viernes, diciembre 29, 2006

Principios generales de la Física, según la Filosofía hermética






No es dado a todos penetrar hasta el santuario de los secretos de la naturaleza; muy pocos saben el camino que conduce hasta allí. Los unos, impacientes, se extravían tomando los senderos que parece que abrevian la ruta; otros encuentran casi a cada paso encrucijadas que les dificultan, toman la izquierda y van al Tártaro, en lugar de tomar la derecha que conduce a los Campos Elíseos, porque no tienen, como Eneas,[1] una Sibila que los guíe. Otros piensan que no se equivocan siguiendo el camino más frecuentado. Sin embargo, tras largas fatigas, todos perciben que, lejos de haber llegado a la meta, han pasado por el lado, o le han dado la espalda.
Los errores tienen su fuerza tanto en el prejuicio como en la falta de luces y de instrucciones sólidas. La verdadera ruta sólo puede ser muy simple, puesto que no hay nada más simple que las operaciones de la naturaleza. Pero, aunque trazada por esta misma naturaleza, es poco frecuentada, y aquellos que pasan se ponen el celoso deber de ocultar sus trazos mediante zarzas y espinas. Allí no se anda más que a través de la oscuridad de las fábulas y de los enigmas; es

muy difícil no extraviarse si un ángel tutelar no lleva la antorcha delante nuestro.
Es preciso, pues, conocer la naturaleza antes de proponerse imitarla e intentar perfeccionar lo que ella ha dejado en vías de perfección. El estudio de la física nos da este conocimiento, no el de esta física de escuelas, que sólo enseña la especulación, y que sólo llena la memoria de términos muy oscuros y menos inteligibles que la cosa misma que se quiere explicar. Física que pretendiendo definir claramente un cuerpo nos dice que está compuesto de puntos. Puntos que llevados de un lugar a otro formarán líneas, estas líneas acercadas unas a otras harán una superficie, de allí una extensión y las otras dimensiones. De la reunión de las partes resultará un cuerpo, y de su desunión, la divisibilidad al infinito, o si se quiere, al indefinido. Finalmente nos da otros tantos razonamientos de esta especie, poco capaces de satisfacer a un espíritu curioso y deseoso de llegar a un conocimiento palpable y práctico de los individuos que componen este vasto Universo. Es a la física química que es preciso recurrir. Es una ciencia práctica, fundada sobre una teoría cuya experiencia prueba la verdad. Pero esta experiencia es desgraciadamente tan rara, que la mayoría aprovechan esta peculiaridad para dudar de su existencia.
En vano algunos autores, gente de espíritu, de genio y muy eruditos, por otra parte, han querido inventar sistemas para representar, mediante una descripción florida, la formación y el nacimiento del mundo. Uno se ha embrollado en torbellinos cuyo movimiento muy rápido lo ha transportado a él y se ha perdido con ellos. Su primera materia, divisada en materia sutil, ramosa y globulosa, sólo nos ha dejado una vana materia de razonamientos sutiles, sin enseñarnos más que lo que es la esencia del cuerpo. Otro, no menos ingenioso, es avisado de someterlo todo al cálculo, y ha imaginado una atracción recíproca que podría ayudarnos a razonarlo todo según el movimiento actual de los cuerpos, sin aportarnos ninguna luz sobre los principios de los que están compuestos. Este sentiría muy bien que se hiciera revivir, bajo un nombre nuevo, las cualidades ocultas de los peripatéticos, desterrados de la escuela después de mucho tiempo; también se ha declamado su atracción como una conjetura, que sus sectarios se han visto en el deber de sostener como una cosa real. La cabeza del tercero, impresionada por el mismo golpe que su pretendido cometa recibe al chocar con el Sol, ha dejado tomar a sus ideas rutas tan poco regulares como aquellas que fijan los planetas formados, según él, de las partes separadas por el choque del cuerpo ígneo del astro que preside el día. Las imaginaciones de un Telliamed, y las de otros escribanos parecidos son fantasías que no merecen más que desprecio o indignación.

Todos los que se han querido alejar de lo que Moisés nos ha dejado en el Génesis, están perdidos en sus vanos razonamientos.
Que no se nos diga que Moisés sólo ha querido hacer cristianos y no filósofos. Instruido por la revelación del Autor mismo de la naturaleza; versado, por otra parte, muy perfectamente en todas las ciencias de los egipcios, los más instruidos y los más esclarecidos en todas las que nosotros cultivamos, ¿quién mejor que él para enseñarnos alguna cosa cierta sobre la historia del Universo? Su sistema es verdadero, está muy cerca del hacer de los cristianos, pero esta cualidad, de la que carecen la mayor parte de los autores, ¿es incompatible con la verdad? Todo anuncia la grandeza, el poder y la Sabiduría del Creador, pero al mismo tiempo todo manifiesta a nuestros ojos la criatura tal cual es. Dios habló y todo fue hecho, dixit & facta sunt.[2] Esto era suficiente para los cristianos pero no para los filósofos. Moisés añade de dónde ha sido sacado este mundo; qué orden le ha placido poner al Ser Supremo en la formación de cada reino de la naturaleza. ¡Hace más! declara que es el principio de todo lo que existe, y el que da la vida y el movimiento a cada individuo. ¿Podría decirse más en tan pocas palabras? ¿Se exigiría de él que hubiera descrito la anatomía de todas las partes de estos individuos? Y cuando lo hubiera hecho ¿Se le hubiera tenido más en cuenta? Se le quiere examinar; porque se duda, se duda por ignorancia, y sobre tal fundamento, ¿qué sistema se puede levantar, que no caiga pronto en ruina?
El sabio no puede definir mejor esta especie de arquitectos, estos fabricantes de sistemas, que diciendo que Dios ha entregado el Universo a sus vanos razonamientos.[3] Mejor digamos: no hay nadie versado en la ciencia de la naturaleza, que no reconozca a Moisés como un hombre inspirado de Dios, como un gran filósofo y un verdadero físico. Ha descrito la creación del mundo y del hombre con tanta verdad como si hubiera asistido en persona. Pero reconozcamos, al mismo tiempo que sus escritos son tan sublimes que no están al alcance de todo el mundo, y que los que lo combaten lo hacen porque no los entienden, que las tinieblas de su ignorancia les ciega y que sus sistemas no son más que delirios mal combinados de una cabeza engreída de vanidad y enferma de excesiva presunción. Nada más simple que la física. Su objeto, aunque muy compuesto a los ojos de los ignorantes, no tiene más que un principio pero dividido en partes, unas más sutiles que otras. Las diferentes proporciones empleadas en la mezcla, la reunión y las combinaciones de las partes más sutiles con aquellas que lo son menos, forman todos los individuos de la naturaleza. Y como estas combinaciones son casi infinitas, el número de los mixtos también lo es.
Dios es un Ser eterno, una unidad infinita, principio radical de todo; su esencia es una inmensa luz, su poder un todo-poder, su deseo un bien perfecto, su voluntad absoluta una obra cumplida.

A quien quiera saber más, sólo le queda la estupefacción, la admiración, el silencio, y un impenetrable abismo de gloria. Antes de la creación estaba como replegado en sí mismo y esto le era suficiente. En la creación Él dio a luz, por así decirlo, y puso al día esta gran obra que había concebido de toda la eternidad. Él se desplegó por una extensión manifestada de sí mismo y volvió material este mundo ideal, como si hubiera querido volver palpable la imagen de su Divinidad. Es lo que Hermes ha querido hacernos entender cuando dice que Dios cambió de forma y que entonces el mundo fue manifestado y se transformó en luz.[4] Parece verosímil que los antiguos entendieran una cosa parecida del nacimiento de Palas, salida del cerebro de Júpiter con la ayuda de Vulcano o de la luz. No menos sabio en sus combinaciones que poderoso en sus operaciones, el Creador ha puesto un tan bello orden en la masa orgánica del Universo, que las cosas superiores están mezcladas sin confusión con las inferiores y se vuelven parecidas por una cierta analogía. Los extremos se encuentran ligados muy estrechamente por un medio insensible, o un nudo secreto en esta adorable obra, de manera que todo obedece en acuerdo a la dirección del Moderador supremo; sin que lo liguen las diferentes partes puede ser desunido sólo por aquel que ha hecho la unión. Hermes tenía razón al decir:[5] “que lo que está abajo es como lo que está arriba”, para hacer todas las cosas admirables que vemos.

[1] . Virgilio, Enéida, lib. 6.
[2] . Génesis, 1.
[3] . Eclesiastés, 3, 2.
[4] . Hermes, Poimandrés, 1.
[5] . Hermes, La Tabla de Esmeralda
.

No hay comentarios: