martes, febrero 20, 2007

Conclusión (del Tratado de la Obra Hermética)




Todo lo que he tratado está sacado de los autores; casi siempre he utilizado sus propias expresiones. He citado de cuando en cuando algunos a fin de persuadir mejor de que yo sólo hablo conforme a lo que ellos dicen. Cuando no he citado sus obras es que no las tenía entonces en mi mano. Se debe de señalar que en ellos hay un acuerdo perfecto, pero que sólo hablan mediante enigmas y alegorías. Primeramente tenía intención de aportar muchos de los tratados sacados de las doce llaves de Basilio Valentín porque él ha empleado más a menudo que los otros las alegorías de los dioses de la fábula y en consecuencia habrían tenido una relación más inmediata con el tratado siguiente, pero los enigmas no explican a los enigmas, además esta obra es lo bastante común, no es lo mismo que las otras.
Para entender más fácilmente las explicaciones que doy en el tratado de los jeroglíficos, se ha de tener en cuenta que los filósofos dan ordinariamente el nombre de macho o padre al principio sulfuroso y el nombre de hembra al principio mercurial. El fijo también es macho o agente, el volátil es hembra o paciente. El resultado de la reunión de los dos es el hijo filosófico, comúnmente macho y a veces hembra, cuando la materia sólo ha llegado al blanco, puesto que no tiene aún toda la fijeza de la que es susceptible; los filósofos también la han llamado Luna, Diana, y al rojo Sol, Apolo, Febo. El agua mercurial y la tierra volátil siempre son hembra, a menudo madre, como Ceres, Latona, Semele, Europa, etc. El agua es designada ordinariamente bajo los nombres de doncellas, Ninfas, Náyades, etc. El fuego interno siempre es masculino y activo. Las impurezas están indicadas por los monstruos.
 Basilio Valenín, que ya he citado antes, introduce a los dioses de la fábula, o los planetas, como interlocutores en la práctica resumida que da al principio de su Tratado de las doce Llaves. He aquí la substancia. Disuelve bien, ahora bien, como enseña la naturaleza –dice este autor– encontrarás una simiente que es el principio, el medio y el fin de la obra, de la cual son producidos nuestro oro y su mujer, a saber, un sutil y penetrante espíritu, un alma delicada, limpia y pura, y un cuerpo o sal que es un bálsamo de los astros. Estas tres cosas están reunidas en nuestra agua mercurial. Se dirige esta agua al dios Mercurio su padre, que la desposa, y se hace un aceite incombustible. Mercurio saca sus alas de águila, devora su cola de dragón y ataca Marte que lo hace prisionero, y continua Vulcano como su carcelero. Saturno se presenta y conjura a los otros dioses para vengarle de los males que Mercurio le había hecho. Júpiter aprueba las quejas de Saturno y da las órdenes que fueron ejecutadas. Marte, entonces, aparece con una espada resplandeciente, variada en colores admirables, y se la da a Vulcano para que ejecute la sentencia pronunciada contra Mercurio y reduce a polvo los huesos de este dios. Diana o la Luna se lamenta de que Mercurio tenía a su hermano en prisión con él y que era preciso retirarlo, Vulcano no escucha su plegaria y así mismo no se rinde ante el ruego de la bella Venus que se presenta con todos sus atractivos. Pero al fin el Sol aparece cubierto con su manto púrpura y en todo su esplendor.
Termino este tratado con la misma alegoría que Espagnet. El Toisón de oro es guardado por un dragón de tres cabezas, la primera viene del agua, la segunda de la tierra y la tercera del aire. Estas tres cabezas deben al fin, mediante las operaciones, reunirse en una sola, que será tan fuerte y tan poderosa como para devorar todos los otros dragones. Invocad a Dios para que os aclare; si os concede este Toisón de oro, usadlo sólo para su gloria, la utilidad del prójimo y vuestra salud.

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