jueves, diciembre 14, 2006

Discurso Preliminar, contradicción entre los autores





Algunos filósofos han supuesto una materia preexistente a los elementos; pero como no la conocen, sólo han hablado de una materia oscura y muy embrollada. Aristóteles, que parece haber creído que el mundo es eterno, habla sin embargo de una primera materia universal, sin osar comprometerse en las sutilezas tenebrosas de las ideas que tenía. Respecto a esto sólo se expresa de una manera muy ambigua. La veía como el principio de todas las cosas sensibles, y parece querer insinuar que los elementos están formados por una especie de antipatía o de repugnancia que se encontraba entre las partes de esta materia.[1] Hubiera sido mejor filósofo si hubiera visto que lo que hay es una simpatía y un acuerdo perfecto, puesto que no se ve ni una contrariedad entre los elementos, aunque ordinariamente se piense que el fuego es opuesto al agua, no se equivocarían si se dieran cuenta de que esta pretendida oposición no viene más que de la intención de sus cualidades y de la diferencia de sutilidad de sus partes, puesto que no hay agua sin fuego.
Tales, Heráclito y Hesíodo han considerado al agua como la primera materia de las cosas. Moisés, en el Génesis,[2] parece favorecer este sentimiento al dar los nombres de abismo y de agua a esta primera materia; no entendemos aquí el agua que nosotros bebemos, sino una especie de humo, un vapor húmedo, espeso y tenebroso, que seguidamente se condensó más o menos, según las cosas más o menos compactas que le complació formar al Creador. Esta niebla, este inmenso vapor se concentró, se espesó, o se rarificó en un agua universal y caótica, que se convirtió en el principio para lo presente y para lo que siguió.[3]


En su principio esta agua era volátil, como una niebla; la condensación hizo una materia más o menos fija. Pero ¿cuál puede ser esta materia, primer principio de las cosas? ella fue creada en las tinieblas muy espesas y muy oscuras, para que el espíritu humano pueda ver claramente. Sólo el Autor la conoce, y en vano los teólogos y filósofos querrían determinar cómo es ésta. Sin embargo es verosímil que este abismo tenebroso, este caos fuera una materia acuosa o húmeda, como más limpia y más dispuesta a ser atenuada, condensada y servir mediante estas cualidades a la construcción de los Cielos y de la Tierra. La Escritura Santa nombra a esta masa informe unas veces tierra vacía, otras veces agua, aunque no fuera ni lo uno ni lo otro aún, solamente en potencia. Se puede conjeturar, pues, que podría ser como un humo espeso y tenebroso, estúpido y sin movimiento, adormecido por una especie de frío y sin acción; hasta que esta misma palabra que creó este vapor insuflara un espíritu vivificante, que se volvió como visible y palpable por los efectos que allí produjo.
La separación de las aguas superiores de las inferiores, que se mencionan en el Génesis, parece estar hecha por una especie de sublimación de las partes más sutiles y más tenues, aproximadamente como una destilación en la que los espíritus se separan de las más pesadas, más terrestres y ocupan lo alto del vaso, mientras que las más groseras permanecen en el fondo. Esta operación fue hecha por la ayuda del espíritu luminoso que había sido insuflado en esta masa. Pues la luz es un espíritu ígneo, que, agitándose sobre este vapor y dentro de él, volvió algunas partes más pesadas condensándolas y volviéndolas opacas por su estrecha adhesión; este espíritu las echó hacia la región inferior, y conservaron las tinieblas en las cuales estaban primeramente sepultadas. Las partes más tenues y vueltas cada vez más homogéneas por la uniformidad de su tenuidad y de su pureza, fueron elevadas y empujadas hacia la región superior, donde menos condensadas dejaron paso libre a la luz que se manifestó en todo su esplendor.
Lo que prueba que el abismo tenebroso, el caos, o la primera materia del mundo, era una masa acuosa y húmeda, es otra de las razones que hemos aportado, tenemos una prueba suficientemente palpable bajo nuestros ojos. Lo propio del agua es correr, fluir tanto como le anima el calor y la mantiene en su estado de fluidez. La continuidad de los cuerpos, la adhesión de sus partes es debido al humor acuoso. Es como la cola o la soldadura que reúne y liga las partes elementarias de los cuerpos. Mientras que no es separada enteramente, conservan la solidez de su masa. Pero si el fuego calienta esta masa más de lo necesario para su conservación en su estado actual, aleja y rarifica este humor, lo hace evaporar y el cuerpo se reduce en polvo, puesto que la ligadura que reunía las partes ya no está.
El calor es el medio y el instrumento que el fuego emplea en sus operaciones; así mismo mediante él produce dos efectos que parecen opuestos, pero que están muy de acuerdo con las leyes de la naturaleza, y que nos representan lo que pasó en el desenredo del caos. Separando la parte más tenue y más húmeda de la más terrestre, el calor rarificó la primera y condensó la segunda. Así por la separación de los heterogéneos se hizo la reunión de los homogéneos. Nosotros sólo vemos en el mundo un agua más o menos condensada. Entre el Cielo y la Tierra, todo es humo, nieblas, vapores empujados desde el centro y desde el interior de la tierra y elevados hacia lo alto de la circunferencia hacia la parte que llamamos aire. La debilidad de nuestros órganos sensoriales no nos permite ver los vapores sutiles, o emanaciones de los cuerpos celestes, que llamamos influencias y que se mezclan con los vapores que se subliman de los cuerpos sublunares. Es preciso que los ojos del espíritu vengan en ayuda de la debilidad de los ojos del cuerpo. En todo tiempo los cuerpos transpiran un vapor, sutil, que se manifiesta más claramente en el verano. El aire calentado sublima las aguas en vapores, los absorbe y los atrae hacia él. 
Cuando tras una lluvia los rayos del Sol son lanzados sobre la tierra, se le ve humear y exhalar vapores. Estos vapores giran en el aire en forma de niebla cuando no se elevan mucho sobre la superficie de la tierra, pero cuando suben hasta la región media, se les ve circular en forma de nubes. Después se convierten en lluvia, en nieve o granizo y caen para retornar a su origen. El trabajador lo siente con gran incomodidad cuando trabaja bajo la acción del calor. 
También el hombre ocioso lo experimenta cuando hace mucho calor. El cuerpo transpira siempre y los sudores que fluyen a menudo por el cuerpo lo manifiestan.
Los que han profundizado en las ideas de los rabinos, han creído que había existido, antes de esta primera materia, un cierto principio más antiguo que ella, al cual han dado muy impropiamente el nombre de Hylé. 
Era menos un cuerpo que una sombra inmensa, menos una cosa que una imagen muy oscura de la cosa a la que se debería llamar más bien fantasma tenebroso del Ser, una noche muy negra, el vacío o el centro de las tinieblas; en fin, una cosa que sólo existía en potencia, la cual sólo le sería posible imaginar al espíritu humano en un sueño. Pero la misma imaginación sólo podría representárnosla como se le representaría la luz del Sol a un ciego de nacimiento. Estos sectarios del rabinismo han juzgado a propósito decir que Dios sacó de este principio un abismo tenebroso, informe como la materia cercana a los elementos y al mundo. Pero finalmente, todo esto en acuerdo nos anuncia al agua como primera materia de las cosas.
El espíritu de Dios que planeaba sobre las aguas,[4] fue el instrumento del que se sirvió el supremo Arquitecto del mundo para dar forma al Universo. Propagó al instante la luz, volvió de potencia en acto las simientes de las cosas antes confusas en el caos y mediante una alteración constante de coagulaciones y de resoluciones hizo a todos los individuos. Repartido en toda la masa animó cada parte y por una continua y secreta operación dio movimiento a cada individuo según el género y la especie que había determinado. Es propiamente El Alma del Mundo y quien lo ignora o lo niega ignora las leyes del Universo.

[1] . Aristóteles, De ortu & interitu, lib. 2, caps. 1-2.
[2] . Génesis, 1.
[3] . Cosmopolita, Tratado, 4.
[4] . Génesis, 1.







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