sábado, enero 13, 2007

Fuego (1) (del Tratado de Física)



Algunos antiguos colocaban el fuego, como cuarto elemento, en la región más alta del aire, porque lo consideraban como el más ligero y el más sutil. Pero el fuego de la naturaleza no difiere en nada del fuego celeste; es por lo que Moisés no hace ninguna mención en el Génesis, porque había dicho que la luz fue creada el primer día.
El fuego que se usa comúnmente es en parte natural y en parte artificial. El Creador ha reunido dentro del Sol un espíritu ígneo, principio del movimiento y un calor dulce, tal como le es necesario a la naturaleza para sus operaciones. Lo comunica a todos los cuerpos y excitando y desarrollando el fuego que les es innato, conserva el principio de generación y de vida. Cada individuo participa de él más o menos. Quien busca dentro de la naturaleza otro elemento que el fuego ignora lo que es el Sol y la luz. Está alojado en el húmedo radical como en el lugar que le es propio. En los animales parece haber establecido su domicilio principal en el corazón, que lo comunica a todas las partes como el Sol lo hace a todo el Universo.
El fuego de la naturaleza es su primer agente. Reduce las simientes de potencia a acto.  En cuanto deja de actuar cesa todo movimiento aparente y toda la acción vital. La luz es el principio del movimiento y este es la causa del calor. Es por lo que la ausencia de Sol y de luz produce tan grandes efectos sobre los cuerpos. El calor penetra en el interior más opaco y más duro y anima la naturaleza escondida y adormecida. La luz sólo penetra los cuerpos diáfanos y su propiedad es manifestar los accidentes sensibles de los mixtos. El Sol es, pues, el primer agente natural y universal.

Al salir el Sol, la luz se irradia sobre los cuerpos densos, tanto celestes como terrestres, pone sus facultades en movimiento, las arrebata, las refleja con ella y las expande tanto en el aire superior como en el inferior. El aire, al tener la disposición de mezclarse con el agua y la tierra se convierte en vehículo de estas facultades y las comunica a los cuerpos que están formados, o que son susceptibles de ello por la analogía que tienen con ellas. Éstas son las facultades que se llaman influencias. Muchos físicos niegan su existencia porque no las conocen.
El fuego se divide en tres: el celeste, el terrestre o central y el artificial. El primero es el principio de los otros dos y se distingue en fuego universal y fuego particular. El universal, extendido por todas partes, excita y pone en movimiento las virtudes de los cuerpos; calienta y conserva las simientes de las cosas infusas en nuestro globo, destinado a servir de matriz. Desarrolla el fuego particular, mezcla los elementos y da forma a la materia.
 El fuego particular es innato e implantado en cada mixto con su simiente. Sólo actúa cuando es excitado, entonces hace en una parte del Universo lo que su padre el Sol hace en todo. Donde quiera que haya generación, necesariamente está el fuego como causa eficiente. Los antiguos lo pensaban así, como nosotros.[1] Pero es sorprendente que hayan admitido contrariedad y oposición entre el fuego y el agua, puesto que no hay agua sin fuego y siempre actúan en acuerdo en las generaciones de los individuos.
Al contrario, todo ojo un poco clarividente debe percibir un amor, una simpatía que produce la conservación del Universo, el cubo de la naturaleza y la ligadura más sólida para unir los elementos y las cosas superiores con las inferiores. Este mismo amor es, por así decirlo, por lo que se debería llamar a la naturaleza, el ministro del Creador, quien emplea los elementos para ejecutar sus voluntades, según las leyes que Él le ha impuesto. Todo se hace en el mundo en paz y en unión, y eso no puede ser un efecto del odio y la contrariedad. La naturaleza no sería tan parecida a ella misma en la formación de los individuos de una misma especie, si todo en ella no se hiciera en acuerdo. Sólo veríamos salir monstruos de la simiente heterogénea de padres perpetuamente enemigos que se combatirían sin cesar. ¿Vemos a los animales trabajar por odio y por contrariedad en la propagación de sus especies? Juzguemos otras operaciones de la naturaleza para ello, sus leyes son simples y uniformes.
Que la filosofía cese, pues, de atribuir la alteración, la corrupción, la caducidad y la decadencia de los mixtos a la pretendida contrariedad entre los elementos; ella se encuentra en la penuria y la debilidad propia de la primera materia; pues en el caos, Frigida non pugnabant calidis, humentia ficcis. Allí todo era frío y húmedo, cualidades que convienen a la materia, como hembra. El calor y lo seco, cualidades masculinas y formales, le llegan de la luz, de la que ha recibido la forma. También, sólo después de la retirada de las aguas la tierra fue llamada árida o seca. Vemos en esto que el calor y lo seco dan la forma a todo. Un alfarero nunca tendría éxito al hacer un vaso si la sequedad no diera a su tierra un cierto grado de ligadura y solidez. La tierra está muy mojada y muy blanda, es el barro, es un limo que no tiene ninguna forma determinada.
Tal era el caos antes de que el calor de la luz lo hubiera rarificado y evaporado una parte de su humedad. Las partes se acercaron más, el limo del caos se volvió tierra, una tierra de consistencia propia para servir de materia a la formación de todos los mixtos de la naturaleza. El calor y lo seco sólo son, pues, cualidades accidentales en la primera materia, esta ha sido dotada de ellos recibiendo la forma.[2] En el Génesis no se dice que Dios encontrara el caos muy bueno, como lo afirma de la luz y de las otras cosas. El abismo parece haber adquirido un grado de perfección sólo cuando empezó a producir. La confusión, la deformidad, una densidad opaca, una frialdad, una humedad indigesta y una impotencia eran su patrimonio; cualidades que indican un cuerpo lánguido, enfermo, dispuesto a la corrupción. Ha conservado alguna cosa de esta mancha original y primitiva y ha infectado a todos los cuerpos que han salido para ser emplazados en esta baja región. Es por lo que todos los mixtos tienen una manera de ser pasajera, en cuanto a la determinación de su forma individual y específica.
Por más opuestas que parezcan la luz y las tinieblas, tras haber concurrido, la una como agente y la otra como paciente, a la formación del Universo, han hecho en este concurso de sus cualidades contrarias, un tratado de paz casi inalterable, que ha pasado a la familia homogénea de los elementos, de donde ha seguido la generación apacible de todos los individuos. La naturaleza se complace en la combinación y lo hace todo mediante proporción, peso y medida y no por contrariedad.

[1] . Y en él tiene su origen el humano, y el bruto, y el ave y cuanto monstruo cría, en sus senos marmóreos Océano. Centella celestial, ígnea energía, vida a esos seres da, germen temprano, en cuanto no los rinden a porfía, el fardo de la carne, los mortales órganos y ataduras mundanales. Eneida, VI, 148.
[2] . Génesis, 1.

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