miércoles, enero 03, 2007

El Hombre (2) (del Tratado de Física)



Este vapor ígneo, esta parcela de luz anima el cuerpo del hombre y le hace adquirir fuerzas. En vano se busca el lugar particular donde el alma tiene su residencia, donde ella es la dueña. Es la morada particular de este espíritu que se habría de buscar; pero inútilmente se le querría determinar. Todas las partes del cuerpo son animadas, está repartido por todo. Si la presión de la glándula pineal o el cuerpo calloso contienen la acción de este espíritu, no es que él habite allí en particular; es que las fuerzas que emplea el espíritu para hacer mover la máquina, resultan allí mediatamente o inmediatamente. Su acción es empujar por esta presión, y el espíritu que está repartido por todo no puede más que hacerlas obrar. 
La tenuidad de este vapor ígneo es demasiado grande para ser percibido por los sentidos de otro modo que por sus efectos. Ministro de Dios y del alma en los hombres, sigue únicamente en los animales las impresiones y las leyes que el Creador le ha impuesto para animarles y darles el movimiento conforme a sus especies. Él se hace todo en todo y se especifica en el hombre y en los animales según sus órganos. De ahí viene la conformidad que se señala en un gran número de acciones de los hombres y de las bestias. Dios se sirve como de un instrumento en medio del cual los animales ven, gustan, huelen y oyen. Lo ha constituido bajo sus órdenes como guía de sus acciones. Lo especifica en cada uno de ellos, según la diferente especificación que ha querido dar a sus órganos. De ahí la diferencia de sus caracteres y sus diferentes maneras de obrar, pero sin embargo siempre uniformes en cuanto a cada uno en particular, tomando siempre el mismo camino para llegar a un mismo objetivo, cuando no se encuentran obstáculos.

El espíritu al que se llama ordinariamente instinto, cuando actúa en los animales, determinado y casi absolutamente especificado en cada animal, no lo es en el hombre, porque el del hombre es el compendio y la quintaesencia de todos los espíritus de los animales. Tampoco el hombre tiene un carácter particular que le sea propio como lo tiene cada animal. El perro es fiel, el cordero es dulce, el león es osado, atrevido, el gato es traidor, sensual; pero el hombre es todo junto: fiel, indiscreto, traidor, goloso, sobrio, dulce, furioso, osado, tímido, valeroso; las circunstancias o la razón deciden siempre lo que es a cada instante de la vida, y no se ve nunca en ningún animal estas variedades que se encuentran en el hombre, porque sólo él posee el germen de todo esto. Si este espíritu no estuviera subordinado a otra substancia superior a la suya, el hombre lo vería desarrollarse y lo reduciría de potencia a acto como los animales, todas las veces en que la ocasión se presentase. El alma, puramente espiritual, tiene las riendas, ella le guía y le conduce en todas las acciones reflexionadas. Algunas veces no le da tiempo de dar sus órdenes y de ejercer su dominio. Actúa por sí mismo, pone los resortes del cuerpo en movimiento y entonces el hombre hace acciones puramente animales. Tales son las que se llaman primer movimiento, las que se hacen sin reflexión, como ir, venir, comer, cuando se tiene la cabeza llena con algún asunto serio que la ocupa enteramente.
El animal obedece siempre infaliblemente a su inclinación natural porque tiende únicamente a la conservación de su ser mortal y pasajero, en el cual está su dicha y su felicidad. Pero el hombre no sigue siempre esta pendiente, porque si bien es llevado a conservar lo que tiene de mortal, también siente otra inclinación que le lleva a trabajar para la felicidad de su parte inmortal, y está convencido de que es a ésta que le debe preferencia. Dios ha creado al hombre a su imagen y lo ha formado, como compendio de todas sus obras, el más perfecto de los seres corporales. Se le llama con razón microcosmos. Es el centro donde todo desemboca, encierra la quintaesencia de todo el Universo. Participa de las virtudes y de las propiedades de todos los individuos. Tiene la fijeza de los metales y los minerales, la vegetalidad de las plantas, la facultad sensitiva de los animales y además, un alma inteligible e inmortal. El Creador ha encerrado en él, como en una caja de Pandora,
 todos los dones y las virtudes de las cosas superiores e inferiores. Terminó su obra de la creación con la formación del hombre; así como creó el Universo en grande, así hizo su resumen. Y como el ser Supremo, no teniendo principio, fue sin embargo el principio de todo, quiso poner el sello de su obra mediante un individuo que, no pudiendo ser sin principio, fuera al menos sin fin como Él mismo. Que el hombre no deshonre, pues, el modelo del cual es imagen. Debe pensar que no ha sido hecho para vivir solamente siguiendo su animalidad, sino siguiendo su humanidad propiamente dicha. Que beba, que coma, pero que ruegue, que modere sus pasiones, que trabaje para la vida eterna, es en esto que se diferencia de los animales, y así será propiamente hombre.
El cuerpo del hombre está sujeto a la alteración y a la entera disolución, como los otros mixtos. La acción del calor produce esta mutación en la manera de ser de todos los individuos sublunares, porque su masa, siendo un compuesto de partes más groseras, menos puras, menos ligadas y más heterogéneas entre ellas que las de los astros o de los planetas, es más susceptible de los efectos de la rarefacción.
 Esta alteración es, en su progreso, una verdadera corrupción que se produce sucesivamente y que mediante grados dispone a una nueva generación, o nueva manera de ser, pues la armonía del Universo consiste en una diversa y graduada información de la materia que lo constituye.
Esta mutación de formas sólo llega a los cuerpos de este bajo mundo. La causa no es, como muchos lo han pensado, la contrariedad o la oposición de las cualidades de la materia, sino su propia esencia tenebrosa y puramente pasiva, que no teniendo, de ella misma, con qué darse una forma permanente, está obligada a recibir estas formas diferentes y pasajeras del principio que la anima, siempre según la determinación que ha complacido a Dios dar a los géneros y las especies. Para suplir este defecto original de la materia, de la que el mismo cuerpo del hombre está formado, Dios puso a Adán en el Paraíso terrestre, a fin de que pudiera combatir y vencer esta caducidad mediante el uso del fruto del árbol de la vida, del que fue privado como castigo a su desobediencia y condenado a sufrir la suerte de los otros individuos a los que Dios no había favorecido con esta ayuda.

La primera materia de lo que todo está hecho, la que sirve de base para todos los mixtos, parece haber sido de tal manera fundida e identificada en ellos, después de que ella hubiera recibido su forma de la luz, que no se la podría separar sin destruirlos. La naturaleza nos ha dejado una muestra de esta masa confusa e informe en esta agua seca que no moja, que se la ve salir de las montañas o que se exhala de algunos lagos, impregnada de las simientes de las cosas y que se evapora al más mínimo calor. Esta agua seca es la que hace de base de la gran obra, según los filósofos. Quien hiciera casar esta materia volátil con su macho, extraerles los elementos y separarlos filosóficamente podría deleitarse, dice Espagnet,[1] de estar en posesión del más preciado secreto de la naturaleza y así mismo del resumen de la esencia de los cielos.

[1] . Espagnet, Física Restituida, can. 49.

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