Diodoro de Sicilia[1] dice que Anubis fue uno de los que acompañaron a Osiris en su expedición a las Indias, que era hijo de este mismo Osiris, que llevaba como avituallamiento de guerra una piel de perro y que era, según la interpretación del abad Banier,[2] capitán de la guardia de este príncipe. El primero de estos autores aporta lo que había tomado en Egipto, y dice verdad, pero el segundo ha acusado injustamente a la mitología griega de haber confundido a Anubis con Mercurio Trismegisto, tan célebre en Egipto por sus bellos descubrimientos, por la invención de los caracteres y por el prodigioso número de libros que compuso sobre toda clase de ciencias.
Los que trasladaron la mitología de los egipcios a los griegos, tales como Museo, Orfeo, Melampo, Eumolpo, Homero, etc., no se apartaron en nada de las ideas de los egipcios y no confundieron jamás a Anubis con Trismegisto sino con otro Mercurio desconocido para el abad Banier, al menos en el sentido que estos promulgadores de la mitología lo tenían. El poco conocimiento que se tenía de este Mercurio, que en efecto acompaña a Osiris en su viaje, ha dado ocasión a los falsos razonamientos que la mayor parte de los autores han hecho sobre Anubis; no es, pues, sobre su testimonio que se han de establecer conjeturas y fundar juicios. El padre Kircher[3] es uno de los que intempestivamente confundió, en el decisivo tono que le es habitual, a Mercurio con Anubis y está falsamente persuadido de que los egipcios lo representaban bajo la figura de Anubis, sin duda ha sido equivocado por las explicaciones de los jeroglíficos egipcios dadas por Horapolo,[4] que dice que el perro era el símbolo del ministro, del consejero, del secretario de estado, del profeta, del sabio, etc. Plutarco también puede haber contribuido a equivocar a nuestros mitólogos dando a este dios el nombre de Herm-Anubis, que significa Mercurio Anubis. Apuleyo podría sin embargo haberlos sacado del error si hubieran reflexionado sobre la descripción que hace de él en estos términos: Anubis es intérprete de los dioses del cielo y de los del infierno. Tiene la cara tanto negra como de color de oro. Tiene levantada su gran cabeza de perro, llevando en la mano izquierda un caduceo y en la derecha una palma verde, que parece agitar.
Un jeroglífico antiguo, que Boisard nos ha conservado, y que se encuentra también en Kircher,[5] y en la antigüedad explicada de Montfaucon, (t.2, part.2ª, p. 314) y según la inscripción, dedicada por un gran sacerdote llamado Isias, muestra claramente lo que los egipcios entendían por Anubis. Este Isias dedicó este jeroglífico a los dioses hermanos θεοί αδελφι y dice que estos dioses, es decir, Serapis u Osiris y Apis y Anubis son los dioses synthrônes o participantes del mismo trono en Egipto. Isias muestra mediante esta inscripción que estaba más al caso de la naturaleza de estos dioses y de su genealogía que muchos de los antiguos autores griegos y latinos y de lo que lo están aún hoy día muchos mitólogos. La fraternidad de estos tres dioses zapa los fundamentos de todas sus explicaciones, contradice a Plutarco que dice que Anubis era hijo de Nefté, que lo parió, según él, antes del tiempo por el terror que tenía a Tifón su marido y que éste fue el que, aunque muy joven, recibió de Isis, su tía, la primera noticia de la muerte de Osiris. Ello no se acuerda con Diodoro que hace a Anubis hijo de Osiris. Pero si nuestros mitólogos penetraran en las ideas de Isias verían que estas contradicciones son aparentes y que estos tres autores hablan realmente de un sólo y único sujeto, aunque se expresen diversamente. Diodoro y Plutarco aportan las tradiciones egipcias tal como las habían tomado sin saber lo que significaban, al contrario de Isias que estaba instruido en los misterios que encerraban. Esto se juzgará por la explicación siguiente.
[1] . Diodoro de Sicilia, lib. 1.
[2] . Banier, Mitología, t. 1, p. 496.
[3] . Kircher, Obelisc. Pamph. p. 292.
[4] . Horapolo, lib. 1, Explicat. 39.
[5] . Kircher, op. cit. p. 294.
[2] . Banier, Mitología, t. 1, p. 496.
[3] . Kircher, Obelisc. Pamph. p. 292.
[4] . Horapolo, lib. 1, Explicat. 39.
[5] . Kircher, op. cit. p. 294.
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