domingo, marzo 11, 2007

Historia de Osiris (4)



El autor de la simulada historia de Osiris no ha olvidado nada de lo que era necesario para dar jeroglíficamente una idea de lo que compone la obra, de las operaciones requeridas y de los signos demostrativos. Es preciso señalar primero que durante la estancia de Osiris en Etiopía, el Nilo se desbordó y este príncipe hizo levantar diques para preservar al país de los desastres que su inundación habría ocasionado, este autor ha querido designar mediante ello la resolución de la materia en agua, lo mismo que por el desbordamiento del Nilo en Egipto, en el territorio del cual Prometeo era rey o gobernador. El artista de la gran obra debe de poner atención en que Etiopía no fue inundada y que el gobierno de Prometeo sí lo fue. Es como la parte de la materia terrestre que se pudre y ennegrece, que sobrenada en la disolución, el lugar que la fija y que encierra el fuego innato, que Prometeo robó al Cielo para hacer partícipes a los hombres, permanece en el fondo del vaso y se encuentra sumergido.
Las atenciones que debe de tener en esta ocasión el artista, significado por Hércules, está muy bien expresado en la nota a pie de página.[1] Explicaremos en el capítulo de Baco lo que se debe de entender por los sátiros y se encontrará en el de Orestes lo que concierne a la cabellera de Osiris. Las nueve ninfas o musas y los músicos que están en el séquito de Osiris son las partes volátiles, o las nueve águilas que Senior dice que son requeridas con una parte fija designada por Apolo. Hablaremos de ello más extensamente en el capítulo de Perseo, donde explicaremos su genealogía y sus acciones.
Triptolemo presidía la simiente de los cereales, es encargado por Osiris para instruir a los pueblos en todo lo que concierne a la agricultura. No hay alegorías más comunes en las obras que tratan del arte hermético que aquellas que tratan de la agricultura. Hablan sin cesar del grano, de la elección que se ha de hacer, de la tierra donde es preciso encerrarlo y de la manera de tomarlo. Se verán ejemplos de ello cuando hablemos de la educación de Triptolemo a cargo de Ceres en el cuarto libro. Raimon Llull,[2] Ripley y muchos otros filósofos llaman a su agua mercurial, vino blanco o vino rojo.

Aunque Osiris conocía perfectamente la prudencia y la capacidad de Isis para gobernar sus estados durante su expedición, dejó a Mercurio junto a ella para darle consejo. Sentía la necesidad de tal consejero puesto que Mercurio es el mercurio de los filósofos, sin el cual no se puede hacer nada al comienzo, en el medio y al final de la obra, es él quien, en concierto con Hércules o el artista, constituido gobernador general de todo el imperio, lo debe dirigir, conducir y hacerlo todo. El mercurio es el principal agente interior de la obra, es caliente y húmedo, disuelve y pudre, dispone a la generación y el artista es el agente
exterior. Esto se encontrará explicado con más detalle en el transcurso de esta obra, particularmente en el capítulo de Mercurio, libro tercero y en el quinto donde trataremos los trabajos de Hércules.
Si se examinan con cuidado todas las particularidades de la expedición de Osiris se verá claramente que no hay una sola que no haya sido puesta a propósito y con intención, incluso las ceremonias del culto rendido a Osiris, que se dice que fueron instituidas por Isis ayudada por los consejos de Hermes. Se habría dicho más verdad si se hubiera atribuido esta institución nada más que a Hermes, pues parece ser que fue el inventor de la historia de Isis y de Osiris y del misterioso culto que se le rendía en Egipto. Pero ¿a qué viene ese misterio, si sólo se trataba de contar una historia real y de instituir
ceremonias para conservar su recuerdo? El simple relato de los hechos y los triunfos que tuvieron serían más que suficiente para inmortalizar al uno y al otro. Hubiera sido más natural recordar su memoria mediante las representaciones tomadas del fondo de la cosa misma. Puesto que se quería que todo el pueblo fuera instruido, hubiera sido preciso poner todo a su alcance y no inventar jeroglíficos, de los que solamente los sacerdotes tendrían la llave. Este misterio debe hacer suponer que había algún secreto oculto bajo estos jeroglíficos que sólo se desvelaría a los iniciados o a los que se quería iniciar en el arte sacerdotal.
Las dos obras que son objeto de este arte están comprendidas, la primera en la expedición de Osiris, la segunda en su muerte y su apoteosis. Por la primera se hace la piedra, por la segunda se forma el elixir. Osiris en su viaje recorre Etiopía, después las Indias, Europa y retorna a Egipto por el mar Rojo para disfrutar de la gloria que había adquirido, pero encuentra allí la muerte. Es como si se dijera: en la primera obra la materia pasa primero por el color negro, seguidamente por colores variados, el gris, el blanco y al fin sobreviene el rojo, que es la perfección de la primera obra y de la piedra o del azufre filosófico. Estos variados colores han sido declarados más abiertamente y designados más claramente mediante
los leopardos y los tigres que la fábula supone haber acompañado a Baco en un viaje parecido al de Osiris, pues todo el mundo conviene en que Osiris y Baco son una misma persona, o mejor dicho, dos símbolos de una misma cosa.

[1] . Las leyes del movimiento de este círculo son que gire lentamente y por grados y que distribuya (el húmedo) con moderación, por temor de que, precipitándose demasiado, se aleje de su justa medida y de que el fuego, tanto el natural como el injertado, arquitecto de toda la obra, una vez recubierto por las aguas pierda su vigor y se extinga. Es necesario también que el alimento sólido y el líquido sean tomados alternativamente a fin de hacer mejor la digestión y que sea más perfecta la proporción de seco y húmedo, dado que este vínculo indisoluble es el fin y el cuerpo de la obra. Por tanto, ten el cuidado, cuando rocíes, de poner tanto húmedo como el que se consume durante el calor de la evacuación, a fin de que la restauración, que es corroborativa, restituya tantas fuerzas perdidas como las que se ha llevado la evacuación debilitante. Espagnet, La Obra Secreta de la Filosofía de Hermes, canon 89
[2] . R. Llull, El Testamento, Codicilio, lib. de la quintaesencia.

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