lunes, febrero 26, 2007

Las Fábulas Egipcias, Introducción (3)



A todo hombre sensato que de buena fe quiera reflexionar sobre las absurdidades de las fábulas nada le impide considerar a los dioses como seres imaginarios, puesto que las divinidades paganas sacan su origen de las que los egipcios habían inventado. Pero Orfeo y los que llevaron estas fábulas a Grecia las declamaron de la manera y en el sentido que las habían tomado en Egipto. Si en este país sólo fueron imaginadas para explicar simbólicamente lo que pasa en la naturaleza, sus principios, sus procedimientos, sus producciones y al mismo tiempo alguna operación secreta de un arte que imitaría a la naturaleza para lograr un mismo objetivo, se deben de explicar las fábulas griegas, al menos las antiguas, las que han sido divulgadas por Orfeo, Melampo, Lino, Homero, Hesíodo, etc., en el mismo sentido y conforme a la intención de sus autores, ya que se proponían tener a los egipcios por modelo.
La mayor parte de las obras fabulosas han llegado hasta nosotros; se puede hacer un análisis reflexivo y ver si en ellas se han colado algunos tratados particulares que desenmascaren el objeto que tenían a la vista. Todas las puerilidades los absurdos que sorprenden en estas fábulas, muestran que el deseo de sus autores no era el de hablar de la Divinidad real. Habían sacado de las obras de Hermes y en la frecuentación de los sacerdotes de Egipto ideas muy puras y muy elevadas de Dios y de sus atributos como para hablar de una manera en apariencia tan indecente y ridícula.
Cuando es preciso tratar de los altos misterios de Dios lo hacen con mucha elevación de ideas, sentimientos y expresiones, tal como conviene. Entonces no se trata de incestos, de adulterios, de parricidios, etc. En tal caso sólo podían tener la naturaleza a la vista; personificaron, a la manera de los egipcios, los principios que ella emplea y sus operaciones, representaron sus diferentes fases y las ocultaron bajo diferentes velos, aunque entendieran la misma cosa. Tuvieron la destreza de mezclar lecciones de política, moral y tratados generales de física; alguna vez tomaron un hecho histórico para formar sus alegorías, pero todas estas cosas no son más que accidentales y no hicieron de ello base y objetivo.
En vano se intentará explicar estos jeroglíficos fabulosos por otros medios. Los que han creído que s y heroínas, al menos como reyes, reinas y gentes de las que han relatado sus acciones. Pero la dificultad de colocarlo todo siguiendo las reglas del hecho cronológico presenta en su trabajo un obstáculo invencible, es un laberinto del que no saldrán jamás. El objetivo de la historia fue en todos los tiempos el proponer modelos de virtud a seguir y ejemplos para formar las costumbres, se podría casi pensar que los autores de estas fábulas se habrían propuesto este objetivo, pero están llenas de tantas absurdidades y tratos tan licenciosos que están muchísimo más cerca de corromper las costumbres que de formarlas. Sería, pues, igualmente inútil torturarse buscándoles un sentido moral.
debían de hacerlo por la historia, han tenido la necesidad de admitir la realidad de estos dioses, diosas, héroe
Sin embargo probablemente se pueden distinguir cuatro clases de sentidos dados a estos jeroglíficos, tanto para los egipcios como para los griegos y las otras naciones donde fueron usados. Los ignorantes, de los que el común del pueblo estaba compuesto, tomaban la historia de los dioses por la letra, lo mismo que las fábulas que habían sido imaginadas en consecuencia, he aquí la fuente de supersticiones a las que el pueblo estaba tan inclinado. La segunda clase era la de aquellos que pensaban que estas historias no eran más que ficciones, entonces penetraban en los sentidos ocultos y misteriosos de las fábulas y estos les explicaban las causas, los efectos y las operaciones de la naturaleza. Y como habían adquirido un conocimiento perfecto, mediante las instrucciones secretas que se daban unos a otros sucesivamente, siguiendo aquellas que habían recibido de Hermes, operaban cosas sorprendentes accionando los resortes de la naturaleza a la que se proponían imitar en sus procedimientos para llegar a un mismo objetivo. Estos son los efectos que formaban el objeto del Arte Sacerdotal; este arte sobre el cual obligaban guardarlo en secreto bajo juramento y que les estaba prohibido, bajo pena de muerte, divulgar de alguna manera a otros que a aquellos que juzgaran dignos de ser iniciados en el orden sacerdotal, de donde los reyes eran sacados.
Este arte no era otro que el de hacer una cosa que pudiera ser fuente de dicha y de felicidad del
hombre en esta vida, es decir, fuente de salud, de riquezas y de conocimiento de toda la naturaleza. Este secreto tan recomendado no podía tener otros objetivos. Hermes instituyendo los jeroglíficos no deseó introducir la idolatría ni mantener secretas las ideas que debían de tener de la Divinidad; su objetivo era hacer conocer a Dios, como el único Dios e impedir que el pueblo adorara a otros; se esforzó en hacerlo conocer a todos los individuos, haciendo considerar en cada uno los rasgos de la sabiduría divina. Si veló bajo la sombra de los jeroglíficos algunos sublimes misterios no fue tanto para ocultarlos al pueblo sino por el hecho de que estos misterios no estaban a su alcance y que no pudiéndolos contener en los límites de un prudente y sabio conocimiento no dudarían en falsear las instrucciones que se les dieran a este respecto. Sólo a los sacerdotes era confiado este conocimiento tras una prueba de muchos años. Era preciso, pues, que este secreto tuviera otro objetivo.
Muchos antiguos nos han dicho que consistía en el conocimiento de lo que habían sido Osiris, Isis,
Horus y los otros pretendidos dioses, y que estaba prohibido, bajo pena de perder la vida, decir que habían sido hombres. Pero ¿estaban en lo cierto estos autores en lo que aventuraban? Y si lo que decían era verdad, este secreto no tendría por objeto a Dios, los misterios de la Divinidad y su culto, puesto que Hermes, que obligó a los sacerdotes a respetar este secreto, sabía bien que Osiris, Isis, etc., no eran dioses y no los hubiera dado como tales a los sacerdotes que habría instruido en la verdad, al mismo tiempo que habría inducido a error al pueblo. No se puede suponer un tan gran hombre con una conducta tan condenable y que no está acorde de ninguna manera con el retrato que se nos ha hecho de él.
El tercer sentido del que estos jeroglíficos son susceptibles, fue el de la moral o el de las reglas de conducta. Y el cuarto era propiamente el de la alta sabiduría. Se explicaba, mediante estas pretendidas historias de los dioses, todo lo que había de sublime en la religión, en Dios y en el Universo. Es de allí de donde los filósofos extrajeron lo que han dicho de la Divinidad. No lo mantenían en secreto para aquellos que podían comprenderlo. Los filósofos griegos fueron instruidos en la frecuentación que tuvieron con los sacerdotes y de esto se tienen grandes pruebas en todas sus obras. Todos los autores convienen en ello, y se nombra a aquellos de los que estos filósofos tomaron sus lecciones. Se dice que Eudoxio tuvo por maestro a Conofeo de Menfis; Solon a Sonchis de Sais; Pitágoras a Oenufeo de Heliópolis, etc. Pero aunque no hubieron ocultado nada para la mayor parte de estos filósofos, en cuanto a lo que se observaba de la Divinidad y la filosofía tanto moral como física, sin embargo no les enseñaron a todos este Arte Sacerdotal del que hemos hablado. Quien dice Arte dice una cosa práctica. El conocimiento de Dios no es un arte, no más que el conocimiento de la moral, ni de la filosofía.

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