El primer vicio de los metales viene de la primera mezcla de los principios con la plata viva y el segundo se encuentra en la unión de los azufres y del mercurio. Cuanto más depurados están los elementos y más proporcionalmente mezclados y homogéneos son, más peso tienen y más maleabilidad, fusión, extensión, fulgidez e incorruptibilidad permanente. Hay, pues, dos clases de enfermedades en los metales, la primera es llamada original e incurable, la segunda viene de la diversidad del azufre que produce su imperfección y sus enfermedades, a saber, la lepra de Saturno, la ictericia de Venus, el resfriamiento de Júpiter, la hidropesía de Mercurio y la agalla de Marte.
La hidropesía del mercurio sólo le llega de la mucha acuosidad y crudeza que encuentra su causa en la frialdad de la matriz donde es engendrado y por la falta de tiempo para cocerse. Este vicio es un pecado original del que todos los otros metales participan. Esta frialdad, esta crudeza, esta acuosidad sólo pueden ser curadas por el calor y la ignidad de un azufre muy poderoso. Además de esta enfermedad, los otros metales tienen aquella que les viene de su azufre tanto interno como externo. Este último siendo sólo accidental puede ser fácilmente separado, porque no es de la primera mezcla de los elementos. Es negro, impuro, hediondo y no se mezcla con el azufre radical porque le es heterogéneo. No es susceptible de una decocción que pueda volverlo radical y perfecto.
El azufre radical purga, espesa, fija en cuerpo perfecto al mercurio radical; en lugar que el segundo que lo sofoca, lo absorbe y lo coagula con sus propias impurezas y sus crudezas, produciendo entonces los metales imperfectos. Se ve una prueba de ello en la coagulación del mercurio vulgar hecha por el vapor del azufre de Saturno, y apagada por la de Júpiter. Este azufre impuro produce toda la diferencia de los metales imperfectos. La enfermedad de los metales, pues, sólo es accidental; hay un remedio para curarlos y este remedio es el polvo filosófico, o piedra filosofal llamada por esta razón polvo de proyección. Su uso para los metales es, encerrar en un poco de cera proporcionalmente la cantidad del metal que se quiere transmutar, y echarla sobre el mercurio puesto en un crisol sobre el fuego, cuando el mercurio está a punto de ahumar. Es preciso que los otros metales estén fundidos y purificados. Se deja el crisol en el fuego hasta después de la detonación y después se retira, o se deja enfriar en el fuego.
La hidropesía del mercurio sólo le llega de la mucha acuosidad y crudeza que encuentra su causa en la frialdad de la matriz donde es engendrado y por la falta de tiempo para cocerse. Este vicio es un pecado original del que todos los otros metales participan. Esta frialdad, esta crudeza, esta acuosidad sólo pueden ser curadas por el calor y la ignidad de un azufre muy poderoso. Además de esta enfermedad, los otros metales tienen aquella que les viene de su azufre tanto interno como externo. Este último siendo sólo accidental puede ser fácilmente separado, porque no es de la primera mezcla de los elementos. Es negro, impuro, hediondo y no se mezcla con el azufre radical porque le es heterogéneo. No es susceptible de una decocción que pueda volverlo radical y perfecto.
El azufre radical purga, espesa, fija en cuerpo perfecto al mercurio radical; en lugar que el segundo que lo sofoca, lo absorbe y lo coagula con sus propias impurezas y sus crudezas, produciendo entonces los metales imperfectos. Se ve una prueba de ello en la coagulación del mercurio vulgar hecha por el vapor del azufre de Saturno, y apagada por la de Júpiter. Este azufre impuro produce toda la diferencia de los metales imperfectos. La enfermedad de los metales, pues, sólo es accidental; hay un remedio para curarlos y este remedio es el polvo filosófico, o piedra filosofal llamada por esta razón polvo de proyección. Su uso para los metales es, encerrar en un poco de cera proporcionalmente la cantidad del metal que se quiere transmutar, y echarla sobre el mercurio puesto en un crisol sobre el fuego, cuando el mercurio está a punto de ahumar. Es preciso que los otros metales estén fundidos y purificados. Se deja el crisol en el fuego hasta después de la detonación y después se retira, o se deja enfriar en el fuego.
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