La segunda obra está muy bien representada por la clase de muerte de Osiris y por los honores que se le rinde. Escuchemos a Diodoro a este respecto. Se ha descubierto –dice– en los antiguos escritos secretos de los sacerdotes que vivieron en el tiempo de Osiris, que este príncipe reinó con justicia y equidad sobre Egipto, que su hermano impío y malvado, llamado Tifón, lo asesinó y lo cortó en 26 partes, que distribuyó entre sus cómplices, a fin de volverlos más culpables, a estos se les unieron otros más y los tenía como defensores y sostén en su usurpación. Isis, hermana y mujer de Osiris, para vengar la muerte de su marido, llamó en su ayuda a su hijo Horus, el cual mató en combate a Tifón y sus cómplices y tomó junto con su hijo la posesión de la corona.
La batalla se dio a lo largo de un río, en la parte de Arabia donde está situada la ciudad que tomó el nombre de Antea después de que Hércules en el tiempo de Osiris hubiera matado a un príncipe tirano que llevaba el nombre de esta ciudad. Isis encontró los miembros esparcidos del cuerpo de su esposo y los reunió con cuidado, pero buscó inútilmente ciertas partes
que al no encontrarlas consagró sus representaciones, de ahí el uso del falo vuelto tan célebre en las ceremonias religiosas de los egipcios.
De cada miembro, Isis formó una figura humana añadiéndoles aromas y cera. Juntó a los sacerdotes de Egipto y les confió a cada uno en particular uno de estos depósitos, asegurándoles que cada uno de ellos contenía el cuerpo entero de Osiris, recomendándoles expresamente no descubrir jamás a nadie que poseían este tesoro y de rendirle y hacer rendirle el culto y los honores que se les había prescrito. A fin de persuadirlos de una manera más segura les concedió la tercera parte de los campos cultivados de Egipto. Ya sea porque los sacerdotes estaban convencidos de los méritos de Osiris –es siempre Diodoro el que habla– o bien porque fueron persuadidos por estos beneficios de Isis, el caso es que hicieron todo lo que les había recomendado y cada uno de ellos se deleita aún hoy día de ser el poseedor de la tumba de Osiris.
Honran a los animales que se habían consagrado a este príncipe desde el comienzo y cuando estos animales mueren los sacerdotes renuevan los llantos y el duelo que se hizo en la muerte de Osiris. Le sacrifican toros sagrados, de los que uno lleva el nombre de Apis y el otro el de Mnevis, el primero era sostenido en Menfis, el segundo en Heliópolis; todo el pueblo reve rencia a estos animales como a dioses.
Isis, según la tradición de los sacerdotes, juró, tras la muerte de su marido, que no se volvería a casar. Mantuvo su palabra y reinó tan gloriosamente que ninguno de los que llevaron la corona tras ella le sobrepasó. Tras su muerte le otorgaron los honores de los dioses y fue enterrada en Menfis en la selva de Vulcano, donde se muestra aún su tumba. Mucha gente –añade Diodoro– piensan que el cuerpo de estos dioses no están en los lugares donde se cuenta en el pueblo del que son, sino que han sido depositados sobre las montañas de Egipto y Etiopía junto a la isla llamada las puertas del Nilo, a causa del campo consagrado a estos dioses. Algunos monumentos favorecen esta opinión, pues se ve en esta isla un mausoleo levantado en honor de Osiris y todos los días los sacerdotes de este lugar rellenan de leche 360 urnas y renuevan el duelo por la muerte de este rey y de esta reina dándoles el título de dios y diosa. Es por esto que no está permitido a ningún extranjero atracar en esta isla. Los habitantes de Tebas, que pasa por ser la ciudad más antigua de Egipto, observan como el más gran juramento el que hacen por Osiris, que habita en las nubes, pretendiendo tener en posesión todos los miembros del cuerpo de este rey, que Isis había reunido. Cuentan más de diez mil años, algunos dicen cerca de veintitrés mil, después del reino de Osiris y de Isis hasta el de Alejandro de Macedonia, que construyó en Egipto una ciudad con su nombre.
Plutarco[1] nos enseña de qué manera Tifón hizo perder la vida a Osiris. Tifón, dice él, habiéndolo invitado a un soberbio festín, propuso a los invitados, tras la comida, medirse en un cofre trabajado exquisitamente, prometiendo darlo a aquel que fuera de la misma medida. Cuando le tocó el turno a Osiris, al ponerse allí, los conjurados se levantaron de la mesa, cerraron el cofre y lo echaron al Nilo. Isis, informada del trágico fin de su esposo, emprendió la búsqueda de su cuerpo y al haber conocido que estaba en Fenicia, oculto bajo un tamarindo donde las olas lo habían echado, fue a la corte de Biblos donde se puso al servicio de Astarté para tener más comodidad en descubrirlo. Al fin lo encontró e hizo tan grandes lamentaciones que el hijo del rey de Biblos murió de pena, lo que tocó tan fuerte al rey, su padre, que permitió a Isis llevarse este cuerpo y retirarse a Egipto. Tifón, informado del duelo de su bella hermana, se apoderó del cofre, lo abrió, cortó en trozos el cuerpo de Osiris e hizo llevar los miembros a diferentes lugares de Egipto. Isis reunió con cuidado estos miembros esparcidos los encerró en un ataúd y consagró la representación de las partes que no había podido encontrar, tras haber derramado cantidad de lágrimas, lo hizo enterrar en Abyde, ciudad situada al occidente del Nilo. Y si los antiguos emplazan la tumba de Osiris en otros lugares es porque han hecho levantar una por cada parte del cuerpo de su marido, en el lugar mismo donde Isis lo había encontrado.
Me he referido aquí a Plutarco sólo para hacer ver que los autores están de acuerdo en cuanto al
fondo, aunque varíen respecto a las circunstancias. Esta servidumbre de Isis en casa del rey de Biblos bien podría haber dado lugar a aquella de Ceres en casa de Triptolemo en Eleusis, puesto que se conviene en que Isis y Ceres son una misma persona. Lo confesamos de buena fe: aún cuando la misma Escritura santa y los historiadores no nos convencieran de la falsedad del cálculo cronológico de los egipcios, el resto de esta historia ¿tiene un aire verosímil? ¿puede ser que una reina tan ilustre y tan conocida como Isis, haya estado puesta al servicio en casa de un rey, su vecino? ¿y que el hijo de este rey muriera de pena al verla lamentarse sobre el cuerpo de su marido perdido? y que finalmente ¿lo encuentre bajo un tamarindo y lo vuelva a llevar a Egipto, etc.? Semejantes historias no merecen ser refutadas pues su absurdidad es tan palpable que es sorprendente que Plutarco se haya dignado conservárnosla y aún más asombroso que los autores eruditos lo sostengan. Pero estas circunstancias de la muerte de Osiris y lo que sigue están lejos de parecer absurdas si se toman en el sentido alegórico del arte sacerdotal pues entonces, sucede lo contrario, reafirman muy grandes verdades. He aquí la prueba, por la simple exposición de lo que pasa en la operación del elixir.
[1] . Plutarco, Isis y Osiris.
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