Cuando se toma por la letra a las fábulas de Egipto y lo que explican de la Divinidad, no hay nada más raro, nada más ridículo y nada más extravagante. Los anticuarios han seguido comúnmente este sistema en sus explicaciones de los monumentos que nos han dejado. Veo que muy a menudo esto es señal de la superstición que prevaleció entre el pueblo en los tiempos posteriores a aquel en el que Hermes imaginó los jeroglíficos, pero para desvelar lo que tienen de oscuro es necesario remontarse a su institución y ponerse en el caso de los que las inventaron. Ni las ideas que el pueblo mantuvo, ni las que tenían los autores griegos o latinos, aunque muy eruditos en otras cosas, nos deben de servir de guía en estas ocasiones. Si sólo frecuentaron al pueblo sólo pudieron obtener de ello ideas populares. Es preciso estar seguro de que fueron iniciados
en los misterios de Osiris y de Isis, etc., e instruidos por los sacerdotes a quien la inteligencia de estos jeroglíficos había sido confiada. Hermes dice más de una vez en su diálogo con Asclepios que Dios no puede ser representado por ninguna figura, que no puede dársele nombre, porque siendo solo, no tiene necesidad de un nombre distintivo, que no tiene movimiento porque está por todo, que, en fin, Él es su propio principio y su padre en Él mismo. No parece que haya querido, pues representarle mediante figuras ni hacerle adorar bajo los nombres de Osiris y de Isis, etc.
Muchos antiguos han hecho poco caso de los verdaderos sentimientos de Hermes y de los sacerdotes, sus sucesores, dando así ocasión a falsas ideas declamando lo que los egipcios decían de la Divinidad y que de hecho solamente lo decían de la naturaleza. Hermes queriendo instruir a los sacerdotes que había escogido, les dijo que había dos principios en las cosas, uno bueno y otro malo y si creemos a Plutarco, toda la religión de los egipcios estaba fundada sobre eso. Otros autores han pensado como Plutarco sin examinar si este sentimiento estaba fundado sobre un error popular y si los sacerdotes, encargados de instruir al pueblo, pensaban así realmente de la Divinidad o de los principios de los mixtos, uno principio de vida y el otro principio de muerte.
Sobre este pensamiento de Plutarco, apoyado por otros autores, los anticuarios han aventurado explicaciones de muchos monumentos que el tiempo ha perdonado y han adoptado sus ideas porque no se encuentran otras más verosímiles. Sin embargo es cierto que los anticuarios han tenido la discreción de confesar que en muchos casos sólo hablan mediante conjeturas y que ciertos monumentos sólo se pueden explicar adivinando. El primero que se presenta en la antigüedad explicada por Montfaucon es un ejemplo de ello, siguiendo el sistema recibido; este erudito nos advierte que se encuentran otros casos de esta especie en el curso de su obra. No ve nada difícil de entender en este monumento y es poquísimo lo que presenta naturalmente de las cosas. Todo hombre versado en la ciencia hermética lo habría comprendido al
primer vistazo, y no habría necesidad de recurrir a un Edipo, o a la conjetura, para dar una explicación.
Esto se podrá juzgar comparando la explicación que Montfaucon ha dado con la que
yo daré. Este monumento –dice nuestro autor– es una piedra sepulcral que se llama Ara, que A. Herennuleio Hermes ha hecho para su mujer, para él, para sus hijos y para su posteridad. Está representado él mismo en medio de la inscripción sacrificando a los manes. En el otro lado de la piedra hay dos serpientes erguidas sobre su cola y puestas de cara la una contra la otra, de las que una tiene un huevo en la boca y la otra parece querer quitárselo. Fabreri, a quien pertenecía este monumento, había querido explicar este símbolo, pero como no satisfizo a Montfaucon, éste lo explicó en estos términos: Antes de avanzar mi conjetura sobre este monumento es preciso señalar que se encuentra en Roma y hay en Italia cantidad de estas señales de superstición egipcias, que los romanos habían adoptado. Este está entre ese número: es una imagen cuyo significado sólo puede ser simbólico. Los antiguos egipcios reconocían en él un buen principio que había hecho el mundo, lo que expresaban alegóricamente por una serpiente que tiene un huevo en la boca, este huevo significaba el mundo creado. Esta serpiente que tiene el huevo en la boca será el buen principio que ha creado el mundo y que lo sostiene. Pero como los egipcios admitieron dos principios, el uno bueno y el otro malo, es preciso decir que la otra serpiente que se sostiene sobre su cola, es opuesta a la primera, será la imagen del mal principio que quiere quitar el mundo al otro.
Para poner al lector en estado de poder juzgar si mi explicación será más natural que la de Montfaucon, voy a dar una descripción de esta piedra pretendidamente sepulcral. Las dos serpientes están sostenidas sobre su cola replegada en círculo; la una tiene el huevo entre los dientes, la otra tiene la cabeza apoyada encima, la boca un poco abierta, como si quisiera morder a la otra y disputarle este huevo. Las dos tienen una cresta poco más o menos cuadrada. Sobre el otro lado de la piedra está la figura de un hombre de pié, con hábito largo, las mangas remangadas hasta el codo, tiene el brazo derecho extendido y una especie de aro en la mano en el centro del cual aparece otro pequeño círculo o un punto. Con la mano izquierda levanta su ropa, teniéndola apoyada sobre la cadera. En el entorno de esta figura hay gravadas las siguientes palabras: A Herennuleius Hermes fecit conjugi bene merenti Julie L. F. Latine sibi & suis posterque cor.
No es necesario recurrir a la religión de los egipcios para explicar este monumento. Los dos principios que admitieron los sacerdotes de Egipto sólo deben de entenderse de los dos principios, bueno y malo, de la naturaleza, que se encuentran siempre mezclados en sus mixtos y que cooperan en su composición, es por esto que dicen que Osiris y Tifón eran hermanos y que este último hacía siempre la guerra al primero. Osiris era el buen principio o el humor radical, la base del mixto y la parte pura y homogénea; Tifón era el mal principio o las partes heterogéneas, accidentales y principio de destrucción y de muerte, así como Osiris lo era de vida y de conservación. Las dos serpientes del monumento, del que se trata, representan en verdad a los dos principios, pero los dos principios que la naturaleza emplea en la producción de los individuos, se les llama, por analogía, al uno macho y al otro hembra; tales son las dos serpientes enroscadas en el caduceo de Mercurio, la una macho y la otra hembra, que están también representadas enroscadas la una con la otra y entre sus dos cabezas una especie de globo alado al que parece que quieren morder. Las dos crestas cuadradas de las dos serpientes del monumento del que hablamos son un símbolo de los elementos del que el gran mundo y el pequeño mundo están formados y el huevo es el resultado de la reunión de estos dos principios de la naturaleza. Pero como en la composición de los mixtos hay los principios puros y homogéneos y los principios impuros y heterogéneos, se encuentra entre ellos una especie de enemistad; el impuro tiende siempre a corromper al puro, es lo que se ve representado por la serpiente que parece querer disputar el huevo a la que lo tiene en posesión. La destrucción de los individuos sólo es producida por este mutuo combate. He aquí lo que se puede decir para explicar en general esta parte del monumento del que hablamos.
Pero sin duda su autor tenía una intención menos general, es cierto que quería significar alguna cosa en particular. Comparemos todas las partes simbólicas de este monumento, la relación que tienen entre ellas nos desvelará esta intención particular. El que hizo hacer este monumento se nombra Herennuleio Hermes, y lleva un hábito largo como los filósofos, parece ser que este Herennuleio era uno de estos sabios iniciados en los misterios herméticos (lo que es designado por el sobrenombre de Hermes), que, como ya he dicho antes, al estar instruido en estos misterios, tomó el nombre de Adris o Hermes. Tiene en la mano derecha una especie de círculo, que Montfaucon sin duda ha tomado por un vaso o taza, y ha decidido a consecuencia de este error que Herennuleio hacía un sacrificio a los manes, nada más puede significar esta acción. Este círculo no es para nada un vaso, es el signo simbólico del oro o del Sol terrestre y hermético, que los mismos químicos vulgares representan aún hoy de esta manera.
Es en este lado del monumento que es preciso acercar en particular el jeroglífico de las dos serpientes y del huevo que se encuentran en el lado opuesto, para hacer de ello un todo, del cual el resultado consiste en este oro filosófico que presenta Herennuleio. He aquí, pues, cómo es preciso explicar este monumento en particular. Las dos serpientes son los dos principios del arte sacerdotal o hermético, uno macho o fuego, tierra fija o azufre, el otro hembra, agua volátil y mercurial, que concurren los dos a la formación y generación de la piedra hermética, que los filósofos llaman huevo y pequeño mundo y que está compuesto de los cuatro elementos representados por las dos crestas cuadradas pero que sólo dos de ellos son visibles, la tierra y el agua. Se puede también explicar el huevo como el vaso, en el cual el huevo se forma, por el combate del fijo y el volátil, que se reúnen el uno con el otro y sólo son un todo fijo llamado oro filosófico o sol hermético. Es este oro que Herennuleio muestra al espectador como el resultado de su arte. La mayor parte de filósofos que han tratado esta ciencia han representado sus dos principios bajo el símbolo de dos serpientes. Se encontrará una infinidad de pruebas de ello en esta obra. La inscripción de este monumento nos enseña solamente que Herennuleio ha hecho este oro como una fuente de salud y de riquezas, para él, para su esposa a la que amó tiernamente, para sus hijos y su posteridad.
He aportado este ejemplo para hacer ver cuán fácil es explicar los jeroglíficos de ciertos monumentos egipcios, griegos, etc., cuando se les relaciona con la filosofía hermética, sin las luces de la cual se volverían ininteligibles e inexplicables.
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