Osiris e Isis convertidos en esposos pusieron todos sus cuidados en procurar la dicha de sus personas. Como vivían en una perfecta unión trabajaban en concierto y se aplicaron en pulir a su pueblo, enseñándoles la agricultura, dándoles leyes y enseñándoles las artes necesarias para la vida.[1] Les enseñaron, entre otras cosas el uso de los instrumentos y la mecánica, la fabricación de armas, el cultivo de la viña y del olivo, los caracteres de la escritura en la que Mercurio o Hermes o Tat les había instruido. Isis construyó, en honor de sus padres Júpiter y Juno, un templo célebre por su grandeza y magnificencia. Hizo construir otros dos pequeños de oro, uno en honor a Júpiter el celeste y otro menor en honor del Júpiter terrestre, o rey su padre, al que algunos han llamado Amón. Vulcano era muy necesario como para ser olvidado, también tuvo un soberbio templo y cada dios –continua Diodoro– tuvo su templo, su culto, sus sacerdotes y sus sacrificios. Isis y Osiris instruyeron también a los súbditos en la veneración que debían tener hacia los dioses y la estima que debían de tener a los que habían inventado las artes o que
las habían perfeccionado. En la Tebaida hubo obreros de toda clase de metales. Los unos forjaban armas para la caza de las bestias, instrumentos y útiles propios para el cultivo de las tierras y las otras artes, los orfebres hicieron pequeños templos de oro y emplazaron allí las estatuas de los dioses compuestas del mismo metal. Así mismo los egipcios pretenden –añade el autor– que Osiris honró y reverenció particularmente a Hermes como el inventor de muchas de las cosas útiles en la vida.
Es Hermes, dicen, el primero en mostrar a los hombres la manera de registrar por escrito sus pensamientos y de poner sus expresiones en orden para que resultara un discurso correlativo. Dio el nombre
conveniente a muchas cosas, instituyó las ceremonias que debían de observarse en el culto de cada dios. Observó el curso de los astros, inventó la música, los diferentes ejercicios del cuerpo, la aritmética, la medicina, el arte de los metales, la lira de tres cuerdas, pautó los tres tonos de la voz, el agudo tomado del verano, el grave tomado del invierno y el medio de la primavera. Él mismo enseñó a los griegos la manera de interpretar los términos, de donde le dieron el nombre de Hermes, que significa intérprete. Todos los que, en el tiempo de Osiris, hicieron uso de las letras sagradas, lo aprendieron de Mercurio.
Osiris, tras haber dispuesto todo con sabiduría y hecho florecer los estados, concibió el deseo de hacer partícipe a todo el Universo de la misma dicha. A este efecto juntó un gran ejército, no para conquistar el mundo por la fuerza de las armas sino mediante la dulzura y la humanidad, persuadido de que civilizando a los hombres y enseñándoles el cultivo de las tierras, la educación de los animales domésticos y tantas otras cosas útiles, le quedaría una gloria eterna.
Antes de partir en su expedición lo arregló todo en su reino. Dio su regencia a Isis y dejó cerca de ella a Mercurio como su consejero, con Hércules al que constituyó como intendente de las provincias. Repartió seguidamente su reino en diversos gobiernos. Fenicia y las costas marítimas tocaron en suerte a Busiris; Libia y Etiopía y algunos países vecinos a Anteo. Seguidamente partió y fue tan dichoso en su expedición que todos los países donde fue se sometieron a su imperio.
Osiris llevó con él a su hermano al que los griegos llamaron Apolo, el inventor del laurel. Anubis y Macedón, hijos de Osiris, pero de un valor diferente, siguieron a su padre; el primero tuvo a un perro como insignia, el segundo un lobo. Los egipcios tomaron de ello ocasión de representar a uno con cabeza de perro y al otro con cabeza de lobo y de tener mucho respeto y veneración por estos animales. Osiris se hizo acompañar también de Pan, en honor del cual los egipcios construyeron una ciudad en la Tebaida, a la que dieron el nombre de Chemnim, o ciudad de Pan. Maron y Triptolemo fueron también, uno para enseñar a los pueblos el cultivo de la viña y el otro el de los granos. Osiris partió pues, y es preciso señalar que tuvo una atención particular en conservar su cabellera hasta su retorno. Tomó su camino por Etiopía, donde encontró a los sátiros, a los que los cabellos les caían hasta la cintura. Como amaba mucho la música y la danza llevó con él un gran número de músicos, pero destacaron particularmente nueve muchachas bajo la dirección de Apolo, que los griegos llamaron las nueve musas y decían que Apolo
había sido su maestro, de donde le dieron el nombre de músico e inventor de la música.
En aquel tiempo, dicen los autores, en el nacimiento del perro Sirio, es decir, al principio de la canícula, el Nilo inundó la parte más grande de Egipto y en particular aquella en la que presidía Prometeo. Este sabio gobernador, indignado de dolor a la vista de la desolación de su país y de sus habitantes, quiso darse muerte por desespero. Dichosamente vino Hércules en su socorro e hizo tanto con sus consejos y sus trabajos, que hizo reentrar al Nilo en su lecho. La rapidez de este río y la profundidad de sus aguas hicieron darle el nombre de Águila.
Osiris estaba entonces en Etiopía, donde viendo que el peligro de una tal inundación amenazaba todo el país, hizo levantar diques sobre las dos riveras del río, de manera que contenían las aguas en su lugar, sin embargo estos diques dejaban escapar el agua suficiente como para fecundar el terreno. De allí atravesó Arabia y llegó hasta los extremos de las Indias, donde construyó muchas ciudades, a una de las cuales dio el nombre de Nisa, en memoria de aquella donde había sido educado y plantó allí la hiedra, el único arbolillo que se levanta en estas dos ciudades. Recorrió muchos otros países de Asia y a continuación vino a Europa por el Helesponto. Atravesando Tracia mató a Licurgio, rey bárbaro que se opuso a su paso, y puso al viejo Maron en su lugar. Estableció a su hijo Macedón como rey de Macedonia y envió a Triptolemo a Ática para enseñar allí la agricultura.
Osiris dejó por todas partes las marcas de sus beneficios, condujo a los hombres, que entonces eran totalmente salvajes, a las dulzuras de la sociedad civil, les enseñó a construir ciudades y pueblos y finalmente volvió a Egipto por el mar Rojo, colmado de gloria tras haber hecho levantar en los lugares por donde había pasado columnas y otros monumentos sobre los cuales eran gravadas sus hazañas. Este gran príncipe se apartó finalmente de los hombres para ir a disfrutar de la sociedad de los dioses. Isis y Mercurio le otorgaron los honores e instituyeron las misteriosas ceremonias para el culto que debía rendírsele, para dar una gran idea del poder de Osiris.
Tal es la historia de este pretendido rey de Egipto, según lo que relata Diodoro de Sicilia que sin duda la cuenta de la manera que se declamaba en el país. El tipo de muerte de este príncipe no es menos interesante, haremos mención de ello más adelante, cuando hayamos hecho algunas reseñas sobre las principales circunstancias de su vida.
[1] . Diodoro de Sicilia, lib. 1, cap. 1; y Plutarco, Isis y Osiris.
las habían perfeccionado. En la Tebaida hubo obreros de toda clase de metales. Los unos forjaban armas para la caza de las bestias, instrumentos y útiles propios para el cultivo de las tierras y las otras artes, los orfebres hicieron pequeños templos de oro y emplazaron allí las estatuas de los dioses compuestas del mismo metal. Así mismo los egipcios pretenden –añade el autor– que Osiris honró y reverenció particularmente a Hermes como el inventor de muchas de las cosas útiles en la vida.
Es Hermes, dicen, el primero en mostrar a los hombres la manera de registrar por escrito sus pensamientos y de poner sus expresiones en orden para que resultara un discurso correlativo. Dio el nombre
conveniente a muchas cosas, instituyó las ceremonias que debían de observarse en el culto de cada dios. Observó el curso de los astros, inventó la música, los diferentes ejercicios del cuerpo, la aritmética, la medicina, el arte de los metales, la lira de tres cuerdas, pautó los tres tonos de la voz, el agudo tomado del verano, el grave tomado del invierno y el medio de la primavera. Él mismo enseñó a los griegos la manera de interpretar los términos, de donde le dieron el nombre de Hermes, que significa intérprete. Todos los que, en el tiempo de Osiris, hicieron uso de las letras sagradas, lo aprendieron de Mercurio.
Osiris, tras haber dispuesto todo con sabiduría y hecho florecer los estados, concibió el deseo de hacer partícipe a todo el Universo de la misma dicha. A este efecto juntó un gran ejército, no para conquistar el mundo por la fuerza de las armas sino mediante la dulzura y la humanidad, persuadido de que civilizando a los hombres y enseñándoles el cultivo de las tierras, la educación de los animales domésticos y tantas otras cosas útiles, le quedaría una gloria eterna.
Antes de partir en su expedición lo arregló todo en su reino. Dio su regencia a Isis y dejó cerca de ella a Mercurio como su consejero, con Hércules al que constituyó como intendente de las provincias. Repartió seguidamente su reino en diversos gobiernos. Fenicia y las costas marítimas tocaron en suerte a Busiris; Libia y Etiopía y algunos países vecinos a Anteo. Seguidamente partió y fue tan dichoso en su expedición que todos los países donde fue se sometieron a su imperio.
Osiris llevó con él a su hermano al que los griegos llamaron Apolo, el inventor del laurel. Anubis y Macedón, hijos de Osiris, pero de un valor diferente, siguieron a su padre; el primero tuvo a un perro como insignia, el segundo un lobo. Los egipcios tomaron de ello ocasión de representar a uno con cabeza de perro y al otro con cabeza de lobo y de tener mucho respeto y veneración por estos animales. Osiris se hizo acompañar también de Pan, en honor del cual los egipcios construyeron una ciudad en la Tebaida, a la que dieron el nombre de Chemnim, o ciudad de Pan. Maron y Triptolemo fueron también, uno para enseñar a los pueblos el cultivo de la viña y el otro el de los granos. Osiris partió pues, y es preciso señalar que tuvo una atención particular en conservar su cabellera hasta su retorno. Tomó su camino por Etiopía, donde encontró a los sátiros, a los que los cabellos les caían hasta la cintura. Como amaba mucho la música y la danza llevó con él un gran número de músicos, pero destacaron particularmente nueve muchachas bajo la dirección de Apolo, que los griegos llamaron las nueve musas y decían que Apolo
había sido su maestro, de donde le dieron el nombre de músico e inventor de la música.
En aquel tiempo, dicen los autores, en el nacimiento del perro Sirio, es decir, al principio de la canícula, el Nilo inundó la parte más grande de Egipto y en particular aquella en la que presidía Prometeo. Este sabio gobernador, indignado de dolor a la vista de la desolación de su país y de sus habitantes, quiso darse muerte por desespero. Dichosamente vino Hércules en su socorro e hizo tanto con sus consejos y sus trabajos, que hizo reentrar al Nilo en su lecho. La rapidez de este río y la profundidad de sus aguas hicieron darle el nombre de Águila.
Osiris estaba entonces en Etiopía, donde viendo que el peligro de una tal inundación amenazaba todo el país, hizo levantar diques sobre las dos riveras del río, de manera que contenían las aguas en su lugar, sin embargo estos diques dejaban escapar el agua suficiente como para fecundar el terreno. De allí atravesó Arabia y llegó hasta los extremos de las Indias, donde construyó muchas ciudades, a una de las cuales dio el nombre de Nisa, en memoria de aquella donde había sido educado y plantó allí la hiedra, el único arbolillo que se levanta en estas dos ciudades. Recorrió muchos otros países de Asia y a continuación vino a Europa por el Helesponto. Atravesando Tracia mató a Licurgio, rey bárbaro que se opuso a su paso, y puso al viejo Maron en su lugar. Estableció a su hijo Macedón como rey de Macedonia y envió a Triptolemo a Ática para enseñar allí la agricultura.
Osiris dejó por todas partes las marcas de sus beneficios, condujo a los hombres, que entonces eran totalmente salvajes, a las dulzuras de la sociedad civil, les enseñó a construir ciudades y pueblos y finalmente volvió a Egipto por el mar Rojo, colmado de gloria tras haber hecho levantar en los lugares por donde había pasado columnas y otros monumentos sobre los cuales eran gravadas sus hazañas. Este gran príncipe se apartó finalmente de los hombres para ir a disfrutar de la sociedad de los dioses. Isis y Mercurio le otorgaron los honores e instituyeron las misteriosas ceremonias para el culto que debía rendírsele, para dar una gran idea del poder de Osiris.
Tal es la historia de este pretendido rey de Egipto, según lo que relata Diodoro de Sicilia que sin duda la cuenta de la manera que se declamaba en el país. El tipo de muerte de este príncipe no es menos interesante, haremos mención de ello más adelante, cuando hayamos hecho algunas reseñas sobre las principales circunstancias de su vida.
[1] . Diodoro de Sicilia, lib. 1, cap. 1; y Plutarco, Isis y Osiris.
No hay comentarios:
Publicar un comentario