Dios y el hombre y las otras criaturas por el hombre y la mujer,[1] a fin de que hicieran uso de sus ocupaciones para su propia conservación y la gloria de su común Autor. Con todo, es preciso que siempre estéis bien con Dios y con vuestro prójimo. La venganza es una debilidad en los hombres. No os hagáis jamás un enemigo y si alguien quiere haceros algún mal o ya os lo ha hecho, no seréis mejores o más nobles por el hecho de vengaros que por el de hacer el bien.
[1] . Sabiduría, 9, 2, ss.
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