Basilio Valentín fue uno de los autores herméticos más difícil de entender, tanto por las alteraciones que se han hecho a sus tratados, como por el velo oscuro de los enigmas, los equívocos y las figuras jeroglíficas de los que están llenos. Michael Maier ha hecho un gran número de obras sobre esta materia, se puede ver su enumeración en el Catálogo de Autores Químicos, Metalúrgicos y Filósofos herméticos que el abad Lenglet du Fresnoy ha insertado en su Historia de la Filosofía Hermética. Espagnet estimó entre otras obras de Maier su Tratado de los Emblemas, porque representan –dice– con mucha claridad, a los ojos de los clarividentes, lo que la gran obra tiene de más secreto y más oculto. He leído con mucha atención muchos de los tratados de Maier y me han sido de una gran ayuda, como el que lleva por título Arcana Arcanísima, que me ha servido de bosquejo para mi obra, al menos en su distribución, pues no he seguido siempre sus ideas.
Los filósofos herméticos que han empleado las alegorías de la fábula, son tan oscuros como la fábula misma, al menos para los que no son adeptos, pues sólo han arrojado luz sobre ella cuando era [1] trabajad de manera que Paris pueda defender a la bella Helena; impedid que la ciudad de Troya sea asolada de nuevo por los griegos; aseguraos de que Príamo y Menelao no estén más en guerra y en aflicción; Héctor y Aquiles estarán pronto de acuerdo, no combatirán más por la sangre real, entonces tendrán monarquía y así mismo dejarán en paz a todos sus descendientes. Este autor introduce los principales dioses de la fábula en las doce llaves. Raimon Llull habla a menudo de Egipto y de Etiopía. Uno emplea una fábula y el otro otra, pero siempre alegóricamente.
preciso para hacernos comprender que sus misterios no eran misterios para ellos: Acordaos bien de esto –dice Basilio Valentín–
Todas las explicaciones que daré están tomadas de estos autores o
apoyadas sobre sus textos y sus razonamientos; serán tan naturales que se podrá concluir que la verdadera química fue la fuente de las fábulas, que encierran todos los principios y las operaciones, que en vano se intentará forzar su explicación por otros medios. No pienso que todo el mundo convenga en ello pues se ha introducido el uso de explicar a los antiguos mediante la historia y la moral, este uso ha prevalecido y es acreditado hasta el punto que el prejuicio hace considerar toda otra explicación como fantasías.
Se las considerará desde el punto de vista que se quiera, poco me importa. Escribo para los que quieran leerme, para los que no puedan salir del laberinto donde se encuentran obligados, siguiendo los sistemas que acabo de mencionar, buscarán aquí un hilo de Ariadna, que ciertamente encontrarán; para los que, versados en la lectura asidua de los filósofos herméticos, están más en estado de aportar un juicio sano y desinteresado, pues encontrarán lo necesario para fijar sus ideas vagas e indeterminadas sobre la materia de la gran obra y sobre la manera de trabajarla. En cuanto a los cegados por el prejuicio o por malvadas razones, que atribuyen a los egipcios, pitagóricos, Platón, Sócrates y a los otros grandes hombres ideas tan absurdas como la de la pluralidad de los dioses, les rogaría nada más conciliar, con este sentimiento, la idea de la alta sabiduría que sobresale en todos sus escritos, sabiduría que se les otorga con razón. Les recomiendo una lectura de sus obras más seria y más reflexiva para encontrar lo que se les había escapado. Yo no ambiciono los aplausos de aquellos a los que la filosofía hermética les es completamente desconocida. Sólo podrían juzgar esta obra como un ciego juzga a los colores.
Los filósofos herméticos que han empleado las alegorías de la fábula, son tan oscuros como la fábula misma, al menos para los que no son adeptos, pues sólo han arrojado luz sobre ella cuando era [1] trabajad de manera que Paris pueda defender a la bella Helena; impedid que la ciudad de Troya sea asolada de nuevo por los griegos; aseguraos de que Príamo y Menelao no estén más en guerra y en aflicción; Héctor y Aquiles estarán pronto de acuerdo, no combatirán más por la sangre real, entonces tendrán monarquía y así mismo dejarán en paz a todos sus descendientes. Este autor introduce los principales dioses de la fábula en las doce llaves. Raimon Llull habla a menudo de Egipto y de Etiopía. Uno emplea una fábula y el otro otra, pero siempre alegóricamente.
preciso para hacernos comprender que sus misterios no eran misterios para ellos: Acordaos bien de esto –dice Basilio Valentín–
Todas las explicaciones que daré están tomadas de estos autores o
apoyadas sobre sus textos y sus razonamientos; serán tan naturales que se podrá concluir que la verdadera química fue la fuente de las fábulas, que encierran todos los principios y las operaciones, que en vano se intentará forzar su explicación por otros medios. No pienso que todo el mundo convenga en ello pues se ha introducido el uso de explicar a los antiguos mediante la historia y la moral, este uso ha prevalecido y es acreditado hasta el punto que el prejuicio hace considerar toda otra explicación como fantasías.
Se las considerará desde el punto de vista que se quiera, poco me importa. Escribo para los que quieran leerme, para los que no puedan salir del laberinto donde se encuentran obligados, siguiendo los sistemas que acabo de mencionar, buscarán aquí un hilo de Ariadna, que ciertamente encontrarán; para los que, versados en la lectura asidua de los filósofos herméticos, están más en estado de aportar un juicio sano y desinteresado, pues encontrarán lo necesario para fijar sus ideas vagas e indeterminadas sobre la materia de la gran obra y sobre la manera de trabajarla. En cuanto a los cegados por el prejuicio o por malvadas razones, que atribuyen a los egipcios, pitagóricos, Platón, Sócrates y a los otros grandes hombres ideas tan absurdas como la de la pluralidad de los dioses, les rogaría nada más conciliar, con este sentimiento, la idea de la alta sabiduría que sobresale en todos sus escritos, sabiduría que se les otorga con razón. Les recomiendo una lectura de sus obras más seria y más reflexiva para encontrar lo que se les había escapado. Yo no ambiciono los aplausos de aquellos a los que la filosofía hermética les es completamente desconocida. Sólo podrían juzgar esta obra como un ciego juzga a los colores.
[1] . Basilio Valentín, Tratado del Vidrio.
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