El fuego de nuestras cocinas impide la unión de los miscibles y consume o hace evaporar la ligadura de las partes constituyentes de los cuerpos; es el tirano. El fuego central o innato en la materia tiene la propiedad de mezclar las substancias y engendrar, pero no puede ser este calor filosófico tan alabado, que ocasiona la corrupción de las simientes metálicas, puesto que lo que es de su mismo principio de corrupción sólo puede serlo de generación por accidente; digo por accidente, pues el calor que engendra es interno e innato en la materia y lo que corrompe es externo y extranjero.
Este calor es muy diferente en la generación de los individuos de los tres reinos. El animal lo lleva mucho en la actividad, por encima de las plantas. El calor del vaso en la generación del metal debe corresponder y ser proporcionado a la cualidad de la simiente cuya corrupción es muy difícil. Es preciso, pues, concluir que no habiendo generación sin corrupción y corrupción sin calor, es preciso proporcionar el calor a la semilla que se emplea para la generación.
Es el vaso quien administra el calor propio para corromper y la simiente quien abastece el fuego propio a la generación; pero como el calor de este vaso no es tan conocido por el metal como lo es por el animal y las plantas, es preciso reflexionar sobre lo que hemos dicho del fuego en general para encontrar ese calor. La naturaleza lo ha medido tan proporcionalmente en la matriz, en cuanto a los animales, que no puede apenas ser aumentado ni disminuido; la matriz es en este caso un verdadero atanor.
En cuanto al calor del vaso para la corrupción de la semilla de los vegetales, lo ha hecho muy pequeño; el Sol se lo ha proporcionado suficientemente; pero no es lo mismo en el arte hermético. Al ser la matriz invención del artista, requiere un fuego artísticamente inventado y proporcionado al que la naturaleza implanta al vaso para la generación de las materias minerales. Un autor anónimo dice que para conocer la materia de este fuego es suficiente saber cómo el fuego elemental toma la forma del fuego celeste y que para su forma todo el secreto consiste en la forma y la estructura del atanor, por medio del cual este fuego se vuelve igual, dulce, continuo y proporcionado de tal manera que la materia pueda corromperse, después debe hacerse la generación del azufre, quien tomará el dominio por algún tiempo y regirá el resto de la obra. Es por lo que los filósofos dicen que la hembra domina durante la corrupción y el macho caliente y seco durante la generación.
Artefio es uno de los que han tratado más ampliamente del fuego filosófico y Pontano declaró haber sido corregido y reconoció su error en la lectura del tratado de este filósofo. He aquí lo que dice: Nuestro fuego es mineral, es igual, es continuo, no se evapora si no es demasiado excitado, participa del azufre; no es tomado de otra cosa que de la materia, destruye todo, disuelve, congela y calcina; es preciso el artificio para encontrarlo y hacerlo; no cuesta nada, o al menos muy poco. Además es húmedo, vaporoso, digerente, alterante, penetrante, sutil, aéreo, no violento, incombustible, o que no arde, cercano, continente y único. Es también la fuente de agua viva que rodea y contiene el lugar donde se bañan y se lavan el rey y la reina. Este fuego húmedo es suficiente en toda la obra al comienzo, en medio y al final. Hay aún un fuego natural, un fuego contra natura y un fuego innatural que no arde; finalmente, para complementar, hay un fuego caliente, seco, húmedo, frío. Pensad bien en lo que acabo de decir y trabajad derechamente sin serviros de ninguna materia extranjera.
Lo que el mismo autor añade después es en el fondo una verdadera explicación de estos tres fuegos; pero como los llama fuego de lámparas, fuego de cenizas y fuego natural de nuestra agua, se ve bien que ha querido despistar; los que quieran ver un detalle más circunstancial del fuego filosófico, pueden recurrir al Testamento de Ramón Llull y su codicilio; Espagnet habla también ampliamente de ello, después del Canon 98 hasta el 108. Los otros filósofos casi lo han mencionado sólo para ocultarlo, o solamente lo han indicado por sus propiedades. Más cuando se trata de alegorías o de fábulas, han dado a este fuego los nombres de espada, lanza, flechas, dardos, hacha, etc.
Tal fue aquella en la que Vulcano golpeó a Júpiter para hacerle dar a luz a Palas; la espada que el mismo Vulcano dio a Peleo padre de Aquiles; la maza que le fue presentada a Hércules; el arco que este héroe recibió de Apolo; la cimatarra de Perseo; la lanza de Belerofonte, etc. Es el fuego que Prometeo robó al Cielo; aquel que Vulcano empleó para fabricar los rayos de Júpiter, y las armas de los dioses, el cinturón de Venus, el trono de oro del Soberano de los Cielos, etc. Finalmente es el fuego de Vesta, mantenido escrupulosamente en Roma, y que se castigaba con la muderte a las vírgenes vestales a las cuales habían confiado el cuidado de mantenerlo, cuando por negligencia u otra cosa lo dejaban extinguir.
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