viernes, diciembre 15, 2006

Química hermética y química vulgar (del discurso preliminar)





Todos los filósofos herméticos dicen que aunque la gran obra sea una cosa natural, sin embargo en su materia y en sus operaciones pasan cosas tan sorprendentes que elevan infinitamente el espíritu del hombre hacia el Autor de su ser; que ellas manifiestan su sabiduría y su gloria, que están muy por encima de la inteligencia humana y que solamente las comprenden aquellos a quienes Dios se digna abrir los ojos. La prueba es bastante evidente por las equivocaciones y el poco éxito de todos esos artistas famosos en la química vulgar, que a pesar de todas sus destrezas en su práctica y a pesar de toda su pretendida
ciencia de la naturaleza, han perdido sus fatigas, su plata y a menudo su salud en la búsqueda de este tesoro inestimable.
¡Cuántos eruditos quimistas que mediante sus infatigables trabajos han forzado la naturaleza para descubrir alguno de sus secretos! A pesar de toda su atención en espiar sus procedimientos, en analizar sus producciones, para sorprenderla, casi siempre han caído, porque eran tiranos de esta naturaleza y no sus verdaderos imitadores. Bastante esclarecidos en la química vulgar y bastante instruidos en sus procedimientos, pero ciegos en la química hermética, y arrastrados por el uso de aquella, han levantado hornos sublimadores,[1] calcinadores, destiladores; han empleado una infinidad de vasos y crisoles desconocidos para la simple naturaleza y han llamado en su ayuda al fratricida fuego natural; ¿cómo podrían lograrlo con procedimientos tan violentos? Están absolutamente alejados de los que siguen a los filósofos herméticos. Si creemos al presidente Espagnet:[2] Los quimistas vulgares están insensiblemente acostumbrados a alejarse de la vía simple de la naturaleza, por sus sublimaciones, sus destilaciones, sus soluciones, sus congelaciones, sus coagulaciones, por sus diferentes extracciones de espíritus y de tinturas y por cantidad de otras operaciones más sutiles que útiles. Caen en errores unos tras otros; se han vuelto verdugos de la naturaleza. Su laboriosa sutilidad, lejos de abrir sus ojos a la luz de la verdad, para ver las vías de la naturaleza, ha sido un obstáculo que ha impedido que viniera hasta ellos. Son alejados cada vez más y más. La única esperanza que les queda, es encontrar un guía fiel, que disipe las tinieblas de su espíritu y les haga ver el Sol en toda su pureza. Con un genio penetrante, un espíritu firme y paciente, un ardiente deseo de filosofía, un gran conocimiento de la verdadera física, un corazón puro, de costumbres rectas, un sincero amor de Dios y del prójimo, todo hombre por más ignorante que sea en la práctica de la química vulgar, puede con confianza proponerse llegar a ser filósofo imitador de la naturaleza. Si Hermes, el verdadero padre de los filósofos - dice el Cosmopolita[3] - si el sutil Geber, el p
rofundo Raimon Llull y tantos otros verdaderos y célebres químicos volvieran sobre la tierra, nuestros químicos vulgares no solamente no querrían considerarlos como sus maestros, sino que creerían otorgarles muchas gracias y honores reconociéndolos como sus discípulos. Es verdad que no sabrían hacer todas estas destilaciones, circulaciones, calcinaciones, sublimaciones, y en fin, todas estas innumerables operaciones que los químicos han imaginado por haber entendido mal los libros de los filósofos.
Todos los verdaderos adeptos hablan en el mismo tono, y si dicen verdad, sin tomarse tantas fatigas, sin emplear tantos vasos, sin consumir tanto carbón, sin arruinar su bolsa y su salud, se

puede trabajar en concierto con la naturaleza, que ayudada, se prestará a los deseos del artista y le abrirá liberalmente sus tesoros. Aprenderá de ella, no a destruir los cuerpos que produce, sino cómo y con qué los compone y en qué se resuelven. Ella le mostrará esta materia, este caos que el Ser supremo ha desarrollado para formar el Universo. Verá la naturaleza como un espejo, cuya reflexión le manifestará la sabiduría infinita del Creador que la dirige y la conduce en todas sus operaciones por una vía simple y única, que constituye todo el misterio de la gran obra.
Pero esta cosa llamada piedra filosofal, medicina universal o medicina dorada ¿existe en la realidad como en la especulación? ¿Cómo, después de tantos siglos, un gran número de personas, que el Cielo parece haber favorecido con una ciencia y una sabiduría superior a las del resto de los hombres, la han buscado en vano? Pero por otro lado son tantos los hombres sabios que han atestiguado su existencia y han dejado mediante escritos enigmáticos y alegóricos la manera de hacerla, que es casi imposible dudarlo, sobre todo cuando se adaptan estos escritos a los principios de la naturaleza.

[1] . El Cosmopolita, Nueva Luz Química, trat. 1.
[2] . Espagnet, La Obra secreta de la Filosofía de Hermes, Canon 6.
[3] . El Cosmopolita, Nueva Luz Química, trat. 1
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